Este tipo que suscribe, que siente de izquierdas hasta la cachas, ha tenido que contemplar como tú, querido progresista, has criticado mi ideología y mi forma de entender de entender la vida por no ser cool, ni molar y, sobre todo, por considerarme un ser desfasado.
Reconozco que hablo desde la frustración que supone haber tratado en primera persona con alguno como tú, poca chicha y mucha labia huera por señas de identidad, y contemplar como la comprensión del mundo se reduce a lo que escupen ciertas emisoras de radio y televisión y algún que otro periódico, todos dirigidos por un tipo experto en enriquecerse a costa de cualquiera, incluidos sus propios empleados.
Sé que en estos tiempos convulsos, si aún te queda conciencia, has de sentirte desolado al comprobar como tus ideas primigenias mutaron, sin que apenas te dieras cuenta, hasta el liberalismo más rancio y que, sin pretenderlo, te convertiste en cómplice de uno de los mayores latrocinios que ha existido en la historia.
Sí, tú, querido progresista sin progreso, apostaste por guarderías para "criar" a los niños y que las madres, o los padres, se incorporaran al mercado laboral lo antes posible, para "realizarse" con su trabajo. Tampoco dudaste ni un ápice cuando te dijeron que bajar impuestos constituye un acto de izquierdismo (¿recuerdas lo que supone levantar el puño y considerarte un trabajador?). Tal vez te olvidaste que las bajadas de impuestos directos siempre favorecen a los más ricos, y que los impuestos indirectos gravan en especial a los más desfavorecidos. Pero te viste con algo más de dinero en los bolsillos y éso compensaba cualquier disquisición ideológica (si es que eras capaz en ese momento de sentir controversia alguna entre la ideología de Pablo Iglesias y la realidad que vivías).
Las cifras arrojaban una realidad incuestionable, durante el reinado progresista, los trabajadores cada vez recibían menos parte del pastel económico del país. Ese empobrecimiento generalizado de la gran mayoría de los ciudadanos no pareció inmutarte en absoluto. Bastaba con mencionar al Partido Popular o la Iglesia Católica para que te sintieras aliviado y consideraras que había gente peor. Curiosamente, las políticas económicas de los progresistas siguieron los designios del gran gurú neocon español, y de su mano derecha, el inepto Rodrigo Rato. Y sobre la Iglesia Católica mejor no hablar, porque nunca hubo intención de hacer de este país, el tuyo y el mío, querido progresista, un país laico de verdad, desterrando a los curas del sistema educativo, el ejército o cualquier otro organismo dependiente del estado. De nuevo palabras hueras y un enemigo para despistar al personal y lavar conciencias.
Cuando tus líderes mintieron sobre controladores, pilotos, funcionarios, pensionistas o la gratuidad de carreteras pagadas con el dinero de todos... puede que empezaras a preguntarte en manos de quién estábamos. O, tal vez, puede que simplemente siguieras el dictado de lo que te decían y siguieras a pies juntillas los dictados de un élite de personajes caracterizados por su afán de llegar a lo más alto lo antes posible. Vete tú a saber. Pero mientras ésto ocurría millones de tus conciudadanos empezaban a sufrir las consecuencias de esas prédicas. Repito, no sé si algo se movió en tu conciencia en ese momento, pero a mí, a un tipo de izquierdas, que nunca fue progresista, ni gilipolladas por el estilo, se me revolvió el estómago hasta provocarme nauseas. No entendía como podías seguir levantando, al menos algunos, el puño y poder consentir toda esta zafiedad y crueldad hacia el más desfavorecido.
Sí, hicisteis mucho por la igualdad de los gays y lesbianas (tal vez la sociedad, o una gran mayoría de ella, veía estas opciones como algo normal), pero fuimos muchos tipos, muchos de ellos de izquierda, los que, desde hacía años, lo veíamos como algo evidente, poniendo negro sobre blanco en el BOE algo que en muchos lares de este país (en ciertos lugares de escasa población sigue siendo un problema) se consideraba una realidad incuestionable.
Uno tiene la impresión, querido progresista, de que en el fondo todo se reducía a meternos con una cuchara anatómica el neoliberalismo imperante y que tú no hiciste otra cosa que modelar tu discurso para acomodarte a los tiempos.
Resultaba más fácil hablar del hambre en países lejanos que echar una mano a los desfavorecidos de al lado.
Lo árabe, el Dalai Lama, la India y ciertas historias de culturas lejanas poseían un velo de misterio que te resultaba tremendamente atractivo. Jamás te molestaste en indagar sobre el machismo, o la organización feudal de esas sociedad. Todas poseían un encanto espiritual que en nuestro país no se encontraban ni por asomo.En el fondo el esnobismo del "nuevo rico" te carcomía por dentro y no te interesaba conocer la realidad de esos lugares y de las personas que en ellas vivían.
Pero todo se puede resumir en una palabra: superficialidad. Lo superficial se puso de moda y molaba ser superficial. Pero algunos nos negamos a ser superficiales y decidimos seguir pensando por nosotros mismos, construyendo convicciones basadas en la justicia. Sí, querido progresista, yo soy uno de esos rojos que sigo pensando en la justicia, en el reparto de la riqueza y en el bienestar de todos los seres humanos que poblamos este planeta, conservándolo todo lo posible. La diferencia entre tú y yo es que el que suscribe no ha tenido que variar el mensaje o, tal vez, que yo, a diferencia de ti, no me he quedado desolado viendo hacia donde me han conducido mis proclamas vacías.
No, yo no quiero ser amigo de mis hijos o de mis alumnos, sólo quiero ganarme su confianza (que ese es mi trabajo), porque sé que mi responsabilidad no es ser guay. Mi responsabilidad consiste en que las personas que de mi dependen sean mejores que yo y que construyan un mundo mejor que aquel que recibieron.
Querido progresista, espero no haberte lastimado emocionalmente con estas torpes palabras. Si lo he hecho reconozco que me da igual, pero, a cambio, me he quedado muy a gusto.
Un saludo.
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