miércoles, 14 de diciembre de 2016

LO HUMANO

"Duda que ardan las estrellas,
duda que se mueva el Sol,
duda que haya verdad,
mas no dudes de mi amor"

William Shakespeare, Hamlet

Cuando pensé sobre como desarrollar esta entrada, mi idea primera fue la de confrontar la importancia de los sentimientos con cierta forma de entender la vida, muy moderna y correcta ella. Pero al poco desistí. No de escribir sobre lo que tenía pensado, que me parece importante y, casi, casi, trascencental, sino de la perspectiva de citar a los personajes absurdos y patibularios, garantes de la falsa moral, que desvirtúan la vida, defendiendo ideas ajenas, que les hacen sentirse importantes. Por ello, voy a hablar de sentimientos. De princesas, y príncipes, azules, de odio, de amistad, de rechazo... De lo divino y, sobre todo, de lo humano.
Los lectores que me conocen saben que no he tenido la suerte de conocer a mi princesa azul, pero poco o nada importa, porque no tengo esa necesidad. No tengo la necesidad de pensar quién será la persona con la que acabaré mis días, si es que en ese momento tengo alguien a mi lado. Me preocupa mucho más saber disfrutar de la persona que ame, y que me ame (o algo parecido), durante el tiempo que pueda estar junto a ella. Sé que en durante ese tiempo, corto, largo o mediopensionista, esa mujer será mi princesa azul y, espero, que yo sea su príncipe azul. No me importa la eternidad, ni tan siquiera el pasado mañana. Prefiero apurar ese momento y sentir que, de nuevo, se puede volar bajo. Menospreciar el amor me resulta algo digno de charlatanes y/o necios, más pendientes de figurar que de vivir. No importa que dure un mes, un año, una década o toda una vida, creo que ese sentimiento, que hace atronar el interior de uno, no tiene parangón en la vida (si exceptuamos, para la mayoría de las personas, la paternidad). Resulta intrascendente la fecha de caducidad. Lo importante de este asunto es vivirlo. 
Podrá pensar el lector, tras leer los dos primeros párrafos, que me muestro sensiblero, puede que fruto de la Navidad. Nada más lejos de la realidad. Mi intención es hacer constar que una parte importante de nosotros se forja gracias a los sentimientos como el amor, el odio (del que hablaremos después) u otros conceptos como la amistad, el rechazo... Y, fruto de estos sentimientos, la pasión, que no siempre debe estar vinculada a al amor.
Parece que odiar, sentir desprecio, no figura, o debe figurar, en el vocabulario. Nadie odia, nadie desprecia. Sin embargo, odiar, despreciar, resulta tan humano como amar. Odiar a quien genera dolor de manera gratuita o por interés propio, despreciar a quien minusvalora, odiar a quien hace daño a los tuyos... No suena bien, pero no cabe duda de que se trata de reacciones humanas. Reacciones que no conllevan, de manera necesaria, una respuesta agresiva hacia otras personas (de hecho, el tipo de odio que suele generar reacciones agresivas no está generado por vivencias personales, sino por ideologías extremistas, que buscan exterminar al que ellos consideran enemigo). Es más, diría que cuando vivimos una situación dolorosa en extremo, que puede generar odio, las personas no suelen manifestarse de manera agresiva, pues somos capaces de aguantar situaciones hirientes, llegando incluso a no manifestar, ni tan siquiera de manera oral, lo que en realidad pensamos. Sin embargo, no podemos evitar sentir odio o desprecio hacia quienes reparten miseria, destrucción, lágrimas. Odiar, menospreciar puede no ser lo apropiado, pero resulta humano. Nace de la necesidad de defenderse de una agresión (excepto en personas con ciertos problemas psiquiátricos); de la necesidad de ubicarse ante el dolor. Desde ese punto de vista, puede considerarse hasta lógico. Otra cuestión, muy diferente, y bastante negativa, es si ese odio se convierte en el motor de la vida. Como otras cuestiones de nuestra vida, no saber reconducir ese sentimiento, casi de autodefensa, integrándolo y disolviéndolo, con el paso del tiempo puede suponer un grave problema.
Hasta ahora he hablado del amor y del odio, dos sentimientos pasionales, irracionales, que conviven con nosotros. Existe un tercer sentimiento, creo que lo es, el de amistad, menos pasional, menos irracional, pero de igual manera fundamental. En el fondo, se trata de crear un hábitat emocional donde vivir. Este sentimiento, que todos conocemos, no considero que necesite ser descrito, ni tan siquiera creo que deba hablarse sobre él. Baste decir que constituye, junto con la familia, el método de socialización más inmediato, e importante, para una persona. Al menos yo lo considero así. Resulta obvio que, al igual que el amor, la amistad tiene su reverso: la enemistad, que puede generar odio, desprecio o indiferencia, pero esto, grosso modo, ya se trató con antelación, por lo que no haré perder tiempo a quien lea esta entrada con nuevas disquisiciones.
El lector podrá preguntarse por qué he hablado de amor, odio y amistad. Lo he hecho porque sentía la necesidad de escribir sobre cuestiones que, en ocasiones, parecen no importar en exceso en nuestra vida diaria. Cuestiones que, en ocasiones, se quieren esconder o negar, como si se tratase de hechos vergonzantes. Lo he hecho porque me apetecía contar que somos humanos, atravesados por sentimientos, que nos constituyen y que nos diferencian de una piedra, de una ameba o del Sol, haciéndonos criaturas únicas.
Un saludo.

No hay comentarios: