lunes, 26 de diciembre de 2016

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (26-XII-2016)

¡Por fin han llegado las vacaciones! Necesitaba unos días de descanso. Sé que si esto lo leyera algún progenitor podría poner el grito en el cielo. A estas alturas de la fiesta resulta cansino escuchar, en algunos casos con intención socarrona, y en otros como una queja real, que los docentes tenemos muchas vacaciones. ¿Por qué no podemos tener esos períodos vacacionales? Se me ocurren dos respuestas:
- Porque ellos, en sus trabajos, no tienen unas períodos tan largos de descanso. Lo que me lleva a pensar que, en vez de intentar equipararse con los que tienen mejores condiciones, su deseo es igualar a todos por abajo. Mal ejemplo para los hijos.
- Un segundo supuesto, que no excluye el primero, puede ser que los niños dan mucha guerra en casa y están mejor en el centro. Además de la respuesta lógica a este planteamiento, se me ocurre una segunda que me hace sentir muy a gusto conmigo mismo: durante el curso trabajo con los hijos de personas, algunas, que, parece, consideran que sus pequeños están mejor fuera de su hogar. No sólo eso, durante ese período yo también ejerzo de padre, función que también desempeño durante los períodos en los que los niños no van al centro. ¡Vaya! No sólo trabajo con los hijos de algunos padres a los que parece no agradar sobremanera la idea de que no haya cole, sino que además ejerzo de padre. Para estos tipos que exigen más escuela, debería ser un ídolo: hago todo aquello que ellos consideran una cuestión harto complicada.
Contemplo con asombro un anuncio en el que dos presentadoras de La Sexta hablan sobre las bondades de un programa para detectar de manera temprana la dislexia. Partiendo de que la dislexia, no confundir con problemas puntuales de inversiones, sustuticiones, segmetaciones arbitrarias y demás, es un problema estable, del que se puede, y debe, mejorar, pero que aquella persona que lo posee lo va a sufrirlo toda su vida, no entiendo por qué se debe comprar algo que los docentes suelen detectar en los primeros cursos en los que se aborda la lectoescitura. De nuevo, uno siente como se ningunea la figura de maestro, que, en otras capacidades, tiene la capacidad de discernir cuando un alumno presenta un problema que se sale de lo "normal". Cuestión que, como establece la legislación, debe ser diagnosticada en un momento posterior por la persona que ejerza la labor de orientador.
Me irrita sobremanera que se menosprecie la labor del docente, desinformando, de manera intencionada, a los padres. Esta misma sensación cuando escuché hace unos meses en un ¿informativo? de la SER a un fulano defendiendo las bondades de un sistema 3D para la adquisición de aprendizajes en el aula. Por supuesto, se remitió a informes de universidades lejanas, que, según el fulano con acento sudamericano, corroboraban la necesidad de implantar este tipo de tecnologías tan "necesarias". En el caso de las presentadoras de La Sexta, al menos, se puede constatar que se trata de publicidad. En el segundo caso se vendió como información. Lo que resulta más preocupante.
Creo, querido diario, que la anterior vez que escribí dejé dicho que iba a referirme a los tres principios que deben articular la práctica docente y, aunque no tengo muchas ganas, lo prometido es deuda y algo hablaremos del asunto.
Enseñar a hacer, enseñar a generalizar y ponerse en el lugar del alumno, tres pilares sobre los que asentar el resto del proceso.
Enseñar a hacer lo hace cada uno de los docentes todos los días. Enseñar a dividir, enseñar a escribir (convertir en grafemas, fonemas), enseñar a hacer esquemas... Pero, creo, que enseñar a hacer también supone otra serie de cuestiones. Supone una forma de pensar curiosa, divergente, que busque distintas perspectivas. Enseñar a a hacer supone, dotar al alumno de recursos para realizar su trabajo de manera autónoma, haciendo explícito como debe trabajar, dotándole de herramientas para realizar su trabajo.
Generalizar, aplicar lo aprendido en otros contextos (eso que tanto tiene que ver con las competencias), supone el gran reto del sistema educativo formal, y mucho más para los que nos dedicamos a los niños con necesidades educativas especiales, que tienen en la generalización un problema. En el fondo, creo que la generalización va unida de manera íntima con dotar por parte de los docentes a los alumnos de recursos (entre los que se incluye un uso no sólo lúdico de las Nuevas Tecnologías), de estrategias de pensamiento que les permitan encontrar utilidad a una parte de lo aprendido. No pretendo vender que todo tenga una aplicación en la vida diaria. Esta idea resulta absurda. No me imagino a un alumno intentando buscando una utilidad práctica al hecho de que Felipe II fuese rey de Portugal. Pero sí se puede enseñar a pensar al alumno que la Historia de los países está fuertemente interrelacionada y que nada se puede entender sin un pasado de relaciones más o menos truculentas. Por supuesto, en los primeros momentos de la educación la generalización de los aprendizajes debe estar guiada por el docente. Algo tan sencillo como esas preguntas que se hacen tipo: ¿para qué otras cosas sirve esto? ¿En que otros lugares habéis visto lo otro? Supone un paso inicial. Poco a poco tienen que realicen esas generalizaciones, generalizando incluso las estrategias de búsqueda de información, clasificación, selección/justificación y presentación de la misma.
Por último, sobre el aspecto de ponerse en el lugar del alumno, sólo debe decir que trabajamos con personas. Todo lo demás que pueda escribir resulta redundante.

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