domingo, 11 de marzo de 2018

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (11-3-2018)

Querido diario, antes de comenzar a escribirte cosas sobre lo divino y lo humano, me gustaría detenerme a contarte algo relacionado con lo humano. Con eso tan humano que no conocemos más que los docentes y de lo que no habla ningún iluminado. Te cuento.
No es infrecuente, al menos en algunos centros donde he trabajado, que algunos niños tengan unos pequeños inquilinos en sus cabezas, que responden al nombre genérico de piojos. Resulta evidente que el asunto se debe tratar, y se trata, con total discreción, para no señalar a niños, ¡qué culpa tienen ellos!, y a familias. Resulta curioso que cuando los ideólogos y políticos hablan de Educación presenten grandes metas y a preparar a niños para un futuro cambiante (que algún día me dirán como se forma a alguien para algo que no se sabe qué es) los maestros del siglo XXI siguen lidiando con los pequeños animalitos que se comían a los soldados en las trincheras del I Guerra Mundial. Ese tipo de cuestiones, que nadie ve, también forman parte de esta profesión y de eso, querido diario, no hablará ningún experto ni político, porque, en el fondo, eso forma parte de un día a día que esos expertos y políticos desconocen.
Voy a cambiar de tercio, querido diario, y voy a abandonar ese buenrollismo, que no me pega nada. Me debo estar haciendo viejo, eso seguro, y mucho más cascarrabias porque, de otra forma, no puedo entender que pienso que hace tiempo perdimos el norte. Cuando yo estudiaba en el colegio se estilaba eso de "la letra con sangre entra", lo que resulta una aberración. De hecho, yo sufrí unas cuantas tortas y regletazos, porque era de esos que no sabe parar la lengua a tiempo. Sin embargo, sorprende que la alternativa a esta forma cruenta de entender el proceso enseñanza-aprendizaje  tampoco estuvo exento de problemas, incluso éticos. Se pasó de todo por adquirir los contenidos (lo que, a pesar del uso de la violencia, no se conseguía con ciertos alumnos), a lo importante son los niños y su felicidad. Craso error.
Cierta gente, desde los despachos y desde determinados ámbitos políticos, creyó que para acabar con ciertas prácticas deleznables, que podían, y en algunos casos lo hacían, generar infelicidad, tristeza y/o miedo, se debían llevar a cabo estrategias marcadas por la felicidad. Se pretendió cambiar lo nefando por la felicidad, la letra con sangre entra por el aprendizaje sin esfuerzo y la disciplina militar por la necesidad de no oprimir a los alumnos. Un auténtico disparate. Por supuesto, los ideólogos y defensores de este buenismo ponían el grito en el cielo cuando las estadísticas del fracaso escolar resultaban sorprendentemente altas. Por supuesto, querido diario, los ideólogos y defensores del aprendizaje sin esfuerzo y las aulas flower power no habían pisado un aula en su vida, ni ganas que tienen de hacerlo.
Por supuesto, aprender, como toda actividad humana, requiere un esfuezo. Es más, todo hemos estudiado, y aprobado, asignaturas que no nos motivaban lo más mínimo y, no por ello hemos quedado traumatizados para toda nuestra vida. Intentar que los niños piensen que todo en la vida es divertido y chachi piruli es una estupidez. Entre otras cosas, porque ellos ya poseen experiencias previas por las que saben que no todo en la vida es divertido.
Cuestión bien diferente resulta la forma de trabajar los contenidos en el aula o de presentarlos, que puede ser más o menos atractiva. Pero, ¡ojo!, no se puede confundir el espectáculo con el aprendizaje. La misión de un docente es que sus alumnos adquieran los contenidos y, en la medida de lo posible, lo hagan de manera permanente. Resulta absurdo pretender  que todo lo trabajado en el aula permanezca de forma indeleble en nuestros alumnos. Cuestiones como las preferencias personales, la motivación... condicionan que el anclaje sea más o menos temporal. Pero también resulta absurdo pensar que existen técnicas para conseguir eso sin un esfuerzo por parte de los alumnos. Es más, cuando me hablan de técnicas maravillosas siempre pienso en mis alumnos de PT y me pregunto: ¿les servirá a ellos, que son realmente quienes más lo necesitan, para adquirir mejor lo trabajado en el aula? Me acuerdo de algunos alumnos que he tenido o que tengo y me imagino al experto del buen rollo intentando que se siente, que respete turnos, que no coja lo de los demás sin permiso en mitad de una actividad y me entra la risa floja.
Creo que los alumnos deben esforzarse. De hecho, en los colegios existe un mantra: " Tal o cual niño es listo, pero no se esfuerza". Un mantra que suele coincidir con una falta de hábitos en el hogar. Aspecto que parecen no tener en cuenta los teóricos del buen rollismo, que suelen culpar de todo a los docentes. Pero esta historia no consiste sólo en que los alumnos se esfuercen, también en que los docentes les hagamos ver los resultados de su esfuerzo. No se trata de vender la moto neoliberal de que el esfuerzo siempre tiene premio, una majadería como un pino. Más bien se trata de hacerles notar que cuando algo depende de manera prioritaria de ellos, como en este caso, ellos son los que controlan su destino, para bien o para mal. También se debería aprovechar, muchos compañeros lo hacen,  para hacerles ver que, en ocasiones, el esfuerzo no resulta suficiente o está mal encauzado, y que ese pequeño fracaso debe servir para valorar dónde estamos y que algo debe cambiar, aprendiendo a pedir ayuda si es necesario. Los fracasos, lejos de traumatizar al niño, deben servir, encauzando la situación, para ayudarles a crecer, dotándole de nuevas experiencias y estrategias. El fracaso forma parte de nuestra vida, al igual que la alegría, la tristeza, el éxito... Intentar vender un mundo feliz resulta tan artificial y antinatural, que sólo se le puede ser el estandarte de un patán o de tipos que viven del cuento.
Cambiando de tema, querido diario, sigo a vueltas con el tema de la nula capacidad del colectivo para hacerse respetar. Siento cierta envidia cuando veo que otros colectivos: estibadores, policías y guardias civiles, se organizan y consiguen, luchando, mejoras o no perder derechos. Nosotros, atomizados en comunidades autónomas, funcionamos como el ejército de Pancho Villa: los unos consiguen unos moscosos, los otros tienen mayor sueldo, los de más allá tienen lo otro... En general, pequeñas minucias. No somos capaces de reivindicar nuestros derechos ni nuestra capacidad para hacernos valer delante de la sociedad. En el "Pacto por la Educación" un partido se levanta, o simula hacerlo, porque el Gobierno no  asegura el 5% de presupuesto para Educación. Y todos nosotros callados cuando vemos esto y sabemos que se trata de un paripé, pues el 90% del presupuesto lo gestionan las CCAA. Callamos, como cuando Esperanza Aguirre humilló a los docentes madrileños. Callamos cuando un grupo de comunicación nos dice lo que debemos hacer en el colegio. En fin, callamos y cobramos a fin de mes. Callamos y rellenamos papeles absurdos, por si algún padre protesta, con o sin razón, porque nuestra palabra no vale lo suficiente. Callamos cuando asociaciones de diferente tipo, por lo general subvencionadas, nos dicen que deberíamos hacer esto o lo otro, aunque los componentes de dichas asociaciones no hayan entrado a un aula en su miserable y subvencionada vida. Callamos cuando nos dicen que debemos hacer funciones que corresponden a los padres. En fin... ya me callo, porque creo que esta secuencia de silencios puede hacer que escriba algo de calado más grueso y no es cuestión, querido diario, de enervarte a ti también.

Hasta pronto, querido diario.


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