domingo, 27 de enero de 2013

NUESTRO TIEMPO, NUESTRO TESORO.

Ante la soflama, de carácter panfletario, lanzado por las huestes de siempre, que se puede resumir en lo que sigue: el estado no tiene porque obligarme a pagar impuestos, porque el dinero es mío y hago con él lo quiero, uno tiene la intención, que a partir de ahora va a ser una realidad, de responder: no quiero trabajar, quiero que me paguen por gastar mi tiempo como me dé la gana. Mi tiempo es mío y hago con él lo quiero.
¿Solemne majadería? A simple vista, imbuidos en este sistema capitalista salvaje, lo puede parecer. Pero, con toda la calma del mundo, y la distancia necesaria, hagamos una breve, lo prometo, reflexión al respecto.
En el supuesto de los defensores de la economía patológica lo prioritario es el dinero. Que nadie se engañe, la libertad, que es lo que ellos dicen defender, se la pasan por el forro, pues, claramente, mi libertad les interesa un carajo. Su verdadera prioridad es imponer su modelo, que como todo el mundo conoce se basa en el dinero, más concretamente en la posesión del mismo. Si a mi, y otros muchos, nos parece oportuno que exista un estado, o un cierto número de administraciones, que redistribuya/n el dinero, o algo parecido, a ellos, mi forma de pensar, y mi libertad, se la trae floja. En nombre de su pretendida libertad yo debo guardarme mi libertad para decidir como quiero que sea la vida en la sociedad en la que vivo. Por tanto, en nombre de la libertad, estos liberticidas lo único que pretenden imponer es su verdadera adoración al dinero. 
Pero... el postulado que defiendo yo, ¿tiene algún sentido?


Existen, al menos, dos respuestas posibles a esta pregunta. A saber, la individual y la, denominémosla, colectiva.
La individual tiene mucho sentido, al menos para mi. En el fondo yo no intento imponer nada a nadie. Al contrario, sólo quiero decidir sobre mi y mi tiempo. El único afectado por mi decisión puede ser aquel empresario, porque además quiero que me pague un empresario, que me tenga que abonar mi sueldo mensual. Como el lector puede comprobar, mi proposición afecta a mucha menos gente que la de los economistas patológicos y sus seguidores, como se pudo comprobar en la reflexión que realicé unas cuantas líneas arriba.
Una vez expuesta esta reflexión, si se quiere una burla o un juego dialéctico de tipo floral, vamos a lo que realmente quiero exponer: la importancia de los valores. 
No albergo duda alguna de que el lector habrá descubierto, hace tiempo, que mi propuesta, la del sueldo sin trabajar y poder disponer de mi tiempo como desee, encubre algo más que una gracieta. En realidad se trata de resaltar la importancia de algo que es nuestro y que no valoramos, o quieren que no valoremos en su justa medida, como es el tiempo. Somos seres finitos en todos los aspectos, por lo que también lo somos desde un punto de vista temporal. Ya sabe el lector esa historia de que los seres vivos tenemos la extraña virtud de nacer, crecer, reproducirnos, si podemos, y morir, lo mejor que podamos. Por tanto, nuestro verdadero tesoro, sobre el que gira todas las cosas de nuestra vida, no es otro que nuestro tiempo vital. Para trabajar necesitamos disponer del tiempo de nuestra vida, para amar necesitamos disponer del tiempo de nuestra vida, para hacer el amor idem, incluso para leer esta estúpida entrada el lector necesita disponer del tiempo de su vida. Sin embargo, por arte de ensalmo, parece que existe algo más importante que nuestro tiempo, que nosotros mismos, que la esencia de la vida y esa estupidez, ese invento del hombre, no podía ser otro que el dinero. El dinero, que nació para facilitar los intercambios, por tanto como un medio, se ha convertido en la finalidad. Curioso trueque de valores.


No voy a entrar en analizar a los tipos que anteponen la posesión de dinero, o sus sucedáneos, a cualquier otro ámbito de la vida. A pesar de sentir hacia esta forma de ver la vida un cierto desprecio, no seré yo quien impida que la gente pase por este mundo con las prioridades que ambicione. Sin embargo, si parece oportuno decir que los ideólogos de esta forma de pensamiento sí que maquinan para imponernos su voluntad, robándonos nuestro tiempo. Robándonos nuestra vida.
Piense el amable lector sobre las consecuencias de utilizar como medida de todo el dinero, o sus sucedáneos, y no el tiempo. Piense el amable lector que las nuevas tendencias, impulsadas por los economistas patológicos, los políticos de turno y sus mamporreros mediáticos, es la de trabajar más rápido y más horas, a cambio, encima, de menos dinero. Curioso. El dinero, o sus sucedáneos, son la meta, no el medio, y la intención de los que manejan el cotarro no es otra que quitarte más tiempo, lo único que es tuyo, para que trabajes más y adquieras menos dinero a cambio de esa mayor carga de trabajo. ¿Quién impone a quién? ¿Quién es un auténtico liberticida?
Alguien podrá alegar que para disponer de ese tiempo se necesita dinero. Cierto. Pero intento exponer que la consecución del dinero mediante el trabajo debería supeditarse a la posesión del tiempo vital y no al revés. Debemos trabajar para vivir y no al revés.
En el fondo, estimado lector, nuestro mayor tesoro, no el único pero si nuestro mayor, porque nos acompañará toda nuestra vida, en cualquier momento de la misma, es nuestro tiempo, por lo que ser dueños del mismo, o de la mayor parte del mismo, se convierte en nuestra más preciada posesión. Pretenden cegarnos, haciéndonos creer que lo fundamental radica en la posesión sin fin de dinero o sus sucedáneos, pero lo esencial se compra con nuestro tiempo. La sonrisa de los hijos, de tus padres, ya ancianos, ese chiste, esa cerveza, ese partido de fútbol con los amigos, ese paseo o, también tiene cabida, esa tarde tocándote las narices frente al televisor. Todo ello se compra con tiempo, con el tiempo de nuestra vida. Con el tesoro que nos acompañará hasta la muerte. Lo demás...
Un saludo.

4 comentarios:

Piedra dijo...

Todo se compra con tiempo, las cosas materiales se pagan con el tiempo que invertimos trabajando para obtener el dinero suficiente.
Aquellos que son realmente libres son, los que no necesitan nada y los que sacian todas sus necesidades a través del esfuerzo de otros.
Por tanto tenemos dos modelos opuestos, el de la vida sencilla basada en saciar únicamente las necesidades fisiológicas básicas, a partir de un tiempo mínimo de trabajo que nos permite disponer del resto para disfrutar de la vida siendo realmente personas: leer, escribir, componer, diseñar, resolver problemas, filosofar, pintar...
Y el de la vida lujosa, que a su vez puede ser a costa de nuestro esfuerzo, viviendo para trabajar y almacenar cosas inútiles de las que ni tenemos tiempo de disfrutar, o a costa de otros, explotándolos y robándoles el fruto de su trabajo en nuestro propio beneficio.

PACO dijo...

Hola, Piedra. Me alegra tenerte por aquí de nuevo.
Todo depende de lo que consideres necesario para vivir. Pasear por el campo, de vez en cuando, es muy barato y llena mucho, por lo menos a mi. Yo prefiero tener más tiempo, aunque sea para aburrirme, y menos dinero. Es una cuestión de principios. Aunque sé que desde mi posición es fácil decirlo, pues no tengo problemas, por el momento, económicos serios. Pero, mi pareja y yo lo tenemos claro: menos trabajo, menos dinero y más tiempo para nosotros.
Un saludo.

isabel lagar dijo...

Estupenda entrada y con mucha razón. Te aconsejo que veas la peli IN TIME. Es una peli futurista en la que el tiempo se acaba convirtiendo en moneda de cambio. Algo así como hacía Michael Ende en MOMO.

PACO dijo...

Hola Isa.
Gracias por la recomendación, la tendré en cuenta, y por tu comentario sobre la entrada.
Un saludo.