Uno de los mayores problemas para los jóvenes de nuestra sociedad es independizarse, problema que se agudiza si vives en Cataluña. Pero como este relato no pretende hablar de política, obviaré a partir de este momento la palabra agudiza.
El problema de irse de casa se está cronificando en este país, hasta tal punto que tengo un amigo, el Óscar, que se ha jubilado y aún no ha podido abandonar el hogar paterno. Seguro que el lector piensa que se trata de una exageración o que el Óscar es un jeta. ¡Error! Óscar es un tipo sano: hace deporte, corre como un poseso cuando le dicen que eche una mano en casa, no gasta demasiado en bebida, siempre aprovecha la hora feliz, no se gasta dinero en droga, siempre anda gorroneando maría a los colegas y procura no ir mucho al médico, sólo para que le renueve la baja causada por un malestar generlizado, cuyo origen aún no se ha descubierto.
En resumidas cuentas: Óscar es el hijo que todo padre querría tener... fuera de casa, en otra provincia de otro país, situado en otro continente.
Vale, el caso de mi amigo supone una excepción, pero existe un problema real entre la juventud para conseguir largarse de casa, y eso que los padres ponen todo de su parte para que vivan, experimenten, se realicen y, lo más importante, se vayan a tomar por culo, ¡de una puta vez!, y les dejen echar un polvo a gusto.
Tal vez todo se deba a la existencia del gen tupper. El gen tupper es aquel que, en función de su desarrollo en las personas permite que se independicen de sus tutores más o menos tarde. Cuando el gen tupper apenas se encuentra desarrollado los jóvenes se piran de casa cagando virutas. Por contra, si el papel de dicho es predominante los susodichos no dudarán, si es menester, de ejercer de escultura si, con tal de no moverse de casa. Lo más normal es que en los individuos el gen tupper ejerza una influencia media. ¿Cómo se mide esta influencia? Muy sencillo. Se puede determinar que exite una influencia media, normal, cuando las recién independizados salen los fines de semana de casa de sus padres con tuppers congelados a cascoporro, que les permitirá caliente toda la semana, sin enfrentarse a ese gran enigma que es la vitrocerámica y su funcionamiento.
Un problema grave, real, es el sueldo que reciben, el que lo tiene, los jóvenes por su trabajo, una mierda. Aunque en ese aspecto también se nota una merma en la capacidad de administrarse de las nuevas generaciones, pues antes con mil pesetas, seis euros, teníamos para ir al cine, tomar un par de copas y hacer un curso de submarinismo por correspondencia. Lo dicho, las nuevas generaciones no poseen la capacidad de administrarse que nuestra generación adquirió gracias a la educación que nos dieron nuestros padres, que, ahora que caigo, por lo visto no fuimos capaces de transmitir a nuestros hijos. ¡Putos jóvenes! Podían haber puesto ganas de aprender pusieron cuando les tocó el tema de administrarse. Este país va a la ruina.
Sería injusto cebarse con los jóvenes, pues existen algunos brillantes que han sabido ganarse la vida gracias a su talento, a pesar de encontrarse rodeado por un entorno hostil, donde las posibilidades de desarrollarse eran escasas: Paquirrín, Felipe VI, Enrique Iglesias, Ana Patricia Botín, Pocoyó (que desde muy temprana edad conduce su propio coche y dirige un zoológico donde hay un elefante rosa, pájaros y un perro un poco raro)... Un ejemplo de esfuerzo y pundonor para nuestros jóvenes.
Yo he hablado mucho sobre el problema con diversos expertos y, tras arduas deliberaciones, hemos llegado a una conclusión: el tamaño de las casas resulta un problema insalvable, gracias al cual padres e hijos siguen conviviendo en el mismo hogar. No cabe duda alguna que si las viviendas tuviesen una cuarta parte de la extensión que tienen las actuales, el problema de compartir las cuatro paredes familiares se acabarían: todos los padres jubilados serían redirigidos a residencias de ancianos y los jóvenes buscarían ampliar su espacio vital. Sería como cuando los nazis invadieron Polonia, pero en familia.
- Mira, papá, que yo necesito sitio. Que en la residencia os van a cuidar de puta madre. Que os lo dan todo hecho.
- Hijo, que nosotros nos valemos por nosotros mismos y la casa es nuestra.
- Siempre igual, uno se preocupa por vosotros y me lo pagáis así. ¿Y si un día, de repente, no os podéis valer por vosotros mismo? Pues ya estáis allí. Tiempo ganado que lleváis. ¡Si es que tiene uno que estar en todo!
El resto de la conversación ya se la puede imaginar usted: que si sí; que si no; que si me estáis matando a disgustos; que si eres un cabrón, ¡ponte a currar ya! Que con 45 años has cotizado veintitrés días a la Seguridad Social; que si la culpa es vuestra por hacerme con ese problema de espalda...
No descubro nada nuevo si digo que cuando salgamos de la crisis la situación se arreglará por si misma. Pero este asunto se merece otra entrada o diez programas de Cuarto Milenio. Veremos que es más rápido: Íker Jiménez o yo.
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