miércoles, 6 de febrero de 2013

EMPRENDEDORES, ¿LA ÉPICA?

En estos últimos tiempos nos bombardean, casi casi de manera literal, con las bondades de ser emprendedor. Uno, que como el lector asiduo conoce es aficionado a la Historia, no puede evitar asociar esa palabra con personas como Marco Polo, Ibn Batuta, Colón, Elcano, Amundsen y, si me apuran, con Melendi tomando un avión (en este caso los emprendedores son los pasajeros y la tripulación que van en esa misma aeronave y se aprestan a sufrir un viaje con grandes inconvenientes). Pero no. Los políticos de turno no se refieren a estos insignes, y sufridos, personajes que, en su momento, viajaron a lugares remotos con unos medios precarios y pusieron en contacto, de una u otra forma, a civilizaciones. Cuando nuestros líderes políticos, expertos en viajar en el coche oficial, hablan de emprendedores se refieren a los pequeños empresarios y autónomos.


Tal vez, sólo tal vez, utilizar la palabra emprendedores no sea un hecho fortuito y tenga que ver con un intento de trasladar la épica de la que hablaba en el párrafo anterior a los tiempos modernos y más concretamente a aquellas personas que tienen un pequeño, o mediano negocio. Uno, con todos mis respetos para mi amigo, no se imagina al que le ha cambiado hace poco el disco duro del ordenador, como digo un amigo, navegando por el Atlántico en una cáscara de nuez, comiendo galletas rancias y esperando, de manera desesperada, avistar tierra. Lo siento, no puedo. De igual forma tampoco me imagino al de la frutería  de mi pueblo recorriendo en su furgoneta el Polo Sur o a la panadera yendo y viniendo a la Meca, entre visita y visita a Rusia, Afganistán, la India, las Maldivas... Pero toda esta tropa de neoliberales de la política, la prensa y la economía, han adoptado tal nombre para referirse a unas personas, que en el uso justo de su libertad, a veces por necesidad (especialmente en aquellos casos de personas a las que empresas, o administraciones, les obligan a hacerse autónomos para poder optar a proporcionar un servicio a dichas empresas o administraciones), han decidido montar un negocio. Ni Odiseo, ni Hércules, ni Dios que la fundó; los héroes del siglo XXI son los emprendedores empresariales de nuestro país.


Problema bien distinto es discernir por qué, qué les lleva a ser tratados como personas especiales. Bueno,  objetivamente no es tan difícil: porque le sale de los cojones a unos tipos que intentan moldear nuestra forma de pensar y de interpretar la realidad. Pero, como todo en esta vida, existen motivaciones más profundas.
Tal vez para abordar esta temática debamos hablar de, al menos, dos aspectos: la martirología y lo que de verdad esconde.
Respecto a lo que he denominado martirología uno, que confía en la especie humana, en un principio podía pensar que los padecimientos y sufrimientos de los emprendedores eran debidos a cuestiones como la competencia desleal (por ejemplo no pagar impuestos, lo qua abarata significativamente los costes, eso sí, de manera fraudulenta), la posición abusiva de las grandes empresas respecto a los pequeños empresarios o autónomos o, el más común en nuestros días, la falta de crédito, debido a que los bancos no cumplen con su función. Pues no, querido lector. Todos los problemas de los emprendedores se derivan de aspectos tan importantes como el papeleo o los impuestos.
Sobre el papeleo, ese que ha existido siempre y que no ha impedido que se abran, uno tras otros, miles y miles de negocios, se me ocurre una reflexión, así a vuelapluma. Imagine el amable oyente que Periquito Pérez abre un negocio, por ejemplo un bar o un restaurante, y que basta con fiarse de su palabra para la apertura de dicho establecimiento. No se necesita que un inspector de Sanidad certifique no se cumplen los requisitos de higiene mínimos, ni que Industria avale que la instalación del gas de la cocina cumple con todos los requisitos. ¿El amable lector comería un pincho con total tranquilidad en dicho bar (y más después de ver el programa de Chicote)?



Los trámites burocráticos, que tal vez se puedan agilizar, son fundamentales para velar por la seguridad de los usuarios de ese negocio y la palabra de un emprendedor respecto a temas, que casi con total probabilidad, no conoce con la profundidad suficiente es tan válida como una boda, por el rito zulú, en el ordenamiento jurídico español.
Si bien es cierto que en el año 2008 la pequeña y mediana empresa daban trabajo al 85% de los españoles, en Alemania el porcentaje se reduce al 75%, no es menos cierto que los problemas, al menos los fundamentales, con los que se encuentra aquél que quiere montar una empresa, dejemos de utilizar el absurdo término emprendedor, no son los papeles. Cuestiones como conseguir el dinero o la competencia desleal, constituyen escollos mucho más peligrosos.
De nuevo, y, de paso entroncamos con la segunda parte, lo que la verdad esconde, tratan de despistarnos sobre los problemas, cargando sobre lo de siempre: las administraciones  y los impuestos. En otras palabras: una forma de funcionamiento que permite que vivamos más seguros y el dinero que se destina para paliar las desigualdades. Sin embargo, resulta evidente que lo que en realidad afecta a los denominados emprendedores, que no es otra cosa que la miseria moral y económica que acarrea el sistema, se intenta obviar, esconder u ocultar.


Lo que la verdad esconde, perdón por coger "prestado" el título de la película, es un fracaso. El fracaso absoluto de un modelo basado en la especulación y la explotación sin cuento al trabajador. No hace falta recordar que con Reagan y Thatcher se pusieron los cimientos de un modelo, neoliberal, que de manera progresiva se ha ido implantando en todo el orbe, con las consecuencias que conocemos. La concentración de capital, robo, en manos de unos pocos ha provocado, entre otras cosas, la depauperización de una parte de la sociedad. La política de conseguir dinero a cualquier precio ha conllevado realizar "inversiones" de capital en negocios especulativos, no en negocios asociados a la producción de bienes. Esta forma de "crear riqueza", junto con la bajada de salarios, que ha limitado la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, y el desmonte del Estado, ha generado un aumento significativo en el número de parados en una gran parte de los países de Occidente.
¿Cómo enmascarar esa realidad? Muy fácil: responsabilicemos a los trabajadores de ser sus propios contratadores. En otras palabras: el que se encuentra en paro, según estos tipejos, lo está por incapaz o por pereza; por no querer montar su propio negocio; por no ser su propio jefe. Asunto solucionado. La culpa ya no es el del tipo de sistema que defienden estos necios, la culpa recae, una vez más, sobre el ciudadano de a pie. Es más, se lanza la idea de que los buenos, los pata negra, los tipos a los que merece la pena parecerse es a los emprendedores, los triunfadores, los que llegan a serlo. El resto, el trabajador de a pie, es un ser prescindible y anodino, que no sabe vivir como corresponde. A uno le vienen a la cabeza los planteamientos de Nietzsche, desde mi punto de vista un diletante. El superhombre, en el caso actual, se corresponde con los triunfadores, que no son otros que los emprendedores que han tenido ¿éxito?, a costa de lo que haya sido. La moral tradicional, como defendía el filósofo alemán, sólo sirve para los mediocres; mientras que los superhombres, los emprendedores con éxito, no tienen la necesidad de seguir esa moral absurda de los perdedores.
No hay más cera que la que arde. La estupidez del emprendedor entendido como un superhéroe sólo sirve para intentar ocultar los fallos, estructurales, de un sistema que se desmorona, culpando de los problemas del mismo a los ciudadanos, a los parados más concretamente. De paso, la épica del emprendedor sirve para justificar el modo espurio en que muchos de esos triunfadores han llegado a lo más alto.
Sus teorías del emprendedor y del trabajador asimilado, poco más o menos, a un ente amorfo se cae cuando ocurren huelgas como las de Sevilla, de recogida de basura, o en las transportes públicos. ¿Alguien ha visto a alguno de esos emprendedores o triunfadores haciendo el trabajo del colectivo de trabajadores en lucha? Nadie lo ha visto, porque por mucho que nos intenten explicar que la luna es cuadrada, sin el trabajo de los asalariados por cuenta ajena el sistema se viene abajo.
Un saludo.

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