Nunca tuve sensación de pérdida. Al contrario, bien pronto me poseyó un sensación de alivio. Alivio que, con el paso del tiempo, se convirtió en reproche contra mí, por ciego, por torpe.
Abro los ojos centenares de kilómetros más lejos. Tomo prestado un adulto para que te dibuje una sonrisa.
He aprendido mucho. Saludo a todo el mundo, no importa quién sea o qué pretenda yo. A nadie se le obliga a nada. No siento remordimientos, los sepulté bajo una sentencia. No elegí vivir así ni elegí morir durante un tiempo de aquella manera.
Resilencia, ¿queréis que os diga en qué consiste? En sobrevivir a las mentiras interesadas de bufones y personas sin escrúpulos.
Me encanta el azul de los firmamentos encerrados en cuerpos níveos. Tiempos y lugares desacompasados, pariendo estocadas de deseos primarios, contingentes, nutricionales. Olvidé las instrucciones para destruir las millones de neuronas que te recuerdan.
Todo parece caminar de manera aleatoria, sin paradas ni descansos estipulados.
A pesar de los intentos de encajar de manera definitiva una cara, un cuerpo, una sonrisa, un corazón, unas piernas abiertas, hasta el momento todo parece discurrir como una carrera de velocidad, en la que traspasar la línea hace desparecer todo vestigio de interés.
Recuerdo, unos amigos me hablaban de obsesiones confundidas con amor. Jamás me lo había planteado, pero sí, toda la razón. Una forma, como otra cualquiera, de quedarse ingrávido en el tiempo, en pos de un imposible.
Mi libro cada vez tiene más páginas, desconozco cuantas de ellas son imprescindibles para el argumento de mi vida. A veces pienso que necesito alguien que las encuaderne y las proporcione un orden determinado. Hay tiempo, las hojas aún no han amarilleado y el relato cada día parece un poco más interesante.
¿Cuánto hace que no amáis?
Me leyeron las manos hace poco. "Eres muy seguro. Sabes lo que quieres". Me falta un genio, saliendo de una lámpara, que haga realidad las seguridades que los demás creen ver. Sería deprimente constatar que no existe aquello que busco. Aunque hoy sé que sí. Detrás de un invierno, de un parteluz o de una canción se encuentra acechando, sin que ninguno de los dos lo sepamos.
Noche. Alguien me decía de su actual pareja que era una buena persona. La sonrisa que acompañaba tal aseveración concentraba todo lo que se puede amar a un ser humano. ¡Me encantó! Eché de menos el día, el firmamento, las caderas de trigo y miel.
Sexo, compañía, amor e incapacidad para coser, ni tan siquiera para remendar. Príncipes y princesas de horario laboral, de circunstancias y de soledad entre sonrisas, penetraciones y cervezas.
Pretenden jugar contigo. Te dejas llevar. La muesca, otra muesca, el único objetivo. No se puede contar. Seguir pareciendo compungido.
En serio, ¿cuándo fue la última vez que amaste?
Abro los ojos centenares de kilómetros más lejos. Tomo prestado un adulto para que te dibuje una sonrisa.
He aprendido mucho. Saludo a todo el mundo, no importa quién sea o qué pretenda yo. A nadie se le obliga a nada. No siento remordimientos, los sepulté bajo una sentencia. No elegí vivir así ni elegí morir durante un tiempo de aquella manera.
Resilencia, ¿queréis que os diga en qué consiste? En sobrevivir a las mentiras interesadas de bufones y personas sin escrúpulos.
Me encanta el azul de los firmamentos encerrados en cuerpos níveos. Tiempos y lugares desacompasados, pariendo estocadas de deseos primarios, contingentes, nutricionales. Olvidé las instrucciones para destruir las millones de neuronas que te recuerdan.
Todo parece caminar de manera aleatoria, sin paradas ni descansos estipulados.
A pesar de los intentos de encajar de manera definitiva una cara, un cuerpo, una sonrisa, un corazón, unas piernas abiertas, hasta el momento todo parece discurrir como una carrera de velocidad, en la que traspasar la línea hace desparecer todo vestigio de interés.
Recuerdo, unos amigos me hablaban de obsesiones confundidas con amor. Jamás me lo había planteado, pero sí, toda la razón. Una forma, como otra cualquiera, de quedarse ingrávido en el tiempo, en pos de un imposible.
Mi libro cada vez tiene más páginas, desconozco cuantas de ellas son imprescindibles para el argumento de mi vida. A veces pienso que necesito alguien que las encuaderne y las proporcione un orden determinado. Hay tiempo, las hojas aún no han amarilleado y el relato cada día parece un poco más interesante.
¿Cuánto hace que no amáis?
Me leyeron las manos hace poco. "Eres muy seguro. Sabes lo que quieres". Me falta un genio, saliendo de una lámpara, que haga realidad las seguridades que los demás creen ver. Sería deprimente constatar que no existe aquello que busco. Aunque hoy sé que sí. Detrás de un invierno, de un parteluz o de una canción se encuentra acechando, sin que ninguno de los dos lo sepamos.
Noche. Alguien me decía de su actual pareja que era una buena persona. La sonrisa que acompañaba tal aseveración concentraba todo lo que se puede amar a un ser humano. ¡Me encantó! Eché de menos el día, el firmamento, las caderas de trigo y miel.
Sexo, compañía, amor e incapacidad para coser, ni tan siquiera para remendar. Príncipes y princesas de horario laboral, de circunstancias y de soledad entre sonrisas, penetraciones y cervezas.
Pretenden jugar contigo. Te dejas llevar. La muesca, otra muesca, el único objetivo. No se puede contar. Seguir pareciendo compungido.
En serio, ¿cuándo fue la última vez que amaste?
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