martes, 20 de diciembre de 2016

TROCITOS DE VIDA Y DE PIEL

No, no es verdad; la vida no la perdemos, ni la dejamos pasar. Tal vez, lo que ocurre es que, de vez en cuando, tenemos tiempo para soñar como nos gustaría que las cosas sucediesen. Sin embargo, tengo una firme convicción: si nuestra existencia fuera eso que, de vez en cuando, anhelamos, también nos mostraríamos insatisfechos y desearíamos otras vivencias, otras emociones. En el fondo, se trata de sensaciones, impresiones del color de la subjetividad.



Dar las gracias por lo que tenemos no resulta necesario o, al menos, yo así lo creo, pero sí debemos considerar importante que poseemos. No se trata de felicitarnos sólo por lo material, que también, sino por el hecho de estar vivo, de tener gente a nuestro alrededor, de poder viajar, de poder reírnos... ¡Qué nadie se equivoque, esto no tiene nada que ver con Coelho, el cristianismo o demás tropa! Se tratar de ser conscientes de que en la vida sólo ocurren unas pocas cosas excepcionales. El resto de los sucesos son pequeños. Unas veces agradables, otras no. Unas veces perceptibles, otras no. En muchas ocasiones forman parte de una meta más grande, inacabada incluso, como el hecho de ver, y ayudar, a crecer a nuestros hijos.



Hace tiempo aprendí que esa gente a la que admiraba sólo era lo que yo quería que fuesen. En realidad conocía muy poco de su vida real. Todo se limitaba a suposiciones mías, que no dudaba en dar como ciertas. Puede que se sólo se tratase de los anhelos de los que hablaba en el primer párrafo. Todo aquello que nos gustaría ser y que creemos encontrar en otros. Nada más lejos de la realidad. Basta con saber que somos nosotros.



Nos ha tocado convivir con nosotros mismos. Soportándonos y admirándonos. Queriéndonos y odiándonos. Conociéndonos y sorprendiéndonos. Nadie existe fuera de nosotros, que somos la medida de todo lo que conocemos.



¿Por qué no creo en Dios? Imagino que, en parte, por mi concepción materialista y científica de la vida. Pero también tengo la certeza de que, por otro lado, no creo en deidad alguna porque no tengo tiempo que perder imaginando a un ser superior inabordable. Demasiado esfuerzo me supone abarcar toda mi existencia, como para perder energías creer en un ser inexplicable que no me aporta nada esencial.



El tiempo pasa deprisa cuando disponemos de tiempo y necesidad de medirlo. Parece un galimatías, pero tiene fácil explicación. Cuando vivimos situaciones gozosas no necesitamos buscar la medida al tiempo. Por simple que parezca, sólo se disfruta de él, sin más pretensiones. Sólo tenemos sensación de haber consumido con celeridad parte de nuestra existencia cuando no tenemos cosa mejor que hacer que echar la vista atrás, olvidando todo lo que hemos vivido durante ese tiempo que tan corto nos parece. A veces el aburrimiento juega malas pasadas.



Pienso que la vida tiene dos cosas que superan a todas las demás: el sentimiento de amor hacia los hijos (al menos para la mayoría de la gente) y el amor hacia otra persona. En el fondo en el primer caso se trata de amor hacia los hijos y en el segundo amor hacia una persona que no tiene nada que ver con nuestra sangre. El amor hacia la familia también resulta trascendental, pero en el caso de los hijos y la persona amada existe algo no impuesto. Una sensación fruto de la historia de cada uno.



Me gusta saber que no pienso lo mismo que hace unos años. No sé si lo que ahora creo resulta mejor o peor. Lo más probable es que se adapte más a mis necesidades. Sería absurdo renegar de aquellas ideas que me han ayudado a llegar aquí y que, en su momento, fueron de utilidad para ayudar a construir la persona que hoy soy.

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