jueves, 14 de diciembre de 2017

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (13-XII-2017)

Desconozco si a otros compañeros les pasa, pero yo estoy un poco cansado de escuchar cosas como: "Es que esto es típico de tal o cual centro". En realidad se refieren a las conductas de un grupo de docentes (no siempre deben ser todos) que hacen o deshacen esto o lo otro. He conocido caso que aquellas cosas "típicas" de determinados centros desaparecían, como por ensalmo, con la entrada de un nuevo equipo directivo, o cuando cierta gente se jubilaba. 
Esa moda de atribuir al nombre de un centro ciertos comportamientos denota, en mi modesta opinión, una falta de ganas de analizar por qué se hacen las cosas y, lo más importante, su utilidad. También deja entrever otra característica de ese tipo de entidades educativas: el poder de decisión real recae en personas, pocas o muchas, inmovilista, que utiliza la tradición como escudo refractario a las nuevas ideas, que pueden no ser mejores, pero que implican pensar, analizar y valorar la realidad en que se desenvuelve la institución. 
También puede generar un cierto malestar, que acaba en resignación, cuando existe un sector que pretende cambiar, experimentar cosas nuevas y sus ideas resultan cercenadas porque en el centro "siempre" se ha hecho tal o cual cosa. En otras palabras: tú opinión importa un carajo y mejor que te limites a ser un engranaje anónimo, y  a ser posible sonriente, de este engranaje que yo hago funcionar a mi manera. 
Cuando esto ocurre me pregunto: ¿Cómo cojones se puede poner en un Proyecto Educativo de Centro o en una Proyecto Curricular que los valores democráticos forman parte de los valores que debemos enseñar y transmitir a nuestros alumnos? A alguien se le olvidó que la mejor manera de enseñar es predicar con el ejemplo.
Hablando de democracia, en muchas ocasiones se nos olvida que esto que nos venden como democracia se compone de dos partes: derechos y deberes. Como en cualquier actividad de la vida resulta más fácil reivindicar lo que nos favorece, los derechos, obviando en muchas ocasiones lo que debemos dar a los demás, las obligaciones. Nuestros alumnos no resultan una excepción en este aspecto.
Tal vez, sólo tal vez, querido diario, deberíamos pensar en varios aspectos relativos a la función docente que podría acercar a nuestros alumnos a ser unos ciudadanos, no sé mis comprometidos, pero sí más conscientes de la realidad.
No se trata tanto de hacer un día dedicado a recordar que los niños tienen derechos, magnífica bufonada de un sistema regido por las formas, como a reflexionar sobre ello. Desde que un niño ingresa con tres años en el sistema educativo sabe que existen cosas que le gustan y otras que no le gustan. En el fondo está manifestando que tiene unos derechos: a su integridad, a ser escuchado, a jugar... y que los demás tienen unas obligaciones con respecto a él: no pegarle, escucharle, jugar con él. Es evidente que sus obligaciones no le resultan tan claras, aunque sepan, de manera más o menos difusa, que existen: deben ir al cole, no pegar a sus compañeros, respetar al maestro... Estas obligaciones, y estos derechos, siguen siendo, en esencia, los mismos durante toda la vida, aunque la capacidad de hacerlos explícitos mejora con el paso del tiempo; así como la capacidad de imbricar lo individual en lo colectivo, en lo social, también mejora. En otras palabras, partiendo de la experiencia personal, se ha de llegar a lo general.
Creo, querido diario, que explicitar esas normas, donde se incluyen derechos y deberes, desde pequeño, llegando a consensos mínimos de funcionamiento, incluidas las sanciones por incumplir las obligaciones, puede mejorar la comprensión del funcionamiento social, y de una sociedad democrática. Se trata de hacer claro qué es lo que pretendemos y como vamos a abordar los problemas.
Por otra parte, resultaría interesante inculcar la posibilidad, y la necesidad, de que las normas no resultan inamovibles. Mediante consenso podemos cambiar ciertas cuestiones. Además, esta modificación también puede llevar aparejado algo como la causalidad. Si cambio una norma algo va a ser distinto, pudiendo no ser mejor que lo anterior, o pudiendo tener mejoras en algún aspecto y perjuicios en otros. Inculcar en el alumno que no existe nada perfecto también puede resultar algo importante para comprender mejor el funcionamiento social.
Con todo este proceso se pretende conseguir una mejor comprensión de la vida en sociedad, que no se debe reducir a estudiar en determinados cursos que existen tales o cuales leyes nacionales o internacionales y, por otra parte, ese adoctrinamiento estúpido que consiste en utilizar palabras fetiche para posicionar a unos y a otros. Parece que con decir democracia, igualdad, solidaridad... ya basta y todo lo que se ampare bajo ese paraguas, muchas veces de manera interesada, es bueno per se. Lo que no siempre es así.
 Debemos buscar que nuestros alumnos analicen, piensen, sepan que convivir se construye y que ellos pueden, y deben, construir esa convivencia. Pero, ante todo, debemos crear en nuestros alumnos la convicción de que no existen mesías ni palabras mágicas que permitan todo.
Me ha salido una entrada, querido diario, muy política; aunque, ahora que lo pienso, en este mundo de la Educación, ¿no es todo Política? Desde la transmisión de contenidos, hasta los valores, pasando por el tipo de individuo que queremos construir.
Esto empieza a parecer un mitin. Creo que va llegando la hora de cerrar esta página del diario y no avanzar hacia la vacuidad, que esgrimen como arma los políticos profesionales.
Querido diario, nos vemos pronto.

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