jueves, 29 de septiembre de 2016

MISCELANIA

Contemplo en las elecciones autonómicas del País Vasco como las armas han callado (sería más certero decir que ya no empuñan las armas los terroristas), espero que para siempre. Me pregunto ¿para qué han servido las muertes, las mutilaciones, el miedo y derrochar la vida en pos de un ideal vacuo? La respuesta tal vez sea aún más demoledora: para que, al final, los mismos de siempre obtengan la mayoría de siempre, para que casi nada cambie. Ni patria, ni revolución, sólo lo mismo de siempre, gestionado por los de siempre.



Me llaman la atención los nuevos periódicos digitales que buscan autofinanciarse mediante suscriptores. Reconozco que la idea me resulta atractiva. No depender de la publicidad de las grandes empresas para sobrevivir, con la soga que ello genera (atacar a quien te da de comer no suele traer buenas consecuencias). Sin embargo, contemplar la línea editorial, al menos del que más conozco, me subleva. Lejos de hacer prensa, el diario se trata de un panfleto ideológico, donde el ataque, con o sin razón, se convierte en la forma de presentar la realidad. Nunca soluciones; siempre cosas que no funcionan o execrables. Tal vez, en Periodismo se debería enseñar que la en la vida cotidiana existen situaciones buenas y malas, siendo la prensa un reflejo de esa verdad. Periodismo independiente, si, pero de las grandes compañías (o eso parece), pero no de una forma de entender la realidad que busca la confrontación, generando bandos e inquinas. 



La vida en muchas ocasiones se basa en una política de costes: pierdo o gano más haciendo... 
¿Quién recuerda cuando fue la última vez que hizo algo trascendente en la vida sin valorar los costes?



Uno de los grandes problemas de la Economía actual es el gran tamaño de ciertas empresas y bancos. La cantidad de trabajadores que dependen de estas empresas, o de estos bancos, así como el dinero que manejan, o aparentan manejar (en muchos casos los números rojos se convierten en seña de identidad), convierten a estos monstruos multinacionales en fabulosas máquinas de presión para los gobiernos, bien por el poder económico o bien, como hemos visto en esta crisis, porque la caída de estos mamotretos con pies de barro, provocarían una crisis mayúscula, tanto por el número de empleos destruidos, como por el agujero financiero que crearían. Este aspecto resulta crucial para entender la desvergüenza e incapacidad de muchos gestores. Hagan lo que hagan no dejarán caer su empresa, pues la cantidad de impagos que generaría (o pagos que deberían hacer los gobiernos) produciría un auténtico terremoto financiero, que arrastraría a otras muchas empresas. Al final, todo el sistema es un entramado ficticio, al menos en lo referido al sistema financiero y eso supone un hándicap muy grande para el ciudadano.




No puedo evitar rechazar de entrada a todos aquellos que hablan de cambiar actitudes para transformar el mundo. Podría deberse a que me hago viejo y gruñón. Aunque creo que más bien podía responder a que durante el tiempo que he vivido todo aquello que se me ha presentado como definitivo jamás ha resultado serlo. Con el paso de los años comienzo a pensar que las personas, con sus cosas buenas y sus cosas malas, se encuentran por encima de los ideales y de los mesías que ofrecen la salvación. Existen personas que siguen ideales (religiosos, políticos...) o que creen en recetas infalibles, somos muchos sobre la faz de la Tierra y debe haber de todo, pero, en general, la gente se limita a vivir su vida, la que ha construido o la que le han dejado construir  las circunstancias, y pasa de grandes, y vacíos, ideales o respuestas.



Tengo la certeza de que todos los que se empeñan en decirte como vivir y como pensar resultan muy peligrosos. Los fundamentalistas (religiosos, políticos o de cualquier causa, por muy loable que aparente ser) se rigen por un mismo patrón: imponer sus ideas. Los medios afines a cada una de las ideologías cumplen con su papel de adoctrinamiento. Presentar verdades a medias, directamente mentiras u ocultar información resulta el arma más demoledora y eficaz. Si a ello le unimos el linchamiento moral (a través de sus medios afines o de las redes sociales), cuando no real, de quien denuncia la manipulación y falsedad de los profetas de la división y el odio, el panorama resulta desolador.



Cada vez tengo más claro que resulta necesario huir de todo aquello que acabe en -ismo y de sus impulsores. Muchos de ellos, en las circunstancias adecuadas, no dudarían en cometer cualquier atrocidad, o mandarla ejecutar, para imponer sus ideas. Los que pasamos de esa sinrazón somos muchos, pero carecemos de organización, cosa que ellos sí tienen. En esa organización de minorías delirantes se basa su poder. La organización, y la publicidad, bien vestida, de las ideas dota de fuerza social a todo esta gente.



Lo único que veo en Pedro Sánchez, como en otros muchos de sus antecesores, es ambición. No me preocupa, al menos en exceso, que existan personas con ambición, capaces de cometer disparates, y en algunos casos atrocidades, por conseguir lo que consideran oportuno. Me ocupa más conocer cuándo la gran mayoría de nosotros enterramos parte de nuestras ambiciones y nos dedicamos a encajar nuestra vida real con nuestra perspectiva del mundo. No veo este hecho como una derrota. Al contrario, la derrota es perseguir metas siempre mirando de frente, sin ser capaces de aprehender el significado de los adverbios hoy y ahora.



Para concluir, y aquí sí que hablo de Política, si tuviese que definir a la derecha lo definiría como toda idea política que deja campar a sus anchas al gran capital. Felipe González, ZPpero o Pedro Sánchez son de derechas. No se trata de que gobierne uno u otro, se trata de lo que se va a hacer para defender a los ciudadanos de los que gestionan los grandes capitales y como la riqueza se va a repartir de manera justa. Lo demás, luchas por el poder.

martes, 27 de septiembre de 2016

LA CIGARRA QUE NO QUISO A LAS HORMIGAS

Mi nombre es Luis, o tal vez otro un poco más largo;  pero eso da igual. Seguro que quien lea esto conocerá a algún Luis, Pedro o Antonio que ha vivido alguna historia similar a la mía.
Si no he dado mi nombre real tampoco aportaré mi edad, ni otros datos innecesarios que puedan ayudar a saber más de lo necesario sobre mí. Todos ellos constituyen lo accesorio y no contribuyen a una mejor comprensión de lo que a continuación voy a narrar.
Todo comenzó un día laborable, que no se diferenciaba en nada del resto de días laborables, de hace unos años; no recuerdo con exactitud cuantos. Lo que si acierto a rememorar es que la chispa, que desencadenó lo que había de venir, se encendió justo después de la hora del café (momento de la jornada laboral que no se encontraba acotado con exactitud; su inicio y su final dependía de las necesidades de la empresa). Tras el descanso acudí al baño a aliviar mi vejiga y, como obliga la norma, a continuación me acerqué al lavabo para lavar mis manos. En ese momento miré al espejo y me encontré con un tipo embutido en un traje, entrado en carnes, envejecido, al que no logré reconocer en un primer momento. Tras ese instante de confusión no tuve duda alguna: ese desconocido sólo podía tratarse de mí.
Imagino que a todos les habrá pasado: un día, sin motivo alguno, se miran al espejo y aparece una persona distinta a la que acostumbran a ver a diario. Un extraño que, en realidad, es uno mismo. Años y años ignorándose, para encontrarse de golpe con ése uno mismo, que se ha ido forjando día a día, al que no hemos prestado atención, porque mirarse al espejo se ha convertido en otra rutina como madrugar, compartir la casa con tu pareja, trabajar, realizar todos los fines de semanas actividades parecidas o ir de vacaciones a lugares lejanos para hacer, más o menos, lo mismo todos los años.
También recuerdo haber sentido rechazo cuando comprendí que ese tipo envejecido, con kilos de más y vestido con un traje que le sentaba fatal, era yo. Una caricatura de la persona que hace años comenzó a trabajar en esa empresa, con ganas de comerse el mundo.
En este tiempo no me he comido el mundo. Más bien al contrario: puede que el mundo, su rutina, me haya engullido a mí.
Nunca llegué a ascender más allá de lo que todo trabajador con estudios que permanece en la empresa durante años logra hacerlo.
Creatividad sonaba a palabra vacía de contenido y lejana en el tiempo y en el espacio. Todo se había convertido en certezas y rutinas. Todo lo que podía generar riesgo o incertidumbre lo había borrado de mi vida laboral.
De mi vida laboral, de mi vida sentimental, de mi vida social... De mi vida. Incluso votaba siempre al mismo partido político en las elecciones porque un día fui rojo, pero no porque tuviera la necesidad imperiosa de que todo el sistema cambiase.
Lo que vino después no surgió de repente. Salí del baño tan contrariado que mis compañeros se preocuparon al verme. La expresión de mi cara debía distar bastante de la que acostumbraban a ver. Les tranquilicé diciendo que tenía un pequeño malestar estomacal, lo que sirvió para que todas sus inquietudes sobre mí acabaran.
En ese momento no tenía ni idea de lo que poco tiempo después llevaría a cabo.
Cuando horas después llegué a casa mi mujer no pareció ver síntomas de ningún tipo en mí. Reconozco que el malestar causado por mi propia imagen se había mitigado. Sin embargo, cuando esa noche mi pareja me propuso practicar sexo (una de las raras veces que ocurría entre semana), no me sentí predisposición hacia ello. A mi cónyuge le extrañó mi negativa, pero, de nuevo, alegué la falsa dolencia para salir al paso de la situación.
Tampoco fue durante esa noche en vela donde pergeñé la idea. Ni tan siquiera surgió el embrión de la misma. Durante esas horas nocturnas sólo sentí confusión, miedo a haber desperdiciado mi vida y un cierto rechazo hacia mi actual aspecto físico. Me encontraba en estado de show.
Los siguientes días no pueden calificarse como mejores. El choque inicial había dejado paso a la decepción. Decepción por sentir que mi vida se me había escapado de las manos, sin darme cuenta. Decepción por no haber realizado nada reseñable. Decepción por llevar una vida sin atisbo de pasión o improvisación. Decepción por mi degradación física. ¡En fin! Decepción, por seguir vivo, tener la impresión de no haber hecho nada que me trascendiese en el tiempo y poseer la certidumbre de que, en lo que me queda de vida, tampoco conseguiré realizar nada que me haga pasar a la posteridad, ni tan siquiera a la pequeña posteridad de los que me rodean. Decepción por saber que soy un tipo gris. No puede haber mejor resumen de lo que sentí aquellos días.
Esa sensación de derrota me acompañó durante semanas, justo hasta el momento en que aquella idea se presentó, así, de improviso, pero de manera necesaria.
El día de finales de octubre había amanecido luminoso. Incluso en el trabajo se hacía notar esa luz; a pesar de la luz artificial que durante toda la jornada laboral funcionaba en la oficina, mitigando la acción del Sol. Acababa de hablar con un cliente, al que había convencido para invertir parte de sus ahorros en una empresa que apostaba por la Ecología, y surgió la chispa: debía dedicar mis esfuerzos a mejorar, en la medida de lo posible, la vida de las personas. Y tenía un arma formidable: mi trabajo consistía en gestionar cuentas de clientes que podía, y debía, invertir para conseguir aumentar el capital inicial. Sólo debía pensar dónde hacerlo.
Me sentí eufórico. Había conseguido dar sentido a mi vida. Iba a hacer algo que se saliese de la rutina ,consiguiendo, además, que mi autoestima ascendiera a lugares donde no recordaba que hubiese llegado nunca.
Sin embargo, el proceso se demoró más de lo esperado. La toma de decisiones sobre cómo y dónde invertir resultaba más complicada de lo que en un principio creí. Las opciones que parecían las mejores, un par de días después no pasaban de poder considerarse como poco apropiadas, cuando no pésimas. Buscaba algo que hacía tiempo había olvidado: la excelencia profesional.
A pesar de las dificultades, del nulo avance, mi cabeza bullía con la efervescencia del adolescente lleno de proyectos. No había momento de descanso. Buscaba la solución a mi necesidad. En el trabajo seguía mostrando el mismo patrón de actuación de los últimos años, pero sólo era un preludio de lo que debía llegar. De aquello que acabaría con la lóbrega imagen de ese tipo, que se redescubrió ante un espejo hace no mucho tiempo, y que le llevó a reconsiderar hasta el último átomo de su existencia.
Como ocurre de manera habitual la solución se presentó de improviso. Sin anunciarse, ni hacer saber de su existencia hasta el momento oportuno. En un principio me pareció descabellado, pero algo en mi interior me gritaba sotto voce  que había encontrado el quid de la cuestión. Sopesé los pros y los contras. Valoré el alcance de su acción. No tuve duda, mañana mismo me pondría manos a la obra. No sólo iba a cambiar mi vida, o la de mis inversores, mucha gente, no puedo precisar cuanta, también iba a sufrir un cambio a mejor en su existencia.
Al día siguiente, a primera hora, comencé mi febril actividad. Durante tres días he estado encadenado al teléfono para localizar a los inversores y explicarles mi plan: "Buenos días, Don/Doña... soy Luis... y le/la quiero proponer una inversión distinta, de la que se puede beneficiar mucha gente. Se trata de un producto que genera una gran desgravación fiscal y del que se podrá beneficiar tanto usted como sus hijos y nietos. Un producto que siempre ha estado ahí, pero que ahora enfocamos de otra manera. No le/la pido que invierta todo su capital, sabe que no funcionamos así, nosotros diversificamos sus inversiones para evitar riesgos, pero sí creo aconsejable que invierta en lo que le/la propongo entre un 25 por cien o un tercio del total de la cuenta que le gestionamos. Aunque, en confianza, si yo tuviese oportunidad invertiría más...". En estos tres días he comprobado lo bueno que soy en mi trabajo, he conseguido que casi la totalidad de los clientes confíen en mi propuesta. Me siento exultante, me he vuelto a demostrar mi capacidad profesional (hacia tiempo, mucho, que no la había puesto a prueba), que ha servido para poner en práctica mi idea.
Ahora, a las nueve y media de la noche, me encuentro sólo en esta planta de este moderno rascacielos, que ocupa mi empresa de inversiones. El resto de compañeros, jefes y subordinados, hace tiempo que han desaparecido de manera gradual. Si ellos pudiesen verme lo primero que se encontrarían sería una amplia sonrisa. Lo he conseguido. No existe nada que se asemeje a esta sensación que ahora siento.
He conseguido cambiar la vida de muchas personas, que se beneficiarán de esta inversión para mejorar su existencia. Personas a las que, por otra parte, jamás conoceré. He conseguido que profesionales que viven para ayudar a los demás tengan mayor capacidad de hacerlo. He conseguido que mis clientes desgraven por su inversión. Y he conseguido cambiar mi vida: en unos meses o un año ingresaré en prisión, cuando salga a la luz que he donado a diversas organizaciones no gubernamentales todo el dinero que a mis clientes le sobraba y que dedicaban a especular, para enriquecerse aún más.

domingo, 25 de septiembre de 2016

IDIOTARIO (LXXVII)

Beso negro: ósculo dado por una persona de color.


Braguetazo: tipo de relación en la que una persona, con una capacidad económica limitada, se casa con otra, con  mucho mayor poder pecuniario, beneficiándose la primera de esta circunstancia el resto de su vida o  hasta que la desgracia, en forma de abogado matrimonialista, haga acto de presencia.


Capitalismo: fenómeno que consiste en defender que la calidad de vida en la capital es superior a la de los pueblos.


Epicentro: momento en el que el muñeco amigo de Blas ésta situado en el medio exacto de un seísmo.


Monopolio: primate homínido que padece una enfermedad infecciosa que afecta al sistema nervioso central, causada por el virus poliovirus.


Pescado fresco: pez que se comporta con descaro y despreocupación, tratando a los demás sin el respeto y consideración debidos.


Platón: filósofo griego, cuyo pensamiento tuvo gran influencia en la Edad Media europea. En la actualidad se utiliza a Platón para servir comidas minimalistas en restaurantes con una o más estrellas en la Guía Michelín.


Razones de estado:  medidas excepcionales tomadas por los dirigentes políticos gobernantes, siguiendo el ancestral razonamiento: lo hago porque me  sale de los cojones y ya veré como lo justifico ante los ciudadanos.


Velocidad del sonido: relación que se establece entre lo rápido que ejecuta un niño una orden y la contundencia verbal de la bronca que recibe por parte de uno de sus progenitores.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

LA MOVIDA Y LO QUE QUEDÓ

"Prefiero masturbarme, yo sola en mi cama, 
antes que acostarme con quien me hable del mañana. 
me gusta ser una zorra 
me gusta ser una zorra 
Eh, oh, ah, ah 
Ay ay ay ay ay cabrón!"

Me gusta ser una zorra, Las Vulpes



En estas últimas semanas he leído una serie de autobiografías, con sus correspondientes deformaciones interesadas de la realidad, de personajes "menores" de aquello que se denominó la Movida madrileña, que me han parecido harto interesantes. En realidad, ellos fueron los que dieron sustancia y sentido a lo que se coció durante esos años, aunque a  nosotros nos han llegado sólo una serie de nombres, los de los que destacaron en el faranduleo a partir del momento en que la movida pasó a convertirse en un movimiento de culto (aquí deberíamos incluir también a los fallecidos "en acto de servicio"; toda causa necesita sus mártires). 
En todos los casos se observan una serie de coincidencias en sus biografías: sexo desenfrenado, uso, y abuso, de drogas, en muchos casos provenían de familia bien, se unían las ganas de divertirse, de experimentar y la falta de miedos a la hora de emprender aventuras relacionadas con la música, el cine, la publicación de revistas, fanzines... y, una parte de ellos, conservan ciertos hábitos de comportamiento de aquellas fechas.
No pretendo reivindicar algo que no viví, y de lo que desconozco hasta que punto mereció la pena. Mi intención es reflexionar sobre cómo y cuándo acabó y por qué tenemos una imagen algo distorsionada del asunto. Una percepción interesada de la que se beneficia cierta gente, los que pervivieron de cara al público y viven muy bien de ello.
Tras la lectura de las percepciones de unos y otros, intuyo que lo divertido de lo que se llamó la Movida residía en la capacidad de improvisación y la falta de límites. Todo parecía posible (y más si se iba hasta arriba de drogas y alcohol). En ese conglomerado de gente debía haber un poco de todo: gente con talento, personas sólo con ganas de juerga (adinerados o buscavidas), tipos que se apuntan al carro de moda para medrar o como forma de promocionarse. Y es en este último apartado aparece varias veces un nombre: Pedro Almodóvar. El manchego no parece gozar del afecto de ciertas personas que coincidieron con el en aquella época. Sin embargo, su compañero de grupo en aquel tiempo, Fabio McNamara, suscita la admiración de todo el mundo, tanto por su bonhomía como por su talento. Sin embargo, el cineasta se ha convertido en santo y seña del fenómeno que nos ocupa hoy.
Me interesa la figura de Pedro Almodóvar como símbolo de una sociedad, la nuestra actual. El director representa, desde mi punto de vista, todos los vicios de una parte de la sociedad, la que se dice progresista o de izquierda, acomodada, capaz de protestar por los cosas más absurdas, sólo con el fin de hacerse oír, pero incapaz de cambiar nada.
Pienso que lo mejor para explicar lo que intento transmitir es retrotraerse a los ochenta.
Como dije, las opiniones que he encontrado sobre el autor de Átame de aquellas personas que le conocieron en sus orígenes creativos distan mucho de ser las mejores. Se habla de un tipo con ambición (lo que no resulta malo), sin excesivo talento y muy dado al autobombo (puede que su punto más fuerte). Como el lector puede haber constatado, algunos de los atributos de los vendedores de humo.
Reconozco que alguna de sus películas me gustan bastante, unas pocas. De igual manera, reconozco que hace tiempo que  no me enfrento a ninguno de sus nuevos estrenos, en concreto desde un bodrio que por título llevaba La mala educación. Pero éste no es el asunto.
Almodóvar representa a los que sobrevivieron a la Movida y representa todo lo que no fue la Movida. El de La Mancha se ha convertido en un burgués snob, apegado a ideas políticas arcaicas y hueras, con nula capacidad para crear algo diferente que, incluso, parece que tuvo dinero en empresas ficticias en paraísos fiscales. Un tipo, que intenta ser referente cultural de la izquierda y el progresismo, que sólo vende humo y enfrentamiento. Aún recuerdo cuando ZPpero ganó las elecciones y el colega cascó que el P.P. preparaba un golpe de Estado. El business, la fama y la autocomplacencia necesitan una forma de no apretar demasiado a cierta gente que creyó, o al menos lo fingió, en la justicia social. Largar de vez en cuando alguna soflama anti alguien resulta muy adecuado para lavar la conciencia, tanto la propia como de cara al exterior. Pero, en el fondo, desde un primer momento él, ellos (hay muchos así), sabían que la Movida, o cualquier otro movimiento espontáneo, marginal o que suponga una ruptura con lo anterior, sólo eran una oportunidad para construirse un futuro lejos de aquellos lares e ideales.  Se trata de gente que han utilizado la situación como herramienta de promoción, dándoles igual haber navegado en un movimiento u otro, y, lo criticable (al menos desde mi punto de vista), que intentan vendernos su carácter alternativo y su alejamiento del poder establecido. ¡Mentira! Ellos forman parte del mismo; en especial cuando lo ostentan los "suyos".
Existe una segunda cuestión que me llamó la atención en alguna de las biografías que leí: como acabó todo y en lo que derivó.
Uno de los momentos de mayor libertad creativa en este país se produjo en el período que abarca los últimos años de gobierno de la U.C.D. y los primeros del P.S.O.E. En ese interregno cultural todo parecía posible. Sin embargo, en unos pocos años Felipe González no dudó en acabar con todo aquello que se saliese de la norma, de su norma: secuestró la televisión y la radio pública, para ponerla al servicio de sus intereses, minó el asociacionismo todo lo que pudo, creó una extensa red clientelista... Obvio resulta que movimientos donde la gente hacía, y pensaba, lo que le daba la gana no encajaban con las necesidades del sevillano y sus acólitos. De esta manera, junto con el proceso lógico de desgaste, se fue acotando, y destruyendo, todo lo que representaba la Movida: improvisación, libertad, desfase (por qué no decirlo) y se intentó reconducir hacia términos aceptables.
Una de las cuestiones que aparecen en algunas de esas biografías es el hecho de que en aquella época no había problemas para que heterosexuales, homosexuales, transexuales... participasen en fiestas e historias, incluidas orgías, de manera conjunta, sin hacer distingos. Curioso, una minoría, hace más de tres décadas, había conseguido que a nadie le importase con quién follaba el uno o la otra. Resulta aún más curioso que hoy exista un movimiento, en muchos aspectos victimista, que defienda la libertad de amar y acostarse con quien se crea conveniente (reconocida desde 1978 en la Constitución) y busque hechos para justificar su cuota de poder.
El lector podrá opinar que el suscribe se ha vuelto homófobo, nada más lejos de la realidad. La libertad de las personas para hacer lo que desee en su vida me parece uno de los pilares fundamentales de su vida. Al contrario, pienso que ciertos movimientos que dicen defender a personas homosexuales resultan homófobos o heterófobos (no lo tengo claro). Piense el lector lo siguiente: a principios de la década de los ochenta una minoría aceptaba a la gente por sus cualidades, no por sus tendencias sexuales, a fecha de hoy los que dicen defender a unas minorías nos intentan imponer que hagamos actos de contrición porque cierta gente no acepta las tendencias afectivo/sexuales de otras personas. Estas asociaciones no nos piden que valoremos a los "suyos" por sus actos, sólo hemos de valorarlos, y además bien, por sus preferencias afectivo/sexuales. ¡Tremendo! Todas las personas de un colectivo deben ser medidas por el mismo rasero, el mejor, por el mero hecho de pertenecer a ese colectivo. Lo siento, no puedo evitar pensar en las directrices nacionalcatólicas. Cierto que existen agresiones de neonazis, que están perseguidas por la ley, como las que estas mismas bestias cometen contra sudamericanos, negros o personas que se equivocan de lugar a la hora de dar un paseo. Pero, como he dicho, la ley no ampara este tipo de actos, ni otros parecidos.
El lector podrá pensar que nada tiene que ver este asunto con el fin de la Movida y con lo que vino después. No estoy de acuerdo. Cuando personas como Felipe González destrozaron la izquierda, sirviéndosela en bandeja al neoliberalismo, tuvieron que crear ficciones que hiciesen creer a la gente más disconforme que existían cosas por las que luchar, siempre evitando que aquellos que detentaban el poder económico viesen afectados sus intereses. Los sucesores de Felipe González en ese partido descubrieron que apoyar ciertas causas, que a veces tenían reivindicaciones  necesarias y en otras absurdas, servía para ganar votos, dar la sensación de que se luchaba por cambiar algo y, en realidad, dejar lo sustancial como estaba. Se trataba de parcelar la realidad en colectivos, reales o artificiales, que diesen la sensación de que se luchaba por el bien de mucha gente. No se copió la idea de convivencia de la Movida, se troceó la sociedad de manera artificial, para acallarla.
Lo triste del asunto es que esas secciones artificiales se convirtieron en herramienta útil para el sistema y deben permanecer a costa de lo que sea en él (en general a costa de nuestros impuestos). Para continuar siendo una herramienta del sistema necesitan tener causas que defender, lo que les lleva a posturas integristas, nada alejadas de los que dicen combatir. Lo explicaré con un ejemplo.
Es sabido que ciertos sectores de la Iglesia (la misma que aceptaba la prostitución durante la Guerra Civil) no aceptan que se tenga hijos fuera del matrimonio. El que suscribe nunca se casó y tiene descendencia, al igual que otras muchas personas. A nadie se le ocurre atacar a la Iglesia para que piense como nosotros. Yo hago lo que me da la gana y lo que piense una parte de la sociedad, con la que no me identifico, me la trae al pairo. No necesito que cambien de idea, porque la sociedad en la que vivo me permite hacer lo que considero mejor. Sin embargo, no es infrecuente escuchar a ciertas personas y representantes de asociaciones LGTB criticar a ciertos sectores de la Iglesia y de la derecha por no pensar sobre ellos en lo referido a los matrimonios entre personas del mismo sexo. Vamos a ver, la gente puede pensar lo que quiera y opinar lo que desee sobre aspectos sociales. No todo perro quisque debe pensar lo mismo, eso se llama adoctrinamiento (eso que la Iglesia Católica ha hecho durante siglos). Lo importante es que la legislación permita ese tipo de matrimonio, no lo que piense una parte de ella. Pero, como se necesitan causas, cualquier fricción es buena.
Uno, que cada vez es más radical, piensa que si las asociaciones LGTB se preocupan tanto por sus "defendidos" deberían acabar con el estereotipo de gay, o lesbiana, cool y forrado/a y presenten la realidad. Sería mejor que hablasen de personas LGTB de todas las clases sociales, en ciertos casos pasando necesidades económicas y que se implicasen en la mejora económica social, que también afectaría a sus patrocinados. Pero mejor defender causas generales y de difícil mesura, así nadie pide responsabilidades por no mejorar.
Al final, la imagen de la Movida es Almodóvar y Alaskal , dos personajes pretenciosos que se han apoderado de un momento para seguir en la brecha.
Al final, la libertad, la ruptura con el franquismo, se disolvió en fragmentos  que buscan la confrontación, ser distintos al de enfrente y, por supuesto, implantar una moral, que haga olvidar cuáles son los verdaderos problemas. La convivencia dejó de cultivarse para dar paso a lo paralelo.
Un saludo.

domingo, 18 de septiembre de 2016

FACETAS

-¿Conocía a alguno de los fallecidos?- preguntó la joven mujer, sujetando un micrófono que apuntaba al interpelado.
- Sí. María, Luiggi, Mimi, Antonella...- se detuvo el hombre, con una expresión en su rostro que denotaba sufrimiento- Todos ellos buena gente... Con motivos para seguir viviendo - concluyó.
- ¿Todos ellos vivían en este edificio? - Inquirió la joven mirando  ora a la cámara ora al entrevistado con una habilidad que denotaba el dominio de este tipo de situaciones.
- Sí. Estos escombros eran su hogar antes de que el terremoto acabará con todo, incluidas las vidas de muchas de las personas que vivían aquí - aclaró el tipo de mediana edad, mirando a la periodista que desde hacía un rato le hacía preguntas.
- ¿Nos puede contar cómo era la vida de las personas en este barrio antes del terremoto? - Continuó interpelando la conocida reportera.
- ¿Su vida? Un poco como la de todos nosotros. María estaba casada. No tenía hijos. La relación con su marido era buena. Hacían buena pareja. Se les veía pasear muy juntitos y envueltos en una especie de silencio protector. Luiggi trabajaba en algo relacionado con ingeniería. Conozco a alguien que fue compañero suyo y decía que, en lo suyo, podía ser considerar como un número uno. Se notaba que ganaba dinero; vestía muy bien y tenía un buen coche, aunque algo viejo. Si tuviera que decir algo sobre Mimi sólo podría ser que se trataba de una de las personas más educadas del mundo. Siempre atento con los demás. Sus hijos venían a verle de vez en cuando. Mimi está separado y los chavales ya son mayores, tienen su propia vida. Antonella era guapísima, además de joven. Tenía un montón de hombres a su alrededor y ella disfrutaba de esta circunstancia. Hacía bien, aún no se había casado ni, que yo sepa, mantenía una relación estable con nadie. Y mire como ha acabado. En momentos como éste te planteas que disfrutar de la vida es lo único importante. Carpe diem- dijo el entrevistado, al que se le volvía a notar pesar en su expresión facial, así como en su tono de voz.
- Muchas gracias por sus respuestas. Creo que nos han ayudado a conocer a sus vecinos, que han visto truncada su existencia de manera abrupta debido a este seísmo que ha asolado la ciudad - argumentó la periodista antes de dar por concluido el reportaje.
Con la cámara ya apagada la mujer se dirigió a la persona con la que acababa de compartir entrevista para preguntarle si deseaba participar en un reportaje de mayor duración, que se emitiría dentro de cuatro días, donde podría hablar con mayor detalle de todos aquellos a los que había perdido en la catástrofe. En un principio se sintió confundido, pero tras un titubeo inicial no dudo en prestarse a ello. Una experiencia nueva, y gratificante, en medio de todo ese maremágnum de muerte y destrucción, pensó.
Quedaron en verse dentro de un par de horas, "después de comer", para realizar la entrevista en el lugar donde se encontraban en ese momento.
No hacía ni un minuto que se encontraba solo, cuando surgió en su cabeza la preocupación sobre las preguntas que le harían y las respuestas más adecuadas a las mismas. Tal vez por ello comenzó a repasar lo que sabía de cada uno de las personas sobre las que iba a hablar.
María rondaba los cuarenta años, no conocía con exactitud su edad. Su marido, Fabio, parecía un poco mayor que ella. Al menos esa impresión le daba a él. Llevaban viviendo en el barrio, al menos, quince años. Siempre se les veía paseando muy juntos, agarrándose de la cintura, con paso nunca rápido y hablando poco. Parecían que habían construido su propio hábitat. A pesar de ello eran dos personas educadas, que saludaban siempre a los vecinos. Sabía que habían intentado tener hijos y que no lo habían conseguido. Lo habían intentado mediante métodos de reproducción asistida, pero la cosa no había funcionado. Contaban quienes les conocían más que en los últimos tiempos, tras el fracaso en el empeño de tener hijos, ambos se habían vuelto más introvertidos y, a pesar de no perder su educación a la hora de interacción con los vecinos, menos interesados por el contacto con otras personas. Parecía que la alegría se había esfumado en su hogar. Un hogar que parecía necesitar llantos y risas de bebés. Un hogar que se resquebrajaba de no usarlo. Una relación en la que ninguno parecía tener nada que decir al otro.
Luiggi había nacido y crecido en el barrio. Formaba parte del mismo, como las farolas, las esquinas o los edificios. En el barrio creció, se enamoró, vivió tras casarse y siguió habitando tras la muerte de su mujer. Conocía a Luiggi desde siempre, ambos se habían criado en el barrio. El fallecido era un par de años mayor que él y, desde donde alcanzaban sus recuerdos, siempre recordaba al ingeniero con una sonrisa de oreja a oreja y alguna ocurrencia que arrancaba la carcajada de la gente que le rodeaba. Cuando conoció a Anna, su futura esposa, la sonrisa perenne de la boca pareció contagiarse a los ojos. Si con una imagen se pudiese definir la felicidad, no hay duda, una fotografía de aquel Luiggi hubiese constituido la mejor forma de hacerlo. Se casaron al poco de acabar los estudios universitarios y ambos consiguieron un trabajo bastante bueno. Pasado un par de años desde que se desposaron Anna se quedó embarazada. Sus vidas parecían el desenlace de una novela romántica, pero, en realidad, sólo se trataba del nudo de la trama. Cuando Anna estaba en la semana veinticuatro de gestación tuvo que acudir a una revisión ordinaria, para controlar el proceso de embarazo. Luiggi no pudo acompañarla, se encontraba en otra ciudad debido a su trabajo. En el trayecto en coche hasta el hospital donde debía realizarse el reconocimiento ella se mareó, sufrió un desvanecimiento y su vehículo acabo bajo un camión. Murió en el acto, así como la vida que estaba creciendo en su interior. Tras el dolor inicial Luiggi se transformó. Toda su actividad diaria fuera de su casa se limitaba a la relacionada con la vida laboral. Alguna vez, como excepción necesaria, bajaba a comprar algo a las tiendas del barrio. El resto de su tiempo se recluía en su casa, nadie sabe muy bien haciendo qué.
Mimi vino a vivir al barrio hace ocho o nueve años. Ya se había separado y alquiló una pequeña vivienda de dos habitaciones porque, como él decía, "no necesito más". En aquel barrio envejecido, tanto por la edad de sus casas como por el de sus habitantes, los modales exquisitos de Mimi no pasaron inadvertidos. Más de un anciano ponía su forma de actuar como un ejemplo para el resto, en especial para los más jóvenes. Con el paso del tiempo, aunque él nunca lo contó, algunos nos enteramos de su historia. Mimi procedía de una familia de origen adinerado, se casó con otra mujer de similar procedencia y durante un tiempo pareció que todo iba bien. Tuvieron tres hijos, para satisfacción del matrimonio y de sus respectivas familias. Todo iba viento en popa hasta que Mimi comenzó a travestirse y actuar por las noches en un local especializado en este tipo espectáculos. Durante un tiempo su mujer y a la familia de ambos no supieron, o no quisieron saber, nada de la actividad de Mimi; pero, pasado un tiempo, muchas de las personas del entorno familiar, familia menos directa, amigos, socios... tuvieron conocimiento de la ocupación nocturna que llevaba a cabo. La presión de su mujer, así como de ambas familias, para abandonar la nueva ocupación puede considerarse como asfixiante, llegando a ser amenazado con desheredarle por parte de su propio padre. Durante un tiempo Mimi transigió y olvidó su actividad de artista travestido; pero sólo fue un alto en el camino. Tres años más tarde volvió a retomarla, para disgusto de todas las personas más próximas de su entorno. Los ruegos y las amenazas, cada vez más contundentes, volvieron a sucederse. A diferencia de la vez anterior Mimi no se arrugó y una mañana de lunes salió  por la puerta de su casa con una pequeña maleta para no volver nunca jamás. Desde ese día vive en el barrio. Imagino que si no ha contado a nadie su odisea sea tanto por discreción como porque a una parte significativa de los habitantes del barrio no le caen bien los travestis, aunque muestren una educación y unos modales maravillosos.
Los ojos azules, los labios carnosos, una melena negra y un cuerpo curvilíneo y proporcionado conferían a Antonella una belleza salvaje, que no pasaba desapercibida en ningún sitio. Con sus veintisiete años los hombres, y algunas mujeres, la buscaban, y la deseaban, como las moscas a la miel, casi de manera hipnótica, casi obligados. Ella, consciente de su atractivo, no rehuía ese papel. No resultaba infrecuente verla con hombres distintos a su lado cada poco tiempo. A simple vista disfrutaba de la vida de manera intensa. Sin embargo, Nella fracasaba en sus relaciones porque necesitaba que todo girase en torno a ella, pudiendo llegar para ello a provocar sexualmente a otro hombre, o mujer, delante de la pareja de ella. Sus cambios emocionales, bruscos y sin ningún motivo, así como su tendencia a conducirse como un actor de teatro, exagerando hasta el extremo sus gestos y sus actos, conseguían alejar de ella a todos sus pretendientes. Su falta de empatía tampoco ayudaba en nada. Sus ligues se sentían deslumbrados por un diamante y cuando escarbaban un poco encontraban el caos. Parece ser que este comportamiento la viene de lejos y que sus padres no dudaron en buscar ayuda profesional. El diagnóstico: trastorno histriónico de la personalidad. Antonella se negó a reconocer que tuviese cualquier tipo de problema y a recibir psicoterapia. En cuanto tuvo la edad necesaria se marchó de casa de sus padres y ha ido viviendo a salto de mata. A veces gracias a trabajos, nunca de larga duración, y en otras ocasiones gracias a alguno de sus también pasajeros ligues, que en ocasiones acaban cuando la Policía acudía a su vivienda para solucionar alguno de los variados conflictos que generaba.
Recordar todo esto le angustiaba y dudaba si debía hacerlo público ante la cámara. Sabía que la periodista perseguía ese tipo de historias morbosas, que tanto encandilaban a cierto público, pero él dudaba sobre la conveniencia de airear el lado oscuro de sus, hasta hace una horas, convecinos. En el fondo, no se iba a inventar nada.
Aún debía comer antes de aparecer, por segunda vez ese día, y en toda su vida, ante las cámaras. Además no sobraría cambiarse de ropa para estar más presentable. Todo el país iba a verle en horario de máxima audiencia. Al menos su casa se mantenía en pie y podía acudir a ella para almorzar algo frugal, las emociones del día le habían quitado el apetito, y buscar en su armario una ropa más elegante que la que llevaba puesta en ese momento.
Cuando llegó al lugar donde se había citado con la reportera ésta ya había llegado. Tras unas breves presentaciones le maquillaron de manera somera, mientras conversaba con la periodista, que le avanzaba, de manera somera en que iba a consistir la entrevista. Todo este proceso llevó unos cinco minutos, período tras el cual se encontraba frente a la joven corresponsal respondiendo a las primeras preguntas, casi idénticas a las que había contestado por la mañana.
Al fin, Laura, que así se llamaba la mujer que conducía el programa, le planteó la cuestión que el hombre que la miraba sabía había de llegar:
- Háblenos un poco de sus vecinos. Cuente al público cómo eran sus vidas. ¿La gente de este barrio era feliz, tenía problemas...?
- Imagino que todo el mundo tiene, tenemos problemas, frustraciones... un lado oscuro. Mis vecinos fallecidos también... Sin embargo, al igual que todos, tenemos facetas de la vida maravillosas y ésas son las que quiero conservar en mi memoria. Siempre recordaré que María y Fabio, paseaban juntos agarrados de la cintura, como una pareja de recién conocidos, tras una larga relación. De Luiggi recordaré que era uno de los mejores ingenieros del país y que durante mucho tiempo sembraba de sonrisas su alrededor. Mimi para mí siempre estará en mi mente como una de las personas más educadas y con mejores modales que he conocido. No creo que haga falta decir que disfrutar a diario, durante años, de la belleza de Antonella ha constituido un auténtico regalo... No puedo decir otra cosa que defina mejor la vida de mis vecinos y puedo asegurar que, de lo que acabo de contar, no me he inventado nada...

miércoles, 7 de septiembre de 2016

LUGARES E IMPRESIONES (II)

Existe una gran diferencia entre viajar solo y hacerlo en compañía, en especial si dicha compañía resulta ser la persona más importante de tu vida.
También existe una gran diferencia entre ir a un lugar por primera vez o volver al mismo mucho tiempo después de haberlo conocido por primera, y única, vez. El tiempo, tal vez la memoria, acrecenta los lugares, colocándolos en un pedestal situado entre la idolatría y la realidad. Como suele ocurrir, el reencuentro sitúa cada cosa en su lugar. Los espacios reales parecen menguar cuando resultan comparados con el recuerdo y la evolución, personal y del lugar, conllevan un nuevo ajuste, que en este caso no resultó traumático. Reconozco que llegué buscando uno de los dos o tres lugares donde mejor he desayunado en mi vida y, en ese aspecto, aún conservando el empeño, el presente salió perdedor con respecto a la bollería casera y magnífica que degusté hace un par de décadas. Sin embargo, el entorno, ese magnífico comedor abovedado, que busqué con el ansia de la memoria nada más entrar, no supuso ningún desencanto. Esa luz matinal, penetrando por la bóveda translúcida que inundaba todo, permanecía allí desde la última ocasión.

"Ahora que la vida pasa sin disimular,
Ahora y siempre que el fracaso es algo que está por llegar.
Ahora que la Luna no me hace coros al cantar".

Casi con total seguridad ese fragmento de día y de espacio resulte lo único inalterable. La persona que se alojó allí hace mucho tiempo poco tiene que ver con la que se hospedó en ese mismo lugar hace unos días. Un nombre femenino con sus rasgos diluidos por el tiempo ha encontrado sustituto en una persona que sé siempre me acompañará, aún en la distancia, por el resto de mis días.
El escepticismo y un deslabazamiento de certezas, ahora papel mojado, han germinado con el vigor de lo aprendido viviendo.

"Por fuera hay que se duro, como el asfalto.
La piel igual de fría que si fuéramos lagartos.
La vida siempre va a destiempo".

Mirar la montaña y el mar, hermanados en esas tierra, con los ojos de un niño, tu niño, supone un nuevo reto, ansiado y planeado con mimo. Zambullirte en un mar encrespado, definido como amarillo o en un edificio pergeñado hace trece siglos, supone un equilibrio complicado, no siempre bien resuelto, pero, a todas luces, necesario. Crecer juntos. Crecer ante mis ojos. Ese reto. Ese placer.
De nuevo la misma impresión: un lugar creado para ser invadido, fagocitado durante unos meses, por turistas, ávidos de ver casas de colores vivos renaciendo entre claros, que aparecen caprichosos en un cielo que amenaza con lluvia que jamás llega.

" A ver si sale el sol en este campo de concentración que llaman vida"

 El mar del pescador frente a los edificios, casi recién pintados, arracimados en torno a lomas siempre verdes. El mar del pescador, poco atento a una muchedumbre lobotomizada que busca rincones imposibles, aún por descubrir, frente los meses preñados de ocupación ajena.
En mar del pescador. El mismo mar del bañista. El mismo mar que parece no querer coincidir en el espacio ni el tiempo, evitando juntar a quien extrae la vida de sus entrañas y a quien coloniza sus orillas de manera temporal.
Sol, lluvia, sucediéndose en perfecta armonía. Se retira el Sol. Aparecen nubes densas y oscuras. El mar pierde parte de su color. Todo empieza a girar en torno a los matices del gris. No resulta oportuno seguir en la playa observando esa rápida mutación cromática. En apenas media hora el agua no sólo se mueve retirándose de la arena; también es robada a unas nubes tupidas y pesadas, que necesitan deshacerse de su carga. El Norte en estado puro.

"Pierde colores con la lluvia
y en sus ojos puedes ver
que de tantos palos al agua
parece que perdió la fe".

Se plantean nuevas opciones, nuevas posibilidades de conocimiento. Un edificio de tránsito entre los de los godos que estuvieron y los resistentes que permanecieron. Un milenio largo de permanencia en ese suelo. Mil trescientos años de cambios, el último tan desolador como la figura que protegió a perpetrador de tal desatino. La larga mano de una dictadura personalista y criminal. Un rey: Silo. Un complejo palatino de una nueva corte. El paso de los siglos. El olvido que se intenta evitar. Restos superpuestos de la existencia de gentes aferradas a un valle fértil. Tal vez eso sea la Historia y el Arte: restos superpuestos de personas que lucharon día a día por subsistir.
La mar y la tierra sobre una mesa, por lo general en cantidades excelsas, preparadas de manera tradicional o innovadora, ese placer perenne de esta tierra de reconquista.
Muchos años después retorno y aprendo que nunca resulta inoportuno volver a un lugar idealizado, porque siempre se puede construir otra idealización que necesitará, dentro de un tiempo prudencial, volver a ser reconstruida de otra manera.

"En algún cruce de caminos tú me despedirás.
No sé donde iré. No sé a quién conoceré.
Pero, como siempre, acabará y como siempre durará
como la estrella fugaz que en un instante morirá".

Nota aclaratoria: Todos los fragmentos escritos entre comillas pertenecen a distintas canciones del grupo Gritando en silencio.