Comienza un nuevo año y no he hecho propósitos de ningún tipo, al menos en lo que respecta a mi profesión. Llevo ya unos cuantos años en esto y sé que sólo existe el día a día. Tal vez por ello cada vez me parece más desacertada la idea del docente como un héroe; como también me parece un error significativo elogiar la influencia que los docentes tenemos sobre el futuro del alumno, al menos en lo referido a la formación de su personalidad. La gran mayoría de nosotros somos una circunstancia, una anécdota en la vida de los niños.
No hace falta ser un experto para saber que existen muchas variables, demasiadas ajenas al centro escolar, que interaccionan para conformar la personalidad de los alumnos. Lo más que podemos esperar es que nuestros alumnos consideren que merece la pena cierta área del conocimiento y opten por ella cuando tengan que tomar la decisión de seguir sus estudios. Pero es bien sabido, que los docentes que han influenciado en nuestro gusto por tal o cual área del saber han sido uno o dos, de las decenas que hemos tenido. Por tanto, nuestra influencia en este sentido es mínima.
Sí he visto algún caso contrario. Las apuestas previas, las percepciones erróneas y el esfuerzo, consciente o inconsciente (efecto halo), por que esa visión se cumpla, ha llevado a alumnos a fracasar y a ser etiquetado de manera injusta.
Por otra parte, tampoco creo que seamos héroes unos tipos que hemos visto como la administración nos pisotea y, salvo el movimiento efímero de las Mareas Verdes, hemos callado y consentido. No me refiero sólo al tema de los recortes de los últimos años, también me refiero a asuntos absurdos como el de los deberes, la pérdida de autoridad y la distorsión que se ha realizado por parte de políticos, medios de comunicación y asociaciones subvencionadas de nuestro papel y de nuestro trabajo diario. Me irrita escuchar a gente, que hace siglos que no ha pisado un centro educativo, hablar sobre la necesidad de educar en tal o cual valor (que suele coincidir con el que le interesa a él y que en muchas ocasiones le da de comer). Palabras como igualdad, diversidad, respeto forman parte del manual de aquellos que quieren cambiar la Escuela y me irrita.
La igualdad, por ejemplo, forma parte de la Escuela como elemento socializador. Los niños de tres años, cuando no antes, pasan de ser los reyes de la casa a ser uno más, con sus derechos y obligaciones. Por tanto, la igualdad se produce desde el primer momento y, por si algún iluminado aún no se ha enterado, en ese sentido no existe distinción entre niños y niñas.
Por otra parte, los niños maman la diversidad desde bien pronto. Niños de diferentes procedencias conviven a diario sin producirse conflictos por ello, los que no han pisado un centro educativo quieren impartir doctrina.
Sobre el respeto no voy a hablar, porque debería meterme con aquellos que, no han pisado un aula en su vida, y creen que los docentes debemos ser colegas de los niños y no, no debemos serlos. Debemos ser respetuosos, comprensivos, pacientes, alegres en ocasiones, pero no somos sus colegas. Tenemos una serie de responsabilidades y un papel diferente al de los alumnos. Tal vez por ello nosotros nos dedicamos a enseñar y ellos tienen el deber de aprender.
Retomando lo anterior, querido diario, si no somos capaces de plantar cara a gente que, en muchas ocasiones, nos quiere imponer un criterio sobre cosas que desconoce, ¿cómo vamos a considerar que nuestra profesión es la mejor y nosotros somos la repera?
Cada día que pasa estoy más convencido de que la nuestra es una profesión como otra cualquiera y como cualquier otra profesión, lo importante es hacerlo mejor posible. No, no creo que seamos héroes, somos unos tipos que, en su mayoría, intentan hacer las cosas lo mejor posible, lo que proporciona una satisfacción personal, que cuando se desborda nos lleva a perder el norte y bajar en nuestro rendimiento.
Por cierto, me gusta seguir sintiendo, de vez en cuando, esa satisfacción. De otra manera esta profesión no merecería la pena.
Nos vemos pronto.
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