miércoles, 7 de septiembre de 2016

LUGARES E IMPRESIONES (II)

Existe una gran diferencia entre viajar solo y hacerlo en compañía, en especial si dicha compañía resulta ser la persona más importante de tu vida.
También existe una gran diferencia entre ir a un lugar por primera vez o volver al mismo mucho tiempo después de haberlo conocido por primera, y única, vez. El tiempo, tal vez la memoria, acrecenta los lugares, colocándolos en un pedestal situado entre la idolatría y la realidad. Como suele ocurrir, el reencuentro sitúa cada cosa en su lugar. Los espacios reales parecen menguar cuando resultan comparados con el recuerdo y la evolución, personal y del lugar, conllevan un nuevo ajuste, que en este caso no resultó traumático. Reconozco que llegué buscando uno de los dos o tres lugares donde mejor he desayunado en mi vida y, en ese aspecto, aún conservando el empeño, el presente salió perdedor con respecto a la bollería casera y magnífica que degusté hace un par de décadas. Sin embargo, el entorno, ese magnífico comedor abovedado, que busqué con el ansia de la memoria nada más entrar, no supuso ningún desencanto. Esa luz matinal, penetrando por la bóveda translúcida que inundaba todo, permanecía allí desde la última ocasión.

"Ahora que la vida pasa sin disimular,
Ahora y siempre que el fracaso es algo que está por llegar.
Ahora que la Luna no me hace coros al cantar".

Casi con total seguridad ese fragmento de día y de espacio resulte lo único inalterable. La persona que se alojó allí hace mucho tiempo poco tiene que ver con la que se hospedó en ese mismo lugar hace unos días. Un nombre femenino con sus rasgos diluidos por el tiempo ha encontrado sustituto en una persona que sé siempre me acompañará, aún en la distancia, por el resto de mis días.
El escepticismo y un deslabazamiento de certezas, ahora papel mojado, han germinado con el vigor de lo aprendido viviendo.

"Por fuera hay que se duro, como el asfalto.
La piel igual de fría que si fuéramos lagartos.
La vida siempre va a destiempo".

Mirar la montaña y el mar, hermanados en esas tierra, con los ojos de un niño, tu niño, supone un nuevo reto, ansiado y planeado con mimo. Zambullirte en un mar encrespado, definido como amarillo o en un edificio pergeñado hace trece siglos, supone un equilibrio complicado, no siempre bien resuelto, pero, a todas luces, necesario. Crecer juntos. Crecer ante mis ojos. Ese reto. Ese placer.
De nuevo la misma impresión: un lugar creado para ser invadido, fagocitado durante unos meses, por turistas, ávidos de ver casas de colores vivos renaciendo entre claros, que aparecen caprichosos en un cielo que amenaza con lluvia que jamás llega.

" A ver si sale el sol en este campo de concentración que llaman vida"

 El mar del pescador frente a los edificios, casi recién pintados, arracimados en torno a lomas siempre verdes. El mar del pescador, poco atento a una muchedumbre lobotomizada que busca rincones imposibles, aún por descubrir, frente los meses preñados de ocupación ajena.
En mar del pescador. El mismo mar del bañista. El mismo mar que parece no querer coincidir en el espacio ni el tiempo, evitando juntar a quien extrae la vida de sus entrañas y a quien coloniza sus orillas de manera temporal.
Sol, lluvia, sucediéndose en perfecta armonía. Se retira el Sol. Aparecen nubes densas y oscuras. El mar pierde parte de su color. Todo empieza a girar en torno a los matices del gris. No resulta oportuno seguir en la playa observando esa rápida mutación cromática. En apenas media hora el agua no sólo se mueve retirándose de la arena; también es robada a unas nubes tupidas y pesadas, que necesitan deshacerse de su carga. El Norte en estado puro.

"Pierde colores con la lluvia
y en sus ojos puedes ver
que de tantos palos al agua
parece que perdió la fe".

Se plantean nuevas opciones, nuevas posibilidades de conocimiento. Un edificio de tránsito entre los de los godos que estuvieron y los resistentes que permanecieron. Un milenio largo de permanencia en ese suelo. Mil trescientos años de cambios, el último tan desolador como la figura que protegió a perpetrador de tal desatino. La larga mano de una dictadura personalista y criminal. Un rey: Silo. Un complejo palatino de una nueva corte. El paso de los siglos. El olvido que se intenta evitar. Restos superpuestos de la existencia de gentes aferradas a un valle fértil. Tal vez eso sea la Historia y el Arte: restos superpuestos de personas que lucharon día a día por subsistir.
La mar y la tierra sobre una mesa, por lo general en cantidades excelsas, preparadas de manera tradicional o innovadora, ese placer perenne de esta tierra de reconquista.
Muchos años después retorno y aprendo que nunca resulta inoportuno volver a un lugar idealizado, porque siempre se puede construir otra idealización que necesitará, dentro de un tiempo prudencial, volver a ser reconstruida de otra manera.

"En algún cruce de caminos tú me despedirás.
No sé donde iré. No sé a quién conoceré.
Pero, como siempre, acabará y como siempre durará
como la estrella fugaz que en un instante morirá".

Nota aclaratoria: Todos los fragmentos escritos entre comillas pertenecen a distintas canciones del grupo Gritando en silencio.

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