jueves, 13 de septiembre de 2018

DISIMULANDO

Nadie quiere que seas tú mismo.
Quieren que seas la versión de ti mismo 
que a ellos más les gusta.

Un amigo mío defiende que lo que necesitan mucha de esas personas que se quejan por todo, y de casi todo, es pasar por una guerra. No comparto el extremismo de mi conocido, pero sí el trasfondo de lo que plantea, que no es otra cosa que la sensación de que una parte de personas, con un poder adquisitivo medio reivindica como aspectos por los que luchar, casi revolucionarios, cuestiones vacuas, dignas de personas sin verdaderas preocupaciones. Reivindicaciones vacías de contenido y que, con un poco de suerte para algunos, acaban convirtiéndose en banderín de enganche para pícaros, que desean vivir del cuento. Y, tal vez, ése constituya el mayor acierto de la gente detenta el poder económico: desviar la atención de los verdaderos problemas, dando, de paso, de comer, muy bien, a cierta gente sin escrúpulos, que se alza como abanderado de causas pretendidamente nobles, que en nada contribuyen a repartir la riqueza, luchar contras las desigualdades reales, ni tan siquiera a conocer la realidad del mundo que le rodea. En otras palabras: se trata de dar voz a aquellos que no van a cambiar nada de lo sustancial.
Tal vez ésto duela más cuando, por cuestiones profesionales, tienes acceso a la vida de niños desfavorecidos de verdad y comprendes que a esas pequeñas personas nadie les va a ayudar y mucho menos estos profesionales de la distorsión y las consignas. La visión urbanita y acomodada de estos líderes de opinión, que en algunos casos han llegado hasta lo más alto gracias a su cuna, supone un retroceso para la dignidad de los que en realidad necesitan ayuda. Al final, estos niños, adultos y ancianos se convierten en una estadística, fría y arrojadiza siempre que la ocasión se preste a ello. Porque lo que subyace en todo ese movimiento liberador de los débiles, sin que importen en realidad los que ellos consideran débiles, es una lucha por el poder, utilizando la superioridad moral que les proporciona, o ellos creen que les proporciona, acordarse de aquellos que se encuentran en peor situación, reivindicando la necesidad de una vida más justa para ellos.
En realidad, una parte significativa de estos voceros de la estadística y de la vida acomodada, no se relacionan en su vida diaria con aquellos a los que dicen defender. Lo hacen, si llega el caso, de manera ocasional y siempre con su correspondiente fotografía o vídeo. Los que en realidad luchan por mejorar, día a día, la vida de las personas que lo necesitan no aparecen en los medios contando lo solidarios que son.
Esta gente bien, que en algunos casos provienen de familia bien y llegan a alcanzar en poco tiempo un lugar relevante en su profesión (como si la eugenesia fuese una realidad), nunca han conocido la necesidad, pero si parecen tener una cierta preocupación por las necesidades de aquellos que no han tenido tanta suerte en su pasar por este planeta. Nada más lejos de la realidad. En el fondo, han mamado que la mejor forma de que nada cambie es criticar cuatro cuestiones insustanciales, cuando no falsas (fruto de modas adoptadas y promocionadas por esas élites). Ponerse a la cabeza de la manifestación, gritando las consignas que interesan resulta una manera extraordinaria de dirigir la atención hacia donde ellos desean dirigirla. Con ellos se obvia, por ejemplo, que ellos han llegado donde están, en muchas ocasiones, por ser hijos de... Y qué mayor injusticia que el nepotismo, el enchufismo y demás tratos de favor.
Esta cuestión, que puede parecer baladí, ilustra de manera clara la finalidad última de esta élite, que por un lado se declara solidaria y por otro aprovecha sus ventajas.
Debajo de esta élite existe una tropa numerosa de estómagos agradecidos, esos que harían carrera en el franquismo, con el PSOE y con Stalin, que se apuntan a cualquier causa con tal de medrar, en especial de lo Público (éso que la delirante Carmen Calvo dijo que no era de nadie). Esta casta de profesionales de la divagación sirven de muestra para saber qué moda han impuesto las élites que no pretenden cambiar las estructuras reales. Su discurso, contradictorio y surrealista, basado en esas estadísticas de las que hablábamos antes y que, por lo general, suelen presentarse de manera descontextualizada y artera, para despistar  a cuantos más mejor, son el altavoz necesario de los amos. Los amos necesitan profetas de su buena nueva y estos mercenarios de las causas pérdidas son su herramienta indispensable. Constituyen el eslabón necesario entre esas élites y la gente normal, que debe recibir esas consignas. Estos asalariados contribuyen a la labor creando en su discurso un contexto irreal, pero ajustado a las necesidades de las élites pensantes y suyas propias, para seguir medrando. No importa cambiar, o intentar cambiar, el sistema que lleva a eso, resulta más eficaz hablar de minorías, de excluidos, de estadísticas.
Debajo estamos nosotros, que podemos creer o no esas soflamas (cierta gente las cree; como otra gente, o ésa misma, cree en extraterrestres) y otras personas no tenemos esa necesidad de sentirnos manipulados, cuando no maltratados, por esas mentiras repetidas hasta la saciedad.
Tengo la seguridad de que lo que más me molesta de esta gente progre es que ellos viven genial e intentan ocultar que quieren seguir viviendo de esta misma manera. Al menos los neoliberales y/o la derecha no ocultan que ellos quieren ser los amos del cortijo y, como mucho, podrás conseguir algo mejor cuando mueras. Ambos constituyen los enemigos de la igualdad de oportunidades y del reparto de la riqueza, pero, al menos, unos no intentan disimularlo.
Un saludo.

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