domingo, 28 de enero de 2018

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (28-1-2018)

Existen dos cosas, que sigo viendo en los centros, que me generan cierta confusión, por no utilizar, querido diario, otro término más aclaratorio y brusco.
Una de ellas, que me hace sentirme bastante descolocado, son  las filas que los niños hacen, en muchos casos de manera automática, para salir, entrar o participar en tal o cual actividad. Tal vez, aunque sí que realicé el servicio militar, se deba a que siento cierta aversión por la imposición del orden estilo castrense. O, tal vez también, se deba a que la escuela, en mi modesta opinión, sea un lugar donde los niños van a aprender comportamientos lo más normalizados posibles, e ir en filia india a los lugares no parece una idea muy natural. 
Puedo comprender que los más pequeños puedan ir uno detrás de otro, para facilitar la entrada y, sobre todo, la salida, donde el docente se debe asegurar que un adulto les está esperando, pero ver como alumnos de segundo, tercero o cuarto de Educación Primaria hacen, "de manera espontánea", una fila, esperando que llegue el especialista de turno para llevar al grupo al aula de música o al pabellón o, en otros casos, para salir al recreo, no me parece lo más adecuado. 
Se supone que los seres humanos hacemos una fila cuando deseamos acceder a algo y debemos respetar un turno para ello. Además, esta filas se realizan porque entre las personas no existe la suficiente confianza, por lo general ni se conocen, para realizar la cuestión de otra manera. Sin embargo, en el entorno del aula, donde los alumnos conviven todos los días, resulta sorprendente que no sean capaces de aprender que no es necesario hacer una fila para salir del aula y transitar de un lugar a otro. En realidad sí tienen esa capacidad, como otras muchas, pero resulta más cómodo, en algunos casos una tradición, esta forma de organización, que, en ocasiones, suele ir acompañada con el silencio como imposición.
Reconozco que cuando entro a sustituir en algún aula y los alumnos, al concluir la clase, forman fila, de manera automática, bien para salir al recreo, para irse a casa o, como me pasó hace unos días, para esperar a un maestro especialista, lo primero que hago es invitarles a sentarse. Después les explico que no resulta necesario hacer filas, basta con salir de manera tranquila, hablando, sin correr. Lo curioso del asunto es que tras una breve explicación salen de manera ordenada, sin avalanchas de imprevisible resultado ni formar retenciones en la puerta. Es más, por lo general, suelen salir andando sin correr ni sin importarles si fulanito o menganito "se ha colado".
La segunda cuestión que me maravilla ocurre cuando un docente se ausenta del aula y deja a algún alumno "al cuidado" de la misma. Jamás lo he entendido. 
Todos los docentes hemos tenido, y seguiremos teniendo, necesidad de ir al baño o de cualquier otro tipo de necesidad imprevisible, es lo que tiene ser seres humanos. Resulta obvio que, casi nunca, contamos con la posibilidad de que otra persona nos pueda sustituir durante ese breve lapsus de tiempo, y debemos dejar a los alumnos encargados de sí mismos. Lo normal en estos casos, desde mi punto de vista, es dejar a los niños realizando alguna actividad que puedan desempeñar de manera autónoma. Sin embargo, se sigue optando, no lo hace todo el mundo, ni mucho menos, por dejar a un alumno encargado de mantener el orden y chivarse al profe cuando llegue sobre aquellos desalmados que han optado por desafiar la autoridad provisional del compañero en cuestión. Lo que suele ocurrir, en especial en los cursos más bajos de Educación Primaria, es que se establece una lucha por saber si Pedro o María han hecho lo que el que cuida  de la clase cree que han hecho. Desde mi punto de vista un absurdo.
A veces, cuando voy a buscar a algún alumno a una clase y me encuentro con esta situación doy los buenos días y empiezo a hablar, invitando al alumno responsable de la clase a que me "apunte". El cachondeo es generalizado y el desconcierto del cuidador de campeonato. Lo reconozco, no dejo de insistir hasta que me apunta. Incluso, en ocasiones, vuelvo a hablar para que me ponga una o dos cruces, como a fulanito o a menganita. Lo que acaba por hacer reír al único que, en un principio, no había soltado una carcajada ante la ocurrencia.
Pero, caro diario, sin importar mucho mis comportamientos excéntricos, creo interesante reflexionar sobre por qué se hacen filas o se deja a un cuidador provisional. Considero que en ambos casos se debe a lo mismo: obviar la importancia del autocontrol, de la capacidad de autorregularse de los niños. Capacidad que, por otra parte, se enseña y, por supuesto, se aprende porque, como he escrito en este diario en otras ocasiones, los aprendizajes sociales forman parte de aquello que la Escuela debe enseñar.
Tal vez lo más curioso del asunto sea que a todo el mundo se le llena la boca hablando de que los aprendizajes son descontextualizados (lo cual resulta inevitable) y cuando se da la ocasión de que lo que se debe aprender se haga en su contexto natural lo desvirtuamos en nombre de la disciplina, que, tal vez, sea otro tipo de aprendizaje, pero menos efectivo. Menos efectivo porque cuando desaparece la figura de referencia, la disciplina desaparece con ella, como se puede observar cuando el alumno que cuida la clase tiene problemas con sus compañeros. Sin embargo, trabajar la autorregulación conlleva que no se necesita una figura a la que seguir, sino unas pautas claras de actuación, para saberse gestionar de manera autónoma en las distintas situaciones.
Ya sé que nada es tan fácil como parece y que nada es tan chachi piruli como mucha gente lo presenta. Incluso, no hay que olvidar, sería muy hipócrita por mi parte, que pero en el proceso de la autorregulación también existen momentos en los que el alumno puede, y debe, conocer que ciertos actos suyos negativos también conllevan consecuencias negativas. O, lo que es lo mismo, a veces deben aprender del error. Pero, entre hacer notar que se ha hecho algo mal y, si fuese preciso, sancionar por ello, y someter al alumno a unas normas de vigilancia y orden externo para evitar problemas existe un camino largo y, desde mi punto de vista, absurdo.
¡Querido diario!, me gustaría comentarte, cambiando de tema, que me encuentro enfrascado en la lectura de un libro, recomendado por una amiga, excompañera y exjefa (a ver si nos vemos pronto), que me está ayudando a coser ciertas impresiones que tenía sobre esta historia de la Educación, para formar un traje que me ayude a navegar con una cierta base ética y lógica en esta historia de enseñar. Aunque me está costando hincar el diente con asiduidad al libro por motivos que no vienen al caso, su lectura me ha reafirmado en una creencia que no sólo se puede aplicar al mundo de la Educación: existe demasiado esnobismo vacuo, que antepone lo estético a lo esencial, que, en este caso es la instrucción. Nuestra dignidad como docentes no se basa en deslumbrar a nuestros compañeros con las "cosas chulas que hacemos", sino en conseguir que nuestros alumnos aprendan para crecer y formar parte de esta sociedad. Tal vez la autorregulación de la que he hablaba un poco más arriba tenga que ver con esto.
Reflexiono sobre la importancia que en la actualidad se da a innovar, a deslumbrar y a cosas similares y me viene a la memoria como esas ideas tan maravillosas, que van a suponer revoluciones sin cuento en Educación, acaban naufragando en el olvido, sin que nadie pida cuentas por ello. Podría poner unos cuantos ejemplos, pero el que me viene a la cabeza es ese proyecto, que tanto iba a cambiar el mundo y a ciertos países, que pretendía fabricar ordenadores por menos de cien dólares, destinados a países subdesarrollados o en vías de desarrollo. Se vendió como el no va más, pero acabó en un sonado fracaso, del que nadie habla.

http://www.eldiario.es/cultura/tecnologia/OLPC-paises_en_desarrollo_0_461604619.html

Lo fulgurante, por lo general, suele ser eso, un chispazo que deslumbra, pero una vez pasados los segundos, toda esa luz desparece y queda lo que había antes y el día a día.
Veo, querido diario, que he empezado escribiendo de cosas muy concretas y he terminado filosofando sobre el contenido de esta historia que me da de comer. Puede que me haga viejo y me patinen las escasas neuronas que me quedan sanas o, también es posible, que todo forme parte de un mismo conglomerado al que podemos llegar unas veces de manera deductiva y otras de forma inductiva, desde la experiencia diaria. O, lo más seguro, debemos llegar desde los dos lugares, para aportar una mejor comprensión de qué somos y hacemos con nuestros alumnos.
No me enrollo más y dejo alguna cosa para otro día que me apetezca llenarte, querido diario, con palabras sobre este asunto del que tú y yo solemos hablar.

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