domingo, 23 de julio de 2017

BUENAS NOCHES

No recordaba el tiempo que había transcurrido, tal vez veinte años, desde la última vez que ambos habían acudido a un evento ajeno a su vida ordinaria. En realidad, se trataba de una especie de compromiso; la hija de un amigo participaba como actriz en un cortometraje y su madre, compañera de trabajo con la que tenía una buena relación, me había invitado, nos había invitado, al pase que se iba a producir del mismo en un aula de cultura. Con cierta desgana acepté la invitación en nombre de mi mujer y en el mío propio y aquí estamos, en esta vieja sala multiusos, perteneciente a una desaparecida caja de ahorros, sentados frente a una pantalla en la que empiezan a aparecer las primeras imágenes.
Una mujer joven, y hermosa, intuyo que la hija de mi compañera, cena junto a su marido, otro joven bien parecido, viendo la televisión sin cruzar palabra mientras ingieren unos sándwiches y una ensalada. Terminada la comida se levantan, cada uno recoge los platos, vasos y los cubiertos que han usado y los llevan a la cocina, todo ello en silencio, roto por la voz que procede de la pantalla plana situada frente al sillón, que pasan a ocupar tras volver de la cocina.
Pasan unos minutos hasta que él se levanta y se despide de su pareja diciendo: "Hasta mañana". La mujer no le responde y en la pantalla aparece un fundido a negro, que presagia desaparecer cuando se oye el sonido de un despertador. La luz de una lampara alumbra una habitación, en la que se encuentra el protagonista masculino, que se apresta a poner fin al sonido que le ha despertado. Una vez acallada la odiosa música se gira y cae en la cuenta de que su mujer no se encuentra en la cama. Se levanta y, mientras se dirige a la ducha, da las buenos días a su cónyuge, que se encuentra viendo la televisión en el salón.
Tras la ablución se dirige a la cocina y prepara café para ambos. Sale al pasillo y en la puerta del salón la pregunta si quiere que también caliente leche para ella. Vuelve a repetir la pregunta y sigue sin obtener respuesta, lo que le mueve a acercarse a ella y volver a plantear la cuestión. Al ver que lleva puesta la misma ropa que anoche, junto con su cara lívida y sus labios amoratados sabe que no va a obtener respuesta de ella.
Aparecen los títulos de crédito. El bodrio ha terminado. Su mujer y él se levantan y se encaminan hacia la salida. Por suerte la madre de la protagonista se encuentra en la otra punta de la sala y no debe mentir sobre la apreciación que la pieza que protagoniza su hija le merece. 
Justo antes de franquear la puerta mi mujer me preguntó/afirmó que cenaríamos en casa. Mi respuesta, un escueto sí. Fuimos paseando, aprovechando la fantástica temperatura, en silencio, sin darnos la mano o sin abrazos. Cuando llegamos a casa, tras cambiarnos la ropa, cada uno se encargó del cometido que, con la convivencia, sabíamos debíamos llevar a cabo para poder iniciar la cena. Yo me encargaba de la ensalada y ella del plato caliente. Tras aliñar la ensalada yo me encargaría de poner la mesa y, si ella había terminado con lo suyo, me echaría una mano con los cubiertos. En esta ocasión no tuve necesidad de abrir el cajón para sacar de él tenedores y cuchillos.
Dos tortillas francesas, una ensalada, agua, un trozo de pan y una cerveza, junto con unos cubiertos y un par de servilletas de papel, ocuparon la mesa rectangular anteriormente vacía. Cuando todo estuvo en su lugar cogí el mando y encendí el televisor. No fue necesario preguntar por el canal, siempre veíamos el mismo los sábados, y la mayoría de los días. En la pantalla aparecieron una serie de hombres y mujeres, sentados uno frente a otro que discutían, por bandos, sobre cuestiones de actualidad y Política. Daba igual el tema, siempre discutían. El silencio entre ellos solo se rompía cuando yo le preguntaba a mi mujer si quería más agua. 
Cuando terminamos con los alimentos de la mesa mi pareja me preguntó si quería un yogur o una pieza de fruta. Mi respuesta consistió en un sobrio no, gracias. Ella se levantó y, un minuto después, apareció con un yogur desnatado y una cucharilla. 
Esperé a que se lo terminase para empezar a retirar la mesa, cuestión que, como mandaba la tradición, hacíamos a medias y, una vez realizada esta labor, procedimos a sentarnos en el sillón, para continuar asistiendo a la contienda verbal de unos y otros. Las únicas palabras que se oían en el salón de mi casa eran la de un tipo gordo con gafas y otro con coleta, enzarzados en una disputa árida y sin fin.
El sueño me estaba venciendo y decidí irme a la cama. Me levanté y le dije a mi esposa que me iba a la cama. La desee buenas noches y, en ese momento, por instinto me giré, la miré y dejé escapar una ligera sonrisa (que, sin embargo, en ella pareció convertirse en un gesto de tristeza) cuando escuché que ella me miraba y también me deseaba buenas noches.

No hay comentarios: