miércoles, 30 de agosto de 2017

DESPACIO, SIN LA NECESIDAD...

Le había costado demasiado. Tenía la sensación de que se trataba de una operación de acoso y derribo, en la que la puerta se encontraba a la par entreabierta y cerrada; pero, por fin, ahí se encontraba, tumbado, desnudo, junto a ella, también desnuda. 
Durante los días en que había tenido lugar el asedio había disfrutado, volviendo a lugares lejanos en el tiempo con otros pasos y otra mirada... y con ella. En principio no se había propuesto que todo ocurriese así, pero en ese momento no se arrepentía de ello. Al contrario, abrazar su cuerpo desnudo, sintiendo la cabeza de ella sobre el hombro izquierdo, le parecía un excelente colofón a esos días vividos. 
Él también cerró los ojos y recordó las dudas que llevaban dos días asaltándole. Recordó que se estaba dejando llevar y que el plan inicial nada tenía que ver con ello. Recordó que lo único seguro que tenían era esa noche y los días de diario que le restaban a la semana. Recordó que sólo debía desear su cuerpo. 
Cuando se había planteado esto tuvo a bien pensar que uno de los dos pusiese el freno a tiempo y el asunto no pasase a mayores. Sin embargo, cuando analizó esto se dio cuenta de que él no sería quien lo hiciese. Tampoco le incomodó en exceso. 
Miró a la mujer que, con los ojos cerrados, se dejaba acariciar y se deleitó observando su rostro sereno con detenimiento. La besó en la frente, en los labios, en la quietud y la volvió a mirar, porque necesitaba hacerlo. 
No le preocupaban las circunstancias que cada uno aportaba. No le importaba que todo se sostuviese con los hilos del presente. Hacía tiempo que sabía que lo único que nos pertenece es el presente. Ahora sólo quería mirarla y acariciarla. Ya llegaría el momento de escuchar a Jonathan Davis vomitando:  "I will soon be gone these feelings will be gone...", mientras interpretaba Alone i break.
La respiración de ella se había ralentizado hasta resultar casi inaudible para él. Una tormenta virulenta descargaba su furia al otro lado de la ventana. Una calma, desposeída de relojes, emanaba de los cuerpos de ambos, como una piel nueva. La luz fugaz, imprevista, acaparadora, de los relámpagos, que penetraba cada poco a través de los cristales, parecía querer retener una instantánea de quietud.
Ambos sabían, desde hacía un par de días, que ese noche iban a caer todas las  murallas. No había más excusas ni más tiempo que perder. Cada uno había interpretado su papel a la perfección durante estos días. No existía guión previo, pero ambos, de manera independiente, diseñaron todas y cada una de las escenas hasta llegar a ese momento. Sin embargo,  a él, que un principio le pareció que la obra no debía durar mucho más, le empezaba a pasar por la cabeza la idea de dejar fluir el argumento, hasta que se agotase por sí mismo. 
Rompieron el silencio. Él preguntó: ¿cómo estás? Ella respondió. Bien. Él la abrazó un poco más fuerte, acarició su cara y la beso con suavidad en los labios. Ella volvió a cerrar los ojos.
El día anterior se habían visto, a pesar de que existían impedimentos para ello. Cuando ella le invitó a verse durante el rato que tenía disponible, él no se lo pensó. Ahora, desnudo junto a ella, se daba cuenta de que ese mensaje significaba que ambos habían decidido avanzar hacia el mismo incierto lugar... juntos. 
Le encantaba sentirla así: desnuda, acurrucada, casi en posición fetal, entre sus brazos. Recorrió sus labios, su frente, su nuca con su mano derecha, sin prisa, casi recreándose, mientras miraba su rostro sereno, abandonado al momento, disfrutando como hacía mucho tiempo que no lo hacía.
Todo había llegado sin necesidad de magia. Necesitaba ese momento, y otros que debían llegar, pero no sentía sacudidas internas que le transportasen a un estado hipnótico de dependencia. Pero, sí, era consciente de que iba a necesitar sentir ese cuerpo desnudo junto a él más veces... Tal vez, muchas veces más. Comprendió que él también había desarbolado sus defensas y que la certidumbre de lo planificado había dado paso a un camino con muchos visos de acabar en una honda sima. Prefería despeñarse, había aprendido a salir de lugares hondos y lúgubres, a parapetarse bajo el paraguas del miedo al mañana.
Él necesitaba hablar. Necesitaba contarla algo. Necesitaba desnudarse, de otra manera, con ella. Volvió a rozar sus labios con los suyos y su voz grave rompió la quietud da la habitación, sólo quebrada, cada cierto tiempo, por la sucesión arrítmica de relámpagos, que encalaban, de manera efímera, los muebles, las paredes, el techo, sus cuerpos:
"Necesitaba sentirme así, protegido entre tus brazos. Sentir que tú te abandonas entre los míos. Mirarte con la única necesidad de hacerlo". En ese momento comprendió que, antes de retornar a su casa, debía volver a entrar en ella, despacio, sin la ansiedad de la necesidad. Besó sus labios. Se separó de ella. Se levantó de la cama y se situó a los pies de la misma. Despacio se puso de rodillas sobre la cama y se agachó entre sus piernas, hasta que su lengua se perdió en lo más profundo de ellas.

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