martes, 26 de diciembre de 2023

ALAS DE HORMIGÓN

TUVE EN OCASIONES LAS NUBES ENTRE MIS BRAZOS.

PERO SOLO PORQUE POSEÍAN NOMBRE DE  MUJER

Y EL PERMISO, SIEMPRE PROPIO, PARA ENAMORARME.

EN AQUELLAS OCASIONES PRACTIQUÉ EL SENCILLO ARTE 

DE ENCARAMARME A AQUELLOS LABIOS Y DE  AQUELLA PIEL

ESCONDIENDO MIS ALAS DE HORMIGÓN 

EN EL LUGAR DONDE SE ENUMERAN LOS OBJETOS INÚTILES,

Y ASÍ ME PERMITÍA VOLAR

DESCUBRIENDO, ENTRE LAS NUBES INICIÁTICAS,

LA SENCILLA DESNUDEZ  DE LOS CUERPOS,

DONDE RESIDEN TODOS AQUELLOS SINÓNIMOS, 

AÚN POR INVENTAR, DE LA PALABRA AMOR.

PERO SIEMPRE RETORNÉ A LAS ALAS DE HORMIGÓN

PRECARIO BAGAJE PARA AVANZAR SIN LASTRE,

SIN NOSTALGIA, SIN NADIE.

TEMIENDO LA ATROFIA DE ESA PARTE DEL ALMA 

DONDE SE DICTAN LAS CARICIAS A ENTREGAR,

Y LOS VIENTOS GENERADOS EN CADA BESO.

Y NACE UN DESEO EXISTENCIAL Y URGENTE

DE ICINERAR EN EL COMBUSTIBLE DE LOS RECUERDOS

EL HORMIGÓN, LAS ALAS

 Y TODO AQUELLO QUE DESCONOZCO Y DONDE ME RECONOZCO.

TODO SE REDUCE A VOLAR ALADO O NO, 

GUIADO POR LOS VIENTOS DE LOS BESOS,

PLANEANDO SOBRE LA PIEL,

MUCHO MÁS ALLÁ DEL LUGAR MÁS LEJANO 

AL QUE LOS POEMAS PUEDEN TRANSPORTARTE.



















martes, 16 de mayo de 2023

EN UN PÁRRAFO

 "A diferencia del cazador, que encuentra placer tanto en abatir a la presa como en mostrarla, él sentía que lo importante radicaba en el proceso que conducía a que la mujer que deseaba, su presa en sentido figurado, expresara su deseo de estar con él. Después, una vez conseguido este objetivo, la relación solía perder interés, el instinto de cazador se veía saciado, excepto en los extraños casos en que  sentía un interés que trascendía a lo meramente carnal".

Había leído este párrafo del libro Inquietudes de Juan Morín infinidad de veces y, por fin, las dos últimas líneas cobraban sentido para él. Había encontrado a alguien, Sonia, que transcendía más allá de lo carnal. Para él no suponía mayor problema el estado civil de ella: casada...al menos en un primer momento, pero todo cambió cuando sintió que en su interior  había anidado algo más que la mera pulsión de conseguir que ese cuerpo yaciese con él. 

Llegado este momento tenía plena consciencia de que la situación resultaba compleja. El matrimonio de ella se encuadraba dentro de las uniones de conveniencia, una especie de unión simbiótica de carácter social. Él, Luis Miguel, a ojos de su entorno, ocultaba su homosexualidad , o al menos lo intentaba. Ella, además de conseguir una cantidad de dinero que añadir a su salario, poseía cierta libertad para desarrollar su vida de la manera que considerase más adecuada, siempre que mantuviese un cierto decoro y "no diese de qué hablar", como le había repetido en muchas ocasiones Luismi.

Sin embargo, tanto Sonia como él, Andrés, comenzaban a sentir que el marido de ella resultaba innecesario, y hasta molesto, en esa relación que había nacido como una aventura fruto del deseo de ambos y que había caminado hacia algo más complejo, forjado a base de sentimientos y necesidades diversas por cubrir. Pero aquella rendija en la relación que les llevo a conocerse, a explorarse y a enamorarse también contenía el veneno de la dificultad para obrar con libertad, pues el divorcio el divorcio no entraba en los planes del miembro de ese terceto que no participaba en dicha relación, que no mostraba predisposición alguna a romper ese vínculo artificial con su esposa. No sólo eso, un contrato firmado antes de la boda obligaba a que, de existir una futura separación, debía ser de mutuo acuerdo y, de no existir esa comunión de intereses, si una de las dos partes siguiese adelante con la disolución de la pareja debería indemnizar al otro con una cuantiosa cantidad de dinero. Cantidad de la que ella no disponía ni, muy probablemente, podría disponer en un futuro próximo.

Poco tiempo después surgió la idea, como surge la necesidad de beber agua cuando la sed llega al extremo de acartonar los labios, de una  manera natural, necesaria y urgente. La solución pudo germinar en la cabeza de Sonia, o en la de Andrés, no importaba, ambos la hicieron suya de manera automática y dedicaron un esfuerzo conjunto a llevar a buen puerto su plan, aspecto que aún afianzó más su relación, como ocurre siempre que se planea conjuntamente crear algo nuevo o como sucede cuando se acomete una empresa delictiva, en la que el silencio resulta tan virtuoso como el éxito de la misma.

A pesar de su inexperiencia en estas lides contaban con una gran ventaja: ella, debido a su trabajo, enfermera, poseía los conocimientos necesarios para que la ejecución de su proyecto fuese un éxito. Conseguir un potente analgésico no supuso problema alguno. Acceder a la ricina, procurando no dejar pista alguna sobre su adquisición, requirió un mayor tiempo, pues hubo que sortear varios obstáculos, algunos de ellos imprevistos, pero el proceso de indagación y obtención de la misma, acabo resultando más fácil para ella que para un profano en asuntos relacionados con la Medicina.

Una vez todo preparado, Sonia intentó, por última vez, resolver la situación con su marido mediante el diálogo; llegando a ofrecerle una compensación económica que, a pesar de suponer casi todo lo que poseía, resultaba  muy inferior a lo que estipulada  el contrato. Sin embargo, Luis Miguel rechazó tanto el dinero como las súplicas de Sonia para finalizar formalmente su relación. Se mostró inflexible, remitiéndose al convenio que ambos firmaron de forma voluntaria en su momento. Ella aguantó las lágrimas, y la rabia, lo mejor que supo y pudo, para no mostrarse vulnerable ante el hombre imperturbable que se encontraba enfrente. Ese hombre que, sin ser consciente de ella, había firmado con su intransigencia, en este caso de manera involuntaria, el fin de sus días.  

Tardaron un par de semanas en ultimar los detalles. Billetes de ferry, cerrar los vuelos, papeles falsos para ella, alojamiento en su lugar de destino, realizar transferencias de la cuenta conjunta del matrimonio a una donde Sonia figuraba como única titular, extraer dinero del cajero todos los días, hasta conseguir una cantidad en metálico que no superase el  límite para viajar, pero que les asegurase poder vivir durante un tiempo largo con holgura, mientras encontraban una forma de sustento. Poseían la certeza de que un ingeniero con contrastada experiencia y una enfermera con un amplio historial y una formación actualizada no habrían de tener dificultad para encontrar un trabajo adecuado a sus capacidades en su destino, Guinea Ecuatorial, carente de personal formado en muchas especialidades.

Conseguir el sedante y la toxina, así como su utilización,  constituía la parte inicial del plan. La huida de ambos a un país sin tratado de extradición, como era el lugar africano en el que pensaban recalar, representaba la culminación de  la meta que perseguían: vivir juntos sin necesidad de ocultarse ni de mantener distancias físicas y temporales para responder a convencionalismos y contratos ajenos a su vínculo voluntario. 

Dejar su forma de vida atrás constituía una medida preventiva. Resultaba harto improbable que en la autopsia detectasen restos del tóxico que ella utilizaría. Cuando encontrasen el cadáver, dos o tres días después de su muerte, lo más probable es que hubiese desaparecido del organismo del muerto cualquier rastro del mismo, pero,  para evitar complicaciones que acabasen en una condena penal, huir suponía una salvaguarda ante este hecho improbable, pero no  imposible. 

El cinco de mayo supuso el inicio de la nueva vida de Sonia y de Andrés y el final de la de Luis Miguel. Sorprendentemente, todo resultó muy sencillo. A las 00,30, hora local de Marruecos, desembarcaron en Tánger. Continuaron viaje a Rabat desde donde embarcaron dirección Malabo. 

 Tras aterrizar en el aeropuerto de Santa Isabel de la capital guineana, recoger sus equipajes y traspasar si novedad el control de aduanas ambos sonrieron y se fundieron en un abrazo que selló para siempre el lugar donde habitaban  todos los miedos e incertidumbres que les habían acompañado durante los últimos días. Como ocurre en estas situaciones, cuando llegaron a su alojamiento ambos sintieron como el cansancio se apoderaba de sus cuerpos. La adrenalina había cumplido su función y la actividad y el esfuerzo, sobre todo mental, que habían desarrollado durante estos últimos días se hacían notar. Ya no había planes que ejecutar, horarios que cumplir y miedos a fracasar. Había llegado el momento de dejarse llevar y de pintar de amaneceres ese proyecto vital de convivencia por el que habían llevado a cabo todo aquello, que meses antes resultaba inimaginable para ambos.

No tardaron en encontrar trabajo. Sonia en una ONG, que necesitaba profesionales estables en su organización para dar continuidad a su proyecto sanitario. Andrés en un ministerio, que precisaba de ingenieros para llevar a cabo las obras públicas que el dinero del petróleo financiaba. Pronto se dio cuenta de que parte de su trabajo consistía en hacer proyectos sobre papel, atribuyendo unos precios desorbitados a cualquier apartado del proyecto, a beneficio de todo aquellos que medraban en despachos, concesionarias de obras y demás personal con algún poder sobre la ejecución de la obra. Él no se inmiscuyó en ello. Su principal interés residía en conservar aquello que le hizo llegar a ese país y lo demás sólo suponía un medio para ello. 

Por contra, Sonia si se mostraba crítica con el régimen dictatorial del país. Tal vez debido a que su experiencia laboral le llevaba a convivir con los más desfavorecidos, o con algunos de ellos, pues la pobreza en el país constituía una seña de identidad, o, quizás, debido a que su personalidad la empujaba a criticar las injusticias sociales y los abusos del poder. 

A Andrés no le importaba mucho la etiología de esa pulsión justiciera que parecía haberse instalado en ella. Lo único que le preocupaba era la energía y el tiempo que comenzaba a dedicar a dicha causa. Aspectos que, de manera progresiva, generaba una distancia entre ellos. Una brecha al principio inapreciable, pero que cobraba forma poco a poco, que les arrastraba a mundos paralelos. Él sentía que las campañas, el activismo de su pareja había sustituido a las confidencias, a los atardeceres llenos de miradas cómplices y a los abrazos que abrían la puerta al sexo y que, de igual manera, cerraban esa misma puerta, una vez satisfecha esa necesidad de sentir al otro lo más cerca posible.

Sin embargo, había algo que a él le fascinaba del comportamiento de Sonia. Le maravillaba que una mujer que mostró una gran frialdad para asesinar a un hombre al que le unía una relación íntima, a pesar de que esa persona impidiese su felicidad, unos meses después fuese capaz de posicionarse al lado de los más desfavorecidos contra un poder despótico y cruel, arriesgando su libertad o algo más. En un principio se sintió desconcertado, pero no tardó en darse cuenta de que ambas cuestiones respondían a un  mismo principio: actuar ante la injusticia, bien se cometa con ella o bien recaiga sobre los demás, aunque sean personas con las que, a priori, no tenga ningún vínculo especial.  

Andrés barajó durante, aproximadamente, un par de semanas lo que implicaba el alineamiento social de Sonia con respecto a la relación de ambos. Del mismo lugar que surgió la idea que acabó con ellos en África nació la propuesta que él hizo a  su pareja: adquirir de manera conjunta una casa más grande y, sobe todo, con vistas al mar, como ella tanto deseaba. Recordaba que en una de sus primeras conversaciones Sonia había manifestado que despertarse todos los días viendo el mar constituía su mayor anhelo. Tras la salida de Madrid todo había discurrido de manera muy satisfactoria, en especial en lo económico, y, entre ambos, no tendrían problema alguno en reunir el dinero suficiente para que el sonido del del Océano Atlántico llenase las esquinas de su futuro hogar.

Como era de esperar, la respuesta a la propuesta fue afirmativa y, para sorpresa de la mujer, él la invitó a acompañarle a una casa en venta que, según creía, reunía todos los requisitos que ellos necesitaban. Cuando, al día siguiente, ambos salieron por la puerta ambos estaban de acuerdo ese lugar que acababan de abandonar sería su nueva residencia. Negociar el precio final, debido a los contactos de él en el Ministerio, resultó mucho más sencillo que en España, para sorpresa de ambos. Los siguientes pasos: anunciar a su casero que abandonarían su antigua casa, crear una cuenta conjunta donde depositarían el dinero del pago, gestionar todo los documentos para la adquisición de la nueva casa, concertar citas con los encargados de supervisar la venta...corrieron a cargo de él. El trabajo de él le proporcionaba un entorno que le facilitaba todo este proceso y Sonia no dudó en dejar todo en manos de su eficaz pareja, que parecía haber desarrollado una vitalidad y entrega perdida hace tiempo. 

Andrés se encontraba lejos cuando la Policía irrumpió en su casa, el mismo día que habían prefijado para zanjar la adquisición de la casa. En ese mismo momento o, tal vez, un poco antes o después acababa de colgar el teléfono para confirmar, por segunda vez, lo que ya sabía: la Policía de España no le incluía entre los sospechosos del asesinato de Luis Miguel. Solo Sonia estaba incluida en esa lista. Su abogado en Madrid, con el que había mantenido contacto durante este último mes, lo volvió a asegurar y él ya no tuvo duda alguna. Encendió el ordenador portátil y se conecto a la red wifi del aeropuerto. Cuando desbloqueó el aparato con su clave accedió a la aplicación de un banco y realizó la transferencia del total de la cuenta conjunta a una de la que él era el único titular. Después borró el archivo Confidencia de la carpeta Asuntos, ya no resultaba necesario, pues, tras imprimirlo, lo había enviado a la Comisaría Central de Malabo. El archivo Confidencia constituía un relato pormenorizado de las actividades que una enfermera de una ONG realizaba para ayudar a los más desfavorecidos. Actividades que suponían en determinados casos actuaciones perseguidas por el régimen del dictador guineano.

Apagó la computadora y abrió un libro que sacó del bolso de viaje que llevaba con él. La página elegida se encontraba señalada por un marcapáginas y en espera de escuchar la llamada que le indicase que debía embarcar en el vuelo con destino a Madrid, leyó:

  "A diferencia del cazador, que encuentra placer tanto en abatir a la presa como en mostrarla, él sentía que lo importante radicaba en el proceso que conducía a que la mujer que deseaba, su presa en sentido figurado, expresara su deseo de estar con él. Después, una vez conseguido este objetivo, la relación solía perder interés, el instinto de cazador se veía saciado, excepto en los extraños casos en que  sentía un interés que trascendía a lo meramente carnal".

Y entonces comprendió que Sonia y él tenían algo en común: la fidelidad a sus principios. Ella lo había apostado todo, y había perdido, para conseguir justicia. Él, en cambio había sido fiel a sus principios y, como ella, no había dudado en saltarse cualquier norma para conseguir a quién deseaba, pero, como decía el texto de Juan Morín, una vez conseguido lo que pretendía de una mujer ésta, más tarde o más temprano, perdía todo su interés y necesitaba encontrar otro reto, otra mujer a la que ganarse, para continuar sintiéndose vivo. 

jueves, 6 de abril de 2023

NADA IMPORTANTE

NADA IMPORTANTE


Te reconocí en el carmín de una camarera,

en el sabor del pan de maíz

y en la ausencia, que por momentos, aplasta.

Me reconocí en la toma de decisiones,

en la duda de los días corrientes

y en el cansancio que, en ocasiones, asfixia.

Me siento, inestable,

sobre la pulsión de estos caminos bifurcados,

segmentados por la distancia a tus labios,

a tus senos voraces y reconfortantes,

transitando ese espacio entre tú

y miles de relatos imposibles

trufados de victorias improbables,

contrapuestas a la realidad

de las vidas corrientes,

ancladas a sueños ocultos

en las profundidades de océanos domesticados,

exangües tras cada claudicación.

Ahora, detenido en este lugar desgastado,

las mañanas aúllan una tras otra.

Nada importante.

Quizás no eras tú,

quizás no era yo,

quizás sólo se trataba confusión

o de un sentimiento real

yaciendo en algún lugar sin nombre,

en un lecho oxidado;

 hibernando en un cuarto de ventanas acenagadas

donde la carcoma de la esperanza

no encuentra su itinerario,

y todo lo abarcable se transforma en un habitáculo interior,

iluminado de luna nueva

sin resquicios al viento de la mañana,

creador de caricias,

de la colisión de los cuerpos,

y del sonido de los bailes.

Mientras, amanece hoy también, 

nada importante.



 

lunes, 13 de febrero de 2023

EDUCACIÓN CON MAYÚSCULAS

 Uno, que envejece de manera irremisible y a la par se vuelve más escéptico, contempla el estado de lo que rodea y piensa que los bufones de Velázquez se han adueñado de todo aquello que podría convertirnos en una sociedad mejor. Resulta obvio, que cuando hablo de los bufones me refiero a esos personajes encargados de hacer reír a la Corte, y, por ende, a que sus descendientes en esta labor han conseguido hacer de la caricatura ley moral y también normativa.

Mi deseo no es realizar una radiografía de esta sociedad, me apetece centrarme en exclusiva en una rama de este mundo que conozco medianamente, la Educación, y desvestir a esos reyes desnudos de toda coherencia, que solo pueden ser considerados bufones de una forma de pensar que está de moda. 

Comenzaremos, una vez más, por definir Educación y educación. Educación son aquellos procesos de enseñanza-aprendizaje que se producen en instituciones con el fin de que un individuo alcance a conocer, en la medida de lo posible, aquellos conocimientos y valores fundamentales de la sociedad en que vive. En otras palabras, se trata de que el individuo aprenda lo necesario para poder participar en todos los aspectos de esa sociedad. 

La otra educación es la que se proporciona en el hogar, donde se transmiten una serie de valores, como por ejemplo, la importancia de la responsabilidad. 

Esta primera distinción aleja a los gurús de las emociones del sistema educativo. No, el sistema educativo  no debe impartir cuestiones relacionadas con la inteligencia emocional, aspecto que nadie a demostrado que exista, ni zarandajas por el estilo. La Escuela, debe contribuir a aumentar la autoestima del individuo, a su autonomía y a una capacidad crítica, mediante el aprendizaje de contenidos, y la presentación de distintos puntos de vista (razonados) de diferentes aspectos sociales y morales (cuestión que se evita a toda costa por los amantes de lo políticamente correcto).

Una vez hecha esta distinción, pasemos a otros aspectos, también muy de moda.

Vayamos con el asunto de la memoria. La memoria resulta imprescindible. De hecho, sin memoria no podríamos hablar, escribir, sumar, restar, multiplicar.... Y aquí es donde debemos hacer una distinción entre aquello para lo que estamos programados para aprender y aquello, que por su complejidad, nos resulta más difícil de aprender, y debemos realizar un mayor esfuerzo para adquirirlo.

Cuestiones como el lenguaje oral, el concepto de número, la suma y la resta (existen pruebas realizadas a bebés de meses donde se muestra que a esas edades se tiene el concepto de número hasta tres y de suma y resta de estos números), ciertas nociones espaciales, nos vienen de serie. Es decir, que tenemos creadas las estructuras para el aprendizaje de este tipo de conceptos.

Mi experiencia me dice que algo similar ocurre con el aprendizaje de la lectoescritura, que, salvo alumnos con dislexia o disgrafia, adquieren con una pasmosa facilidad. 

Estos aprendizajes se realizan sin "apenas" esfuerzo. Pero el resto de aprendizajes, requieren una mayor dedicación y la utilización de otras estrategias, entre ellas el uso correcto de la memoria. La memoria no resulta algo que está ahí y funciona sin más. La memoria va perfeccionándose a medida que madura nuestro sistema nervioso y, además, se entrena. Este proceso fundamental tiene un aspecto del que muchas veces no se habla, mucho menos los defensores de lo flower power, que es el de recuperación de la información. Para que la memoria funcione debemos ser capaces de recuperar la información y, por experiencia, una parte significativa de los alumnos que fracasan fallan en este apartado. Puede que por desmotivación, por falta de entrenamiento... No lo sé, pero fallan. La memoria, como cualquier otra actividad debe ser trabajada, mejorada y, en determinadas edades, mantenida, para evitar deterioros cognitivo. Resulta paradójico que a nuestros ancianos les invitemos a utilizar la memoria y a nuestros niños no.

Por otra parte, la memoria es fundamental para construir nuevos aprendizajes y para eso que los flower powers defienden de la creatividad. No recuerdo si fue Renzulli u otro de los grandes estudiosos de la superdotación, altas capacidades o como quieran llamarlo, que dijo que parte del éxito de estos alumnos se debe a recomponer lo que ya conocen de una manera distinta y original (en eso se basó buena parte de la obra de Leonardo da Vinci). Es decir, que para ser creativo tenemos que conocer, que tener almacenado en nuestra memoria, conocimiento con los que podamos "jugar" mentalmente para crear algo distinto. 

La memoria viene enlazada con otro aspecto, el de los conocimientos "inútiles" que aprenden los niños. Lo que voy a escribir a continuación se puede encontrar en la obra de uno de los filósofos cruciales para Occidente en los últimos siglos: Immanuel Kant y viene a decir que cuántas más cosas conozcamos mejor comprenderemos nuestro mundo. Siento decepcionar a bufones como Samantha Hudson y su afirmación absurda de que se siguen estudiando la lista de los reyes godos, parece ser que no se estudian ni en la licenciatura de Historia. Este personaje resulta un fiel reflejo de esta sociedad de la que hablaba al principio. Una sociedad en la que los bufones toman la voz y, en este caso, retransmiten lo que desean sus amos: una concepción de que lo único válido es lo útil desde un punto de vista material o porque está de moda. Una utilidad basada en la mentalidad del ingeniero o el snob, lo único válido es lo útil. Sin embargo, el sistema educativo, como se dijo con anterioridad debe hacer que el individuo conozca para comprender mejor el mundo y actuar en consecuencia, no dejándose manipular por mamarrachos como este tipo o toda la caterva que le da cabida en sus programas. 

Por cierto, Samantha Hudson, una anécdota personal. Este curso estoy haciendo apoyo dentro del aula a un alumno de 3º de la ESO con un TEA y, ¡sorpresa!, en Biología están estudiando aspectos como el consumo de calorías en la dieta, dieta equilibrada, índice de masa corporal, gasto de energía según la tipología de cada persona, lectura de etiquetas, diferencia entre fecha de caducidad, fecha de consumo preferente... Algo poco útil para la vida de los alumnos, como el lector podrá comprobar. 

Pero, volvamos al tema que  nos ocupa. No todo en la Educación debe ser memoria, aunque, mal que pese a muchos, esta resulte crucial. Los defensores de la no memorización defienden que todo se puede aprender a través de actividades pintonas, que facilitan el aprendizaje sin esfuerzo. Cierto, existen actividades que pueden motivar a que se impliquen más los alumnos, pero, ¡ojo!, este tipo de actividades no conllevan que los alumnos aprendan los contenidos trabajados con solo realizar o completar este tipo de ejercicios. Esta es otra de las mentiras de los flower powers. El hecho de que una actividad sea más lúdica no implica aprender. En muchos casos el alumno deberá analizar lo que ha hecho, que conocimientos hay en dicha tarea y volver a repasarlos. Que una tarea sea lúdica, que motive más a participar a los alumnos, especialmente a algunos, no significa que vayan a adquirir de manera automática los conocimientos. Sin olvidar que muchas de estas tareas son atractivas por el efecto novedad. Cuando este decae también se pierde esa fuerza de atracción de parte del alumnado. También cabe reseñar que existen estudios desde la neurología que aseguran que uno de los problemas de este tipo de sistemas de aprendizaje tienen un problema, el mismo que el del otro tipo de actividades si no se plantean correctamente, la transferencia de los aprendizajes, lo que antes conocíamos como la generalización. El problema es que los alumnos per se suelen ser capaces de aplicar lo aprendido a otros contextos. Necesitan, como es lógico, que los docentes presenten otro tipo de actividades para que apliquen lo aprendido a otros contextos. En definitiva, ocurre lo mismo que en el llamado aprendizaje memorístico, siempre que no se plantean de manera adecuada la adquisición de conocimientos.

Capítulo aparte merece ese afán de cambiar a las personas, a los niños, para conseguir que sean seres beatíficos y perfectos, debido a una educación de los sentimientos y no sé que más. A este respecto sólo decir que quien quiera milagros se haga católico y se vaya a Lourdes o Fátima. Estas zarandajas de formar seres bondadosos y demás solo se le puede ocurrir a alguien que desconozca cómo funciona la sociedad y cuál es la función de la Educación. 

Empezando por el primer aspecto. Todos los individuos, hasta los flower powers, viven en diferentes contextos, que nos influencian. Resulta obvio, que el primer agente socializador de los individuos es la familia y de ahí nacen muchas de las respuestas de los niños ante el mundo que los rodea. Entre los docentes no resulta infrecuente hablar del "ambiente que tiene en casa" para explicar ciertas cosas que ocurren en determinados alumnos de nuestros centros. Imagino que no hará falta explicarlo de manera detallada, pero que sepan los flower powers, que no todos han tenido una vida regalada y que algunos niños tienen problemas en sus hogares, que van de los más nimios a algunos inimaginables para las personas de "bien".

Alguien puede responder: ¡Hombre, para eso están los centros educativos, para cambiar esas realidades! Hasta cierto punto tienen razón, siempre que sea factible. Si el tutor habla una y otra vez para que su  hijo haga las actividades, estudie o, simplemente, acuda al centro limpio (sí, esto sigue ocurriendo) y no se produce una respuesta adecuada por parte de los progenitores, existe un problema. Una reflexión antes de seguir profundizando en el asunto: Para cualquier docente es mejor que los alumnos sean todos muy listos, aprendan sin esfuerzo y se porten bien en clase, pero eso, por la diversidad de todo tipo que existe: social, intelectual... es imposible.

Volvamos al asunto de cambiar a las personas, los alumnos son personas, nunca lo olvidemos. Una persona puede cambiar una conducta por dos motivos: porque ella lo desea y se pone a ello, porque alguien se lo impone.

Un ejemplo de lo primero sería cuando una persona decide dejar de fumar, adelgazar... Y, como el lector habrá inferido, no siempre se consigue llevar a cambio ese tipo de cambios voluntarios. Alguien puede preguntarse si los niños no tienen la capacidad de cambiar motu proprio para alcanzar lo que se le pide o lo deseable. Para contestar a esta pregunta lo primero es distinguir entre lo funcional y que socialmente funciona.

Lo funcional es aquello que a una persona le sirve para desenvolverse en su entorno, sin que ello implique que sea lo deseable para alcanzar todo su desarrollo y/o conseguir los objetivos que debería alcanzar. Lo podemos ver con nuestros hijos, sobre todo los adolescentes. El orden parece ser su enemigo, en especial en su habitación. Este desorden conlleva continuas reprimendas, cuando no pequeños castigos. ¿Por qué no cambian si conocen la conducta correcta? Porque no les aporta nada sustancial en su vida y en sus necesidades y preferencias. 

Imagine el lector que un niño pequeño o un adolescente solo ha conocido una determinada forma de relacionarse con su entorno cercano, entre el que se incluye la Escuela, porque es lo que ha conocido en casa. Lo normal es que lo reproduzca, sin mayor cuestionamiento. Son niños y jóvenes con un número de experiencias limitadas, que no pueden comparar. 

Para entenderlo mejor bastará poner un ejemplo. Un niño sin gafas, por lo general, no va a decir que ve mal a un adulto, por el mero hecho de que siempre ha visto mal y no puede comparar lo que implica tener una agudeza visual correcta y lo que no lo es. Ha crecido con ese problema y no concibe que sea tal, porque nunca ha podido comparar. Esto es lo que ocurre en muchos niños con problemas, no en todos, y por eso es complicado que cambie. Es complicado que cambie porque no tiene modelos y porque ese cambio es incertidumbre, lo que hace hasta ese momento le sirve para ir tirando y lo que le dicen que tiene que hacer es complicado y, sobre todo, incierto.

El segundo tipo de cambios, la imposición externa de otro tipo de conductas resulta más complejo y, al igual que en el anterior caso, no siempre da buenos resultados o los cambios no resultan todo lo importantes que quisiéramos. Existen múltiples formas de hacerlo, por lo general asociados al conductismo, trabajando a la vez aspectos como la autoestima y el sentimiento de autoeficacia tanto en lo académico como en lo social, que no siempre dan buenos resultados y para que funcionen, en especial en lo académico, hay que trabajar a pico y pala con el alumno, día tras día, para conseguir logros muchas veces pequeños, casi nunca grandes (excepto al principio, una vez más la novedad), y en ocasiones de regular tamaño (que permiten al alumno tirar para adelante sin grandes alaracas y con gran dependencia del docente).

Pero, que quede claro, como he escrito en el párrafo anterior, que los avances, por lo general, son en el campo académico, porque desde los centros no se pueden cambiar las dinámicas familiares, y mucho  menos si las propias familias  no quieren. 

Crear seres de luz es una estupidez digna de estúpidos flower powers, que ante los problemas reales, que en muchos casos desconocen, utilizan discursos huecos, llenos de vaguedades y presuntas buenas intenciones, que lo único que dejan ver es su estulticia y el desconocimiento de lo que es la Educación.  Los flower  powers, que tanto hablan de Educación, necesitan conocer quien es el mejor docente del año y luego descubren que los alumnos le rajan las ruedas del coche. La gente que nos dedicamos a trabajar no tenemos tiempo para gastarlo en darnos publicidad, como hacen todos estos tipos que suelen ser un fraude. Pero los pijos necesitan tener un referente que les diga que todos somos malos y que hay gente que sí sabe como hacer bien las cosas. ¡Error! No existen fórmulas mágicas en Educación, solo el trabajo diario, a veces repetitivo y monótono por la insistencia, por ejemplo, en la adquisición de hábitos que lleva a que nuestros alumnos aprendan, especialmente aquellos alumnos que tienen más dificultades para adquirir los contenidos trabajados en el aula. 

Me gustaría acabar aclarando una cosa: el sistema educativo y la gran mayoría de docentes (en todos los colectivos hay ovejas negras) nos dejamos los cuernos para que todos, repito: TODOS LOS ALUMNOS,  tengan las mismas oportunidades, que en eso consiste la Educación y no ideas de cuatro pagafantas. Si alguien defiende que eso no es cierto, que no dude en escribir un mensaje en esta entrada y hablamos de datos de asistencia a clase, implicación de las familias... También es verdad, que el pagafantismo da más dinero, porque sus seguidores suelen ser de clases medias altas, que son los que tiene la pasta. Basta ver como un tipo como Seligman, que en 1975 andaba definiendo la indefensión aprendida ahora se dedica al buen rollito y ser líder los flower powers pagafantes del orbe. 

Espero haber ayudado a aclarar algunos conceptos y desenmascarado a algunos estafadores.

 

 



domingo, 4 de diciembre de 2022

¡BUENOS DÍAS!

Esa mañana de domingo amaneció junto a ella en la cama. Se detuvo a contemplarla mientras dormía. A pesar de que sus preciosos ojos permanecían ocultos, él disfrutaba mirando su hermoso rostro plácido, que en nada se asemejaba al que unas horas atrás dibujaba en sus facciones una mezcla primigenia de amor y deseo en porcentaje fluctuante, en función de una hermética fórmula que nadie había sido capaz de desentrañar, ni, por otra parte, a nadie debiera interesarle hacerlo, por la inutilidad de tal hecho.

Y allí, en la penumbra de su habitación, embelesado por ese pequeño y hermoso rostro que no se cansaba de ver, comprendió que hasta hace bien poco no hacía el amor, practicaba sexo, ocasionalmente,  y volvió a recordar la diferencia entre hacer el amor y tener sexo. En realidad, según él, solo se trataba de un matiz. Un matiz tan necesario, y tan inmenso, como estar vivo o estar muerto; como desnudarse externamente o internamente; como sentir solo placer o a la otra persona dentro de uno mismo mientras se entra en ella.

Escuchó su propio corazón en ese silencio solo roto por la respiración de ella y sintió que esa mezcla de sonidos rítmicos esenciales, componían una melodía básica en la que se fundamenta todo lo que vivía en ese momento. La respiración de ella y el latido del corazón de él. En resumen: la vida de la persona que amaba. 

Por un momento pensó en esa imagen que podía transmitir a quienes no le conocían y lo diferente que en realidad podía llegar a ser. Quienes se habían tomado la molestia de saber cómo concebía y sentía el mundo le definían como un tipo con un sentido del humor ágil y, en ocasiones, irreverente, que escondía a una persona sensible, en ocasiones extremadamente sensible. Tal vez, solo tal vez, de ahí que el sentido del humor se hubiese convertido en su tarjeta de presentación. Mostrar sensibilidad solo debe hacerse con las personas y en los contextos apropiados. Poseía la certeza de que el mundo podía seguir girando con una pequeña dosis de sensibilidad institucionalizada (el día de..., un hecho luctuoso repetido hasta la saciedad en los medios...) y él no quería cambiar esos esquemas de funcionamiento. Solo quería mostrarse como era a quienes consideraba que podía hacerlo.

Un ligero movimiento de ella le hizo olvidar todo y volvió a concentrarse en su rostro y en el bulto, su cuerpo, que se perfilaba bajo el edredón. ¡Cuántas veces había deseado ese cuerpo! ¡Cuántas veces se había quedado con ganas de decirle lo que sentía! Hasta que un día decidió quemar sus naves y, de una manera torpe, como corresponde a la persona tímida que era, se lo expuso. En estas situaciones siempre le ocurría lo mismo: la sensación de alivio tras hacer participe a la otra persona de lo que le corroía por dentro se adueñaba de él. Hasta los sonidos del exterior se amortiguaban para sentirse imbuido de esa paz, que precedía a la inmediata respuesta que modificaría esa sensación, para bien o para mal. 

¡La deseaba tanto! ¡La amaba! Necesitaba hacer el amor con ella en cuanto se despertase. Necesitaba repetirle, una y otra vez, que la amaba mientras se sentía dentro de ella; mientras la recorría de manera lenta; mientras le recibía con la necesidad tranquila y compulsiva de quien espera fundirse en el espacio, en el tiempo, en una respiración, con aquel con el que ha construido un universo sin puertas ni ventanas, solo con la energía gravitacional de lo recién construido en torno a dos cuerpos, a dos pasiones, a dos personas deseándose infinitamente en los limites sustanciales de sus cuerpos y de su tiempo. 

Sentía la necesidad de que despertarse; de que abriese sus preciosos ojos; de sentirla por completo junto a él, de ella, pero poseía la certeza de que observarla así, a su lado, constituía una experiencia magnífica, que hace no mucho tiempo resultaba impensable. Se sentía afortunado de poder observarla con el detenimiento que proporciona la seguridad de que ella se encontraba junto a él. Con la seguridad de que había renunciado a muchas cosas para poder compartir ese lecho con a él. 

Un silencio inespecífico se apoderó del momento tras las frases en las que él exponía sus sentimientos hacia ella. La terraza en la que se encontraban parecía sellada al mundo exterior en espera de una respuesta, de una solución al ese acto teatral real, que aún no tenía un género asignado, ¿comedia o tragedia?. "Me gusta mucho lo que me has dicho, pero no puedo. Lo siento". Y el mundo explotó en mil pedazos, que él estaba dispuesto a recoger con prontitud. En el fondo esperaba escuchar algo similar. Creía conocerla y en su mente anticipó, tiempo atrás, que optaría por la opción más fácil: seguir como hasta ahora. Sin embargo, él se enfrentaba a un gran reto: descubrir si sus sentimientos eran recíprocos. El asunto radicaba en saber si sus palabras se correspondían con la realidad o con la lucha entre sus sentimientos y su situación personal, sus obligaciones y su férrea moral uncida por el sentimiento de lealtad hacia los suyos, anteponiéndolo a sus propios sentimientos y necesidades. 

 Sintió la necesidad de darle un beso en la frente. Un beso lento, casi una caricia, que no la despertarse. El calor de su cuerpo casi inmóvil impregnaba todo, el cuerpo de ella, el de él, la penumbra, la espera hasta que despertase, la razón, el deseo. En ese momento sintió la impresión de ese calor atravesando su piel y ya no la miraba con los ojos, solo la percibía a través de lo que ella irradiaba y sentía que la amaba aún más, como cuando se descubre la felicidad tras la desgracia o unos ojos nuevos que te hacen enfebrecer solo con mirarte. Y volvió a depositar con suavidad sus labios en su frente, para intentar transmitir sin palabras todo aquello que en ese momento sentía.

En ese instante ella abrió sus ojos y sonrió, pero los volvió a cerrar. Él no pudo evitar recordar ese momento en el que ante la negativa de ella respondió diciéndola: "Sé que yo también te gusto. No sé cuanto ni como, pero te sientes atraído por mí". Se la jugó, tal vez de farol, pero era lo que correspondía en ese momento. "¡Qué más da! No puedo, tengo obligaciones. Aunque quisiera...". Había ganado la partida y ambos lo sabían. El sentimiento resultaba mutuo. Aunque aún desconocía como hacerlo, todo consistía en envolverla en el amor que él sentía por ella. En ilusionarla. En hacerla sentir especial. En contarla, de mil formas diferentes, lo que sentía por ella. 

De nuevo ella volvió a abrir los ojos, a sonreír y mirándole dijo: ¡Buenos días!. Él respondió: ¡Buenos días! ¡Te amo! Se acerco a ella. La besó en los labios despacio, a modo de preludio al nuevo día, para luego besarse con la necesidad de escucharse en el otro, de generar un inicio para poseerse y entonces ella comprendió que había tomado la decisión correcta cuando se dejo llevar por sus sentimientos.

viernes, 7 de octubre de 2022

EL MOMENTO ADECUADO

 A pesar de su edad hasta ese momento no había comprendido que en lo relacionado con el amor y con las relaciones asociadas el dolor podía constituir un elemento tan importante y común como el placer o el bienestar que este genera. La convivencia, el final de la misma. La unión, la separación. La compañía, la soledad. El deseo de estar solo, el sentimiento de soledad. El conformismo, el inicio de una nueva búsqueda... El anverso y el reverso.  Disfrutar y sufrir.

Él, Manuel, ahora se encontraba en algún lugar del reverso, ya conocido con anterioridad, pero con unos matices distintos a lo vivido hasta entonces. Con absoluta certeza esta mutación se debía a dos cuestiones: un cansancio indefinible, cimentado en una acumulación, tampoco excesiva, de fracasos y el escepticismo que empezaba a adueñarse de él sobre su propia capacidad para convivir con alguien. Esta forma de afrontar esta etapa lo encaminaba a seguir el sendero de la prudencia, de la frialdad racional antes de tomar decisión alguna sobre hacia dónde encaminarse y, sobre todo, con quién debía rehacer el camino.  Él lo resumía esta forma de vivir esta situación en tres palabras: ¡La puta edad!

Todo ello no le impedía utilizar algunas plataformas de citas, "para no aburrirse... Y si cae algo, pues...", explicaba a algunos de sus conocidos.  De ahí salieron varias citas y alguna aventura de una noche en la cama, que no tuvieron continuidad. Ni él ni su compañera ocasional tenían mayor interés en volver a verse de manera concertada. 

Manuel se dejaba llevar. Los días no resultaban iguales, pero sí faltos del aliento vital, que convierte lo cotidiano en algo excepcional. Cabalgaba sobre las semanas, sobre los meses, con la tranquilidad de quien no espera nada, absolutamente nada, y solo se deja llevar revestido por la certeza inapelable del paso del tiempo. Acompañaba al frío de las noches de enero, al calor de las tardes del estío, el nacimiento de la luz y la vida en primavera y la paulatina claudicación de la luz en otoño, reflejada en los ocres que tintan el suelo de antiguas y efímeras existencias vegetales. 

De vez en cuando escuchaba La canción del daño, de León Benavente, y, aunque trataba de no hacerlo, se sentía identificado con la cruda letra, una historia de mil historias tan certera como lúcida. De manera automática, como si de un resorte que le impelía a salir del abismo se tratara, se proponía hacer mil y una cosas diferentes, que con el paso del tiempo iba olvidando. 

En una de estas fases agudas que le empujaban a cambiar, a abandonar su abandono, conoció a Blanca. Blanca puede describirse como todo aquello que necesitaba Manuel, sin él intuir siquiera que lo necesitase. Tal vez solo buscase, en un primer momento, que todo fluyese sin grandes pretensiones ni expectativas. Lo esencial, lo nuclear, radicaba en que todo parecía avanzar con facilidad. No existían preguntas innecesarias ni respuestas abruptas, solo aquello que los unía. 

Por supuesto, Blanca le resultaba atractiva. Miente quien defiende que el físico no tiene importancia a la hora de iniciar una atracción; la primera impresión, positiva o negativa, entra por los ojos. Después ya cada cual debe jugar sus cartas, pudiendo modificar esa primera impresión. 

Cuando Manuel describió a Blanca a sus amigos, que aún no la conocían, dijo de ella que "era  morena, guapa, bajita y con un buen culo". Por supuesto también habló de su personalidad, pero eso pareció importar menos a sus oyentes y lo que verdaderamente provocó la curiosidad en ellos tenía que ver con aquello que se puede percibir a través de los ojos. Cuando la conocieron no dudaron en felicitar a su amigo porque "parecía muy maja", mensaje que, de manera eufemística, significaba que concordaban con la descripción inicial que su amigo les dio de su nueva pareja, al menos en la parte que a ellos les interesaba. 

La relación volvió a hacer que Manuel volase a ras de suelo, de nuevo. Había olvidado esa sensación. Tal vez porque hubiese desterrando la posibilidad de volver a vivirla en ese caldo espeso formado por la dejadez, que durante los últimos tiempos le había invado. Ahora le importaban poco las horas, los días o las noches, la lluvia o el viento, el Sol o la Luna, los sueños o la realidad, la sed o el hambre, viajar o permanecer en la cama... Porque las horas, los días, las noches, la lluvia, el viento, el Sol, la Luna, los sueños y la realidad solo constituían un escenario en el que vivir junto a Blanca, que daba sentido a todo. La sed era un anhelo de los labios de Blanca o de los fluidos de su vagina y el hambre solo existía cuando no podía poseer su cuerpo en la cama de sus casas o en cualquier otro lugar donde se encontrasen de viaje.

Manuel aún seguía en la fase de enamoramiento, Blanca también, cuando ella, por primera vez, le invitó a compartir unas rayas. Era sábado por la noche, se encontraban en un local de moda para gente que se encontraba en el entorno de los cuarenta y le dijo que fuesen al servicio a "meterse unos tiritos". Él se sintió desubicado. Respondió que había fumando mucha maría y mucho costo, pero que hacía tiempo que lo había dejado, y que "nunca se había metido farlopa, porque se conocía y sabía que iba a acabar enganchado".

 "Mira, yo suelo pillar medio pollo algún sábado, más o menos una vez al mes, lo suelo compartir con una amiga. Nos metemos tres rayas cada una, como te he dicho, igual en un mes o en un mes y medio no vuelvo a probarla. Si tienes cuidado no acabas pillado. Yo llevo así unos cuantos años", explicó mientras le enseñaba con mucho sigilo la bolsa donde se encontraba el medio gramo de cocaína. 

Indeciso, Manuel demoró su respuesta. Por una lado quería compartir la sensación con Blanca, pero, por otra parte, sentía pánico ante la idea de la adicción que generaba esa droga y él sabía que si la probaba le iba a gustar y iba a repetir con demasiada frecuencia. Tras unos segundos, confuso aún, declinó la invitación. 

"No pasa nada. Lo entiendo", contestó ella antes de darle un beso en los labios e irse al servicio. Cuando volvió, varios minutos después, él la observó y no notó nada, tal vez los ojos un poco más abiertos, pero dos minutos después ella cambió. Comenzó a moverse, bailar, acercarse a él de manera sugerente. Fue en ese instante donde Manuel se decidió: "Vamos al servicio, yo también quiero estar como tú" y ambos se encaminaron al servicio de hombres, en el que no había que esperar para entrar. 

La noche discurrió de manera divertida y frenética. Al menos así lo recordaba él, cuando se despertó, ya con el mediodía superado, junto a ella. A su lado Blanca seguía dormida, mientras la miraba embelesado. La amaba. Era feliz. No necesitaba nada más. 

Ambos seguían enamorados algún mes después, pero la rutina diaria de cada uno iba reclamando su lugar en la vida de ambos. La magia comenzaba a desvanecerse, aunque querían, y necesitaban, seguir el uno junto el otro. Sin embargo, no varió la necesidad de seguir saliendo los fines de semana para romper con todo aquello que la semana conllevaba. Pero, como todo aquello que se repite por sistema, este aspecto también terminó por adoptar el color gris de lo predecible y solo algún viaje ocasional conseguía rebajar la tonalidad cenicienta. Esta previsibilidad, con total certeza, influyó en que ambos aumentasen la cantidad de cocaína que adquirían y consumían La euforia que les procuraba cada raya  conseguía que abandonasen todo lo que en su mente les lastraba, abandonándose el uno en el otro y en sí mismo.

Durante más de un año limitaron este estilo de vida a fines de semana, algún viernes, cada vez más, y todos los sábados. Los domingos no solían probar la droga, pero, de vez en cuando, hacían excepciones. 

Llegado ese momento, Manuel sabía que el siguiente paso en esa recorrido que habían emprendido Blanca y él hacía tiempo poseía un nombre: adicción. De nuevo, como cuando ella le ofreció consumir por primera vez, se sentía confundido. De nuevo, analizó los pros y los contras. 

Dos días después había tomado una decisión, que Blanca sabría cuando llegase el momento oportuno.

Esa misma tarde el móvil de Blanca sonó. En la pantalla aparecía una foto de Manuel, mientras sonaba un tema de Vetusta Morla. "¿Qué se le habrá olvidado?", pensó. Cuando pulsó el botón verde sobre la pantalla escuchó una voz femenina: "¡Buenas tardes! Conoce usted a Manuel Sánchez Vela", inquirió la voz. Ella, sorprendida, respondió: "Sí, es mi pareja". "Siento comunicarle que ha fallecido hace unos minutos debido a un accidente de tráfico". No oyó nada más. La luz se desvaneció, el alma, en el que no creía, pareció deslizarse fuera de ella a través de todos y cada uno de los poros. Apenas escuchaba a alguien preguntándole desde el otro lado del teléfono si seguía ahí. Haciendo un esfuerzo hercúleo, como el boxeador que se levanta por enésima vez del suelo del ring para continuar el combate, solo acertó a articular: "¿Dónde está?". La voz femenina le explicó que estaban trasladando el cuerpo al Instituto Anatómico Forense...


Pasaron dos o tres meses desde el fallecimiento de Manuel antes de que ella se atreviese a enfrentarse a los papeles, recuerdos conjuntos y demás objetos de él. No cabe duda de que el hecho de recibir la notificación de la autopsia, donde certificaba que cuando tuvo el accidente no se encontraba bajo el efecto de la cocaína, contribuyó a abordar esta tarea, pospuesta hasta ese momento sine die. El contenido de esa carta había liberado a Blanca de un sentimiento de culpa que la asfixiaba desde el trágico día en que perdió a la persona a la que amaba. Nunca se hubiese perdonado que la causa del fallecimiento, o la posible causa, hubiese estado vinculada al uso de la cocaína, que él no había probado con anterioridad hasta que ella se la había ofrecido aquel sábado. 

Al poco de entrar en la casa encontró un sobre en el que se podía leer: Para mi amada Blanca. Se tomó un tiempo antes de cogerlo y ver su contenido, porque el significado de lo que acababa de ver descartaba todas las certezas que poseía sobre el luctuoso suceso que había acabado con la vida de Manuel. Aunque desconocía el contenido, tenía conciencia plena de lo que implicaba: él sabía que iba a morir. 

Un día antes del accidente había comprando un gramo de cocaína, que no había consumido. Hoy la llevaba en el bolso, "por si acaso", y ante lo que acababa de ocurrir decidió hacer uso de la misma. Se hizo una raya y la esnifó antes de abordar la lectura de la carta dirigida a ella. 

Cinco minutos después, cuando decidió que su ánimo era el adecuado, abrió el sobre y extrajo un único folio de él y leyó en voz baja:

"Querida Blanca, si está leyendo esto lo primero que debo hacer es pedirte disculpas. 

Como ya intuirás mi muerte no se debe a un mero accidente. En realidad, se trata de un suicidio. De nuevo te pido disculpas. 

Sé que, seguramente, no vas a entenderme ni a perdonarme, pero, al menos, me gustaría explicarte lo que me ha llevado a tomar esta decisión. Espero que lo leas hasta el final, aunque después acabes odiándome.

Unos días antes del accidente me di cuenta de que íbamos camino de convertirnos en unos adictos a la coca y pensé en las opciones que se presentaban ante esta realidad. Las dos opciones, obvias, eran dejar de consumir o seguir hasta el final. 

La primera opción nos privaría de esos momentos, los mejores de nuestra relación desde hacía unos meses, y, muy probablemente, acabaría separándonos, pues el día a día no nos gustaba a ninguno de los dos y necesitábamos ese escape, controlado, para salir de la realidad que nos envolvía. Sabes, no quería volver a pasar por el dolor que implica una ruptura, el sentimiento de soledad, la nada. 

Seguir consumiendo nos llevaría a no ser nosotros nunca más y yo estoy enamorado de ti, y no creo que lo estuviese de una persona adicta, que solo viviese para meterse rayas. Una persona que no es la que yo conocí y a la que, hasta la fecha de mi muerte, seguía amando.

Ante esta disyuntiva, el dolor o la adicción, y lo que ello conllevaba, solo parecía existir una salida, dejar todo tal como estaba en este momento y lo que he hecho me ha parecido la única forma de mantener todo suspendido en el tiempo, aunque sea a través de tu recuerdo. De nuevo te pido disculpas, pero creo que es lo mejor para ambos. Tú, con el tiempo, podrás rehacer tu vida. Yo no sufriré ni dependeré de ninguna sustancia para ser feliz.

Te amó."

Mientras arrojaba lo que quedaba de la cocaína a la taza del váter, mascullaba entre dientes: "Podías habérmelo dicho, en vez de suicidarte, ¡hijo de puta!"  Y en ese momento lloró, porque recordó que en las fechas anteriores a su suicidio ella también había pensado lo mismo que él la había contado por escrito y tampoco se lo dijo. Simplemente lo pospuso hasta que llegase el momento adecuado.

lunes, 3 de octubre de 2022

EN REALIDAD

 El mar se encontraba a unos metros. La Luna Llena, mucho más distante, formaba una línea que iba ganando en grosor a medida que se acercaba a la orilla, atravesando el agua desde el horizonte hasta los espuma que se formaba en el borde de la arena. Esta distribución de la luz no podía evitar recordar a los cuadros tenebristas, dotando al conjunto de la misma potencia que alguna de las  obras del genial Caravaggio.

Lo que no se podía ver, se podía sentir, o no sentir, como el aire que se encontraba detenido.  Esta quietud pudiera hacer pensar que esa ausencia de viento se pudiese deber que ese aire quería participar en la escena  como un mero espectador o, tal vez, en realidad estaba descansando del inmenso trabajo que había supuesto mantener a flote el Terral, que había elevado las temperaturas sobremanera, en los tres últimos días y que, por fin, había amainado. La escena en su conjunto parecía sostenerse en un delicado equilibrio que invitaba a sumergirse en él sin preámbulo alguno.  

En realidad, invitaba a que ambos se abrazasen y se besasen, formando parte de ese magno decorado...

Así comenzaba la novela que lo había afianzado entre los escritores más conocidos, y vendidos, del país, y de algún otro de habla hispana. 

El argumento, en el fondo, no aportaba ninguna novedad a la Literatura. Un hombre de unos cuarenta años se traslada a una población nueva, bastante lejana de aquella en la que residía, para comenzar, en muchos aspectos, de nuevo. En ese lugar costero conocía a varias personas, solía veranear allí, y quiere profundizar en una relación con una mujer por la que siente una cierta atracción, tanto física como intelectual. 

El inicio de la novela narra el momento en que vuelven a revivir una situación que hacía unos cuantos años había tenido lugar entre ellos. En las siguientes páginas se describe como esa relación se va afianzando, y ambos parecen haber encontrado lo que llevaban tiempo buscando (tal vez, únicamente, no sentirse solos).

Hasta aquí nada haría presagiar el éxito que tendría Luis Orellana, que así firmaba su autor, con su opera prima. Sin embargo, en este momento se encontraba rodeado de una serie de personalidades de la cultura y de la vida social, que le iban acompañar en la entrega de uno de los más prestigiosos premios literarios, al menos por la cuantía del mismo. Galardón que reconocía el más de medio millón de ejemplares vendidos de Lejos de la hipocresía, el título del libro, que unía en ese momento a toda esa gente tan dispar en aquel lugar. 

En el amplio salón, junto al premiado, se encontraban personalidades de la cultura patria; prohombres de los medios de comunicación, entre ellos tertulianos de diverso pelaje y la misma condición; representantes de la Política de diversos partidos, todos con la mejor sonrisa y con necesidad de aparecer en la foto junto al homenajeado; algunos actores asociados a una forma de pensamiento en boga en ese momento; unos cuantos cantantes de la misma cuerda ideológica, así como ciertos representantes de colectivos varios, entre ellos un muy destacado y conocido miembro de una asociación gitana, que se encontraba allí porque la novela, en un giro inesperado, se inmiscuye en el mundo calé y en sus costumbres. Aunque sería más preciso apuntar que refleja las costumbres de ese colectivo, y de toda la sociedad española, a finales de los años noventa. 

Tras ese reencuentro descrito al inicio, que sirve de base para crear una relación entre ambos protagonistas, el hilo argumental vira de manera brusca cuando el protagonista, Pablo, conoce a una adolescente de etnia gitana de 15 años y se enamora como solo se puede hacer cuando se arroja al infierno el miedo a equivocarse. 

Pablo conoce a Saray, la adolescente, casi mujer, que le incendia cada una de sus células, en clase. Es su alumna. Él ejerce de profesor de Lengua y Literatura en un instituto y ella es la única alumna de etnia gitana que acude regularmente al centro educativo, el resto apenas hacen acto de presencia, estando muchas de ellas ya casadas y, en algún caso, siendo ya madres a temprana edad. En realidad, Saray es el único miembro de ese colectivo que acude con regularidad a clase. Por suerte para Pablo, que cuenta cada uno de los segundos que restan hasta la próxima que coincidan en el aula. 

No resulta difícil encontrar el paralelismo entre el planteamiento de Luis Orellana y el clásico de Nabokov Lolita. Al menos en un principio porque la historia se iba adentrando en recovecos trágicos, pero nada que ver con la obra del ruso, nacionalizado estadounidense. El best seller del español incidía, además de en la diferencia de edad de los amantes, que generaba un rechazo en la sociedad de la época, en la relación entre personas de diferente etnia y el rechazo que este aspecto creaba tanto en la comunidad gitana, como en la paya, por diferentes motivos. Para algunos por puro racismo;  para otros, los más progresistas, por un extraño concepto de contaminación cultural. 

Las críticas que recibieron los dos enamorados, desde diversos estamentos sociales, les llevó a huir lejos del lugar donde se conocieron, diluyéndose en las sombras del anonimato en una gran ciudad. Allí, lejos de las miradas de unos y otros, refugiados en el olvido de lo que una vez fue actual, para pasar a ser una cuestión privada e íntima, lejos del juicio histriónico de los puristas morales, gestaron la hercúlea epopeya de tener una vida en común. El relato concluye así, con los dos protagonistas juntos, sumergidos en la cotidianeidad, lejos de todos aquellos que intentaron modificar lo que ambos sentían en nombre de no sé sabe que leyes no escritas en lado alguno. El triunfo de la constancia, del amor, de lo íntimo,  sobre aquella gente que mira hacia afuera, hacia los demás, para buscar dar sentido a su vida, en  nombre de unas creencias o unas normas.

La novela y su argumento daba vida a un amplio corrillo en el gran salón donde, unos minutos después se entregaría al autor el premio creado y financiado por un grupo de comunicación. El escritor como eje vertebrador del grupo, daba coherencia y consistencia a esa variopinta amalgama de personajes, acostumbrados a participar en este tipo de eventos, formando parte del paisaje en los distintos premios, presentaciones y actos varios relacionados con la Cultura o, al menos, la Cultura oficial.

En ese preciso instante, un conocido tertuliano radiofónico, con un estudiado gesto teatral y una de sus peculiares chaquetas, que constituían su seña de identidad, defendía la imposibilidad de que un hecho así ocurriera en nuestros días. "Por suerte, este país ha avanzado en ese aspecto muchísimo, y nadie juzgaría un amor intergeneracional entre razas. La transversalidad del pensamiento resulta evidente". Aseveración que provocó el asentimiento de los miembros de esa improvisada tertulia.

Acto seguido tomó la palabra el miembro de la asociación gitana que no dudó en hablar, de igual modo, de la evolución que la etnia a la que pertenecía había vivido en las últimas décadas, "A pesar de toda la incomprensión de la sociedad y de todas las trabas que nos hemos encontrado, hemos luchado para abrirnos a las nuevas formas de pensamiento, sin olvidar el legado de nuestros ancestros". Discurso que fue refrendado por parte de las personas que conformaban la audiencia con movimientos de cabeza afirmativos o breves frases hechas.

Un tercer integrante de esa improvisada tertulia, un conocido periodista que había hecho de los derechos de las minorías su bandera, se centró más en el autor y en sus circunstancias. Alabando el hecho de que una persona, dedicada profesionalmente a la hostelería, fuese capaz de realizar una obra literaria de tanta calidad. También recalcó lo inusual, y estimulante, que le resultaba que una persona con una edad que se acercaba más a los cincuenta que a los cuarenta, se hubiese decidido a dar rienda suelta a su anhelo, escribir una novela, dedicando parte de su tiempo libre y su energía a ello.

El aludido se limitó a dar las gracias, acompañando con las palabras con una mínima sonrisa, casi circunstancial, en su rostro.

Un cuarto integrante de aquel animado círculo retornó al tema sobre el que pivotaba el relato premiado. Contrariamente a lo que los anteriores intervinientes habían defendido, él dudaba de la aceptación hoy en día, al menos por una parte significativa de la sociedad, de una experiencia como aquella.

Unos y otros no tardaron en rebatir este argumento, con mayor o menor firmeza, en función del estatus que cada cual tenía en el grupo. Lo curioso es que, en algún caso, los discursos  defendían causas tan dispares, para oponerse a que esa situación se repitiese en nuestra época,  que a alguien no introducido en ese maraña de personajes, tan dispares entre sí, al menos en lo formal, podría parecerle que los unos se rebatían a los otros, en vez de defender la imposibilidad de discriminar a alguien por un acto de amor entre personas de diferente edad y raza.

El laureado escritor  no parecía prestar mucha a la discusión del grupo. Miraba, una y otra vez, hacia el lugar donde se encontraba la entrada, con gesto preocupado. La insistencia de gesto acabó siendo observada por todos los participantes en el animo grupo, provocando un silencio incómodo. Parecía que al novelista no le importasen los argumentos de aquellos conocidos, y según ellos, distinguidos contertulios. Ante este silencio espeso Orellana se disculpó, explicando que su intranquilidad se debía a que estaba esperando que su mujer llegase. Tenían dos hijos de corta edad y precisaban que una persona adulta estuviese con ellos en todo momento. Habían contratado una canguro, conocida por ellos, pero una pequeña avería en su automóvil, un pinchazo, había impedido que llegase a la hora. Él, protagonista del evento, dejó a su mujer en casa, a la espera de que apareciese la cuidadora de sus pequeños, para, cuando ya todo estuviese arreglado, incorporarse ella al acto. 

El, hasta hace un momento, silente grupo aceptó unánimemente la explicación, retornando a su animada conversación. 

Quedaban cinco minutos para el inicio del acto, cuando hizo acto de presencia en el recinto una joven mujer,  rondaba los veinte años, morena, de una gran belleza, que atrajo la mirada de muchos de los que allí se encontraban. Luis se dirigió hacia ella, alzando la mano derecha para llamar su atención mientras se acercaba a la recién llegada. Ella le reconoció de inmediato, como anunciaba su amplia sonrisa. 

Tras unas palabras, Orellana acompañó al grupo a la recién aparecida. La reacción en el corrillo varió entre quien esbozó una sonrisa bobalicona ante la mujer y aquellos, dos o tres, que no supieron que decir. Alguien se aventuró a romper el hielo, comentando que desconocía que Luis tuviese una hija tan mayor y, por cierto, tan guapa. La ocurrencia provocó una ligera carcajada en algunos de los que escuchaban. 

"No, no es mi hija. Ella es Saray, mi mujer", comunicó con total naturalidad él.

"Hola, tío. Hace cuatro años que no sé nada de ti, desde que me vine con mi marido a Madrid. Mi número de teléfono sigue siendo el mismo", dijo la recién llegada al representante de la asociación gitana, cuyo rostro había mudado desde el momento en que vio como el escritor se dirigía a la que enseguida reconoció como su sobrina. 

A continuación, como si todo estuviese previamente ensayado, tomó la palabra el escritor para aclarar algunos aspectos: "Mi nombre real es Pablo Martín, Luis Orellana es un pseudónimo, y hasta hace cuatro años era profesor de Literatura de Educación Secundaria. Posiblemente eso explique por qué alguien que se dedica a la hostelería ha sido capaz de escribir un libro".

La sorpresa en las personas que escuchaban a la persona ahora llamada Pablo iba en aumento, lo que se reflejaba en la expresión de sus rostros y en su silencio. 

"A Saray y a mí nos conocen todos ustedes. O eso creen. Unos cuantos de ustedes dedicaron, hace unos cuatro años, parte de su tiempo a calificar en tertulias televisivas y radiofónicas, así como en alguna columna de periódico, nuestros sentimientos. Como recordarán, todos ustedes no tuvieron ningún pudor en descalificar nuestra relación sin conocernos y, lo más importante, sin tener intención alguna de hacerlo".

Saray cogió la palabra para corregir a su marido. "En realidad, alguien si nos conocía, al menos a mí, mi tío. Pero tampoco se tomó la molestia de hablar conmigo para interesarse por conocer lo que yo sentía o pensaba. Solo importaba algo que nos representaba a todos los gitanos... Menos a mí". 

El escritor retomó la palabra: "Tuvimos que alejarnos de nuestro lugar de residencia, de los nuestros, sobre todo Saray, para poder amarnos lejos de la mirada inquisitorial de quienes nos despreciaban por no amoldarnos a sus cánones. No, una historia, casi un relato autobiográfico, como el que desarrollo en el libro puede producirse hoy en día, aquí y en cualquier otro lugar". Dicho lo cual siguió las órdenes que le daba el conductor del acto, subiendo las escaleras y sentándose tras una mesa en la que había varios ejemplares de su libro. 

Tras la introducción del presentador del acto y la entrega del premio, el escritor se dirigió a la audiencia, señalando a su mujer antes de decir: "En realidad, los protagonistas de esta novela somos esa mujer y yo, pero también el amo y la falsa moral que siempre ha existido y siempre existirá. O, tal vez, en realidad, el protagonista de la novela sea el afán de dos personas por continuar, pese a todas las trabas, es el afán de creer en lo que sienten y en el otro, junto con el derecho de acertar o equivocarse por uno mismo. En definitiva, esta obra solo intenta ser un alegato a favor de que cual escriba su propia novela. Gracias."