viernes, 13 de enero de 2017

PERSONAS

Estas pasadas vacaciones navideñas se han convertido, en cierta forma, en un tiempo de reencuentro. Reencuentro con personas; reencuentro con formas de quedar; reencuentro, en cierta forma, con uno mismo... Como no podía ser de otra manera, estas situaciones han conllevado reflexiones sobre el paso del tiempo, poco importantes, lo trascendente es lo que nos resta por vivir, y pensamientos sobre la deriva de la existencias de personas que, de manera más o menos directa, formaron parte de tu vida en tiempos pasados. Este segundo aspecto, cómo han evolucionado los sujetos que han compartido parte de mi vida, me ha parecido fascinante. Por ello voy a dedicar esta entrada, lo más corta posible, a este asunto: las diferentes formas de vivir.
Reconozco que, por encima de todos los demás, ha habido un caso que me ha llamado la atención: el de un hombre al que he visto demacrado, tanto en lo físico como en lo mental. Un tipo que creo no pasaba desapercibido por su físico, despuntando en el aspecto positivo, se asemejaba más a un adicto a la heroína que al tipo que yo recordaba. Unido a eso, el discurso que le acompañaba carecía de todo fundamento. En un principio creí que la causa de este cambio se debía a la citada droga. Nada más lejos de la realidad. Según me explicaron todo el proceso de degeneración, incluido el mental, comenzó con la separación de su mujer. Desconozco si su mujer decidió romper su matrimonio porque él ya presentaba algún síntoma o si, en realidad, como me contaron, la ruptura fue el desencadenante del deterioro. De ser esto último, la cuestión da mucho que pensar. Sea como fuere, la enfermedad mental habita entre nosotros, aunque nos cueste reconocerlo, y, aunque no se suela hablar de ello, las patologías mentales (en especial cierto tipo de ellos) conllevan marginación social y, si no cuentan con los apoyos necesarios, miseria económica y vital.
Ese mismo día me reencontré con alguien que había ido conmigo al colegio. Tras las pertinentes cervezas de rigor, me habló de como había discurrido parte de su vida, en la que el uso de heroína y cocaína habían marcado sus días. Salió de la historia, o tuvo la lucidez de no adentrarse más allá de aquel lugar donde el retorno resulta harto complicado, y me contaba algo archisabido: cuando vives en ese mundo, tus amigos te duran lo que dura tu dinero y tu droga. Lo curioso del asunto es que ese aspecto fue el que le sirvió a él para saber que no andaba por los derroteros adecuados.
Por supuesto, también ha habido tiempo para gente que se mueven en ambientes alejados de la marginalidad: personas que ejercen de jefes, personas asalariadas sin otra aspiración que vivir a su manera, aquí me incluyo yo, personas con trabajo estable y miedo al futuro por otras cuestiones.
 Pero me quiero detener en alguien, buen amigo, que me transmite siempre que hablamos, la idea de provisionalidad vital, de incertidumbre sobre donde está su camino. En el fondo, intuyo, todo se debe a la lucha, soterrada o no, entre el deseo y la realidad; entre la obligación y la devoción.; entre la tierra de acogida y el hogar; entre las circunstancias y poder forjar tu destino.
Desconozco si el lector ha vivido esta sensación, yo sí. En el fondo, creo que, de vez en cuando, me siento en esa encrucijada. No se trata tanto de volver a un lugar determinado por tu infancia, adolescencia o lo que fuere, como volver con la gente que te hace sentir a gusto; esta con la gente que sabes son como tú y han sobrevivido a todo lo demás, que ha sido provisional y accesorio.
Hace poco una amiga (espero que sigas leyendo el blog; un saludo) volvió al hogar. Las circunstancias habían desaparecido y sólo quedó la necesidad de sentirse entre aquellos que, a través de la vida, habían conformado un grupo donde vivir, disfrutar, envejecer y sentirse a gusto. Sí, eso es el hogar.
Por mis circunstancias personales me resulta fácil desligar las dos facetas más importantes de mi vida: la responsabilidad y mi vida propia. Estas vacaciones, como no podía ser de otra manera, también he vivido esta situación. Resulta curioso la facilidad para deslizarse de un lugar a otro. Tal vez, todo se deba a un aprendizaje más. Situar los diferentes roles en su momento adecuado, sin necesidad de complejas transiciones. Cada momento necesita ser sentido y, cuando se tercia, disfrutado sin preocuparse del día después.
La soledad, esa nada entre gente, también ha tenido su rinconcito en estas fechas. Miedo a la enfermedad, a la muerte como consecuencia de ella, a la desvinculación del entorno, a quedarse sin referentes familiares. Temor a construir cada día sin las personas de siempre, sin nadie en casa. Cabe la posibilidad de que, en realidad, se trate de miedo a un presente que lastra todos y cada uno de los pensamientos, amparándose en la excusa de no haber conseguido unas metas que nunca habían de llegar. El miedo a la enfermedad, a la muerte, a la incertidumbre, a la soledad resulta humano, casi tanto como la facultad de elucubrar sobre el futuro, ocupando tiempo del presente que dejamos de vivir por ello.
Un saludo.

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