"Toma un hombre mortal
y ponlo al control,
viendo como se convierte en un dios,
viendo las cabezas rodar (...)
Como el flautista de Hamelín
guía las ratas por la calle,
balanceándose como marionetas,
bajo la sinfonía de la destrucción"
Symphony of destruction, Megadeth
Contemplo la marcha de mujeres contra Trump y me acuerdo de Martin Luther King. Sin embargo, no me viene a la memoria por lo que se pudiese suponer, si no por su giro postrero en favor de la lucha contra la pobreza y los derechos de todas las personas, sin importar el color de su piel. Esta parte de su vida resulta poco conocida; tal vez porque no interese difundir que un Premio Nobel de la Paz, apóstol de la no violencia, acabó luchando contra la pobreza, germen de toda discriminación. Si mira en su entorno, resulta más que posible observar que quienes muestran conductas de rechazo ante un inmigrante de origen magrebí, por ejemplo, pierden el culo, arrastrándose hasta la humillación, ante un jeque forrado de petrodólares.
Me acordaba del pastor, asesinado en aquella época de EE.UU. que tanto se asesinaba a gente relevante, porque supo comprender algo que parece no comprender mucha gente: la solución a lo que está pasando pasa por una concienciación y una organización postrera, para luchar contra las embestidas del neoliberalismo. El neoliberalismo ha hecho buenos los pronósticos que Marx hizo en su obra El capital:
La búsqueda de beneficios y productividad de las empresas las llevaría a necesitar cada vez menos trabajadores, creando un "ejército industrial de reserva" de pobres y desempleados. "La acumulación de riqueza en un polo es, por tanto, al mismo tiempo acumulación de miseria en el otro".
El lector se puede preguntar qué relación tiene esto que he escrito, con las marchas contra Trump. Todo. Aunque pueda no parecerlo. Veamos.
La elección de Donald Trump como presidente de EE.UU. es un síntoma de algo que no sólo ocurre en ese país. El fin de semana pasado tuvo lugar una reunión en Alemania de los líderes de los partidos de extrema derecha europeo con más posibilidades de gobernar, o acercarse bastante al sillón presidencial, en sus respectivos países. Focalizar la atención, de manera exclusiva, en el millonario estadounidense no supone más que una falta de perspectiva global del problema y, como consecuencia, un problema para encontrar una solución al más que preocupante asunto. Se trata de un problema radicado en los países occidentales, como consecuencia de la avaricia de unos pocos, y sus adláteres, Adláteres entre los que se encuentran muchos de los que critican la llegada al poder de Trump. Ente los adláteres encontramos: periodistas, "pensadores", políticos, sindicalistas... que no han plantado cara a la herejía amoral que suponía la cada vez mayor acumulación de capital en menos manos. Entre todos estos personajes existían dos tendencias: los que no ocultaban su ideología y, los peores, los que pretendían hacer ver a los ciudadanos que se situaban a un lado de la trinchera, pero, en realidad, eran unos voceros más del sistema neoliberal. Entre estos últimos encontramos a los sindicatos, los partidos que se apellidaban socialistas, los medios de comunicación que se tildan progresistas (en España podemos encontrar, entre otros: la SER, El País, eldiario.es, - su relación con Soros es algo más que casualidad-, La Sexta...). Todos los que decían representar el interés de los trabajadores y que se han limitado a transigir con el modelo neoliberal. Sin embargo, estos personajes optaron por hacer creer al personal que luchaban por los ciudadanos, adoptando, cuando no creándolas, diferentes causas, (piense el lector en los diferentes colectivos que andan danzando por ahí exigiendo sus derechos, o los de sus mascotas), para evitar así hacer frente a la situación económica que asolaba a lo que se denomina la clase media. De esta manera, evitaban enfrentarse a los poderes económicos, que han dado el visto bueno para que ellos medren y hacían creer a los ciudadanos que seguían en una lucha sin cuartel por mejorar su calidad de vida.
Resulta evidente, que una buena parte de esos luchadores por las libertades son personas con un poder adquisitivo medio/alto, que tienen poco que perder, al contrario, en su lucha. Sin embargo, los que han perdido su trabajo, su casa, su vida no tienen la capacidad de exponer sus problemas. Como mucho, de vez en cuando, algún programa de televisión utiliza a alguna de estas personas para ganar audiencia y, de paso, recordar al telespectador que hay gente que se encuentra en peor situación (él, al menos, tiene casa y una televisión para ver las desgracias de otros).
La ruptura definitiva con un sistema, creado durante la 2ª Guerra Mundial por Franklin Delano Roosevelt, que Winston Churchil aceptó porque no le quedaba otra, en Bretton Woods, se produjo tras la caída del Muro de Berlín y la imposición de las tesis neoliberales, que Reagan y Theatcher impulsaron (en realidad se habían experimentado en América Latina, con consecuencias nefastas, excepto en Chile, donde obvian decir que el negocio del cobre, nacionalizado, ayudó sobremanera. Sobre ello escribí en una entrada anterior). Desde esa época, años 80, hasta nuestros días se ha ido produciendo un proceso de desregulación (falta de control de los estados, en beneficio del gran capital), que ha contribuido a crear la estafa, ellos lo llaman crisis, que estalló en 2007.
Como he escrito antes, los mecanismos de defensa de los trabajadores ante esta agresión no existían y, por lógica, se debían buscar formas de hace frente a una situación lacerante para muchos ciudadanos.
Por desgracia, los años treinta del siglo pasado quedan muy lejos y poca gente recuerda que una crisis, muy similar a la actual, trajo aparejada la aparición de los fascismos y su llegada al poder (el fascismo en Italia llego al poder antes, en 1922, debido a unas causas un poco distintas a las que refiero). Aunque tal vez debería concretar más, unas condiciones parecidas a las actuales izaron al poder en la República de Weimar a un tal Adolf Hitler. Muchos ciudadanos, buscando respuestas a su problemática, han encontrado en el sentimiento de identidad nacional, en la capacidad de mejorar ayudados por los de tu mismo país, en el repudio al que viene de fuera (sin dinero, eso sí) la forma de abordar una problemática generada por eso que se llama globalización, que no es otra cosa que la imposición de los derechos del gran capital sobre el ciudadano.
La solución, desde mi punto de vista, no es la correcta, pero: ¿qué otra solución da el sistema? ¿Los dictámenes de los "expertos" burócratas económicos de la Unión Europa (auténticos incapaces que están ahí, de manera nada democrática, por ser los siervos de su amo)?, ¿Los gurús de Wall Street, de los que, no olvidemos, se rodeó Barack Obama?
No, el sistema sólo atisba soluciones parciales, que las élites económicas y sus cómplices políticos, se encargan de cercenar. Véase el ejemplo de Bernie Sanders en EE.UU. Aunque Sanders sólo hubiese supuesto un pequeño parche en un gran reventón, que seguiría perdiendo aire. Se necesita cambiar la rueda.
Analicemos otro tipo de soluciones como la de salir a la calle en una macromanifestación, o en muchas, para defender los derechos de la mujer. Uno, que participó en manifestaciones del 15 M en varias ciudades, pudo comprobar que cuando alguien llega al poder, controlando todos los resortes del mismo, se pasa por el forro de la entrepierna los gritos, los carteles y las eslóganes. Es más, puede ocurrir, como en el caso de España, que esa indignación se canalice en un partido que, mucho antes de llegar al poder, si llega, ya ha entrado en la rueda y lo único que hará serán esos cambios estéticos, que en poco cambian el fondo de la cuestión.
Me resulta curioso como medios en nuestro país medios de derecha y medios progres coinciden en ensalzar las manifestaciones anti Trump. Me resulta curioso porque, cuando al final se quitan la careta, unos y otros son la misma cosa. Sólo les diferencia el tipo de maquillaje que llevan. ¿Sabe el lector a cuántos hispanos ha deportado Obama durante sus dos mandatos? A unos tres millones, siendo el presidente que más expatriaciones ha realizado en los últimos treinta años. Es posible que la prensa patria haya publicado la cifra en algún momento. Si ha sido así, no he encontrado la reseña. Siento mi torpeza.
Uno recuerda que, esos mismos medios, se llevaban las manos a la cabeza con el resultado del Bréxit, pero no acertaban a comprender que, lo que antes de la estafa del 2007 era impensable (no había que realizar grandes cambios, porque el nivel de vida de los votantes era bueno o aceptable) en 2016 era una realidad. Si ellos (los políticos) no cambian, lo harán los ciudadanos, buscando una mejora en sus condiciones de vida. Condiciones de vida que habían tenido de manera previa y que perdieron sin que ellos fueran los causantes de ello.
Hasta aquí un análisis de la situación. A partir de aquí llega lo complicado: dar soluciones.
La primera, y fundamental, es intentar unir a todos aquellos que tenemos un interés común. No hay mujeres y hombres, no hay distinción de credos (en este país, existen cristianos luchando por los que peores condiciones de vida tienen, denunciando esa situación, pero los progres, muy anticlericales ellos, obvian esa situación. Tal vez deberían, por ejemplo, conocer lo que se hace en las iglesias de barrio o saber que una guerrilla como el ELN colombiano, de tendencia marxista, ha estado, y está, fundamentada en la Teología de la Liberación, desde que el cura Restrepo se enroló en sus filas). No existen distinción de tendencias sexuales, ni de edades. No hay distinción por procedencia. No existen países, ni fronteras. Todo eso no debe importar. Sólo se debe buscar reparar el daño que los neoliberales y sus cómplices nos han hecho, uniendo a todo aquel que, de una u otra manera quiera acabar con la criminal avaricia de unos pocos.
Para continuar se deben establecer unas reglas del juego claras, y muy duras, para los tramposos. Espero que algún liberal esgrima sus argumentos, pero, por favor, que no sea el profesor universitario, que participa en un programa de radio matutino (ése que culpa de todo a los impuestos) y defiende que Rusia y la OPEP pacten sobre la cuota de producción de petróleo, para que suban los precios del mismo (ese es el nivel de los liberales y de parte de la universidad de este país). Cuestiones tan de moda como el fraude fiscal debe ser perseguido, no sólo con la cárcel de quién lo comete y del profesional del Derecho o de la Economía que lo facilita, sino también con la confiscación de todo el dinero defraudado. Digo confiscación, porque quien no vulnera la ley a sabiendas, en beneficio propio, o de terceros para los que trabaja, contribuyendo a empobrecer a sus conciudadanos, debe contemplar como sus actos conllevan una respuesta fuerte y proporcionada a su acción. Los medios neoliberales venden este tipo de fraude como una especie de juego, donde el rico intenta ahorrarse unos eurillos, ante un ente llamado administración, voraz y caprichosa. La cosa es bien distinta: quién tiene mucho, intenta no compartir lo que tiene con sus conciudadanos que, aceptando las reglas del juego que han convertido en rico al defraudador, se ven perjudicados, pues ese dinero que no llega a las arcas de las administraciones no revierte en servicios para esos ciudadanos que sí aceptan las reglas. Si el defraudador no quiere aceptar las reglas que no le convienen, lo apropiado es que los poderes públicos reviertan, con toda la contundencia posible, esta situación.
Por otra parte, no cabe duda alguna que el régimen de oligopolio en que actúan ciertas empresas, véase las eléctricas, las petroleros, incluso las empresas productoras de gel, con la finalidad de alterar el precio de los productos que ofrecen, deberían estar castigado tanto con penas de cárcel, que en cualquier caso implicaran la entrada en prisión de los presidentes de las empresas, así como de otros cargos responsables de dicho fraude, incluidos todos los miembros del consejo de administración, (para ello las condenas no deberían ser de menos de dos años y un día, como mínimo), así como una multa que supondría un tercio, al menos, de las ganancias del ejercicio anterior, si las hubiere. De repetirse dicha conducta, además de las penas de prisión, la sanción supondría el 100% de las ganancias declaradas durante el ejercicio anterior.
En otras palabras, castigar al tramposo, que se aprovecha de su posición de fuerza de tal manera que las consecuencias de sus actos no sólo le acarrearían prisión, también contribuirían a acabar con su carrera profesional, pues el quebranto ocasionado por la sanción a la empresa no dejaría en muy buen lugar al directivo.
Pero además se deben dar soluciones a los ciudadanos, no sólo hablar y hablar, como hacen los políticos actuales. Se debe romper el corsé, para hacer uno nuevo a medida de quienes lo están demandando. Sí las opciones de extrema derecha lo rompen, por el lado más débil, las opciones de izquierda, no esa izquierda o progresía que se autodenomina izquierda, debe plantear una ruptura con los estúpidos, y criminales, dogmas neoliberales.
La idea que Podemos defendía en su primer programa electoral: los sueldos máximos no deben superar en un porcentaje, por ejemplo 10 veces al sueldo menor de la empresa, contribuiría a paliar el ansia de dinero rápido de ciertos profesionales. Para evitar que dichos directivos cobren más dinero por la puerta de atrás, parece razonable que se limiten los bonus que reciben, por ejemplo a un 15% del salario y siempre, después de un período mínimo de tres años en la empresa, ligando dichos bonus a una gestión consecuente durante ese tiempo.
Intuyo que para cierta gente lo que está leyendo supone algo así como volver a la época soviética. Tal vez. Pero la situación de depauperación galopante a la que se está sometiendo a decenas de millones de personas en todo le mundo requiere medidas drásticas.
Por supuesto, la nacionalización de todos los recursos indispensables para que los ciudadanos vivan con dignidad: electridad, agua, Sanidad, Educación, banca... resulta indispensable. No se trata de tener el monopolio de dichos servicios.El objetivo es proporcionar a los ciudadanos un mínimo indispensable para vivir con dignidad. En eso parece que Podemos no está tan de acuerdo, pidiendo "responsabilidad" a las empresas, que, por otra parte, tienen como meta ganar dinero, cuanto más mejor. La "responsabilidad" se la ha de pedir a las administraciones, a los estados y a sus gobiernos.
Tal vez alguien pueda decir que las empresas privadas no puedan competir contra lo público, puede ser. No parece una idea descabellada controlar, por parte de los poderes públicos, los medios de producción y la distribución de los recursos indispensables a los ciudadanos. Contrariamente a lo que los neoliberales propugnan lo público no tiene porque ser más caro e ineficiente. Tómese como ejemplo la Sanidad. La Sanidad española, pública, resulta más barata y eficiente que la estadounidense (a pesar de todos los empeños de P.P. y P.S.O.E. por destrozarla), pudiéndose observar los resultados del funcionamiento de una y otra en la esperanza de vida de ambos países.
Es posible que el nicho de la empresa privada sea otro y pueden hacer negocio en ese lugar. O a lo mejor, pueden competir en determinados sectores, por ejemplo la banca, con lo público y en otros no. Pero lo que está claro es que lo primero es asegurar la vida a todos, o a la gran mayoría de los ciudadanos. La Economía debe estar al servicio del ciudadano, y no al revés.
Seguro que algún "experto" hablará de la fuga de capitales, de pérdida de puestos de trabajo y esas monsergas. Cuando ocurre esto a uno le viene a la mente esa campaña que hizo la hostelería patria cuando se promulgó una ley por la que se prohibía fumar en bares y restaurantes. Según la patronal del sector se iban a perder decenas de miles de puestos de trabajo. ¿Qué ocurrió? Nada. Pero digo más, miremos a los EE.UU. de Trump: no produces en mi país, te frío a impuestos, favoreciendo a quien genera riqueza en él. Ahora la cosa es al revés: administraciones, sindicatos, medios de comunicación, bailan el agua, y dan dinero público a espuertas, a las empresas que se instalan en un determinado lugar, generalmente a las grandes empresas, que, ¡oh sorpresa!, generan en torno al 25% de los puestos de trabajo del país (antes de la estafa/crisis el porcentaje se situaba en torno al 20%, pero el cierre de pequeñas y medianas cambió estos parámetros. Lo que, en cierta medida, demuestra que la gran empresa ha salido victoriosa de esta situación.).
Parece también pertinente limitar el tamaño de las grandes empresas, en especial de bancos y entidades financieras de todo tipo. Uno de los problemas fundamentales de la situación que vivimos es el tamaño de las empresas dedicadas a gestionar el dinero. El gran tamaño de alguna de ellas, junto con los amaños contables, provoca que su quiebra, arrastre a otro gran número de entidades, relacionadas con ellas, cuyos capitales, inversiones, etc. dependen, de una otra forma, de la entidad en quiebra, produciéndose un efecto dominó. Como se ha demostrado, "dejar caer" (en realidad se trata de que las empresas quiebran por mala gestión) a grandes corporaciones pueden "quebrar" el sistema (el sistema está en quiebra, lo que están haciendo es parchear), arrastrando a diferentes sectores, en especial a los sectores productivos de verdad. Sin embargo, la realidad resulta otra y, a día de hoy, se siguen fusionando bancos, grandes empresas, conformado un conglomerado de pocas e inmensas corporaciones, que, en teoría, no pueden dejarse quebrar, porque colapsaría todo el sistema.
La prohibición de empresas, sobre todo financieras, a partir de un determinado tamaño (con un tope de capital gestionable), ayudaría a dos cosas: a que la mala gestión se castigase con la quiebra, beneficiando a los buenos gestores, y dos, a que hubiese una competencia real, no un régimen opaco, basado en el chantaje a los gobiernos y en el oligopio.
Aunque aún quedan bastantes cosas en el tintero, la entrada resulta ya muy larga y no parece acertado seguir torturando al amable lector.
Un saludo.
El lector se puede preguntar qué relación tiene esto que he escrito, con las marchas contra Trump. Todo. Aunque pueda no parecerlo. Veamos.
La elección de Donald Trump como presidente de EE.UU. es un síntoma de algo que no sólo ocurre en ese país. El fin de semana pasado tuvo lugar una reunión en Alemania de los líderes de los partidos de extrema derecha europeo con más posibilidades de gobernar, o acercarse bastante al sillón presidencial, en sus respectivos países. Focalizar la atención, de manera exclusiva, en el millonario estadounidense no supone más que una falta de perspectiva global del problema y, como consecuencia, un problema para encontrar una solución al más que preocupante asunto. Se trata de un problema radicado en los países occidentales, como consecuencia de la avaricia de unos pocos, y sus adláteres, Adláteres entre los que se encuentran muchos de los que critican la llegada al poder de Trump. Ente los adláteres encontramos: periodistas, "pensadores", políticos, sindicalistas... que no han plantado cara a la herejía amoral que suponía la cada vez mayor acumulación de capital en menos manos. Entre todos estos personajes existían dos tendencias: los que no ocultaban su ideología y, los peores, los que pretendían hacer ver a los ciudadanos que se situaban a un lado de la trinchera, pero, en realidad, eran unos voceros más del sistema neoliberal. Entre estos últimos encontramos a los sindicatos, los partidos que se apellidaban socialistas, los medios de comunicación que se tildan progresistas (en España podemos encontrar, entre otros: la SER, El País, eldiario.es, - su relación con Soros es algo más que casualidad-, La Sexta...). Todos los que decían representar el interés de los trabajadores y que se han limitado a transigir con el modelo neoliberal. Sin embargo, estos personajes optaron por hacer creer al personal que luchaban por los ciudadanos, adoptando, cuando no creándolas, diferentes causas, (piense el lector en los diferentes colectivos que andan danzando por ahí exigiendo sus derechos, o los de sus mascotas), para evitar así hacer frente a la situación económica que asolaba a lo que se denomina la clase media. De esta manera, evitaban enfrentarse a los poderes económicos, que han dado el visto bueno para que ellos medren y hacían creer a los ciudadanos que seguían en una lucha sin cuartel por mejorar su calidad de vida.
Resulta evidente, que una buena parte de esos luchadores por las libertades son personas con un poder adquisitivo medio/alto, que tienen poco que perder, al contrario, en su lucha. Sin embargo, los que han perdido su trabajo, su casa, su vida no tienen la capacidad de exponer sus problemas. Como mucho, de vez en cuando, algún programa de televisión utiliza a alguna de estas personas para ganar audiencia y, de paso, recordar al telespectador que hay gente que se encuentra en peor situación (él, al menos, tiene casa y una televisión para ver las desgracias de otros).
La ruptura definitiva con un sistema, creado durante la 2ª Guerra Mundial por Franklin Delano Roosevelt, que Winston Churchil aceptó porque no le quedaba otra, en Bretton Woods, se produjo tras la caída del Muro de Berlín y la imposición de las tesis neoliberales, que Reagan y Theatcher impulsaron (en realidad se habían experimentado en América Latina, con consecuencias nefastas, excepto en Chile, donde obvian decir que el negocio del cobre, nacionalizado, ayudó sobremanera. Sobre ello escribí en una entrada anterior). Desde esa época, años 80, hasta nuestros días se ha ido produciendo un proceso de desregulación (falta de control de los estados, en beneficio del gran capital), que ha contribuido a crear la estafa, ellos lo llaman crisis, que estalló en 2007.
Como he escrito antes, los mecanismos de defensa de los trabajadores ante esta agresión no existían y, por lógica, se debían buscar formas de hace frente a una situación lacerante para muchos ciudadanos.
Por desgracia, los años treinta del siglo pasado quedan muy lejos y poca gente recuerda que una crisis, muy similar a la actual, trajo aparejada la aparición de los fascismos y su llegada al poder (el fascismo en Italia llego al poder antes, en 1922, debido a unas causas un poco distintas a las que refiero). Aunque tal vez debería concretar más, unas condiciones parecidas a las actuales izaron al poder en la República de Weimar a un tal Adolf Hitler. Muchos ciudadanos, buscando respuestas a su problemática, han encontrado en el sentimiento de identidad nacional, en la capacidad de mejorar ayudados por los de tu mismo país, en el repudio al que viene de fuera (sin dinero, eso sí) la forma de abordar una problemática generada por eso que se llama globalización, que no es otra cosa que la imposición de los derechos del gran capital sobre el ciudadano.
La solución, desde mi punto de vista, no es la correcta, pero: ¿qué otra solución da el sistema? ¿Los dictámenes de los "expertos" burócratas económicos de la Unión Europa (auténticos incapaces que están ahí, de manera nada democrática, por ser los siervos de su amo)?, ¿Los gurús de Wall Street, de los que, no olvidemos, se rodeó Barack Obama?
No, el sistema sólo atisba soluciones parciales, que las élites económicas y sus cómplices políticos, se encargan de cercenar. Véase el ejemplo de Bernie Sanders en EE.UU. Aunque Sanders sólo hubiese supuesto un pequeño parche en un gran reventón, que seguiría perdiendo aire. Se necesita cambiar la rueda.
Analicemos otro tipo de soluciones como la de salir a la calle en una macromanifestación, o en muchas, para defender los derechos de la mujer. Uno, que participó en manifestaciones del 15 M en varias ciudades, pudo comprobar que cuando alguien llega al poder, controlando todos los resortes del mismo, se pasa por el forro de la entrepierna los gritos, los carteles y las eslóganes. Es más, puede ocurrir, como en el caso de España, que esa indignación se canalice en un partido que, mucho antes de llegar al poder, si llega, ya ha entrado en la rueda y lo único que hará serán esos cambios estéticos, que en poco cambian el fondo de la cuestión.
Me resulta curioso como medios en nuestro país medios de derecha y medios progres coinciden en ensalzar las manifestaciones anti Trump. Me resulta curioso porque, cuando al final se quitan la careta, unos y otros son la misma cosa. Sólo les diferencia el tipo de maquillaje que llevan. ¿Sabe el lector a cuántos hispanos ha deportado Obama durante sus dos mandatos? A unos tres millones, siendo el presidente que más expatriaciones ha realizado en los últimos treinta años. Es posible que la prensa patria haya publicado la cifra en algún momento. Si ha sido así, no he encontrado la reseña. Siento mi torpeza.
Uno recuerda que, esos mismos medios, se llevaban las manos a la cabeza con el resultado del Bréxit, pero no acertaban a comprender que, lo que antes de la estafa del 2007 era impensable (no había que realizar grandes cambios, porque el nivel de vida de los votantes era bueno o aceptable) en 2016 era una realidad. Si ellos (los políticos) no cambian, lo harán los ciudadanos, buscando una mejora en sus condiciones de vida. Condiciones de vida que habían tenido de manera previa y que perdieron sin que ellos fueran los causantes de ello.
Hasta aquí un análisis de la situación. A partir de aquí llega lo complicado: dar soluciones.
La primera, y fundamental, es intentar unir a todos aquellos que tenemos un interés común. No hay mujeres y hombres, no hay distinción de credos (en este país, existen cristianos luchando por los que peores condiciones de vida tienen, denunciando esa situación, pero los progres, muy anticlericales ellos, obvian esa situación. Tal vez deberían, por ejemplo, conocer lo que se hace en las iglesias de barrio o saber que una guerrilla como el ELN colombiano, de tendencia marxista, ha estado, y está, fundamentada en la Teología de la Liberación, desde que el cura Restrepo se enroló en sus filas). No existen distinción de tendencias sexuales, ni de edades. No hay distinción por procedencia. No existen países, ni fronteras. Todo eso no debe importar. Sólo se debe buscar reparar el daño que los neoliberales y sus cómplices nos han hecho, uniendo a todo aquel que, de una u otra manera quiera acabar con la criminal avaricia de unos pocos.
Para continuar se deben establecer unas reglas del juego claras, y muy duras, para los tramposos. Espero que algún liberal esgrima sus argumentos, pero, por favor, que no sea el profesor universitario, que participa en un programa de radio matutino (ése que culpa de todo a los impuestos) y defiende que Rusia y la OPEP pacten sobre la cuota de producción de petróleo, para que suban los precios del mismo (ese es el nivel de los liberales y de parte de la universidad de este país). Cuestiones tan de moda como el fraude fiscal debe ser perseguido, no sólo con la cárcel de quién lo comete y del profesional del Derecho o de la Economía que lo facilita, sino también con la confiscación de todo el dinero defraudado. Digo confiscación, porque quien no vulnera la ley a sabiendas, en beneficio propio, o de terceros para los que trabaja, contribuyendo a empobrecer a sus conciudadanos, debe contemplar como sus actos conllevan una respuesta fuerte y proporcionada a su acción. Los medios neoliberales venden este tipo de fraude como una especie de juego, donde el rico intenta ahorrarse unos eurillos, ante un ente llamado administración, voraz y caprichosa. La cosa es bien distinta: quién tiene mucho, intenta no compartir lo que tiene con sus conciudadanos que, aceptando las reglas del juego que han convertido en rico al defraudador, se ven perjudicados, pues ese dinero que no llega a las arcas de las administraciones no revierte en servicios para esos ciudadanos que sí aceptan las reglas. Si el defraudador no quiere aceptar las reglas que no le convienen, lo apropiado es que los poderes públicos reviertan, con toda la contundencia posible, esta situación.
Por otra parte, no cabe duda alguna que el régimen de oligopolio en que actúan ciertas empresas, véase las eléctricas, las petroleros, incluso las empresas productoras de gel, con la finalidad de alterar el precio de los productos que ofrecen, deberían estar castigado tanto con penas de cárcel, que en cualquier caso implicaran la entrada en prisión de los presidentes de las empresas, así como de otros cargos responsables de dicho fraude, incluidos todos los miembros del consejo de administración, (para ello las condenas no deberían ser de menos de dos años y un día, como mínimo), así como una multa que supondría un tercio, al menos, de las ganancias del ejercicio anterior, si las hubiere. De repetirse dicha conducta, además de las penas de prisión, la sanción supondría el 100% de las ganancias declaradas durante el ejercicio anterior.
En otras palabras, castigar al tramposo, que se aprovecha de su posición de fuerza de tal manera que las consecuencias de sus actos no sólo le acarrearían prisión, también contribuirían a acabar con su carrera profesional, pues el quebranto ocasionado por la sanción a la empresa no dejaría en muy buen lugar al directivo.
Pero además se deben dar soluciones a los ciudadanos, no sólo hablar y hablar, como hacen los políticos actuales. Se debe romper el corsé, para hacer uno nuevo a medida de quienes lo están demandando. Sí las opciones de extrema derecha lo rompen, por el lado más débil, las opciones de izquierda, no esa izquierda o progresía que se autodenomina izquierda, debe plantear una ruptura con los estúpidos, y criminales, dogmas neoliberales.
La idea que Podemos defendía en su primer programa electoral: los sueldos máximos no deben superar en un porcentaje, por ejemplo 10 veces al sueldo menor de la empresa, contribuiría a paliar el ansia de dinero rápido de ciertos profesionales. Para evitar que dichos directivos cobren más dinero por la puerta de atrás, parece razonable que se limiten los bonus que reciben, por ejemplo a un 15% del salario y siempre, después de un período mínimo de tres años en la empresa, ligando dichos bonus a una gestión consecuente durante ese tiempo.
Intuyo que para cierta gente lo que está leyendo supone algo así como volver a la época soviética. Tal vez. Pero la situación de depauperación galopante a la que se está sometiendo a decenas de millones de personas en todo le mundo requiere medidas drásticas.
Por supuesto, la nacionalización de todos los recursos indispensables para que los ciudadanos vivan con dignidad: electridad, agua, Sanidad, Educación, banca... resulta indispensable. No se trata de tener el monopolio de dichos servicios.El objetivo es proporcionar a los ciudadanos un mínimo indispensable para vivir con dignidad. En eso parece que Podemos no está tan de acuerdo, pidiendo "responsabilidad" a las empresas, que, por otra parte, tienen como meta ganar dinero, cuanto más mejor. La "responsabilidad" se la ha de pedir a las administraciones, a los estados y a sus gobiernos.
Tal vez alguien pueda decir que las empresas privadas no puedan competir contra lo público, puede ser. No parece una idea descabellada controlar, por parte de los poderes públicos, los medios de producción y la distribución de los recursos indispensables a los ciudadanos. Contrariamente a lo que los neoliberales propugnan lo público no tiene porque ser más caro e ineficiente. Tómese como ejemplo la Sanidad. La Sanidad española, pública, resulta más barata y eficiente que la estadounidense (a pesar de todos los empeños de P.P. y P.S.O.E. por destrozarla), pudiéndose observar los resultados del funcionamiento de una y otra en la esperanza de vida de ambos países.
Es posible que el nicho de la empresa privada sea otro y pueden hacer negocio en ese lugar. O a lo mejor, pueden competir en determinados sectores, por ejemplo la banca, con lo público y en otros no. Pero lo que está claro es que lo primero es asegurar la vida a todos, o a la gran mayoría de los ciudadanos. La Economía debe estar al servicio del ciudadano, y no al revés.
Seguro que algún "experto" hablará de la fuga de capitales, de pérdida de puestos de trabajo y esas monsergas. Cuando ocurre esto a uno le viene a la mente esa campaña que hizo la hostelería patria cuando se promulgó una ley por la que se prohibía fumar en bares y restaurantes. Según la patronal del sector se iban a perder decenas de miles de puestos de trabajo. ¿Qué ocurrió? Nada. Pero digo más, miremos a los EE.UU. de Trump: no produces en mi país, te frío a impuestos, favoreciendo a quien genera riqueza en él. Ahora la cosa es al revés: administraciones, sindicatos, medios de comunicación, bailan el agua, y dan dinero público a espuertas, a las empresas que se instalan en un determinado lugar, generalmente a las grandes empresas, que, ¡oh sorpresa!, generan en torno al 25% de los puestos de trabajo del país (antes de la estafa/crisis el porcentaje se situaba en torno al 20%, pero el cierre de pequeñas y medianas cambió estos parámetros. Lo que, en cierta medida, demuestra que la gran empresa ha salido victoriosa de esta situación.).
Parece también pertinente limitar el tamaño de las grandes empresas, en especial de bancos y entidades financieras de todo tipo. Uno de los problemas fundamentales de la situación que vivimos es el tamaño de las empresas dedicadas a gestionar el dinero. El gran tamaño de alguna de ellas, junto con los amaños contables, provoca que su quiebra, arrastre a otro gran número de entidades, relacionadas con ellas, cuyos capitales, inversiones, etc. dependen, de una otra forma, de la entidad en quiebra, produciéndose un efecto dominó. Como se ha demostrado, "dejar caer" (en realidad se trata de que las empresas quiebran por mala gestión) a grandes corporaciones pueden "quebrar" el sistema (el sistema está en quiebra, lo que están haciendo es parchear), arrastrando a diferentes sectores, en especial a los sectores productivos de verdad. Sin embargo, la realidad resulta otra y, a día de hoy, se siguen fusionando bancos, grandes empresas, conformado un conglomerado de pocas e inmensas corporaciones, que, en teoría, no pueden dejarse quebrar, porque colapsaría todo el sistema.
La prohibición de empresas, sobre todo financieras, a partir de un determinado tamaño (con un tope de capital gestionable), ayudaría a dos cosas: a que la mala gestión se castigase con la quiebra, beneficiando a los buenos gestores, y dos, a que hubiese una competencia real, no un régimen opaco, basado en el chantaje a los gobiernos y en el oligopio.
Aunque aún quedan bastantes cosas en el tintero, la entrada resulta ya muy larga y no parece acertado seguir torturando al amable lector.
Un saludo.
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