viernes, 29 de diciembre de 2017

MONÓLOGO DE FIN DE AÑO

Vivo con miedo. Lo reconozco. Miedo a hablar y ofender a alguien. ¿Que soy un exagerado? Voy a contar varias experiencias que he tenido en los últimos tiempos y me comprenderéis.
Hace una semana hablaba con una conocida, de esas modernas y progresistas. Estaba contándola que había quedado dos días después con una pareja de amigos para tomar algo y me respondió que si la pareja era gay. Mi respuesta fue negativa. Al menos cuando estaban conmigo no lo eran, aclaré, para aportar más precisión al asunto. Ya empezó la cosa a torcerse: ¡A ver si eres homófobo! ¿Quién eres tu para criticar la vida privada de tus amigos? ¡Acojonado! Estaba acojonado. 
Intenté parar el chaparrón diciendo que a mi no me importa con quien se acuesta la gente, que yo juzgo a las personas por sus hechos. ¿Para qué lo haría? Que si la forma de practicar sexo implica muchas cosas. Que si el misionero es un reflejo del heteropatriarcado opresor. Que si la mujer no tiene orgasmos se debe a una sociedad alienante y machista: que si patatín; que si patatán. Y entre misioneros, patatines y patatanes, represión sexual y cosas por el estilo yo me iba poniendo fino de vino y me vine arriba. Ahí volví a cometer un error grande, muy grande. Interrumpí el animado monólogo de mi conocida y dije: Mira, yo quiero hacer un trío y me falta una tía. Te apuntas. Nada más decirlo sabía que había metido la pata. Me vino a la cabeza la imagen de la mujer que tenía delante desnuda, como yo y como otra amiga, apartándome de ella, y diciéndome que los hombres no teníamos ni puta idea de hacer tal o cual cosa y haciéndola ella con mi amiga, para mostrarme como debía proceder.
La realidad es que, tras la propuesta, a ella se le cambió el semblante del rostro, dijo algo así como que tenía prisa y no he vuelto a saber nada de ella. Me joder porque, en el fondo, era una chica agradable y porque aún no he encontrado a nadie para completar el trío.
Un par de días después estaba tomando unas cañas con unos amigos y alguien empezó a hablar de Política. El alcohol y la Política no resultan buenos compañeros, a no ser que seas político profesional, que entonces sí debes beber bastante para decir las chorradas que dicen sin partirse de risa. Estábamos ahí con Cataluña, con Tabarnia, con los independentistas corsos y con otros temas de actualidad, cuando uno de los del grupo, al que apenas conocía, comenta que con Franco esto no hubiese pasado. Adivinad, yo ya había bebido unas cuantas cervezas y volví a abrir el pico, para mi desgracia: "Pero vamos a ver, ¿cómo puedes tener tanta ley a un tipo bajito, feo, regordete y con voz de pito? No sólo eso. ¿cómo puede fiarte de un tipo que sólo tuvo una hija, que no se parecía a él, en una época en que los anticonceptivos como que no abundaban? 
¿Para qué hablaría? Tres colegas agarrando al amigo de Franco. Yo diciendo que todo había sido una broma. Que en realidad pasaba de Política, que yo era vegano y budista. Se armó la de dios. Menos mal que pedí una ración de jamón ibérico, que pagué yo, y todo se tanquilizó. Seguí  notando cierta hostilidad en el seguidor de Franco cada vez que iba a coger un loncha de jamón, o eso creo, por que me preguntaba: ¿tú no eras vegano? Estuve a punto de contestar una vez: Como el maricón de tu hermano, pero, por una vez, me mordí la lengua y creo que hice bien, porque si poniendo en solfa la hombría de un tío al que no conocía en persona, como Franco, se puso así, no quiero imaginar lo que habría pasado si hubiese hecho algo similar con un familiar. Me limité a responder que sí, que era vegano los días impares de mes y ese día era par.
No sé si contar lo que me pasó tres días después, tomando una copa con otros amigos. Lo voy a hacer, por mi espíritu didáctico,  con la finalidad de mostrar a todo el mundo lo que no debe hacer.
Como he dicho andaba con un grupo de amigos y amigas, no puedo precisar si eran heterosexuales, homosexuales o del Betis, y, a medida que avanzaba la noche, la cosa se iba animando. Conversaciones informales, bromas, risas, lo típico cuando sales tras la puesta del Sol y no lo haces con una excursión del IMSERSO. En una de estas, con mi proverbial sentido de la oportunidad, se me ocurrió decir: "¡Donde esté un buen solomillo de ternera de Ávila, que se quiten todas las ensaladas!" ¡Rediós! Los americanos en Guadalcanal tuvieron menos problemas que yo. Una mujer del grupo, a la que había conocido esa misma noche, empezó a adquirir un color de cara escarlata, clavó una mirada asesina en mi y  dijo con un tono bastante ofensivo algo como lo que sigue: "Eres un bárbaro. No sabes lo que sufre un animal, que tiene derecho a la vida, para que un salvaje como tú se lo coma. Me gustaría que te hiciesen a ti lo mismo".
¡Acojonado! En un principio pensé que ese estado de enfado se debía a que ella o su familia tenían un negocio de venta de carne de ternera de Galicia o de Aliste, y que los de Ávila les hacían la competencia. Pero de inmediato caí en la cuenta de que lo que no le gustaba era que yo comiese carne. No sabía como reaccionar y lo hice retomando lo último que había dicho: "A ver, mujer, si me comiesen a mí serían canibales y eso no está bien visto. De todas formas, si fuésemos caníbales comerse un vegano sería lo más parecido a tomarse una ensalada". Acerté de pleno y gané una amiga para siempre. "¿Por qué no te comes a tu madre? ¡Eres un gilipollas! Seguro que votas a Ciudadanos... Una ristra de insultos y descalificaciones, de las que me dolió en especial lo de Ciudadanos.
El resto de personas no sabían si hablar, callar o pedir otra copa. Optaron por esto último. Y justo en el momento en que todo parecía calmarse se me ocurrió algo para destensar la situación. Me dirigí a mi nueva amiga vegana y, para crear un buen rollo, la propuse lo del trío (aún andaba dando vueltas a la negativa sufrida unos días antes). Media hora les costó a los del grupo convencer convencer a mi amiga vegetariana para que no me denunciara por acoso. ¡La madre del cordero, vegetariano! Menos mal que no llegué a proponerla venir conmigo a las Ventas a ver a José Tomás, para aprovechar las dos entradas que ve había dado un amigo.
No he vuelto a ver esa mujer, tal vez sea porque desde hace tiempo esos amigos no han vuelto a quedar, o eso me han contado.
No quiero aburrir a nadie y voy a por lo último, aunque tenga muchas más anécdotas que contar.
Un día tomando un café con una amiga me presentó a su novio. Un tipo bien parecido y educado. Los tres nos pusimos a conversar sobre lo divino y lo humano y se me ocurrió hacer hincapié en lo divino. Un inocente comentario como éste: "¡Qué cabrones los curas, que con el rollo de la inmatriculación se están quedando con todo por la patilla!" A mi amiga le cambió la expresión y me indicó, con mucha suavidad, que el tío de su nueva pareja era el Arzobispo de no sé dónde. ¡Vaya! ¡Nunca antes había conocido a un sobrino de un arzobispo! Sabía de sobrinas jóvenes de curas, que vivían con ellos, pero el género sobrino de arzobispo me era desconocido. El devenir de los tiempos, pensé. Intenté salir del apuro lo mejor que pude y cambié de conversación. La cosa iba bien hasta que empezamos a hablar del campo y de la vida en los pueblos. Los tres estábamos de acuerdo en que la despoblación era un hecho y yo hice notar que desde que habían disminuido el número de pastores ya no había apariciones de la Virgen como antes. Al sobrino del arzobispo no pareció hacerle mucha gracia la observación y se dirigió a mí, con cara de templario antes de entrar en combate, y me habló sobre el respeto a la fe de los demás y cuestiones similares. Yo intenté arreglarlo y contesté que por mi no había problema, que yo respetaba todas las fes. Es más si él lo creía conveniente yo estaba dispuesto a ejercer la profesión de pastor, para ver si se restablecía la tradición de las apariciones marianas. ¡No he visto nunca a un hombre de fe soltar tantos exabruptos! La siguiente vez que fuese a confesarse debió pedir confesión Premium, para poder contar al sacerdote todo lo que salió por esa boca.
No hay mal que por bien no venga, tras su reacción no se me ocurrió ni por asomo ofrecerle participar en el trío que nos queríamos montar su novia y yo.
¡En fin! Tengo muchas más cosas que contar, pero no quiero aburrir más. Sólo espero que lo que he contado les sirva o, si no es así, que, por lo menos, lo hayan pasado bien.

martes, 26 de diciembre de 2017

LA NAVIDAD

Un hombre bien vestido pidiendo dinero en un bar., con discreción y educación. Con la misma discreción y educación se aleja cuando se lo niegan. El dinero que recaudase parecía tener un destino: ser gastado en alcohol. En efecto, cuando termina su ronda se acerca a la barra del bar y le pide algo al camarero, que parecía conocer al cliente de antemano. Éste mete su mano en uno de los bolsillos del pantalón, saca varias monedas de diferente valor y busca la cantidad necesaria  para poder pagar la caña que un joven está sirviendo a través tirador de cerveza. 
Esta escena la observa un tipo de mediana edad, sentado al lado de otro de edad similar. Ambos le han negado un par de minutos antes dinero al hombre que ya tiene preparado el coste de la caña que está a punto de llegar a sus manos. El sujeto de mediana edad que se ha dedicado a mirar todo aquello se dirige a la persona que tiene frente a él y le comenta todo lo descrito hasta el momento. En ese momento se establece un diálogo, que, más o menos, discurrió de esta manera:
- He estado a punto de darle algo - responde el hombre que parecía mostrar menos curiosidad.
- Yo también. En el fondo ese tipo sí necesita el dinero - concluye mientras sigue observando al individuo de la barra que acaba de consumir medio vaso de cerveza de un trago.
- Nunca se sabe dónde podemos acabar - sentencia el más alto de los dos.
- Creo que le voy a dar algo - dice el hombre que no quita ojo al hombre del abrigo azul sentado en la barra, mientras coge una moneda.
Su amigo también saca dinero y le ofrece unas cuantas monedas para que escoja. Coge una moneda de igual valor a la que él ha seleccionado, se levanta y se dirige al hombre que minutos antes se había dirigido a ellos sin obtener nada y, cuando se encuentra a su altura, deposita el dinero y le dice en voz baja: "Para que tomes otra". No espera respuesta. Da media vuelta y vuelve a su asiento.
Los individuos que han ayudado al hombre que, tras vaciar de un segundo trago el vaso, ha abandonado el bar, se conocen desde hace mucho tiempo. No comparten ideas políticas ni religiosas, pero, cada vez más, tienen una forma de ver la vida similar: odian a los mercachifles del buenismo, saben, por experiencia, que la vida de es una alfombra de rosas y también comparten la idea de que el secreto de todo se encentra en vivir como se pueda y todo lo que se pueda.
Aprovechan el tiempo muerto del partido entre los Warrios y los Cavaliers, mientras suena de fondo Alone i break, para hablar sobre lo ocurrido. Ambos contaron anécdotas sobre personas necesitadas de una u otra manera y la expresión de extrañeza de cierta gente cuando se les había ocurrido ayudar con un poco de dinero a personas que pedían dinero, que sabían iba a ser destinado a alcohol o drogas. Lo que más les irritaba a ambos era saber que muchos de los que criticaban destinar un poco de dinero a gente enferma de alcoholismo o drogodependiente se consideraban a sí mismos como personas comprometidas y solidarias. Ambos sabían que algunos rasgos de su vida, criticable por mucha de esa gente de bien, era la otra cara de ese pensamiento. Odiaban a los tibios de corazón, que se amparaban en la palabra para no hacer nada.
Tomaron otra caña. Hablaron del futuro, de la soledad, de la educación de los hijos, del paso del tiempo, de lo divino y de lo humano hasta que agotaron su opinión realista/pesimista de la vida, momento en el que se pusieron los abrigos y salieron del bar. 
Un poco más adelante el tipo de menor estatura creyó ver al hombre del abrigo azul en otro bar, pidiendo. Entonces pensó en el sentido de ese día en el que se encontraban, el de Navidad, y llegó a la conclusión de que no existían días de Navidad o de Nochebuena. Sólo existen personas viviendo o malviviendo, que hacen un pequeño paréntesis durante estos días, si pueden, para volver de inmediato a vivir o a malvivir. Volvió a acordarse del tipo del bar y comprendió que para él la Navidad eran esas dos monedas que se estaría gastando en su enfermedad.

jueves, 21 de diciembre de 2017

IDIOTARIO (XCIII)

Compenetración: capacidad de dos personas para sincronizar sus deseos, especialmente cuando se trata de que una de ellas introduzca el pene en la otra.


Dieta mediterránea: necesidad de adelgazar que siente una persona cuando va de vacaciones a alguna playas mediterránea y ve su cuerpo enfundado en un bañador o en un bikini.


Empollón: persona muy estudiosa con un gran pene.


Espacio: en determinadas zonas, tranquilo. "Ve espacio, que no temos prisa".


Eternidad: período de tiempo que discurre entre el momento en que una persona se enamora para siempre de otra y el instante en que se desenamora de ella, por lo general también para toda la eternidad.


Morosidad: personas originarias del norte de África, que se caracterizan por no pagar lo convenido a su debido tiempo.


Pasta de dientes: dinero que gana un dentista.


Sílaba tónica: sílaba que se pronuncia con mayor intensidad. Cuando va acompañada de hielo, unas gotas de limón o lima y ginebra pasa a llamarse sílaba gintónica.


Xenofobia: nacionalismo.

lunes, 18 de diciembre de 2017

LA DUDA

Tras tres días, en los que todo giró en torno al hospital, por fin había podido dormir en su casa. Sus hijos habían llegado y, a pesar de su insistencia, se impuso, los recién llegados impusieron, un sistema de turnos para no dejar sola a su  madre en el centro hospitalario en el que estaba ingresada. 
Había protestado, e intentado negarse, pero era consciente de su gran cansancio y de la necesidad que tenía de pasar unas horas en su casa, en su cama, alejado de la habitación donde yacía su esposa, desconectado, en la medida de lo posible, de aquel entorno.
Cuando la melodía de su teléfono móvil sonó se temió lo peor. Y acertó. Su hijo mayor, Santiago, le comunicó, de manera escueta, casi indolora, que su mujer, "mamá", acababa de fallecer. A continuación dijo algo más, pero el golpe que sintió le dejó noqueado durante un rato y no fue capaz de escuchar más que una retahíla de sonidos sin significado alguno.
Vacío, sólo había vacío en su interior. Ni dolor ni tristeza ni desesperación, sólo vacío, recubierto de una especie de película ambarina, que actuaba como un sello estanco sobre lo que ocurría en el mundo circundante.
Se vistió. Salió de su casa. Cerró la puerta con llave. Descendió las escaleras. Salió a la calle. Se dirigió hacia el lugar donde se encontraba aparcado su automóvil. Montó en su coche. Arrancó el vehículo. Comenzó a conducir.
Sentía que todo formaba parte de una película, en la que el protagonista tenía su mismo cuerpo y hacía las mismas cosas que él, pero, en realidad, él se encontraba a una gran distancia, dentro de un vacío infinito, encerrado en una sustancia viscosa y amarillenta, que preservaba ese vacío de otros sentimientos, que habrían de llegar.
Detenido, esperando que un semáforo le permitiese seguir su camino, pensó en ella. Ella, su esposa durante cuarenta y dos años. La madre de sus tres hijos. La primera persona que vio durante buena parte de su vida cuando se despertaba. La mujer de la que se enamoró. Ella, que se había ido para siempre. Y fue en ese momento cuando, por primera vez, sus ojos se llenaron de lágrimas, que apenas le dejaron ver que el disco inferior verde se había iluminado, indicando que debía seguir su marcha. Cuando cesó el llanto silencioso no pudo evitar sentirse culpable, no había estado en el último momento, para despedirse de ella. Consideraba que la había fallado. Durante unos minutos el sentimiento de culpabilidad pudo más que la pena o el dolor. "¿Por qué se había a casa a descansar? ¿Por qué había hecho caso a sus hijos? ¿Por qué...?" Porque las cosas ocurren así; sin más. Fue la respuesta definitiva que acalló tanta duda y le hizo pasar esa página.
La siguiente página se abrió de manera inmediata, ante otro semáforo en rojo. Recordó cuando Paula le comunicó que iba a ser padre... por primera vez. Ambos llevaban casi un año persiguiéndolo y, por fin, lo habían conseguido. Se abrazaron y a él, como hace un momento, los ojos se le humedecieron. Santiago estaba en camino.
Cuando, meses después, acomodó, por primera vez, entre sus brazos el minúsculo cuerpo de Santiago sintió como le  inundaba una sensación desconocida hasta ese momento y que no dudó en identificar, tiempo después, con la felicidad. Recordaba la sala donde su hijo se encontraba él sólo, tras la cesárea a la que fue sometida ella. Lloraba, iluminado por una luz amarilla, con un pañal como toda ropa. Pero el llanto cesó, de manera sorprendente, cuando él, mientras franqueaba la puerta, llamaba a ese niño por su nombre. Lo recordaba como si lo viviese ahora mismo. Pero... Santiago seguía allí, esperándole en ese mismo hospital donde había nacido, para acompañarle a ver a su madre, su esposa, a Paula, que ya no estaba.
Y, de nuevo, vacío. Sólo vació de ámbar.
No sabía si quería llegar al hospital o seguir conduciendo sin fin envuelto en esa situación ingrávida, en la que volvieron a florecer recuerdos. El nacimiento de su segundo hijo, Andrés, el de Paula, la tercera y última. La compra de una nueva casa, su actual hogar, para que los cinco pudiesen tener su propio espacio. Su trabajo, ese trabajo que odiaba; que deseaba dejar por encima de todas las cosas, pero que ella le impedía abandonar: "porque les aportaba la seguridad económica que necesitaban".
Resultaba una paradoja que, recién jubilado, ella hubiese partido para siempre. Siempre soñó que, llegado este momento, ellos harían todo aquello que habían deseado durante años, pero...
Odió durante décadas aquel despacho,a aquel jefe, a muchos de sus compañeros, aquella mentira que le ocupaba una infinidad de horas al día y que les permitía llevar buen nivel una vida, envidiable para muchos, pero que a él le impedía ver crecer a sus hijos. Odiaba las formalidades y la hipocresía, que ocultaba, bajo maneras impecables, la avaricia desmedida y el único objetivo de todo aquel entramado: la cuenta de resultados.
Cuando, tras el nacimiento de Andrés, él le explicó a Paula su intención de crear su propio negocio, llevaba un par de años dando vueltas al asunto. Había hecho cálculos, que incluían desde estudios de mercado, hasta la inversión inicial necesaria para arranca el proyecto, incluyendo otras cuestiones como el período de amortización de la inversión... Esos cálculos, revisados una y otra vez, indicaban que su ilusión era viable y que, a priori, su nueva ocupación le permitiría participar más en la vida diaria de su familia, cosa que ansiaba desde el nacimiento de su primer hijo. Pero ella consideró que una aventura no era lo mejor en ese momento. La firmeza de Paula fue tal, que él no consideró necesario exponer los datos que contradecían la convicción de su mujer. Calló y aceptó la postura de su mujer.
Nunca más volvió a hablar con ella de este tema.
Se encontró a sí mismo, de nuevo, esperando que otro semáforo cambiase de color. Cuando desapareció el color rojo del círculo superior su pensamiento se encontraba muy lejos en el tiempo; en esas vacaciones en familia, con los hijos pequeños y los padres de ella. El ruido continuo en la casa de los niños corriendo, gritando, pegándose en ocasiones, que en ocasiones impedía cumplir con el sagrado menester de la siesta. Las mismas conversaciones de sobremesa con su suegro. La misma casa, en el mismo lugar un año tras otros. La rutina estival durante quince días. Él también quiso hablar con ella de eso. Pero Paula "necesitaba pasar un tiempo con sus padres". Aquí acababa siempre el diálogo. Él jamás se atrevía a replicar que necesitaba conocer sitios nuevos, que sentía el deseo de hablar con personas desconocidas, de no ir siempre a los mismos chiringuitos del mismo paseo marítimo y que necesitaba estar a solas con su familia, para disfrutar de ella desde el primer minuto del día, hasta el último; cosa que su trabajo le impedía hacer el resto del año.
En realidad, hacía unos cuantos años que no iban de vacaciones con sus suegros, ellos ya no podían permitirse realizar viajes largos, aunque seguían alquilando un apartamento en aquella localidad, que tanto le gustaba a Paula, y allí pasaban "sus días de playa" todos los años; aunque ya sin sus hijos. Aún en esa circunstancia, no volvió a plantear su deseo de cambiar, de conocer nuevos lugares.
Debían quedar unos cinco minutos para llegar al hospital. De nuevo vacío. Por un momento pensó que esa sensación consistía en una preparación, en un ahorro de energía ante lo que se aproximaba. Desconocía lo que se iba a encontrar cuando llegase. Desconocía cuál sería su reacción cuando se encontrase con sus hijos. Con esos hijos con los que siempre quiso salir a andar en bici o a andar por el campo los domingos por la mañana, pero con los que casi lo hizo. Ése día era el único de la semana en el que el despertador no rasgaba su habitación a las seis y cuarto de la mañana. A fuer de ser sinceros los sábados lo hacía una hora más tarde. Él siempre quiso aprovechar ese día festivo para relacionarse de otra forma con sus hijos, pero la necesidad de descansar y la costumbre de quedar con los suegros para tomar el vermú y luego comer en su casa, convertían en inviable su anhelo. Durante una temporada se recriminó no despertarse antes e irse con sus hijos a andar en bici o a darse un garbeo no muy grande por el campo. Pero pronto comprendió que no daba más de sí y que la solución consistía en cambiar en los hábitos familiares, al menos uno o dos días al mes.
Aprovechó las vacaciones de verano para contar a Paula sus planes. Esta vez expuso todo lo que pensó, pero, otra vez, se chocó con la respuesta de ella: "Sus padres necesitaban estar con los nietos y Santiago, Andrés y Paula eran los únicos nietos que vivían cerca de ellos. Además, los nietos también necesitaban pasar tiempo con sus abuelos. Ella no había conocido a los suyos y sentía que le faltaba algo. No quería que a sus hijos les pasase lo mismo".
Él volvió a callar.
Sintió la sirena de una ambulancia acercándose. Miró a través del espejo retrovisor y vio como se acercaba hacia él a gran velocidad. Orilló su vehículo un poco y lo detuvo. Mientras la ambulancia pasaba veloz a su lado,  pensó que su vida junto a Paula no se asemejaba en casi nada a lo que habían planificado cuando su noviazgo ya iba camino de convertirse en matrimonio. Ni tan siquiera podía afirmar que había sido feliz a ratos. Sintió una nueva sensación en su interior, que le ahogaba. En ese instante surgió con fuerza una certeza: su vida continuaba, sin ella. En ese mismo momento surgió una duda: ¿sería capaz de vivir sin que alguien le dijese/impusiese lo que tenía que hacer?

jueves, 14 de diciembre de 2017

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (13-XII-2017)

Desconozco si a otros compañeros les pasa, pero yo estoy un poco cansado de escuchar cosas como: "Es que esto es típico de tal o cual centro". En realidad se refieren a las conductas de un grupo de docentes (no siempre deben ser todos) que hacen o deshacen esto o lo otro. He conocido caso que aquellas cosas "típicas" de determinados centros desaparecían, como por ensalmo, con la entrada de un nuevo equipo directivo, o cuando cierta gente se jubilaba. 
Esa moda de atribuir al nombre de un centro ciertos comportamientos denota, en mi modesta opinión, una falta de ganas de analizar por qué se hacen las cosas y, lo más importante, su utilidad. También deja entrever otra característica de ese tipo de entidades educativas: el poder de decisión real recae en personas, pocas o muchas, inmovilista, que utiliza la tradición como escudo refractario a las nuevas ideas, que pueden no ser mejores, pero que implican pensar, analizar y valorar la realidad en que se desenvuelve la institución. 
También puede generar un cierto malestar, que acaba en resignación, cuando existe un sector que pretende cambiar, experimentar cosas nuevas y sus ideas resultan cercenadas porque en el centro "siempre" se ha hecho tal o cual cosa. En otras palabras: tú opinión importa un carajo y mejor que te limites a ser un engranaje anónimo, y  a ser posible sonriente, de este engranaje que yo hago funcionar a mi manera. 
Cuando esto ocurre me pregunto: ¿Cómo cojones se puede poner en un Proyecto Educativo de Centro o en una Proyecto Curricular que los valores democráticos forman parte de los valores que debemos enseñar y transmitir a nuestros alumnos? A alguien se le olvidó que la mejor manera de enseñar es predicar con el ejemplo.
Hablando de democracia, en muchas ocasiones se nos olvida que esto que nos venden como democracia se compone de dos partes: derechos y deberes. Como en cualquier actividad de la vida resulta más fácil reivindicar lo que nos favorece, los derechos, obviando en muchas ocasiones lo que debemos dar a los demás, las obligaciones. Nuestros alumnos no resultan una excepción en este aspecto.
Tal vez, sólo tal vez, querido diario, deberíamos pensar en varios aspectos relativos a la función docente que podría acercar a nuestros alumnos a ser unos ciudadanos, no sé mis comprometidos, pero sí más conscientes de la realidad.
No se trata tanto de hacer un día dedicado a recordar que los niños tienen derechos, magnífica bufonada de un sistema regido por las formas, como a reflexionar sobre ello. Desde que un niño ingresa con tres años en el sistema educativo sabe que existen cosas que le gustan y otras que no le gustan. En el fondo está manifestando que tiene unos derechos: a su integridad, a ser escuchado, a jugar... y que los demás tienen unas obligaciones con respecto a él: no pegarle, escucharle, jugar con él. Es evidente que sus obligaciones no le resultan tan claras, aunque sepan, de manera más o menos difusa, que existen: deben ir al cole, no pegar a sus compañeros, respetar al maestro... Estas obligaciones, y estos derechos, siguen siendo, en esencia, los mismos durante toda la vida, aunque la capacidad de hacerlos explícitos mejora con el paso del tiempo; así como la capacidad de imbricar lo individual en lo colectivo, en lo social, también mejora. En otras palabras, partiendo de la experiencia personal, se ha de llegar a lo general.
Creo, querido diario, que explicitar esas normas, donde se incluyen derechos y deberes, desde pequeño, llegando a consensos mínimos de funcionamiento, incluidas las sanciones por incumplir las obligaciones, puede mejorar la comprensión del funcionamiento social, y de una sociedad democrática. Se trata de hacer claro qué es lo que pretendemos y como vamos a abordar los problemas.
Por otra parte, resultaría interesante inculcar la posibilidad, y la necesidad, de que las normas no resultan inamovibles. Mediante consenso podemos cambiar ciertas cuestiones. Además, esta modificación también puede llevar aparejado algo como la causalidad. Si cambio una norma algo va a ser distinto, pudiendo no ser mejor que lo anterior, o pudiendo tener mejoras en algún aspecto y perjuicios en otros. Inculcar en el alumno que no existe nada perfecto también puede resultar algo importante para comprender mejor el funcionamiento social.
Con todo este proceso se pretende conseguir una mejor comprensión de la vida en sociedad, que no se debe reducir a estudiar en determinados cursos que existen tales o cuales leyes nacionales o internacionales y, por otra parte, ese adoctrinamiento estúpido que consiste en utilizar palabras fetiche para posicionar a unos y a otros. Parece que con decir democracia, igualdad, solidaridad... ya basta y todo lo que se ampare bajo ese paraguas, muchas veces de manera interesada, es bueno per se. Lo que no siempre es así.
 Debemos buscar que nuestros alumnos analicen, piensen, sepan que convivir se construye y que ellos pueden, y deben, construir esa convivencia. Pero, ante todo, debemos crear en nuestros alumnos la convicción de que no existen mesías ni palabras mágicas que permitan todo.
Me ha salido una entrada, querido diario, muy política; aunque, ahora que lo pienso, en este mundo de la Educación, ¿no es todo Política? Desde la transmisión de contenidos, hasta los valores, pasando por el tipo de individuo que queremos construir.
Esto empieza a parecer un mitin. Creo que va llegando la hora de cerrar esta página del diario y no avanzar hacia la vacuidad, que esgrimen como arma los políticos profesionales.
Querido diario, nos vemos pronto.

jueves, 7 de diciembre de 2017

GRATITUD

Escuchaba su conversación, que suponía interesante para él, y sólo sentía un vacío neutro, despojado de interés y de emoción alguna. En ese momento comprendió que esa persona, situada frente a ellas, se encontraba a una distancia infinita, imposible de salvar. Interiorizó, sin necesidad de reflexionar sobre ello, que cualquier esfuerzo por anular esa lejanía resultaría un esfuerzo absurdo, condenado al fracaso de antemano. 
Se levantó de su silla e interrumpió el monólogo que él llevaba desgranando durante casi diez minutos, para decir: "Me voy de casa. No siento nada por ti. En media hora tendré hecha mi maleta y abandonaré esta casa para siempre. Sólo me llevaré lo indispensable. No quiero nada más. No me busques. No me llames. No te necesito. Ya no me aportas nada, ni negativo ni positivo". 
Habían pasado más de veinte años desde que pronunció esas frases concisas y tajantes, que se convirtieron en el preludio de su nueva vida. No había planificado nada. Salió de casa, llamó a su hermana menor, para que la acogiera de manera provisional, y, una vez solucionado su problema más acuciante, se dedicó a realizar lo que ella consideraba necesario para llenar su vida.
Lo único que no varió fue su trabajo, que la permitía tener una estabilidad económica, a pesar de no sentirse realizada en él dese hacía varios años; pero sabía que, por el momento, ese constituía un peaje necesario para poder llevar a cabo el resto de planes.
Cuando encontró un pequeño apartamento de alquiler, que satisfacía todas sus necesidades, y abandonó la casa de su hermana, sintió, por primera vez en mucho tiempo, una sensación de libertad, que descubrió necesitaba, tanto o más, que beber o alimentarse. Sin embargo, no tardó mucho en aparecer también la soledad de las mañanas sin un buenos días; la soledad del silencio en el hogar; la soledad de las comidas y las cenas de un único comensal. La soledad de no tener la costumbre de conocer la soledad.
Tal vez esa época fue la más complicada para ella. Pensó, repetidas veces, dar marcha atrás y volver con él, pero su orgullo, y el pavor, que la provocaba el retorno con la cabeza gacha, pudo más que el silencio de los días en que estar sola pesaba como una lápida en vida.
Con el paso del tiempo su círculo de relaciones cambió bastante y empezaron a aparecer hombres, de una edad parecida a la suya. En un principio se sintió reconfortada. Hombres atractivos, y menos atractivos, con los que poder hablar, cenar, bailar, practicar sexo, o a los que poder negárselo, pasaron por su vida. En ese instante no concebía cómo podía haber estado encerrada en una relación anodina y sin futuro, que la privaba de ese entusiasmo y esa alegría que la hacían sentirse atractiva y deseable. Es cierto que en ese tiempo también hubo fracasos, con algunos hombres que le resultaban interesantes, pero pronto tuvo claro que la mancha de la mora, con otra verde se quita. 
Ese tiempo sirvió para mostrarla el interés que aún despertaba en los hombres y que existía una forma de estar diferente, en la que casi cualquier locura tenía cabida, incluido el aspecto sexual.
Pero esa etapa, igual que llegó, se desvaneció. Sin pretenderlo, sin avisar de ello. Y volvieron a hacerse notar los cubiertos para uno, los amaneceres sin abrazos y la música tapando silencios. Resultó casi inevitable volver a plantearse si haber cerrado la puerta de su casa con una maleta, y la necesidad, constituía la mejor opción. De nuevo, resultó inevitable pensar que no había posibilidad, ni necesidad, de volver atrás.
Esa etapa la sirvió para conocerse a ella misma. Se dio cuenta de que no había tenido ocasión de ello en toda su vida. La niñez y la adolescencia no se prestaban a una reflexión pausada. El noviazgo y la convivencia con su expareja tampoco propiciaban, ni hacían necesaria, plantearse nada en ese aspecto y los últimos tiempos habían estado marcados por la urgencia y la necesidad de satisfacer pasiones inmediatas.
En aquel tiempo adquirió conciencia de la necesidad que tenía de no hacerse daño. No se trataba de ese concepto tan de moda que se basaba en no quererse o en que alguien disponga, en cierta forma, de tu vida. Más bien se podía definir como la necesidad que sentía de no perder el tiempo en pos de quimeras.
Poco tiempo después también acuñó, como divisa propia, la necesidad de no cerrar la posibilidad de vivir aquello que apetece, aunque, de antemano, ella vislumbrase la posibilidad de fracaso al embarcarse en cualquier empresa o relación. No le importaba el fracaso, que cada vez sabía tolerar mejor.
No hacerse daño y no renunciar a nada la llevaron a nuevas experiencias, no siempre exitosas, que la permitieron conocer y sentir nuevas sensaciones. Muchas veces no se trataba de algo excepcional, al menos desde su punto de vista, pero sí eran nuevas experiencias, que iban desde conocer entornos y personas diferentes, abordar tipos distintos de relaciones o aprender nuevas, y más efectivas, formas de encarar los problemas y la frustración.
El recuerdo de todo ello le asaltaba ahora, casi treinta años después de anunciar su partida del que fue su hogar y de la que fue su forma de vida. Ahora, en la misma habitación en la que comunicó su marcha a aquel hombre moribundo, del que había venido a despedirse, sentía gratitud hacia él. Gratitud por no oponerse a sus planes. Gratitud por mostrarla, de manera involuntaria, lo que no necesitaba en su vida. Gratitud por no haberse intentando ponerse en contacto con ella desde que cerró la puerta del que fue su hogar. Gratitud por permitirla ser lo que ella era en este mismo momento.
Ahora sabía que él fue siempre un hombre bueno al que quería mucho por ello, pero al que nunca amó.

POR DEBAJO, LA CLAVE DEL ÉXITO

"La libertad ha existido siempre,
pero unas veces como privilegio de algunos,
otras veces como derecho de todos".

Karl Marx

Hace un año, más o menos, escuchaba a gente de procedencia hispana justificando su voto a favor de Donald Trump, un candidato que mostraba su rechazo a la inmigración, en especial a la que provenía de los países situados al sur. Su defensa de la causa Trump no me sorprendió, al contrario, me pareció de manual (lo cual no significa que comparta las tesis). Los entrevistados pensaban que los inmigrantes ilegales, de procedencia hispana como ellos, iban a aprovecharse de lo que Estados Unidos les podía ofrecer, y que a ellos, con un cierto estatus económico, les había costado dios y ayuda conseguir. No sólo eso, tras la aseveración se escondía la idea de que la gente que atravesaba la frontera poseía la intención, de una u otra forma, de delinquir. 
El lector pondrá sentir que los seguidores del millonario que ocupa la Casa Blanca eran unos bichos raros, sin dos dedos de frente. Por desgracia, la primera afirmación resulta errónea: no se trata de bichos raros. Más bien al contrario; en todos los lugares existen personas, muchas, con un pensamiento similar. 
El esquema de pensamiento de esta gente resulta muy simple: he conseguido un cierto estatus socio-económico (luchando), que aquellos que están más abajo en la escala pueden, y "seguro" que desean, quitarme.
Por supuesto, lo de alcanzar un estatus socio-económico resulta subjetivo. Lo que para alguien puede ser un gran logro, un gran estatus, para otros puede ser un lugar bajo de la escala. En realidad, en lo alto de la escala se sitúan muy pocos. Un ramillete de gente, que en muchos casos ha heredado su suerte, conforman esa cúspide; el resto luchamos por los despojos, a repartir entre muchos. El gran éxito de esa élite consiste en hacer creer a mucha gente que han alcanzado un estatus "especial", fruto de su lucha. En realidad, muchos de ellos dependen de su trabajo para poder ir viviendo. Lo único que les diferencia de otros es que, por el momento, pueden comprarse un coche o una casa un poco más cara; pero como demostró la crisis (estafa), todo es susceptible de cambiar rápidamente; al menos para los que no conforman la verdadera élite.
Intuyo que existe una predisposición, por parte de buena parte de esa gente, a creerse la repera, lo que con una buen sistema de propaganda para transmitir una serie de valores resulta determinante. Estas creencias, fruto de la propaganda, resultan determinantes para menospreciar al "inferior", que, en el fondo, es un competidor por ese nicho socio-económico que ocupa el "triunfador". Hacer creer que se ha llegado a un lugar porque se ha luchado por ello, cuando en realidad, en la mayoría de los casos, se ha adquirido un cierto nivel de vida porque se ha trabajado como una mula, en muchas ocasiones para beneficio de otra gente, renunciando a otros aspectos de la vida, supone un éxito de la propaganda neoliberal. La realidad dice que dedicando muchas horas de tu vida a trabajar tienes la posibilidad  de mejorar tu nivel económico, pero nadie puede asegurar que lo conseguirás (de hecho mucha gente se queda por el camino). Y es aquí donde aparece el segundo axioma del neoliberalismo: ser el elegido.
Mucha gente se queda por el camino, pero los que han llegado arriba, o un poco más arriba de donde estaban, lo han conseguido por su talento, por su capacidad, por su inteligencia, porque tienen un don, porque son mejores que los otros y nacieron así. Por una especie de determinismo económico que los demás no tenemos. 
Este aspecto de la predisposición resulta mucho más importante de lo que pudiera parecer, pues justifica pensar que los que se encuentran más abajo en la escala se encuentran allí porque no tienen una serie de cualidades que los elegidos sí tienen. Ello permite pensar a estos "triunfadores" que los que se encuentran por debajo sólo ansían su suerte y su capital, no dudando en conseguirlo, si fuera menester, delinquiendo.
Este razonamiento no sólo sirve para entender por qué cierta gente vota a tal o cual partido, también sirve para explicar otros comportamientos, más cotidianos, pero basados en un esquema de pensamiento similar. 
Existe un pensamiento bastante extendido que defiende la supremacía de los servicios privados sobre los públicos. El razonamiento último del asunto no se basa en datos objetivos. Más bien se trata de la idea de acceder a una serie de servicios  que cierta gente, con menos recursos, no puede, o no le dejan, utilizar. Como he dicho no se basa en datos objetivos, de nuevo la propaganda tiene parte de la culpa. La propaganda y la ignorancia de ciertas personas. 
Sobre lo que yo conozco un poco más, la Educación, he oído burradas, defendidas como verdades absolutas, por personas que son capaces de rebatir aquello que vives y conoces. Podría poner ejemplos, no lo voy a hacer, pero lo que sí he podido comprobar que la propaganda, que ahonda de manera intencionada en la ignorancia, junto con ese aura de triunfador, del que hablaba más arriba resulta una mezcolanza explosiva. Sin embargo, los verdaderos triunfadores llevarán a sus hijos a colegios que jamás podrán pagar esos triunfadores. Colegios en los que conocerán a otros niños que acabarán conformando la élite de este país. Los "triunfadores".
Cuando me planteaba esta entrada pensaba en el éxito del neoliberalismo, creando falsos triunfadores,;en la ignorancia e insolidaridad de determinada gente que no tiene nada más que su trabajo; en como cierta gente no quiere, no necesita, cambiar nada a fondo, porque se/les han convencido de que tienen una forma de vida maravillosa y hay gente que ya quisiera tener ese estatus. En el fondo pensaba que ese caldo denso que es la ignorancia nos hace peores como sociedad, porque quien de verdad nos quita lo poco que tenemos es el de arriba, que hace que tengamos poco, cuando, con nuestro trabajo, deberíamos tener lo nuestro y lo que se queda él. Pero la propaganda ha conseguido que nos creamos que lo mejor es tener gente por debajo, a la que pode despreciar.
Un saludo.

lunes, 4 de diciembre de 2017

VOY A DAR UNA CHARLA

"Lo que más indigna al charlatán
es alguien silencioso y digno".

Juan Ramón Jiménez. 
 

Me llama la atención, de manera poderosa, la proliferación de charlas, no confundir con conferencias, que a veces también son charlas, por doquier. Charlas dirigidas a niños, a adultos, a ancianos, a veganos, a amantes del chuletón,  a artistas en ciernes, a emprendedores, también en ciernes, a veces cercenados, a deportistas, a amantes del sillónball y a todo aquél que pase por ahí. 
Creo necesario aclarar que el concepto de charla no siempre resulta peyorativo. A veces, más bien al contrario, supone realizar un acto de formación necesario sin gran boato ni alharacas, yendo al grano y no haciendo perder el tiempo al personal que acude a dicha charla.
Existe otro tipo de charla, vinculada, por lo general, con cuestiones relativas al arte, donde no existe una necesidad de llegar a conclusiones ni cubrir objetivos. Se trata de pasar un rato agradable en torno a un autor, cuadro, libro...
Sin embargo, podemos encontrarnos con una tipología de charla, tal vez la más extendida, que se caracteriza por su pretenciosidad. Los charlatanes pretenden cambiar ideas, en teoría arraigadas con fuerza en el oyente, con la única herramienta de la palabra. 
Estos magos del vocablo suelen formar parte de un circuito, que vive de las subvenciones, cuyo único objetivo es expandir la idea que han vendido como buena a algún paniaguado político, que debe buscar clientes que le deban favores para intentar asegurar su próxima reeleción, cuando no para conseguir su planificado ascenso.
Existen ciertos temas, en los que el dinero procedente de Europa ( en realidad procede de nuestros impuestos, no olvidemos que España es contribuyente neto de la UE) se destina (despilfarra) a realizar campañas de sensibilización que, en general, sólo sirven para crear un lenguaje cargado de eufemismos, en el que los propios charlatanes son faros de luz y vigilantes de la ortodoxia. 
No puedo evitar sentir rabia y frustración cuando estos charlatanes a sueldo de nuestros impuestos largan una charla, siempre la misma, importando poco el auditorio, comprueban que sus premisas iniciales chocan con la realidad. Aún así, ellos siguen con sus planteamientos y su mismo discurso frente a un conjunto de escuchantes atrapados por el horario escolar, la necesidad de acudir a la charla o la vergüenza que genera levantarse e irse. 
No existe la necesidad de adaptarse al receptor porque todo se reduce a rellenar un informe que jutifique que el discurso se ha largado en un lugar determinado a un colectivo determinado. 
Recuerdo como un docente se quejaba de unos charlatanes que habían vuelto al centro, a su clase, días después de su charla inicial para hacer un juego, un bingo algo que no había interesado lo más mínimo a los alumnos destinatarios de tales conocimientos. Por supuesto, los fulanos vivían de las subvenciones, de su dinero y el mío, querido lector.
La idea de cambiar mentalidades, esquemas de funcionamiento, por lo general implícitos, parece presidir todo este bombardeo deslabazado de charlatanes varios. Resulta curioso que ni tan siquiera se molesten en detectar de manera previa las condiciones iniciales de los destinatarios de sus mensajes. Charla sobre... y no importa que los niños, adultos, etc... tengan o no esa necesidad. 
Recuerdo una charla sobre seguridad laboral a la que asistí, en la que me decían que coger un paquete de folios puede ser un riesgo, mientras en la planta baja del lugar donde estaban impartiendo la charla los obreros trabajaban con radiales, que dejaban en el suelo enchufadas. Ni una puta referencia al asunto. Venían con su charla. 
Como vienen con su charla de la igualdad a los centros y cuando ven que muchos padres si se reparten las tareas siguen con su discurso de la desigualdad en el hogar o en los colegios (donde en Educación Infantil los niños juegan en los rincones con cocinitas o con coches, en función de sus gustos y de sus apetencias ese día), pero siguen hablando de desigualdad entre niños y niñas en el sistema educativo. 
Resulta obvio que este reparto de dinero, por lo general entre gente de la cuerda, se produce, como se producía en los cursos de formación, porque no existe control real de lo que se hace y, sobre todo, sobre los resultados finales. Ni tan siquiera existe un control inicial, porque de otro modo se sabría que para cambiar mentalidades debe existir el conflicto cognitivo, y las charlas no sirven para que eso ocurra. Lo que se logra, a lo sumo es el adoctrinamiento, no cambiando los patrones de comportamiento de la gente, aunque, de puertas para afuera se aparente hacerlo. Para que nos entendamos, es como ese tipo que dice seguir una religión y, en secreto, obra de una manera que contradice todo lo que defiende en público.
Cada día estoy más convencido de que existe dinero para hacer muchas cosas, muchas más de las que creemos y para beneficiar a mucha gente, pero existen muchos charlatanes que necesitan vivir, restando recursos a quien lo necesita de verdad. Pero, tal vez, esa idea sólo sea parte del discurso de este humilde bloguero y charlatán. 
Un saludo.

jueves, 30 de noviembre de 2017

IDIOTARIO (XCII)

Arrestar: a realizar operaciones de sustracción.


Bombona: bombón muy femenino.


Condado: división territorial de algunos países, cuyos límites son seis caras con un número diferente de puntos cada una de ellas.


Parque Jurásico: Senado.


Preestreno: momentos previos a la primera experiencia sexual. 


Principio de Arquímedes: nacimiento de Arquímedes, ocurrido en el año 287 a. C.


Renacimiento: período que se sitúa justo después de que una persona separada conoce a alguien de quien se enamora, siendo correspondido.


Trump, Donald: Çuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos, que es posible que consiga hacer bueno a George W. Bush, lo que dice mucho del nivel de los últimos presidentes del país norteamericano.


X-Men: hombres que ven pornografía.

lunes, 27 de noviembre de 2017

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (26-XI-2017)

Creo, querido diario, que todos tenemos un problema muy serio cuando olvidamos de dónde venimos. En los últimos tiempos estamos tan enfrascados en la búsqueda de la excelencia, de una Educación que prepare para el futuro (eso que no se sabe qué es, ni cómo será, pero para lo que debemos estar preprados), de los modelos pedagógicos revolucionarios (caracterizados por su pronta obsolescencia) y de informes de expertos (y de no tan expertos), que hemos borrado en nuestra memoria las virtudes de lo que tenemos y hemos construido entre todos y para todos.
Como ya te comenté en la entrada anterior, alumnos que vienen de otros países con menor nivel económico, y otra cultura, pueden no saber sumar con llevadas teniendo cursando un nivel similar a cuarto de Primaria. Pero no sólo eso, por circunstancias de la vida me he econtrado con personas nacidas en España hace unas seis décadas, que no saben escribir su nombre o con un caso, si me permites la expresión, más sangrante: un joven de etnia gitana, que aún no ha cumplido los treinta años, que no sabe escribir sus apellidos. Y esto, querido diario, no me lo ha contado nadie, lo he visto con mis propios ojos.
Por todo ello creo que antes de dedicarnos a despotricar sobre lo malo que es el sistema, la horrible preparación de nuestros alumnos, lo malos docentes que somos... deberíamos tener en cuenta que hemos conseguido, en pocas décadas, un sistema que, con sus defectos, permite que todos los ciudadanos de este país tengan acceso a un sistema que les permite adquirir una destrezas básicas para desenvolverse. Otra cuestión es como se adquieren y el uso que cada cual hace de ellas, pero no estaría de más recordar que muchos de nuestros padres y abuelos eran semianalfabetos o analfabetos y que unos cuantos kilómetros más abajo, cruzando el Mediterráneo, las posibilidades de acceder a un sistema educativo de una parte significativa de los jóvenes son pocas.
Por todo ello, sin olvidarnos de que debemos mejorar todos, parece oportuno, al menos de vez en cuando, recordar de dónde venimos y lo que hemos conseguido.
A colación de ello me viene a la memoria un tuit, donde alguien decía que está muy bien ese mantra modernillo que defiende que el sistema educativo actual mata la imaginación, pero que más mata la imaginación, y otras muchas cosas, no tener acceso a ese sistema educativo. 
Creo que se habla mucho de imaginación, inteligencia emocional y otras cuestiones que quedan muy molonas, a las que les ocurre eso: que quedan muy molonas. Sin embargo, para mí uno de los fundamentos de esta historia de la educación es la autoestima, tanto en lo personal como, sobre todo, en el aspecto escolar, que es la que podemos trabajar de manera esencial desde los centros educativos. 
Te preguntarás, querido diario, por qué resulta para mí tan importante este aspecto. Pues por algo tan sencillo, y obvio, que si no se tiene confianza a la hora de abordar una tarea, no sólo en el ámbito académico, los resultados van a ser, por lo general, pésimos. No sólo eso. Aún pudiéndose culminar con éxito la actividad emprendida, el actor de dicho acierto puede atribuir su acierto al azar, lo que le llevará a no abordar en sucesivas ocasiones la labor encomendada con todo el rigor y el método necesario. 
Lo sé, menudo rollo he soltado, pero no sé hacerlo mejor. Tal vez, si fuera capaz de explicar este tipo de cuestiones con mayor facilidad escribiría libros y abandonaría la docencia. 
A riesgo, querida bitácora, de parecer pesado me gustaría hablar un poquito más de la autoestima y del sentimiento de eficacia académica o escolar de los alumnos. 
En determinados casos mi trabajo consiste en conseguir, en mayor o menor medida, que alumnos desmotivados, con una percepción baja, e irreal, de sus propias posibilidades para abordar las tareas del aula, consigan sacar algo más de ellos, que puede ser poco, mucho o regular. 
El método siempre sigue unos patrones similares: plantear actividades con una alta posibilidad de éxito, refuerzo social (¡Ves como puedes hacerlo! ¡Qué bien lo has hecho, tú solo!...), incremento gradual de la dificultad de las actividades, refuerzos sociales, algo de ayuda. Pero no todo es tan bonito. Una de las cuestiones que he observado en este tipo de alumnos (lo he llegado a ver con adultos) es que se conforman con conseguir unos objetivos muy pequeños. Me explico. A veces les basta con saber que pueden hacer algo y, una vez realizado con éxito vuelven a perder la concentración ante las siguientes actividades, sean similares o de aprendizaje. Ello conlleva que se trata de una carrera de fondo, donde se debe ampliar la capacidad de centrar la atención, intentando que la motivación perdure. Puede parecer un rollo, pero con un ejemplo, caro diario, seguro que se entenderá mejor.
Imaginemos que nos apuntamos a un gimnasio porque deseamos ponernos en forma, que falta nos hace porque llevamos años sin hacer nada. No hace falta explicar que la carga de trabajo: pesas, máquinas, cinta... debe ajustarse a nuestra forma, en especial en las primeras sesiones de trabajo. De no ser así y realizar un sobreesfuerzo durante los primeros días, con las consiguientes agujetas, cuando no con alguna pequeña lesión muscular, abandonaríamos en nuestro empeño. No sólo eso, si la carga de trabajo es la adecuada, cada vez seremos capaces de realizar más ejercicios y llegaremos a conocer nuestro cuerpo y sus posibilidades. En otras palabras, necesitaremos menos ayuda para realizar más trabajo, que, además, lo haremos con una mayor economía de movimientos y con unos movimientos más precisos, que eliminarán lesiones y que los habremos interiorizado.
Esto, que sobre el papel parece fácil, no lo es tanto. Pues todos los días no estamos igual, las variables que intervienen sobre el alumno, y, a veces, sobre el docente, son múltiples y, por tanto, como ya he dicho, se trata de una carrera de fondo, en la que se logran, siempre, éxitos, mayores o menores.
Hoy me enrollado en exceso, querido diario. Se nos ha hecho tarde a los dos y, además, no tengo nada que contar.
Nos vemos pronto. Hasta la próxima.



jueves, 23 de noviembre de 2017

PALETOS, SUPREMACIASTAS Y OTROS INDEPENDENTISTAS

Ahora que todo el asunto catalán ha quedado enterrado, hasta la próxima ocasión, parece el momento adecuado para, en frío, extraer algunas conclusiones, que no van a gustar ni a unos ni otros. Vamos a ello.

Parece obvio que todo el asunto comenzó cuando la derecha nacionalista catalana se vio con la soga al cuello por los recortes y por la corrupción en la que estaba inmersa. A nadie se le escapa que los Pujol, Mas y compañía habían hecho de Cataluña su cortijo, resultando todo fácil mientras el dinero fluía a espuertas. Cuando las cosas se pusieron serias y se cerró el grifo, para muchos ciudadanos, en especial para los que menos tenían, los hijos de los caciques de  toda la vida en Cataluña tiraron de victimismo, una vez más, para alejar el foco de atención de ellos, intentándolo centrar en tierras lejanas. 


Se ha recurrido mucho al franquismo para criticar a aquellos que estaban en contra del nacionalismo catalán, bien desde la derecha o bien desde la izquierda. Se ha intentando vender el franquismo como un hecho histórico ajeno a los catalanes, impuesto por España, pero la historia es bien distinta. Los padres y abuelos de algunos de los que más despotrican contra España constituyeron pilares fundamentales de la dictadura franquista en Cataluña, enriqueciéndose con ello.

Dinero y franquismo en Cataluña.

Algunos llevan el gen de la extrema derecha y la represión en la sangre.

Parece que en la familia ya hubo antecendentes de huidas... para pasarse al bando franquista.



Por tanto, parece que los que hablan de franquismo deberían admitir que ellos, o sus familiares, contribuyeron como el más adepto al régimen.


Sin embargo, lo que no parece importar mucho es que aquellos cuyas familias poseían considerables cantidades de dinero defrauden al fisco. Los Pujol, Mas, Trías... todos parecen haber heredado dinero de sus ancestros sin declarar, en paraísos fiscales. Parece que el franquismo y el Régimen del 78 no trató tan mal a algunos, que no están dispuestos a colaborar a la redistribución de la riqueza en su país. Nada más alejado del espíritu de la izquierda o del progresismo que esta actitud tan poco solidaria con los suyos.


No cabe duda de que los artífices del paripé catalán, cuando decidieron seguir hasta el final, sólo tenían una carta que jugar: la internacional. Esa carta, el reconocimiento internacional, era más un deseo que una realidad, que aún se puede leer en algunos tuiteros independentistas. Intuyo que el Gobierno de España jugó también sus cartas en este sentido, sin ruído y sin demora, pero, sobre todo, con eficacia. Los políticos independentista centraron todos sus esfuerzos en realizar un referendúm, pero hasta ahí llegó su fuerza. Ni la gente se tiró a la calle ni país alguno reconoció la República, que aún no sabemos si se proclamó o no.


Se ha observado la profunda división de la izquierda en este país. Por un lado una parte hablaba de la posibilidad de cambiar todo a través de la escisión de España, mientras otra parte recordaba al bisabuelo Carlos y no consideraba que la proclamación de la República liderada por una derecha corrupta tuviese nada que ver con un movimiento obrero que, por naturaleza, es internacionalista.
Mi idea al respecto la he expuesto varias veces en este blog: ir de la mano de la derecha no supone ninguna revolución, sólo dividir más a la clase trabajadora, creando odio entre personas que no se conocen por una frontera.


Una parte de la izquierda reivindicaba este movimiento independentista como una forma de acabar con el Régimen del 78. No hace falta ser muy inteligente que lo que ellos denominan Régimen del 78 fue una componenda de Juan Carlos, el Borbón, para afianzarse en el poder, a cambio de seguir los dictámenes de EE.UU., convirtiéndose en un aliado fiel y sumiso. Si algún iluso pensaba que iban a dejar caer que toda la aventura catalana tuviese lugar o que el régimen nacido tras la muerte de Franco cayese debería hacérselo mirar. De nuevo, como en el asunto del nacionalismo, no entienden que la lucha contra el neoliberalismo debe ser algo global y que, como se pudo comprobar en Grecia, no van a dejar que alguien prenda la mecha que puede tener consecuencias impredecibles.


Los que se amparaban en el pueblo, en la necesidad de cumplir su voluntad, han demostrado con sus declaraciones posteriores y con sus conductas, que no representaban a ningún pueblo, como mucho a una parte de la ciudadanía. La huida hacia delante sin objetivos ni red ha demostrado que detrás de tanta grandilocuencia no había nada. 


Una de las cosas que más me llama la atención es como la gente llegó a pensar que todo iba a ser un cuento de hadas. Las grandes conquistas históricas se consiguen con esfuerzo y, por lo general, con sangre, pero en esta sociedad infantilizada cualquier contratiempo se convierte en un acto de fascismo. Respeto a quien lucha de verdad por sus ideas, aunque no las comparta, pero esa cantidad de pejigueros que han invadido los medios de comunicación y las redes me parecen una explicación  a por qué estamos como estamos. 


Las dos huelgas convocadas (una con asociaciones empresariales, ¡te cagas!), han vuelto a demostrar que quienes no quieren cambiar nada convocan una huelga de un día. La huelga es una medida de presión que tiene su sentido cuando se realiza hasta conseguir un fin. Por lo general las huelgas serias acaban consiguiendo que los patronos se replieguen ante las exigencias de los trabajadores, como lo demuestran las llevadas a cabo recientemente por las trabajadoras de Bershka en la provincia de Pontevedra o la protagonizada por los trabajadores del servicio de recogida de basura en Madrid. Sin embargo, quienes no quieren cambiar nada convocan una movilización de un día, para dejarse ver. De nuevo, nada que ver con la izquierda.


Esa estupidez de "tenemos que intentar convercerlos..." me resulta ridícula. Me resulta ridícula por dos motivos:
- Porque en muchos casos se trata de decisiones emocionales y eso no se rebate con palabras.
- Porque yo no tengo que convencer de nada a nadie, cada cual puede pensar lo que le salga de ahí, pero, eso sí, todos debemos ser consecuentes con nuestros pensamientos y nuestros actos. Si alguien se siente estafado, engañado, manipulado o lo que fuere, también deberá tener el valor de decir que les han vendido una moto. Y si alguno de los que apelaba al diálogo ahora piensa lo mismo, también debería decirlo. El resto de gente seguirá pensando igual, por lo que no su postura ya es conocida.


Me gustaría concluir recordando que todo nacionalismo se basa en una hecho supremacista, en el que unos tipos de al lado no merecen estar con nosotros. Tal vez por eso los apoyos que ha encontrado el movimiento independentista catalán hayan sido en partidos cercanos a la extrema derecha, cuando no instalada en ella. 
Al final, el sueño no era tan bonitos y la realidad ha desenmascarado a unos y a otros. Mientras, las trabajadoras pontevedresas o los trabajadores madrileños se han jugado sus cuartos y sus esfuerzos para conseguir algo mejor para ellos y para sus compañeros. Ellos son los verdaderos revolucionarios.
Un saludo.

lunes, 20 de noviembre de 2017

CLINT EASTWOOD

"Alguien dejó la puerta abierta
y entraron los perros equivocados".

Clint Eastwood

Como otras veces he escrito todo, o casi todo, lo que aparece en este blog tiene que ver con mi experiencia diaria y con como interpreto lo ocurrido. Por ello, con cierta frecuencia, ciertas entradas ya terminadas y programadas, o a medio terminar, tienen que ceder paso a otras que aparecen con la necesidad de ser escritas y publicadas. Como el lector, que intuyo ya me va calando, habrá adivinado éste es el caso. Pero, tal vez, si escribo los dos hechos que desencadenaron esta necesidad el lector podrá comprender mejor el porqué de esta necesidad.
Hace unos días me enteré de que una organización sin ánimo de lucro había fomentado que ciertas personas de esa asociación o familiares cercanos se aprovechasen de actividades emprendidas bajo el paraguas de su nombre. Resulta obvio que al enterarme de este tipo de comportamientos no pude evitar sentir rechazo y desprecio hacia quienes se aprovechan de situaciones como ésta.
No había pasado ni una hora desde que tuve conocimiento de lo que he expuesto con anterioridad, cuando escuché que un tipo había vuelto a golpear a su pareja. Digo vuelto, porque se trata de un triste y sórdido drama, en la que él pega a su pareja, ella denuncia para, al poco, retirar la denuncia y volver junto con él. Ése criminal bucle, incomprensible para los que lo vemos desde fuera.
Reconozco que tardé un poco en procesar toda la información y en integrarla en mi escala de valores.
La primera conclusión a la que llegué fue la de siempre: cualquier organización, por muy buenas intenciones que tenga en su fundación, acaba convirtiéndose, en parte o de manera total, en pasto de desalmados, más preocupados en medrar y en que su nombre sea asociado con el altruismo y la bondad, que en llevar a cabo los objetivos que dicen promover. Esto sirve para el primer caso y para el segundo (donde el dinero la profusión de asociaciones y de expertos no evitan casos como el expuesto, dedicando su tiempo y nuestro dinero a cargar contra carteles, canciones y fruslerías similares).
Acto seguido me acordé de Clint Eastwood y de alguna de sus magníficas películas. Me vino a la mente ese personaje solitario, por lo general un tipo anónimo, que acaba tomando decisiones. Decisiones que no sólo afectan a él, a veces las toma para mejorar la vida de otros, supliendo las carencias de un sistema ineficaz. Por supuesto, yo no soy ningún héroe, aunque sí anónimo, pero la idea de que las situaciones cambian a través de nuestros actos individuales cada vez me parece que se ajusta más a la realidad. No sólo eso, también creo, cada vez con mayor fuerza, que yo sólo debo justificar mis actos, no los de los demás, aunque estos viajen en el mismo barco y hacia una dirección común. Uno sólo puede responder, ante sí y ante los demás, de lo que él hace, pues es sobre lo que uno tiene la capacidad completa de decidir. Lo que realicen los acompañantes es una cuestión suya. Lo mas que podemos llegar a hacer es considerar si, desde un punto de vista ético, lo que realizan los demás resulta elogiable o criticable y aplicar la conclusión a futuras situaciones. Pero no considero necesario justificarme por algo que han hecho otras personas. Allá ellas con su moral y su conciencia. Yo no debo ser el Pepito Grillo de nadie.
Imaginemos que alguien ayuda a realizar un acto solidario, donde se recauda dinero para personas que lo necesitan. Se consigue una cierta cantidad de dinero y se utiliza para mejorar la calidad de vida de un esa gente a la que iba destinada. El objetivo parece cumplido. Sin embargo, la gestión del asunto no ha sido la más adecuada y se podían haber conseguido más cuartos. Resulta evidente que quien ha contribuido a recaudar fondos no debe sentirse concernido por la mala gestión. Deben ser quienes han gestionado de manera pésima los que deben exigirse a sí mismos una justificación de su actuación. Cada cual debe responder de sus actos.
Es aquí donde entra en juego el segundo caso: el de la situación de maltrato que sufre la mujer de manera recurrente y al que nadie pone solución. Existe una percepción muy extendida sobre como solucionar ciertos aspectos de la vida a base de leyes y de protestar en los medios de comunicación y/o en las redes, celebrando juicios paralelos en muchos casos.
Sobre la necesidad de promulgar leyes para solucionar problemas nada parece más claro que esta medida resulta ineficaz. Existen leyes que prohíben matar o robar desde tiempos inmemoriales y no parece que hayan servido para erradicar el problema. Por tanto, las leyes, algunas con ciertos planteamientos disparatados, no resultan la medicina salvadora, por mucho, y aquí volvemos a lo de la responsabilidad individual, que cierta gente hable de endurecer penas como fórmula para solucionar los problemas, que ellos desconocen y a los que no se van a acercar en su miserable y moralista vida.
Por otra parte, esos moralistas, amantes de penalizar todo lo que no les gusta, parecen olvidar que los seres humanos seguiremos cometiendo atrocidades toda nuestra vida y que la eficacia de algo no se mide en exclusiva por aquello que, de manera aparente, no funciona, sino por la evolución y la eficacia de lo que se ha puesto en marcha. Una excepción debe servir para plantearnos si algo se puede mejorar, pero no para derribar todo un edificio que puede haber servido para cobijar a mucha gente desamparada. Y, por desgracia, la locura, la maldad seguirán existiendo siempre y debemos saber que han existido, existen y existirán hechos, minoritarios, imprevisibles y a los que no podemos dar respuesta, por mucho que nos duela.
Me gustaría concluir esta entrada haciendo referencia a que el asunto del maltrato también deja bien a las claras que existe cierta gente, demasiada, que medra a costa de la desgracia de las demás, sin solucionar los problemas primigenios que motivaron la actuación inicial. ¿Cuánto tiempo llevamos oyendo hablar de casos como el que he expuesto? ¿Se ha encontrado solución a situaciones como la expuesta? Creo que no hace falta que responda. Sin embargo, un montón de personas viven de desvirtuar el asunto y buscar problemas, donde en muchos casos no existen, sin solucionar los verdaderos y primordiales asuntos, los que motivaron que se montara una maquinaria de ayuda. En el fondo, esta reflexión sirve para cerrar esta reflexión como la comencé: hablando de gente que se beneficia de la desgracia ajena (en ocasiones, provocándola ellos). Tal vez por todo ello me identifico con los personajes de Clint Eastwood y, tal vez, por eso me siento muy a gusto, aportando lo mío, lo que puedo, lo que sé, intentando solucionar los problemas de los demás. Sin juzgar, sin necesidad de ser comprendido o admirado. Sólo por el mero hecho de saber que es lo que quiero, lo que necesito y lo que puedo dar a otros y soy muy feliz haciéndolo.
Un saludo.  

viernes, 17 de noviembre de 2017

IDIOTARIO (XCI)


Froilán (de Todos los Santos): ejemplo que no se debe poner a los hijos cuando se les intenta convencer de que el esfuerzo resulta necesario para alcanzar ciertas metas.


Libra: hembra del libro.


Meter la pata: introducir un ave hembra, palmípeda, de plumaje denso, pico más ancho en la punta que en la base en algún lugar, equivocándose al hacerlo. 




Multa de tráfico: sanción administrativa , generada por infringir el reglamento de circulación y por la mala suerte, porque tras ser ser advertido por el agente de tráfico correspondiente siempre se escucha la frase: "Para una vez que hago..., me pillan".


Nombre común: nombre de persona muy frecuente.


Números pares: das a luz signos gráficos que representan una cantidad.


Políticamente correcto: ¡Me cago en la puta! Ya lo he explicado trescientas veces. ¿Estáis gilipollas o qué coño os pasa?


Siesta: lo que une a todos los españoles.


Talento: persona con una cualidad especial e innata para realizar cualquier  acción de manera poco diligente, sin  prisas ni estrés.

martes, 14 de noviembre de 2017

FEAR ON THE DARK

" A cuenta de prometer el Reino de los Cielos,
algunos vivillos lo que están haciendo
es su cielo particular en la tierra...".

Salve Regina, La Polla Records

Las formas de entretenimiento audiovisual han cobrado importancia, desde hace décadas, en nuestras vidas. La nueva moda de las series de pago resultan un ejemplo claro de lo expuesto. Los culebrones, las series, los reality show, el deporte televisado, la música que escuchamos en nuestros reproductores... constituyen parte esencial de nuestras costumbres, lo queramos reconocer o no.
Esta forma de ocio, por lo general basada en la inmediatez, se ha prestado a todo tipo de interpretaciones. Desde aquellas elogiosas, bien sea por su calidad o por lo que aportan al acerbo cultural de los usuarios, hasta las que se sitúan en el otro lado y hablan de falta de calidad de los productos o de una influencia nefasta para todos aquellos que utilizan este tipo de recursos de ocio. Uno intuye que, en realidad, lo que cada cual ve, escucha o ambas cosas es lo que busca, porque se siente identificado, de antemano, con ello, no porque se lo impongan.
En otras palabras, quien ve Gran Hermano lo hace porque ese tipo de formatos le resultan atractivos, no es el programa el que conforma los gustos y las opiniones del televidente. Esta hipótesis parece verse confirmada por el hecho de la que la programación de una cadena como La 2, bien sean de animales, de viajes, de arquitectura o sobre gastronomía gastronomía sea seguida por una minoría, muy minoritaria.
Este hecho tiene mucha más importancia de lo que a simple vista puede parecer. Existe una corriente de opinión, la que más se escucha en los medios, que dictan lo que se incluye dentro de lo deseable y de lo indeseable, cuando de la industria del entretenimiento se trata. Esta élite del pensamiento parte de un realidad, la suya (o la que ellos pretenden vender poseer) que, por lo general, suele obviar los gustos de una parte significativa de la población, por considerarla carca, cutre, de bajo nivel sociocultural o por todo aquello que se le ocurra al amable oyente. Por tanto, el negocio del entretenimiento debe reproducir unos patrones que se ajusten a la visión de esos visionarios, que deciden qué necesitan y cómo deben ser las personas de una sociedad. No importa que una parte significativa de las personas de esa sociedad no compartan esa visión, ni esas necesidades. A lo mejor, sólo a lo mejor, es por eso que series televisivas como Aquí no hay quien viva, Los Serrano, Gran Hermano... o música como el reaggetón tiene tanto éxito, porque existe una gran cantidad de personas, todas ellas con sus problemas y sus alegrías, que tienen suficiente con ese tipo de producto de entretenimiento. Y, tal vez, sólo tal vez, eso ocurre porque en nuestra sociedad, como en todas las sociedades, existe un amplio abanico de opiniones, de gustos, de formas de vivir y de afrontar la vida; pero se ha impuesto un modo único, correcto, de entender la sociedad. Un modelo deseable, e inalcanzable, para todos. Y la industria del entretenimiento debe trabajar para expandir esa visión idílica de la sociedad. Una visión de la sociedad sin clases bajas, o donde las personas de clase baja son dignas de lástima, porque consumen reaggetón (aunque esto no sea del todo cierto), ven a Jorge Javier Vázquez, no leen (aunque esto no sea del todo cierto), no viajan a sitios chic (en viajes masificados donde no te puedes desviar diez minutos de lo propuesto por una gran empresa de viajes)... Una visión de la sociedad de personas con problemas, que siempre se solucionan de manera satisfactoria. Una música cuyas letras hablen de un mundo donde prima el amor, el buen rollo y la fiesta, haciendo mártires a los músicos que se suicidan, porque "su talento derivaba de su locura", ocultando problemas como la depresión o el suicidio. Un planeta donde las grandes distribuidoras apuestan por héroes indestructibles, amores que triunfan a pesar de todo lo impensable y alguna tragedia, basada en vidas de triunfadores y, a lo sumo, alguna película de miedo, para hacer pasar un mal rato al personal. Todo controlado.
En las películas de Hollywood de los 40 y de los 50 no había besos obscenos, aunque muchos de los protagonistas tuviesen vidas reales que se caracterizaban por la abundancia de sexo, porque se intentaba transmitir una moral adecuada. Hoy la industria del espectáculo está más interesada en transmitir una visión de éxito en lo que se emprende, sea en lo económico, en lo sentimental, en el deporte o en lo que al lector se le ocurra.
Por otra parte, existe una corriente, fundamentalista hasta la médula, que insiste en que ciertos contenidos/ideas no deben difundirse a través de los productos de entretenimiento (¿No suena, de manera sospechosa, al asunto de los besos apasionados de los producciones de Hollywood?).
En este aspecto se observan varias consideraciones, derivadas todas del mismo lugar: la presunta supremacía intelectual y/o moral de quien decide lo que resulta aceptable o no.
En los últimos tiempos se insiste mucho en atacar el reaggetón como fuente de machismo y de otro tipo de cuestiones, porque pueden afectar a jóvenes que se están formando, convirtiéndolos en unos perfectos cretinos. En efecto, los jóvenes no saben distinguir la realidad de un producto cultural, por eso yo, que vivo cerca de unos multicines, cuando emiten películas de acción procuro no pasar por allí, por temor a que todos los que salgan de ver la película me confundan, debido a mis barbas, con el malo de la peli y me ensarten con una espada láser o similar.
Hace falta ser un auténtico iluminado para pensar que chavales que llevan años, muchos, consumiendo videojuegos, viendo películas, siguiendo a youtubers, descebrados muchos de ellos y, dato importante, muchos de ellos leyendo novelas de ficción, no sean capaces de distinguir una letra de una canción de la realidad. No entiendo cómo estos personajes, rectores de la moral, no han caído en la cuenta de que estos mismos jóvenes, a los que si les viene bien leer, son capaces de saber que Don Quijote es una invención de un genial manco, y que dicho personaje estaba como una regadera y, por tanto, ellos no deben embestir molinos, aunque sean de los que generan electricidad, porque les puede ir mal muy mal. En otras palabras, parece que la gente no es tan tonta y es capaz de distinguir entre un libro, una serie, una canción, un videojuego y la realidad. Pero ellos, erre que erre, sobre la conveniencia de no mostrar a la gente ciertas cosas, no siendo que en su estulticia el público siga a pies juntillas lo que dice una canción (o algo que se le parece), un culebrón o una película.
Desde mi punto de vista, tal vez la respuesta esté en los prejuicios y el elitismo de esos censores morales, que resultan incapaces de verse a sí mismo como seres ridículos, más preocupados de censurar a los demás que de de vivir.
A este respecto me viene a la memoria una anécdota personal que sirve para ilustrar lo que he escrito en el párrafo anterior, que va a servir para concluir la entrada.
Hace un par de años, mientras hacía un viaje largo, cansado de escuchar música, sintonicé la radio y en una emisora apareció largando cosas insustanciales Boris Izaguirre. Reconozco que no sabía que seguía trabajando en ese medio, tenía perdida la pista al venezolano, y me sorprendió oír su voz tras bastante tiempo. No cambié de sintonía y, tras un rato, comenzaron a hablar de los Iron Maiden (¡oh sorpresa!) y alguien dijo que Bruce Dickinson, el vocalista, era, y es, piloto de aviones comerciales. No sólo, además pilota el avión del grupo, el Ed Force One, el avión del grupo británico, que les lleva por todo el mundo en sus giras. Boris Izaguirre argumentó que no podía ser posible que alguien que cantaba heavy pudiese pilotar una aeronave. Siguiendo con una aportación de lo más suculenta: "Lo más seguro es que el cantante diese al botón del piloto automático. Reconozco que me ese comentario me indigno, aunque viniendo del showman no me duró mucho el enfando. Sus estereotipos, al igual que su moralina, delatan que es un pijo supremacista, conservador hasta la médula. Y es en este último aspecto, lo de ser conservador, en el único en el que coinciden Dickinson, que se declara torie, y él hijo de papá venezolano. Mientras que Izaguirre es niño de familia bien, muy bien, que todo lo ha tenido bastante fácil, el vocalista de los Maiden, es piloto de líneas regulares, poseyendo parte de una empresa de aviación comercial, es licenciado y doctor en Historia, ha escrito un par de libros, estuvo a punto de participar representando al Reino Unido en la especialidad de Esgrima en una olimpiada, es empresario y, como todo el mundo sabe, uno de los líderes de una de las bandas épicas de la historia del rock. ¡Ah, se me olvidaba! A diferencia del que trabaja en los medios españoles, proviene de una familia humilde. Pero, amigo, un tipo que llena estadios de fútbol cantando al miedo a la oscuridad, mientras el bajo de Steve Harris martillea a una velocidad inconcebible, no puede ser un tipo inteligente y la gente que escucha esa música tampoco puede ser mucho más allá.
Ellos ponen sus normas y, como son los que aparecen en los medios, o los que escriben lo que dicen los que aparecen en los medios, dictaminan quién merece la pena y quién no merece incluirse entre los elegidos. No sólo eso, quienes están en ese rango de no los elegidos tampoco tienen, según ellos, la capacidad de pensar por sí mismos.
Un saludo.


sábado, 11 de noviembre de 2017

INFANTILISMO VITAL

"La alegría y el dolor
no son como el agua y el aceite,
sino que coexisten"

José Saramago



Cada día que pasa tengo más la sensación de que existe una parte del personal que asimilan la vida a una serie de Netflix o a una película, bien de acción bien romántica. Héroes, finales felices tras decisiones arriesgadas, romances tórridos y perfectos... y todo aquello que el lector se pueda imaginar conformar la exigencia de vida de ciertas personas. Pero, por suerte o por desgracia, la vida la hacemos seres de carne y hueso, que vamos al baño a evacuar, que erramos, que tenemos sentimientos y que no siempre acertamos a tomar las decisiones que, a posteriori, resultan ser las correctas.
A veces, como en esta ocasión, cuando voy desarrollando la entrada van surgiendo ideas que completan lo que quiero transmitir. En este caso la idea que ha aparecido tiene que ver con la importancia de los medios de comunicación (que no de información) para conformar esta mentalidad tendente a exigir una vida perfecta (siempre la de los demás). Nos han inculcado a sangre y fuego que todo debe ser maravilloso, cuando nuestra vida es una sucesión de cuestiones rutinarias y, en ocasiones, sin sentido alguno y que los errores son cosas de chapuceros, inútiles o incompetentes, que cierran el paso a los verdaderos héroes, que sufren en silencio, como si se tratase de un anuncio de hemorroides. Por supuesto, todo ello sin movernos de nuestro sillón o, como mucho, yendo a gastar dinero para superar nuestra tristeza o nuestra "depresión".
Podemos unir a ello el concepto de la vida concebida como un espectáculo en el que no nos puede ocurrir nada malo. No sé si el lector habrá visto las imágenes de un atraco que ocurrió hace unos días,  creo recordar que fue en una población asturiana, en la que uno de los ladrones acabó suicidándose. La noticia, casi seguro que habrá quedado sepultada por la "actualidad", pero a mí hubo algo que me llamó la atención, que ilustra a la perfección lo que deseo transmitir. Veamos lo que ocurrió: una mujer que va conduciendo se da cuenta de que algo ocurre en la calle y dice: "Esto no me lo pierdo", mientras graba la escena con su teléfono móvil. La siguiente toma que emitieron fue a esa misma mujer aterrada, dentro del coche aparcado al lado del lugar donde los guardias civiles, pistola en mano, hacen frente a los atracadores. Se escucha a la intrépida reportera pedir que la dejen ir porque tiene que hacer algo. El agente la conmina a no moverse porque corre peligro. Se acababa de meter, de manera voluntaria, en medio de un atraco con rehenes, armas de fuego y negociador, como en las películas de acción. Pero, a diferencia de éstas, aquí las balas eran de verdad y hubo un muerto de verdad. Por suerte todo acabó bien para ella.
Esta escena, real, da una idea del sentido que cierta gente le da a la vida, concibiéndola como un espectáculo que se puede emitir en directo, donde nunca ocurre nada malo. Hasta que ocurre.
En el fondo, nos han vendido una especie de Show de Truman, en el que, además de espectadores, nos empeñamos, o se empeñan, en hacer de Truman. Pero, por suerto o por desgracia, no somos actores ni lo que nos rodea es un decorado o un conjunto de actores. Vivimos en un mundo donde existen los prejuicios, la maldad, el egoísmo, el dolor, la traición, la violencia, la enfermedad, la muerte... Todo ello está en la esencia del ser humano y de la sociedad conformada por todos nosotros. Sin embargo, existe un empeño absurdo en que todo sea perfecto, en que no existan los errores, en que el mal se elimine aprobando leyes (de las que luego se quejan cuando se aplican), en que todos piensen como nosotros (que somos los que estamos en lo cierto). Pero todo eso sólo dice una cosa de quien piensa así: pontificar sobre lo divino y lo humano resulta muy fácil, en especial cuando se desconoce de lo que se habla, pero implicarse en las soluciones resulta mucho más complicado, porque, entre otras cosas, requiere esfuerzo. Mover el culo del sillón y los ojos de la pantalla del móvil.
Resulta muy fácil tratar como niños a la gente. Basta para ello poner en solfa un tema, o varios, por lo general los mismos siempre, recurrir a lo visceral para plantearlo y al enemigo como cerebro del desmán por acción u omisión. Pero las cosas son más complejas, por mucho que Twitter, Whatsapp, Instagram o los periódicos digitales nos den la sensación de que nuestra opinión cuenta o puede solucionar los problemas de fondo.
Me vienen a la mente los incendios de Galicia y de Asturias, que sirvieron para que los de siempre se cebasen con los de siempre. Un incendio forestal de grandes dimensiones, más con las condiciones que se daban, resulta algo difícil de controlar, como lo demuestran los incendios recientes en Portugal o California, que además de más extensos se han cobrado un número de vidas significativo. Pero aquí los expertos en incendios de las redes sociales conocían las causas y las formas de evitarlos y/o apagarlos. Seguro que si a esos expertos se les pregunta cuál es la época de quema controlada de su comunidad autónoma o cómo proceden los encargados de desbrozar el monte nos podrán dar una lección magistral o cómo deben actuar los bomberos forestales cuando arde una construcción habitada responderán sin dudar. 
Gente dando lecciones de todo y otra gente viviendo como en el Show de Truman, porque la vida debe ser de color rosa y todo debe ser chachi. Pero lo malo está ahí, aquí, un poco más allá, por mucho que lo queramos evitar.
Los alcornoques tienen una corteza ignífuga, porque en el clima mediterráneo que tienen su hábitat los incendios forestales han existido siempre y este tipo de árboles han encontrado ese sistema para protegerse de uno de sus enemigos. Nosotros, un poco más inteligentes que los alcornoques, hemos encontrado un sistema para protegernos: desvirtuar la realidad. Pensamos que nos podemos meter en medio de un atraco con rehenes. Creemos que la traición no existe, porque somos todos muy racionales y buena gente. Consideramos que la pobreza real es algo digno de lástima a erradicar y que nosostros combatimos  con nuestros buenos deseos y nuestros tuits. Defendemos que aprobando leyes, a veces injustas y que desconocemos, se van a acabar con todos los males del mundo. Odiamos a los que hacen mal y  deseamos que se pudran en la cárcelmmientras, a la vez, menospreciamos a quienes vigilan esas cárceles donde se encuentran los malhechores odiados por nosotros. Sabemos de todo, cuando ha ocurrido, aunque hasta que sucede un hecho no teníamos conciencia de que podía ocurrir. Cuidamos el lenguaje, pero no nos preocupamos de los sentimientos, cuando no les ridiculizamos.
La muerte está ahí, puede que cuando el lector lea esta entrada programada yo ya no exista (espero seguir viviendo). Puede que cuando el lector lea esta entrada no sienta dolor, sufrimiento; puede que no esté siendo traicionado; puede no estar siendo víctima de un error o estar cometiéndolo; puede que no esté enfermo él o algún familiar o conocido; puede que no esté siendo tratado injustamente; puede incluso que sea feliz en este momento. Pero también sé que cuando he enumerado todas las situaciones anteriores el amable lector ha rebuscado, de manera inconsciente, en su memoria y ha extraído situaciones ha vivido y que se ajustan a lo que he contado.
Yo no sé como se apagan los incendios ni como se arreglan las guerras. A mí no  me gusta grabar atracos ni ver culebrones sobre la vida de otros humanos que conviven conmigo. No concibo la vida como algo perfecto ni pienso que los demás deban serlo (basta con que cierta gente no toque los cojones). Sé que la vida tiene riesgos e injusticias y, tal vez por eso, por ese pesimismo vital, me encanta vivir, equivocarme, acertar, amar, sufrir, vaguear, luchar, acariciar, discutir, soñar, despertar, desesperarme, sonreír... Porque sé que nada es perfecto, pero en la imperfección existen cuestiones maravillosas.
Un saludo.



martes, 7 de noviembre de 2017

LA PALABRA CALLADA

"Las palabras son como monedas,
que una vale por muchas
como muchas no valen por una".

Francisco de Quevedo y Villegas




Una de lo vocablos en español cuyo sonido me gusta mucho es charlatán. Suena contundente y, al ser aguda, posee un toque diferente. El significado, sería más preciso decir los significados, de la palabra charlatán seguro que son conocidos por los lectores. Como recordarán abarcan desde el tipo que habla sin sentido alguno, hasta aquél que, a través de la palabra, busca engañar, timar a los oyentes de su discurso. En todo caso, cualquiera de las acepciones se asocian al uso del lenguaje oral. Ese lenguaje oral que, para cierta gente, sirve para cambiar todo. Cambiar todo para bien, por supuesto. Prueba de ello lo constituye el refrán: Hablando se entiende la gente. Nada más lejos de la realidad.
El poder de la palabra acaba cuando nuestros interlocutores, o nosotros mismos, no estamos interesados en lo que se escucha.
Existe una teoría infantiloide que sostiene que todo se puede conseguir mediante el uso de la palabra, creando un mundo dicotómico en el que sólo existen dos posibilidades para abordar las cuestiones: el lenguaje, que todo lo puede, o la violencia. Tal vez, sólo tal vez, en el mundo de la Política de los países con democracias burguesas pueda ser así. Pactos o guerras. Pactos o intervención policial. Pactos o.. Pero, en el resto de los asuntos de la vida, no funciona ese mantra de esa corriente buenrollista e infantiloide. Es más, no resulta necesaria en muchos casos, por resultar contraproducente y encubrir otro tipo de violencia, la moral y/o intelectual.
Para empezar, las personas que postulan el diálogo como fuente de solución a los conflictos excluyen a ciertos colectivos de ese diálogo. A nadie en su sano juicio se le ocurriría intentar convencer a una panda de neonazis que salen de "caza" intentar utilizar la palabra para negociar con ellno haya sidoos cuando van a apalear de manera criminal a alguien cuyo único delito es no entrar dentro de los cánones absurdos de pureza de los agresores.
Parece demostrado que la palabra no puede solucionar todo y que no sirve para ser utilizada con todas las personas.
De igual forma pensar que, por ejemplo, educar a un niño se puede hacer en exclusiva usando la palabra resulta osado. En algunos casos deberá comprender que sus acciones llevan asociadas consecuencias no deseadas, en especial cuando han sido advertidos en repetidas ocasiones sobre ello, siendo la palabra insuficiente para evitar conductas indeseadas que, en determinados casos, pueden llevar aparejadas algún tipo de violencia.
El lector podrá pensar que expongo casos extremos, que nada tiene que ver la validez del diálogo para solventar cuestiones conflictivas. ¿Seguro?
Lo prioritario para que la palabra sirva para algo más que para perder el tiempo es que los dos interlocutores tengan voluntad de llegar a un entendimiento. Desde el momento en que una de las partes no posea esa intención, malo. Cuando hablo de voluntad de entendimiento descarto la imposición la mayoría, o de todo, el argumentario por parte de uno de los interesados. Alguien puede pensar que exagero. Nada más lejos de la realidad. ¿Cuántas discusiones han comenzado por intentar imponer puntos de vista, ideas o apreciaciones sobre asuntos en cenas familiares? Por poner un ejemplo. Por tanto, la voluntad de entendimiento resulta crucial e indispensable, lo que nos lleva a pensar que, en realidad, lo importante no es la capacidad de diálogo, sino la predisposición previa de ambas partes.
De igual manera un par de aspectos, por lo general olvidados, resultas esenciales:
La forma de abordar ese intercambio oral. Lo que podríamos denominar la forma de envolver el contenido.
Hasta donde puede llegar nuestro interlocutor en su capacidad de amoldar su posición a nuestros intereses. A veces es mejor obtener un poco, que generar una confrontación de difícil solución.
No me gustaría concluir esta entrada sin hacer un par de apreciaciones, que fueron las que motivaron que la escribiese.
Existen temas, relacionados casi siempre con convicciones personales, con teorías implícitas, sobre las que se puede hablar, sin más. Resulta absurdo contraponer ideas sobre aspectos políticos o religiosos, cuando se trata de temas centrales de las creencias del individuo. ¿Quién soy yo para cuestionar esas creencias? O, ¿quién eres tú para criticar mis creencias más arraigadas? Las palabras sólo pueden generar violencia (aunque no sea física) en estos casos.
El uso del lenguaje para convencer puede generar, como todos sabemos, conflictos entre personas próximas. Esos conflictos pueden resolverse o no. Pero si se resuelven no lo hacen por el uso de la palabra, sino por la voluntad previa de esas personas de valorar su relación de familia o de amistad. Las palabras son sólo un vehículo. El verdadero motor del entendimiento o del enfrentamiento es la voluntad de cada cual a la hora de abordar un conflicto. El lenguaje oral sólo resulta efectivo cuando existe una predisposición a encontrar soluciones.
En mi profesión hay cierta tendencia, no por parte de todos los profesionales, a decir a los padres que no saben abordar los problemas con sus hijos que lo hacen mal. A mí me hace mucha gracia, porque ellos ya lo saben, aunque no lo reconozcan en ocasiones, y el "profesional" de turno lo único que hace es recalcar ese problema. Lo divertido del asunto es que ese profesional, pasados unos meses, tras no haber aportado ninguna solución real, se lamenta porque ese padre/madre no ha cambiado con el tiempo, a pesar de que el profesional de turno ha insistido mucho en lo mal que realiza su labor como progenitor. Parece que las palabras no resultan la solución de todo. Al menos las palabras lanzadas al aire sin otra finalidad que la de no escuchar.
Las palabras se hicieron para comunicarse, para comprender y ser comprendidos. Cuando alguien quiere comunicarse, comprender y ser comprendido y tiene frente a él a otra persona que desea lo mismo podrá cambiar algo con la palabra. Mientras esto no ocurra, las palabras son cansancio.
Un saludo.