jueves, 18 de enero de 2018

OBJETOS PERDIDOS

Ella llevaba varios días anunciándole que estaba considerando volverse a poner zapatos con tacones. Hacía años que había optado por la comodidad del calzado plano. Aunque ambos sabían que la realidad distaba bastante de ser esa. Ella había perdido, en algún momento indeterminado, la necesidad de sentirse bella para sí misma, tal vez porque no hubiese nadie que la dijese lo bien que la sentaba un vestido, unos zapatos nuevos o lo hermosa que lucía cuando cambiaba sus gafas por las lentillas, que dejaban ver en todo su esplendor sus ojos glaucos. 
Él se sentía bien con esa pequeña y continua sucesión de cambios. No ignoraba que su reciente aparición en la vida de ella tenía mucho que ver con este proceso. A veces él tenía la extraña sensación de que conseguía ejercer un efecto positivo en los demás, que se traducía en que las personas de su entorno se querían más a sí mismas. Esta impresión  solía desvanecerse con la misma facilidad con la que aparecía, pero en el caso de ella tenía constancia de que no se trataba de un delirio ególatra. 
A él no le costaba en exceso decir lo que pensaba, para bien y para mal. y eso ella lo apreciaba. Lo apreciaba mucho más porque él tenía por costumbre ensalzar lo que consideraba bueno de ella: su belleza, su sentido del humor, su visión realista de la vida, y ella necesitaba borrar años de soledad acompañada con palabras que la recordasen la necesidad de sentirse querida por sí misma.
Cuando le conoció ella jamás pensó que ese tipo con un aspecto algo desaliñado, que no cuadraba en sus esquemas previos, tuviese esa capacidad de hacer renacer sensaciones olvidadas hacía años. Sin embargo, algo la empujaba hacia él y aprovechó la primera oportunidad que tuvo para poner alrededor de él un lazo sutil. Por suerte, eso pensaba ahora, él se dejó atrapar.
Él, por contra, tenía la sensación de tener parte de la partida ganado de manera previa. Su problema se resumía en la forma de abordarla con un mínimo de probabilidades de conseguir acabar con ella en la cama, al menos esa su intención primigenia y única en un primer momento. En el contexto en que se movían, por mucho que ella le mirase con cierta asiduidad, él no podía afrontar la situación como deseaba. Fue un día, en un encuentro casual, donde él no dudó en dar el primer paso y todo se desencadenó sin prisa, pero con la inflexibilidad de lo que estaba escrito en las miradas de ella y en la paciencia de él.
Y allí estaba ella frente a él, con los zapatos de tacón alto, sus lentillas, su olor a ese caro perfume y su ropa elegante, que la hacían parecer aún más bella y se sintió afortunado. Se sintió afortunado por poder contemplar a solas, sin prisa, a esa hermosa mujer que se estaba dejando admirar. Se sintió afortunado porque sabía que, además de para ella, todo lo que contemplaba tenía que ver con él. La encontraba fascinante, y se lo dijo. Esta vez lo pudo hacer. Dos días atrás le fue imposible. Ella también estaba radiante, pero en el entorno donde se habían conocido no resultaba apropiado manifestarlo. Äunque le hubiese encantado hacerlo. Casi tanto como a ella, que contempló con satisfacción como él también se había vestido de manera diferente, más elegante que de costumbre. No le cabía duda de que lo había hecho porque él tenía la necesidad de volverse a sentir como hacía tiempo no se sentía, pero ella también comprendía que, en buena parte, su cambio de imagen también estaba relacionada con la necesidad de agradarla a ella y de que ella le dijese lo atractivo que le resultaba así.

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