domingo, 4 de diciembre de 2022

¡BUENOS DÍAS!

Esa mañana de domingo amaneció junto a ella en la cama. Se detuvo a contemplarla mientras dormía. A pesar de que sus preciosos ojos permanecían ocultos, él disfrutaba mirando su hermoso rostro plácido, que en nada se asemejaba al que unas horas atrás dibujaba en sus facciones una mezcla primigenia de amor y deseo en porcentaje fluctuante, en función de una hermética fórmula que nadie había sido capaz de desentrañar, ni, por otra parte, a nadie debiera interesarle hacerlo, por la inutilidad de tal hecho.

Y allí, en la penumbra de su habitación, embelesado por ese pequeño y hermoso rostro que no se cansaba de ver, comprendió que hasta hace bien poco no hacía el amor, practicaba sexo, ocasionalmente,  y volvió a recordar la diferencia entre hacer el amor y tener sexo. En realidad, según él, solo se trataba de un matiz. Un matiz tan necesario, y tan inmenso, como estar vivo o estar muerto; como desnudarse externamente o internamente; como sentir solo placer o a la otra persona dentro de uno mismo mientras se entra en ella.

Escuchó su propio corazón en ese silencio solo roto por la respiración de ella y sintió que esa mezcla de sonidos rítmicos esenciales, componían una melodía básica en la que se fundamenta todo lo que vivía en ese momento. La respiración de ella y el latido del corazón de él. En resumen: la vida de la persona que amaba. 

Por un momento pensó en esa imagen que podía transmitir a quienes no le conocían y lo diferente que en realidad podía llegar a ser. Quienes se habían tomado la molestia de saber cómo concebía y sentía el mundo le definían como un tipo con un sentido del humor ágil y, en ocasiones, irreverente, que escondía a una persona sensible, en ocasiones extremadamente sensible. Tal vez, solo tal vez, de ahí que el sentido del humor se hubiese convertido en su tarjeta de presentación. Mostrar sensibilidad solo debe hacerse con las personas y en los contextos apropiados. Poseía la certeza de que el mundo podía seguir girando con una pequeña dosis de sensibilidad institucionalizada (el día de..., un hecho luctuoso repetido hasta la saciedad en los medios...) y él no quería cambiar esos esquemas de funcionamiento. Solo quería mostrarse como era a quienes consideraba que podía hacerlo.

Un ligero movimiento de ella le hizo olvidar todo y volvió a concentrarse en su rostro y en el bulto, su cuerpo, que se perfilaba bajo el edredón. ¡Cuántas veces había deseado ese cuerpo! ¡Cuántas veces se había quedado con ganas de decirle lo que sentía! Hasta que un día decidió quemar sus naves y, de una manera torpe, como corresponde a la persona tímida que era, se lo expuso. En estas situaciones siempre le ocurría lo mismo: la sensación de alivio tras hacer participe a la otra persona de lo que le corroía por dentro se adueñaba de él. Hasta los sonidos del exterior se amortiguaban para sentirse imbuido de esa paz, que precedía a la inmediata respuesta que modificaría esa sensación, para bien o para mal. 

¡La deseaba tanto! ¡La amaba! Necesitaba hacer el amor con ella en cuanto se despertase. Necesitaba repetirle, una y otra vez, que la amaba mientras se sentía dentro de ella; mientras la recorría de manera lenta; mientras le recibía con la necesidad tranquila y compulsiva de quien espera fundirse en el espacio, en el tiempo, en una respiración, con aquel con el que ha construido un universo sin puertas ni ventanas, solo con la energía gravitacional de lo recién construido en torno a dos cuerpos, a dos pasiones, a dos personas deseándose infinitamente en los limites sustanciales de sus cuerpos y de su tiempo. 

Sentía la necesidad de que despertarse; de que abriese sus preciosos ojos; de sentirla por completo junto a él, de ella, pero poseía la certeza de que observarla así, a su lado, constituía una experiencia magnífica, que hace no mucho tiempo resultaba impensable. Se sentía afortunado de poder observarla con el detenimiento que proporciona la seguridad de que ella se encontraba junto a él. Con la seguridad de que había renunciado a muchas cosas para poder compartir ese lecho con a él. 

Un silencio inespecífico se apoderó del momento tras las frases en las que él exponía sus sentimientos hacia ella. La terraza en la que se encontraban parecía sellada al mundo exterior en espera de una respuesta, de una solución al ese acto teatral real, que aún no tenía un género asignado, ¿comedia o tragedia?. "Me gusta mucho lo que me has dicho, pero no puedo. Lo siento". Y el mundo explotó en mil pedazos, que él estaba dispuesto a recoger con prontitud. En el fondo esperaba escuchar algo similar. Creía conocerla y en su mente anticipó, tiempo atrás, que optaría por la opción más fácil: seguir como hasta ahora. Sin embargo, él se enfrentaba a un gran reto: descubrir si sus sentimientos eran recíprocos. El asunto radicaba en saber si sus palabras se correspondían con la realidad o con la lucha entre sus sentimientos y su situación personal, sus obligaciones y su férrea moral uncida por el sentimiento de lealtad hacia los suyos, anteponiéndolo a sus propios sentimientos y necesidades. 

 Sintió la necesidad de darle un beso en la frente. Un beso lento, casi una caricia, que no la despertarse. El calor de su cuerpo casi inmóvil impregnaba todo, el cuerpo de ella, el de él, la penumbra, la espera hasta que despertase, la razón, el deseo. En ese momento sintió la impresión de ese calor atravesando su piel y ya no la miraba con los ojos, solo la percibía a través de lo que ella irradiaba y sentía que la amaba aún más, como cuando se descubre la felicidad tras la desgracia o unos ojos nuevos que te hacen enfebrecer solo con mirarte. Y volvió a depositar con suavidad sus labios en su frente, para intentar transmitir sin palabras todo aquello que en ese momento sentía.

En ese instante ella abrió sus ojos y sonrió, pero los volvió a cerrar. Él no pudo evitar recordar ese momento en el que ante la negativa de ella respondió diciéndola: "Sé que yo también te gusto. No sé cuanto ni como, pero te sientes atraído por mí". Se la jugó, tal vez de farol, pero era lo que correspondía en ese momento. "¡Qué más da! No puedo, tengo obligaciones. Aunque quisiera...". Había ganado la partida y ambos lo sabían. El sentimiento resultaba mutuo. Aunque aún desconocía como hacerlo, todo consistía en envolverla en el amor que él sentía por ella. En ilusionarla. En hacerla sentir especial. En contarla, de mil formas diferentes, lo que sentía por ella. 

De nuevo ella volvió a abrir los ojos, a sonreír y mirándole dijo: ¡Buenos días!. Él respondió: ¡Buenos días! ¡Te amo! Se acerco a ella. La besó en los labios despacio, a modo de preludio al nuevo día, para luego besarse con la necesidad de escucharse en el otro, de generar un inicio para poseerse y entonces ella comprendió que había tomado la decisión correcta cuando se dejo llevar por sus sentimientos.