martes, 5 de septiembre de 2017

UN POQUITO DE MAQUILLAJE

"La peor lucha es la que no se hace".

Karl Marx

Uno lleva mucho tiempo dando vueltas al asunto de las formas, el fondo, la estulticia y la hipocresía. Intuyo que, como todo hijo de vecino, me toca una parte, desconozco el tamaño, de estulticia e hipocresía. Con sinceridad, deseo que, en ambos casos, no me haya tocado en suerte, o en desgracia, una gran porción de la tarta. Tampoco me preocupa en exceso, porque eso va en opiniones, como el fútbol, y la más importante, para mí, debe ser la mía y la de mis seres más queridos. 
Como el lector habrá observado, hasta aquí he hablado de lo personal, de lo individual, pero a mí lo me preocupa, y ocupa (al menos en este momento) es la parte social, el comportamiento grupal, la manada. Siente especial curiosidad por conocer el trasfondo que se oculta tras ciertos comportamientos, que resultan un contrasentido y que son aceptados como normales o, en muchas ocasiones, hasta deseables. Reconozco que aquello que más preocupación me causa se encuentra en un sector ideológico con el que debería sentirme identificado y que, con honrosas excepciones, cada vez me resulta más distante y frívolo: el progresismo, que no es otra cosa que esa izquierda de postal, muy útil para generar conversaciones, buen rollito y neologismos hueros y ridículos.
Tal vez, antes de seguir debamos retrotraernos a uno de los padres de esa izquierda, Karl Marx, para ubicar a todo este tipo de personajes tipo ZPpero, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Alberto Garzón y demás tropa vendehumos y progretilla.
El filósofo alemán, que, en teoría, debía servir de inspiración a todos los citados con anterioridad, distinguía entre infraestructura y superestructura.
La infraestructura está compuesta por las fuerzas productivas (recursos naturales, medios técnicos, fuerzas del trabajo) y las relaciones de producción (que se puede definir como la forma en que los hombres producen mercancías). A modo de resumen podemos decir que es todo lo relacionado con la Economía. Es aquí, en concreto en las relaciones de producción, donde se generan las tensiones y las luchas entre explotados y explotadores.
Por otra parte encontramos la superestructura, que es el conjunto de elementos sociales que dependen de la infraestructura y que dan un armazón ideológico a la clase dominante. En concreto nos referimos a la Religión, al Derecho, a la moral, el Arte, las instituciones políticas, la Ciencia, la Filosofía... Como he dicho, la superestructura depende de la infraestructura, porque sirve para justificar la acción de quién detenta el poder económico.
Una vez realizada esta aclaración sobre los principios de Marx que, en teoría, deben encontrarse detrás de la actuación de los Iglesias, Garzón (de ZPpero y Sánchez no hablamos, por no perder tiempo), uno se da cuenta de que todos estos tipos lo que en realidad quieren cambiar es la superestructura y, por si fuera poco, de forma superficial.
Los partidos que dicen ser de izquierdas, o progres, con cierta representación, así como los sindicatos de clase, lo único que aspiran es a arrancar migajas al poderoso (en los últimos tiempos ni eso) y a implantar una doctrina de lo políticamente correcto (término que deriva de ideológicamente correcto, que fue creado y utilizado por un tal Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, para justificar el pensamiento único y las atrocidades de su régimen). En otras palabras: la infraestructura ni tocarla, pero debemos dar la impresión de que hacemos algo y para ello nos enganchamos al pseudofeminismo, al animalismo (nada que ver con el ecologismo), a la defensa de los derechos LGTB, en un país en el que tienen igualdad legal (siento admiración por esas personas que en los tiempos duros del franquismo o durante la Transición manifestaban su condición, pero siento la estupidez colorista de estos momentos me parece un juego de niños pijos), al nacionalismo de los "oprimidos" (que en muchos casos no es otra cosa que las aspiraciones de la clase dominante del lugar para cortar ellos el bacalao), al multiculturalismo (que queda muy pinturero, pero nada tiene que ver con la aceptación del ser humano por el mero hecho de serlo y sí con encasillar a las personas por su lugar de procedencia y con el folklore) y demás cuestiones vacías. Sin embargo, como buenos émulos de Goebbels, muestran una intransigencia hacia quien no piensa (no confundir pensar con actuar) como ellos que, en ciertos casos, roza lo fascistoide.
Si yo fuese uno de esos tipos que moviese cientos de millones de dolares o de euros de un lugar a otro estaría encantado con estos tipos de lo políticamente correcto. Unos meapilas intelectuales que quieren dar una mano de chapa y pintura a la superestructura, pero que no suponen un riesgo para mi negocio. Al contrario, mientras la gente se enzarza en discusiones absurdas, auspiciadas por los progres y pseudoizquierdistas y sus absurdos medios afines, yo hago lo que quiero. Es decir, no cambio la infraestructura, que es lo que realmente produciría una redistribución de la riqueza y la igualdad real para todos.
Tal vez el ejemplo más claro lo tenemos en Donald Trump. La clase progre ha atacado al hombre naranja por sus discursos racistas, por sus bobadas de machote y por sus ahora digo y luego me desdigo. Sin embargo, el mayor peligro de Trump es que supone una vuelta de tuerca más del neoliberalismo, intentando acabar con los sistemas de protección creados durante la crisis. Uno se parte la caja cuando ve que uno de los mayores opositores de Trump es George Soros, un tipo que gestiona en sus fondos miles de millones de dolares utilizados para especular (el fue el responsable de quebrar la libra), se ha dedicado a invertir sus fondos a la baja en la bolsa de EE.UU. vaticinando una caída de la misma, causada por la llegada de Trump. Resultado, en mayo había perdido 1.000 millones de dolares, y sigue "perdiendo" dinero.
Sí, querido lector, uno de los mayores enemigos de Trump es un especulador financiero, con el que están relacionados periodistas que ocupan altos cargos en medios progres de este país.
No resulta descabellado escribir que existe una clase social: políticos, sindicalistas, periodistas, articulistas llegados directamente desde Twitter, sin preparación intelectual alguna y demás ralea que, con su barniz de luchadores, siempre al lado del más débil, sólo consiguen perpetuar un sistema económico, cada vez más injusto. Eso sí, ellos, a cambio, consiguen un modus vivendi aceptable, o muy bueno. Desconozco si estos tipos son conscientes de su felonía (intuyo que unos sí y otros son tan ignorantes que no llegan a comprender lo que hacen), pero parece claro que son los perros guardianes que necesita el sistema para distraer la atención de la mayoría. Un poquito de maquillaje moral para que todo siga igual.
Un saludo.