lunes, 16 de noviembre de 2015

EN LA IMPERFECCIÓN EXISTEN COSAS MARAVILLOSAS

"El hombre es un lobo para el hombre"
Thomas Hobbes

El sábado pasado, en París, la barbarie hizo acto de presencia, una vez más. Nada distinto a lo ocurrido en Beirut, o a lo que ocurre a diario en Siria, Irak o determinados países de África. Unos iluminados (asesinos) en nombre de una idea acaban con la vida de otras personas que, en este caso, nada tienen que ver con el asunto. Un crimen sinsentido y sin excusa alguna. 
Ciertos personajes culparán a Occidente, a sus políticos, de dar una justificación a estos criminales. No seré yo el que defienda a personajes como Bush, Blair o Aznar, que, desde mi puntos de vista, debían haber pisado la Corte Penal Internacional para ser juzgados por crímenes contra la humanidad. Pero, desde mi punto de vista, subyace algo más profundo en todo lo ocurrido ayer.
Otros apelarán a la educación como factor básico para evitar este tipo de macabros acontecimientos. Puede que tengan algo de razón, pero sigo considerando que existe  algo más. 
Los exaltados de la derecha apelarán a sus consignas racistas y a sus teorías supremacistas (más o menos encubiertas) para explicar y abordar, con represalias generalizadas, los hechos acaecidos hace dos días en la capital francesa. En este caso la explicación también se olvida de los fundamental, pero, como el caso del primer supuesto, contiene parte de un aspecto crucial del que siempre nos olvidamos cuando tratamos temas referido a los seres humanos: su diversidad y sus diversas formas de entender y abordar la vida.
Antes de continuar esta entrada voy a permitirme pedirle al lector un favor: Despójese de todo sentimiento que le haya producido el acto asesino y aléjese mentalmente de la desgracia de ese fin de semana. 
¿Lo ha hecho? Gracias.
Imagínese haciendo un viaje en el tiempo y en el espacio. Ahora se encuentra en el siglo II d. C., sentado en el Coliseum de Roma, contemplando como unos fornidos gladiadores luchan por su supervivencia. El recinto es un clamor que pide que el vencedor de uno de los combates le dé matarile al perdedor. 
Resulta preferible no saber como acaba la cuestión y por eso le vuelvo a proponer al sufrido, y viajero, lector otro viaje. En este caso le propongo que viaje a una cárcel femenina de los primeros años del franquismo. En este caso el espectáculo no se muestra a un gran colectivo. Una funcionaria humilla a una presa política, mediante maltrato psicológico y físico. La crueldad ejercida por parte de las mujeres encargadas de la vigilancia de las reclusas es de sobra conocida.
Reconozco que los viajes no pueden considerarse como agradables. Aún así y todo les propongo un último viaje. Ni más ni menos que a la antigua U.R.S.S. Un sitio en el Sur de ese territorio que respondía al nombre de Stalingrado. ¿Les suena? Viajaremos hasta diciembre del año 1942. Dos soldados soviéticos retroceden ante el empuje de un batallón de paracaidistas nazis. En su huida se encuentran con dos comisarios del partido comunista que les preguntan dónde van. Tras responder que huyen de la acometida de los nazis, la pareja de comisarios rojos sacan sus pistolas y no vacilan a la hora de asesinar a sus compatriotas. En el fondo lo único que hacen es seguir las órdenes de Stalin. El genocida georgiano ordenó matar a todos los miembros del Ejército Rojo que retrocedieran.
Tres ejemplos, cuatro junto con el de París, sobre como la crueldad con los semejantes resulta algo nada infrecuente. Podía haber expuesto unos cuantos más que tenía en mente, pero me pareció excesivo.
En todos los casos existe, al menos, un denominador común: unos seres humanos no albergan duda alguna sobre su capacidad para disponer de la vida de otros seres humanos a su antojo. Es probable que podamos discutir sobre si la guerra justifica ciertos actos o no (a mí me parece que no), pero lo esencial radica en la capacidad del ser humano para cometer atrocidades sin cuento.
En la Yugoslavia posterior a Tito unos y otros, en algunos casos vecinos o conocidos, no dudaron en despellejarse vivos en un momento dado, bajo las excusa del nacionalismo, la religión o cualquier otra bobada.
No me cabe duda alguna de que una parte de nosotros, la humanidad, no tiene problema alguno en despellejar a la otra parte que no "piensa" como ella. No se trata de ideologías o religiones, la ideología o la fe es la excusa, se trata de algo consustancial a ciertos seres humanos, que aflora cuando las condiciones son las adecuadas.
El lector podrá creer tras lo escrito que se trata de determinismo puro. Nada más lejos de la realidad, salvo excepciones. En realidad, intuyo, que existen personas, hombres y mujeres, con cierta inclinación a la violencia, ejercida sobre otros seres humanos. Personas que encuentran en cualquier discurso incendiario, en una guerra o en un régimen que no respete los derechos humanos, una excusa perfecta para cometer una serie de tropelías sin cuento. Esas personas pueden ejercer una violencia de "baja intensidad", por ejemplo los judíos ortodoxos que persiguen, e insultan, a mujeres desconocidas por no observar las "normas de la decencia" en el vestido o una violencia extrema, como en París.
Tal vez, sólo tal vez, deberíamos hacernos a la idea de que existen personas, muchas, a lo mejor nosotros también figuramos entre ellas, que en el contexto "adecuado" son capaces de sacar algo que llevan dentro y que no resulta nada positivo para aquellos a los que consideran enemigos. Esas personas en nuestras sociedades occidentales no suelen tener ocasión de mostrar ese lado, salvo excepciones, pero si se da la ocasión no tendrán ninguna duda.
Es posible que el gran éxito de nuestra sociedad haya sido recluir la violencia de los ciudadanos gracias a unas leyes para todos, que se basan en la igualdad y el respeto a los derechos fundamentales (aunque luego dichas leyes se apliquen de aquella manera). Sin embargo, no debemos olvidar que siempre van a existir personas que, con cualquier excusa, van a cometer una carnicería. No olvidarlo nos convendría mucho, pues, aunque nos duela, no perderíamos en tiempo buscar justificaciones a actos execrables que, en el fondo, son fruto de la forma de entender el mundo de esas personas. De algo consustancial a ese individuo, que encuentra en la política, la fe o en lo que sea, la forma de dar sentido a algo que es innato suyo.
Se trata de algo tan simple como un hecho estadístico. Igual que existen personas desprendidas y maravillosas, existe un porcentaje de personas capaces de hacer el mal. Tan sencillo como eso.
Creo en las personas. Creo en el respeto hacia el prójimo. Pero también creo que no vivimos en un jardín de rosas y cuanto antes aceptemos que existe gente capaz de hacer mal con cualquier excusa, creo que nos irá bastante mejor. Nada es perfecto, pero en la imperfección existen cosas maravillosas.


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