jueves, 17 de agosto de 2017

LOS TRESCIENTOS

Existe una forma infalible para conocer la posición, el sentimiento profundo, que alberga el personal respecto a los derechos de los trabajadores: esperar y estar atento. 
Lo reconozco, dicho así, parece una verdad de perogrullo, pero, querido lector, si lo piensa bien no resulta tan evidente, pues damos por hecho que las posturas de unos y otros son las correctas o adecuadas al ideario que dicen defender; pero todo esto resulta cuestionable. 
Cuando escribo este tipo de cosas tengo la sensación de imitar a esos líderes del cambio que no se parapetan tras ambigüedades y palabras hueras, conjuntadas para no decir nada, pero, como el lector habitual sabe, el que suscribe suele acompañar lo que defiende con ejemplos o símiles que, en la medida de lo posible, aclaren lo que quiero expresar y esta entrada no va a suponer una excepción.
Partamos de la huelga de los trabajadores de una empresa (si quieren publicidad que la paguen) que gestiona ciertos servicios en el aeropuerto del Prat (huelga que, como ha ocurrido con otras muchas: controladores, estibadores, pilotos, trabajadores del servicio de limpieza de Málaga, Coca-Cola...), cuenta con mi apoyo absoluto). Las posiciones de unos y otros ante esta medida de fuerza, que ha llevado al Gobierno a movilizar (sí, a movilizar) a la Guardia Civil, para evitar los efectos de la misma, a pesar de los servicios mínimos, nada mínimos (el 90% de los trabajadores deben estar desempeñando su labor), impuestos a los trabajadores, dejan bien a las claras de que pie cojean todos y cada uno de ellos, siendo, en todo caso, una pata con un tronco común: el neoliberalismo, cuando no el provincianismo paleto. Pero vayamos por partes y situemos a cada uno en su sitio.
La derecha, la que no esconde serlo, no ha tenido problema en utilizar una de sus bazas favoritas en estos casos: las molestias a los ciudadanos (la otra es la de trabajadores privilegiados). Me causaba hilaridad escuchar a Carlos Herrera hablar de las molestias a los pasajeros y la vulneración de derechos que sufrían. En ese sentido la Constitución proclama que los ciudadanos tienen derechos a una información veraz, y ahí está él, manipulando sin mesura, interrumpiendo y, si es necesario, dejando sin palabra y derecho a réplica,  a quien no cuenta lo que él espera. Es mítico como interrumpe y corta a un opositor cubano que reconoce éxitos como los sanitarios y los educativos de Cuba.
Y, hablando de Carlos Herrera, no me resisto a contar algo. ¿Se acuerda el lector de Carlos Jesús y sus naves de Ganímedes y Raticulín?, pues el locutor almeriense se hizo un selfie hace un par de años con el líder mesiánico y, viendo el resultado, uno considera que además de sus ideas delirantes comparten un cierto parecido físico nada desdeñable.



Tras este inciso humorístico sigamos con lo que nos ocupa.
A partir de aquí se sitúan los pretendidos partidos progresistas, defensores de los trabajadores y sindicatos, organizaciones que en su esencia existen para defender a este colectivo.
Empecemos por las fuerzas nacionalistas que se autodenominan de izquierdas. El crítico, y comprador, de los productos de Amancio Ortega, Gabriel Rufíán se marcó este tuit:


Nada nuevo bajo el Sol. Todo lo que sucede se debe a una conspiración judeo-masónica contra su bella patria por parte de unos entes malvados. Lo de que su partido se autodenomine de izquierdas lo vamos dejando para otro rato. ¿Qué importan los trabajadores? Nada. Aunque, ahora que lo pienso, seguro que muchos de ellos, o todos, serán catalanes o censados en Cataluña. Derecha pura y dura, como todos los nacionalismo. Esta tradición de ningunear a los que reivindicaban los derechos de los trabajadores, ya les viene a Esquerra de la II República, donde algunos de sus miembros no dudaban en mandar asesinar a dirigentes anarquistas. Indague el lector en la biografía de los asesinos, y fundadores de las juventudes de ERC, hermanos Badía.
Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, ha realizado un juego funambulista más interesante. Por un lado ha pedido que los servicios funcionen, pero por otro se ha mostrado más comprensiva con los 300 huelguistas, hablando de explotación laboral y cuestiones así. Sin embargo, cuando llegó el momento de significarse sobre lo que ofrecía la empresa y lo que opinaban los trabajadores, no dudó ni un segundo en ponerse al lado de la empresa. 

http://www.publico.es/economia/huelga-prat-serna-colau-piden-comite-eulen-convocar-asamblea-evitar-laudo-obligatorio.html

¡Qué rápido se pasa de luchar al lado del desfavorecido a proponer que los problemas se entierren, para evitar jaleos y tomar decisiones!
Sobre las opiniones de Podemos no diré nada, porque no he encontrado ninguna declaración al respecto, aunque intuyo que las habrá. Todo lo más que he encontrado es algún tuit de Echenique sobre el franquismo y Trump.
El PSOE y UGT sí se han manifestado, oponiéndose a la utilización de la Guardia Civil para reventar una huelga y reivindicando el derecho de huelga de los trabajadores. Lo que me parece muy bien. Como también me parecía bien cuando una de las figuras más execrables que ha pasado por lo Política patria durante los últimos años, Pepiño Blanco, no dudó en fustigar de manera pública, tras conculcar su Gobierno todos los derechos laborales del colectivo, a los controladores aéreos. En el fondo, unos y otros utilizan la boquilla, poniéndose de perfil (mejor que no se note mucho que están ahí) para salir al paso.
Mención especial merece la AUGC, el sindicato, no oficial, de la Guardia Civil. Hasta donde pueden llegar no han dudado en cargar contra la privatización de ciertos sectores, que conllevan consecuencias para los trabajadores, y por ende para los ciudadanos, como las que estamos viendo. Culpando directamente al Gobierno de este desaguisado.

http://www.elplural.com/politica/2017/08/11/guardias-civiles-la-culpa-es-del-gobierno-por-privatizar-la-seguridad-de-los

Por cuestiones, que no vienen al caso, conozco un poco el funcionamiento de la AUGC y siento profunda envidia, como trabajador, al ver como son capaces de luchar por los derechos de sus afiliados, así como por su forma de organizarse y actuar en beneficio de las personas que representan. Me gustaría que los sindicatos que dicen representarme fuesen la mitad de diligentes y capaces que la asociación que representa a los de verde.
Resulta curioso que una de las críticas más furibundas, y bien fundadas, provengan de un colectivo al que los progres, que procuran pasar de puntillas sobre este asunto, no dudan en criticar por retrógrado.
Tras hacer una exposición sobre las posturas de unos y otros, me gustaría explicitar la mía, que parte de un supuesto que no contempla ninguno de los actores hasta ahora citados: la fuerza de los trabajadores cuando se organizan.
Nadie, ni derecha ni derecha disfrazada de progresía, ha incidido en la fuerza de los trabajadores cuando se organizan. ¿Recuerda el lector como acabó la huelga de los estibadores? Ganaron:

http://www.elmundo.es/economia/2017/06/29/5954e458ca4741452b8b4572.html

Un colectivo unido, vilipendiado por una parte de la sociedad, acabó consiguiendo lo que pretendía. Los medios pasaron de perfil y la gente progreta no lo utilizó como ejemplo para reivindicar algo evidente: cuando los trabajadores se organizan y movilizan en serio tienen todas las de ganar. Esta evidencia no se la escucharan decir a los paniaguados de UGT o CCOO, porque supondría un cambio en su paradigma y abandonar su complicidad con el sistema neoliberal y con los poderes económicos. 

Otra de las cuestiones que se pueden comprobar en los hechos del Prat, y también con los estibadores, es que cuando una movilización funciona el poder político, y los mamporreros mediáticos, se ponen nerviosos, muy nerviosos, por que puede cundir el ejemplo (por mucho que sindicatos y partidos progres hagan todo lo posible para que esto no ocurra). El ataque despiadado contra los trabajadores que ejercen su derecho, cuando no el boicot, resulta inevitable.
Un tercer aspecto, del que se habla poco, pero resulta trascendental, es que no se necesita que todo el mundo siga la convocatoria de huelga. A pesar de unos servicios mínimos exagerados, basta con que una parte mínima de los trabajadores sigan la convocatoria de huelga para que el funcionamiento normal se vea trastocado de manera significativa. Piense el lector en las huelgas de los trabajadores de transporte, en las que a pesar de unos servicios mínimos muy poco mínimos, las consecuencias en el funcionamiento resultan significativas.
Los trescientos del Prat, sin Leónidas al frente, nos han vuelto a recordar que la lucha sirve para algo.
Un saludo.

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