jueves, 11 de enero de 2018

LA MODERNIDAD

 "La cultura de la modernidad líquida
ya no tiene un populacho que ilustrar y ennoblecer,
sino clientes que seducir".

Zigmunt Bauman

Uno asiste con deleite a la alegría que ciertos tuiteros muestran ante ciertas noticias venidas allende los mares.


No sólo gente, más o menos conocida, medios de comunicación también muestran su interés por lo que parece ser una nueva de alcance internacional. Como ejemplo, un tuit de un periódico serio.


No sólo eso. Partidos políticos a la vanguardia, siempre luchando por los avances sociales, se hacen eco de tan buena noticia para todos.

Creo que Ana Patricia Botín o Beatriz González agradecerán mucho esa lucha por la igualdad de oportunidades... sobre todo entre ricos y pobres de nacimiento.asas

Pero en esta sociedad de gente sin alma, siempre hay alguien que tiene a bien fastidiar la fiesta y le da por recordar una ley, ni más ni menos que el Estatuto de los Trabajadores, en concreto su artículo 2as8. Como imagino que el lector no se acordará de él en estos momentos, me permito adjuntar un enlace donde puede leer todo el articulado del texto de 1995, posteriormente reformado varias veces:


¡Vaya, somos un país pionerísimo y nadie aquí parecía saberlo! 
¡Hombre! Que no lo sepa un particular tiene un pase, nadie tiene la obligación de ser una biblioteca con patas. El desconocimiento aspor parte de la prensa resulta un asunto muy serio, pero lo del partido político, vanguardia de la vanguardia, clama al cielo, por no decir algo malsonante, pero más apropiado a la circunstancia que nos ocupa. 
Sin embargo, este hecho sólo puede considerarse como un reflejo de la sociedad. de una parte de ella muy vociferante, en la que nos ha tocado vivir. 
Antes de retomar el asunto vamos a echar la vista atrás, para lograr una mejor comprensión de la situación actual.
Cuando Ricardito "El Tramposo" (Richard Nixon) ganó las elecciones para conseguir la Presidencia de Estados Unidos a los demócratas en 1968, estos, que habían sufrido una división en su filas entre los demócratas pata negra y una parte de los demócratas del sur del país, que defendían postulados racistas, analizaron las causas de su derrota (obviamente presentar dos candidatos diferentes fue la principal) y llegaron a una conclusión: su nuevo caladero electoral eran las minorías, pasando un poco, bastante, del obrero blanco, que desde Roosevelt, con sus políticas dirigidas a la clase trabajadora, habían constituido la base del voto demócrata. 
Unos pocos años antes, tres o cuatro, Martin Luther King, uno de los líderes de la lucha por la igualdad de derechos más carismático, siguió el camino inverso: pasó de luchar por la igualdad de derechos de la minoría negra a comprender que, en realidad, la lucha debía ser por conseguir abolir la pobreza, sin importar raza, religión o cualquier otra cuestión. Revistas como Time o diarios como The Whashington Post ponían al Premio Nobel de la Paz a caer de un burro, debido a su giro intelectual. 
Como el lector habrá podido adivinar, estos dos hechos, ocurridos hace medio siglo, resultan trascendentales para explicar la situación actual, incluida la victoria de Donald Trump o el auge de la extrema derecha en Europa. Los partidos que, a un lado y al otro del charco, habían defendido al trabajador, al obrero (palabra que ellos mismos han contribuido a desterrar), optaron por buscar en las "minorías" su leivmotiv. 
Esta lucha por los derechos de las minorías conlleva un problema: siempre hay que pedir algo más y reivindicar algo más. En otras palabras: siempre se debe estar en la vanguardia, lo que, en ocasiones, provoca disparates como el que inició esta entrada.
Hace poco leía un ensayo en el que se defendía que el concepto de raza (tan típico del siglo XIX y de los fascismo del siglo XX) se ha cambiado por el de minoría, y, en lo esencial, estoy de acuerdo. Consideraasr que todas las personas de un determinado color de piel, sexo, procedencia o cualquier otro artificio clasificatorio que queramos utilizar son iguales y son buenos o malos por ello, recuerda a esas categorías estancas tan típicas de los fascimos: rojos, eslavos, judíos, gitanos... 
Sé que lo arriba escrito puede ofender a cierta gente, me resulta indiferente. Uno, que ya va sobrado de años, pasa mucho de críticas realizadas desde el esnobismo. Me resulta mucho más preocupante que los que se dicen la vanguardia, por lo general estómagos agradecidos o esnobs de sillón, se identifiquen con la revista Time o con The Washington Post y no con el último Martin Luther King. 
Personajes de los medios en España como Pepa Bueno, Carlos Francino, Julia Otero o Ignacio Escolar, por citar a algunos, ejemplifican esta perversión, lo que Gustavo Bueno denominó izquierda difusa, "que no es izquierda", y que, en realidad, no quiere cambiar el fondo de las cosas, la desigualdad, sino que, desde su púlpito, intentan sentar cátedra moral (a los tres primeros se les llena la boca con la palabra igualdad y feminismo, peroas los tres tienen en sus programas publicidad de una empresa condenada en firme por discriminación salarial), cuando lo que en realidad hacen es perpetuar una situación de injusticia, con sus cortinas de humo y sus distracciones sobre una cada vez mayor desigual distribución de la riqueza y, lo más importante, sobre las opciones reales para cambiar la situación.
Mientras, resulta más fácil hablar de minorías, metiendo a veces mucho la pata, el ejemplo de arriba no es más que una muestra, de los tres voceros mencionados en el párrafo anterior podría contar unos cuantos más. Ellos, junto con unos políticos profesionales, que se dicen de izquierdas o progres, que viven de dar gusto a estos y otros tipos que dicen ser periodistas, son tan culpables como el neoliberalismo de que personajes como Donald Trump lleguen al poder o de que la extrema derecha empiece a levantar cabeza en Europa, incluso en Alemania, donde, como dije en otra entrada, la líder es una mujer lesbiana. Lo curioso es que esta extrema derecha también está utilizando el discurso de la minorías para atraerse seguidores. Varios partidos buscan el voto de la mujer alegando que la religión musulmana y sus seguidores, las tratan como seres inferiores o, incluso, así:


Y, ¡cuidado!, esa falacia vende, en una sociedad depauperada por la avaricia de unos pocos, que no es otra cosa que eso que se denomina neoliberalismo.
Sin embargo, como se trata de ser moderno, de sumarse a la causa, sin importar mucho el trasfondo, resulta muy fácil para cualquiera, aunque sea la extrema derecha, subirse al carro de esa modernidad. La prueba la tenemos en los tuits del principio de la entrada, donde lo importante es la causa y ser moderno, estar a la última, no si lo que defiende en este caso es algo importante, real o una chorrada como un piano. Sólo hay que estar presente, hacerse notar, estar a la última. Se trata de ir un paso más allá, de romper con lo que se cree preestablecido, sin importar si lo anterior está bien o está mal. Si yo fuese parte de la oligarquía financiera estaría encantado. Los modernos intentan destrozar el pasado, no rescatar lo bueno que hemos heredado de él y eso, querido lector, es lo mismo que llevan haciendo los neoliberales durante tres décadas: demoler el pasado, nuestros derechos, porque dicen que no valen. Entrar en esa dinámica absurda nos lleva a estupideces como las del comienzo de este post y a perder aún más, pues no se persiguen metas reales, sólo estar ahí, apuntarse al carro, cuando no mamar de lo público. 
En el fondo, todos estos modernos son hijos de ese Romanticismo basado en lo exótico, en lo irracional, en pretendidos ideales, en falsear la Historia que acabó con la Ilustración y con la Diosa Razón. Estos hijos del Romanticismo son los que linchan en los medios y en las redes sociales, sin conocimiento alguno del asunto sobre el que tratan. 
Resulta curioso que una victoria de Richar Nixon, una derrota de los demócratas en realidad, junto con la caída del Muro de Berlín, sirvieran para acabar con la izquierda obrera y dejar todo el poder a los soviets de la Escuela de Chicago y de las escuelas de negocios, con el beneplácito, por acción y omisión, de los que deberían haber sido la izquierda.
Resulta dramático que la modernidad, felicitarse por los supuestos logros o luchar por ciertas causas, sólo sirva para generar más injusticias y para que la extrema derecha resurja. ¡Enhorabuena a todos los modernos por imponer sus ideas de una sociedad estanca, con buenos y malos por su origen y no por sus actos! 
Aunque la otra opción, la de enfrente, tampoco parece muy apropiada. Cuando la que se postula como candidata demócrata, Oprah Winfrey, resulta ser una defensora de la no vacunación de los niños, una defensora de la medicina alternativa, incluso para "tratar" cuestiones como los trastornos del espectro autista, algo falla. En el fondo la modernidad puede que sea eso, estar a la vanguardia y ser la punta de lanza de la crítica de aquello que se conocía, se callaba, aunque fuese evidente la amistad que le unía al hoy vilipendiado, cuyas añagazas eran de todo conocidos. Sabe, querido lector, nadie se acordó de aquellas chicas que se negaron a plegarse al chantaje del productor y que vieron como su sueño se truncó porque ellas querían desarrollar un trabajo sin pagar peajes. Es posible que alguna de ellas haya sentido un profundo desprecio por todo lo que vio en el televisor de la casa, que puede estar en un pueblo perdido de Indiana o de Arkansas, muy lejos de los focos y el glamour.
Por cierto, para cerrar el círculo que se inició con los comentarios sobre la nueva ley islandesa, no me resisto a volver a poner el vídeo donde explican que no existe una brecha salarial (esa realidad que le costó el puesto a un directivo de una multinacional informática por atreverse a decirlo), aunque sí existan casos de discriminación, como he escrito más arriba. Cuando el cálculo se hace por hora trabajada, no por salario mensual, los resultados son distintos por las causas que se exponen en este reportaje de La Sexta, pero a los bisnietos del Romanticismo se la sudan los datos y la razón.



 Eso sí, lo de que hombres y mujeres cada vez cobren menos y las rentas del capital sean cada vez mayores, parece importar bien poco a los modernos. 
Un saludo.

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