domingo, 18 de septiembre de 2016

FACETAS

-¿Conocía a alguno de los fallecidos?- preguntó la joven mujer, sujetando un micrófono que apuntaba al interpelado.
- Sí. María, Luiggi, Mimi, Antonella...- se detuvo el hombre, con una expresión en su rostro que denotaba sufrimiento- Todos ellos buena gente... Con motivos para seguir viviendo - concluyó.
- ¿Todos ellos vivían en este edificio? - Inquirió la joven mirando  ora a la cámara ora al entrevistado con una habilidad que denotaba el dominio de este tipo de situaciones.
- Sí. Estos escombros eran su hogar antes de que el terremoto acabará con todo, incluidas las vidas de muchas de las personas que vivían aquí - aclaró el tipo de mediana edad, mirando a la periodista que desde hacía un rato le hacía preguntas.
- ¿Nos puede contar cómo era la vida de las personas en este barrio antes del terremoto? - Continuó interpelando la conocida reportera.
- ¿Su vida? Un poco como la de todos nosotros. María estaba casada. No tenía hijos. La relación con su marido era buena. Hacían buena pareja. Se les veía pasear muy juntitos y envueltos en una especie de silencio protector. Luiggi trabajaba en algo relacionado con ingeniería. Conozco a alguien que fue compañero suyo y decía que, en lo suyo, podía ser considerar como un número uno. Se notaba que ganaba dinero; vestía muy bien y tenía un buen coche, aunque algo viejo. Si tuviera que decir algo sobre Mimi sólo podría ser que se trataba de una de las personas más educadas del mundo. Siempre atento con los demás. Sus hijos venían a verle de vez en cuando. Mimi está separado y los chavales ya son mayores, tienen su propia vida. Antonella era guapísima, además de joven. Tenía un montón de hombres a su alrededor y ella disfrutaba de esta circunstancia. Hacía bien, aún no se había casado ni, que yo sepa, mantenía una relación estable con nadie. Y mire como ha acabado. En momentos como éste te planteas que disfrutar de la vida es lo único importante. Carpe diem- dijo el entrevistado, al que se le volvía a notar pesar en su expresión facial, así como en su tono de voz.
- Muchas gracias por sus respuestas. Creo que nos han ayudado a conocer a sus vecinos, que han visto truncada su existencia de manera abrupta debido a este seísmo que ha asolado la ciudad - argumentó la periodista antes de dar por concluido el reportaje.
Con la cámara ya apagada la mujer se dirigió a la persona con la que acababa de compartir entrevista para preguntarle si deseaba participar en un reportaje de mayor duración, que se emitiría dentro de cuatro días, donde podría hablar con mayor detalle de todos aquellos a los que había perdido en la catástrofe. En un principio se sintió confundido, pero tras un titubeo inicial no dudo en prestarse a ello. Una experiencia nueva, y gratificante, en medio de todo ese maremágnum de muerte y destrucción, pensó.
Quedaron en verse dentro de un par de horas, "después de comer", para realizar la entrevista en el lugar donde se encontraban en ese momento.
No hacía ni un minuto que se encontraba solo, cuando surgió en su cabeza la preocupación sobre las preguntas que le harían y las respuestas más adecuadas a las mismas. Tal vez por ello comenzó a repasar lo que sabía de cada uno de las personas sobre las que iba a hablar.
María rondaba los cuarenta años, no conocía con exactitud su edad. Su marido, Fabio, parecía un poco mayor que ella. Al menos esa impresión le daba a él. Llevaban viviendo en el barrio, al menos, quince años. Siempre se les veía paseando muy juntos, agarrándose de la cintura, con paso nunca rápido y hablando poco. Parecían que habían construido su propio hábitat. A pesar de ello eran dos personas educadas, que saludaban siempre a los vecinos. Sabía que habían intentado tener hijos y que no lo habían conseguido. Lo habían intentado mediante métodos de reproducción asistida, pero la cosa no había funcionado. Contaban quienes les conocían más que en los últimos tiempos, tras el fracaso en el empeño de tener hijos, ambos se habían vuelto más introvertidos y, a pesar de no perder su educación a la hora de interacción con los vecinos, menos interesados por el contacto con otras personas. Parecía que la alegría se había esfumado en su hogar. Un hogar que parecía necesitar llantos y risas de bebés. Un hogar que se resquebrajaba de no usarlo. Una relación en la que ninguno parecía tener nada que decir al otro.
Luiggi había nacido y crecido en el barrio. Formaba parte del mismo, como las farolas, las esquinas o los edificios. En el barrio creció, se enamoró, vivió tras casarse y siguió habitando tras la muerte de su mujer. Conocía a Luiggi desde siempre, ambos se habían criado en el barrio. El fallecido era un par de años mayor que él y, desde donde alcanzaban sus recuerdos, siempre recordaba al ingeniero con una sonrisa de oreja a oreja y alguna ocurrencia que arrancaba la carcajada de la gente que le rodeaba. Cuando conoció a Anna, su futura esposa, la sonrisa perenne de la boca pareció contagiarse a los ojos. Si con una imagen se pudiese definir la felicidad, no hay duda, una fotografía de aquel Luiggi hubiese constituido la mejor forma de hacerlo. Se casaron al poco de acabar los estudios universitarios y ambos consiguieron un trabajo bastante bueno. Pasado un par de años desde que se desposaron Anna se quedó embarazada. Sus vidas parecían el desenlace de una novela romántica, pero, en realidad, sólo se trataba del nudo de la trama. Cuando Anna estaba en la semana veinticuatro de gestación tuvo que acudir a una revisión ordinaria, para controlar el proceso de embarazo. Luiggi no pudo acompañarla, se encontraba en otra ciudad debido a su trabajo. En el trayecto en coche hasta el hospital donde debía realizarse el reconocimiento ella se mareó, sufrió un desvanecimiento y su vehículo acabo bajo un camión. Murió en el acto, así como la vida que estaba creciendo en su interior. Tras el dolor inicial Luiggi se transformó. Toda su actividad diaria fuera de su casa se limitaba a la relacionada con la vida laboral. Alguna vez, como excepción necesaria, bajaba a comprar algo a las tiendas del barrio. El resto de su tiempo se recluía en su casa, nadie sabe muy bien haciendo qué.
Mimi vino a vivir al barrio hace ocho o nueve años. Ya se había separado y alquiló una pequeña vivienda de dos habitaciones porque, como él decía, "no necesito más". En aquel barrio envejecido, tanto por la edad de sus casas como por el de sus habitantes, los modales exquisitos de Mimi no pasaron inadvertidos. Más de un anciano ponía su forma de actuar como un ejemplo para el resto, en especial para los más jóvenes. Con el paso del tiempo, aunque él nunca lo contó, algunos nos enteramos de su historia. Mimi procedía de una familia de origen adinerado, se casó con otra mujer de similar procedencia y durante un tiempo pareció que todo iba bien. Tuvieron tres hijos, para satisfacción del matrimonio y de sus respectivas familias. Todo iba viento en popa hasta que Mimi comenzó a travestirse y actuar por las noches en un local especializado en este tipo espectáculos. Durante un tiempo su mujer y a la familia de ambos no supieron, o no quisieron saber, nada de la actividad de Mimi; pero, pasado un tiempo, muchas de las personas del entorno familiar, familia menos directa, amigos, socios... tuvieron conocimiento de la ocupación nocturna que llevaba a cabo. La presión de su mujer, así como de ambas familias, para abandonar la nueva ocupación puede considerarse como asfixiante, llegando a ser amenazado con desheredarle por parte de su propio padre. Durante un tiempo Mimi transigió y olvidó su actividad de artista travestido; pero sólo fue un alto en el camino. Tres años más tarde volvió a retomarla, para disgusto de todas las personas más próximas de su entorno. Los ruegos y las amenazas, cada vez más contundentes, volvieron a sucederse. A diferencia de la vez anterior Mimi no se arrugó y una mañana de lunes salió  por la puerta de su casa con una pequeña maleta para no volver nunca jamás. Desde ese día vive en el barrio. Imagino que si no ha contado a nadie su odisea sea tanto por discreción como porque a una parte significativa de los habitantes del barrio no le caen bien los travestis, aunque muestren una educación y unos modales maravillosos.
Los ojos azules, los labios carnosos, una melena negra y un cuerpo curvilíneo y proporcionado conferían a Antonella una belleza salvaje, que no pasaba desapercibida en ningún sitio. Con sus veintisiete años los hombres, y algunas mujeres, la buscaban, y la deseaban, como las moscas a la miel, casi de manera hipnótica, casi obligados. Ella, consciente de su atractivo, no rehuía ese papel. No resultaba infrecuente verla con hombres distintos a su lado cada poco tiempo. A simple vista disfrutaba de la vida de manera intensa. Sin embargo, Nella fracasaba en sus relaciones porque necesitaba que todo girase en torno a ella, pudiendo llegar para ello a provocar sexualmente a otro hombre, o mujer, delante de la pareja de ella. Sus cambios emocionales, bruscos y sin ningún motivo, así como su tendencia a conducirse como un actor de teatro, exagerando hasta el extremo sus gestos y sus actos, conseguían alejar de ella a todos sus pretendientes. Su falta de empatía tampoco ayudaba en nada. Sus ligues se sentían deslumbrados por un diamante y cuando escarbaban un poco encontraban el caos. Parece ser que este comportamiento la viene de lejos y que sus padres no dudaron en buscar ayuda profesional. El diagnóstico: trastorno histriónico de la personalidad. Antonella se negó a reconocer que tuviese cualquier tipo de problema y a recibir psicoterapia. En cuanto tuvo la edad necesaria se marchó de casa de sus padres y ha ido viviendo a salto de mata. A veces gracias a trabajos, nunca de larga duración, y en otras ocasiones gracias a alguno de sus también pasajeros ligues, que en ocasiones acaban cuando la Policía acudía a su vivienda para solucionar alguno de los variados conflictos que generaba.
Recordar todo esto le angustiaba y dudaba si debía hacerlo público ante la cámara. Sabía que la periodista perseguía ese tipo de historias morbosas, que tanto encandilaban a cierto público, pero él dudaba sobre la conveniencia de airear el lado oscuro de sus, hasta hace una horas, convecinos. En el fondo, no se iba a inventar nada.
Aún debía comer antes de aparecer, por segunda vez ese día, y en toda su vida, ante las cámaras. Además no sobraría cambiarse de ropa para estar más presentable. Todo el país iba a verle en horario de máxima audiencia. Al menos su casa se mantenía en pie y podía acudir a ella para almorzar algo frugal, las emociones del día le habían quitado el apetito, y buscar en su armario una ropa más elegante que la que llevaba puesta en ese momento.
Cuando llegó al lugar donde se había citado con la reportera ésta ya había llegado. Tras unas breves presentaciones le maquillaron de manera somera, mientras conversaba con la periodista, que le avanzaba, de manera somera en que iba a consistir la entrevista. Todo este proceso llevó unos cinco minutos, período tras el cual se encontraba frente a la joven corresponsal respondiendo a las primeras preguntas, casi idénticas a las que había contestado por la mañana.
Al fin, Laura, que así se llamaba la mujer que conducía el programa, le planteó la cuestión que el hombre que la miraba sabía había de llegar:
- Háblenos un poco de sus vecinos. Cuente al público cómo eran sus vidas. ¿La gente de este barrio era feliz, tenía problemas...?
- Imagino que todo el mundo tiene, tenemos problemas, frustraciones... un lado oscuro. Mis vecinos fallecidos también... Sin embargo, al igual que todos, tenemos facetas de la vida maravillosas y ésas son las que quiero conservar en mi memoria. Siempre recordaré que María y Fabio, paseaban juntos agarrados de la cintura, como una pareja de recién conocidos, tras una larga relación. De Luiggi recordaré que era uno de los mejores ingenieros del país y que durante mucho tiempo sembraba de sonrisas su alrededor. Mimi para mí siempre estará en mi mente como una de las personas más educadas y con mejores modales que he conocido. No creo que haga falta decir que disfrutar a diario, durante años, de la belleza de Antonella ha constituido un auténtico regalo... No puedo decir otra cosa que defina mejor la vida de mis vecinos y puedo asegurar que, de lo que acabo de contar, no me he inventado nada...

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