miércoles, 18 de septiembre de 2024

LA CABINA

Rememoró la escena de La cabina en la que José Luis López Vázquez pide ayuda cuando le trasladan  en un camión dentro de la cabina de teléfonos en la que él está atrapado. Como respuesta a su angustiosa situación los transeúntes responden saludándole y jaleándole, generando una escena kafkiana en la que se mezclaba lo trágico con lo costumbrista. Sin embargo, él distaba mucho de ser el personaje que encarnaba el magnífico actor madrileño.
Cualquiera que le conociese afirmaría que nuestro hombre sólo tiene en común con el protagonista del mediometraje de Mercero un bigote, más acorde a la moda de tiempos pretéritos, algunos dirían que pertenece a una época en blanco y negro, que con las actuales tendencias estéticas. No existen más coincidencias. Sobra decir que nada tiene que ver su existencia con el hilo argumental de la genial obra. Su mundo no se encontraba constreñido al limitado espacio contenido entre unos cristales y una estructura metálica, que conforman un prisma en el que apenas se puede dar un paso; ni, por el momento, a ningún otro lugar acotado por muros, vallas o cualquier otro medio concebido para limitar la movilidad de persona alguna. Sus límites hasta ese momento siempre se han construido en función de sus propios prejuicios, tal vez aprendidos, tal vez generados sin necesidad de ningún aporte externo.
Nació en una familia bien de provincias, siendo el segundo de cuatro hermanos. Recibió una esmerada educación en los Maristas, donde coincidió con buena parte de los hijos de las familias importantes de la capital castellana en la que vivía. En realidad, desconocía si había recibido una buena educación, aunque él siempre había sido un buen estudiante, pero si poseía la certeza de que los contactos que hizo durante esos años de colegio e instituto, de una u otra forma, conformaron una red que le sirvió tanto para recibir favores, que se debían devolver si hubiera ocasión y necesidad, como de darlos, esperando recibir una compensación similar si precisase de ellos.  Todo ello bajo un corsé de apariencias, en las que la sobriedad en palabras y gestos, constituían un sello distintivo que, en cierta manera, servía para justificar ese estatus superior a la media de los habitantes de aquella localidad, capital de provincia, en la que el clasismo suponía algo tan consustancial a sus habitantes como el uso de gruesos abrigos para combatir el frío gélido del invierno.
No tuvo necesidad de abandonar la casa paterna para cursar los estudios universitarios de Economía, superados sin grandes dificultades, que le servirían para ponerse al frente de la empresa familiar, cuando su padre decidiese jubilarse. Aunque el marido de su hermana mayor, tuviese un cargo en la directiva de la compañía el peso de la misma siempre ha de recaer en un Martín de Buruaga,  primer apellido paterno, que llevaba cinco generaciones gestionando los intereses de la corporación familiar. 
Con veintiséis años se casó con Blanca Gutiérrez de Bocos, perteneciente a una familia de la burguesía de su misma ciudad, que. Familia que, como la suya, parecía haber fijado para su hija unos carriles sobre los que discurriría su vida, vinculado todo en torno a unos apellidos, que vertebraban aquello que de casa para afuera ocurría. Cuando se cerraba la puerta del hogar, u otras puertas de otros hogares, no existía esa necesidad de subrayar la pertenencia a una determinada familia y a una clase social que se otorgaba el derecho de representar y copar las diversas instituciones de la ciudad.
Germán, recibió muchas felicitaciones, no sólo por su enlace, sino también por la atractiva mujer con la que iba a compartir sus días, pero, para él, ese aspecto carecía de transcendencia. En realidad su verdadera preocupación era como iba a resultar la convivencia entre ambos, pues las uniones como la suya venían con el marchamo: para toda la vida. 
Todo discurrió por un camino, si no plácido, sí llevadero. Lo único que parecía no cumplir con todo lo previsto por los familias de los esposos resultaba lo más trascendentes para ellos: la descendencia. Parecía que Germán y Blanca no podían o no querían tener hijos, herederos. En las frecuentes reuniones familiares bien los abuelos, bien los padres, o ambos, se encargaban de recordar a la pareja, a veces de manera individual y otras de forma conjunta, lo importante que resultaba tener sucesores para las familias. Ni tan siquiera se molestaban en revestirlo con la necesidad que tienen los abuelos de disfrutar tiempo con los nietos para poner en práctica el macabro plan que no pudieron desarrollar con sus hijos: malcriarlos, dándoles todos los caprichos, defendiéndolos de las regañinas de sus padres y cualquier otra cosa que sus hijos ni imaginaban que podían hacer sus padres.
En algún momento indeterminado y difuso en la memoria, todo cobró un nuevo rumbo, como si la senda marcada desde el nacimiento para ambos se desvaneciera de manera lenta, pero irreversible. De manera progresiva las familias de ambos dejaron de preguntar o interesarse por la posible maternidad de ella, ocupando ese lugar los diversos nietos y bisnietos que iban apareciendo en la familia, fruto de las uniones de los hermanos de Germán y Blanca, con sus respectivas parejas. 
Llegado un momento, a los doce o trece años de matrimonio, a nadie pareció importarle el asunto, incluidos a los miembros del matrimonio, y estos pusieron todo su empeño en desarrollar su vida de la manera más plena posible. 
Germán tuvo alguna pareja ocasional, nada "serio" decía él a las personas que compartían su lecho, hasta que encontró a Fernando, de quien se enamoró como un adolescente, teniendo la suerte de ser correspondido. 
Blanca también también tuvo alguna relación ocasional, "hay que conseguir fuera lo que no se encuentra en casa" se decía, a las que añadía dos relaciones más largas. La primera duró cerca de un año y concluyó como lo hacen todas las relaciones, por el desgaste que produce aquello que no lleva a ninguna parte. La segunda, la actual, con Fernando, casualmente también se llamaba como la pareja de Sergio,ya había duplicado ese período de tiempo y parecía poseer todos los mimbres para seguir durante mucho tiempo. 
Ambos sabían de la existencia de los amantes de sus respectivas parejas, no por ellos, que habían pactado sin necesidad de palabras omitir todo aquello que ocurriese fuera del matrimonio, si no por el impulso que sentía cierta gente de su entorno, que solo pretendía sacar a sus amigos de la ignorancia. Aunque también podría hacerlo por la experiencia que produce proporcionar noticias desagradables, que pueden transmitir mucho dolor y sufrimiento; eso sí, siempre en nombre de la amistad. A veces resulta complicado discernir dónde comienza lo altruista y dónde lo mezquino.
Tras este primer paso de libertad consentida por ambos, algo volvió a moverse en esta ocasión hacia un abismo impensable.
Un domingo, tras la semanal comida familiar en casa de los padres de Blanca, ésta le propuso a Germán separarse de manera formal. En palabras de ella: "Poner negro sobre blanco lo que lleva tiempo ocurriendo en nuestro relación", porque "Quiero disfrutar de mi relación con Fernando mañana, tarde y noche". "Tú eres gay y tienes pareja, como yo. ¿Por qué no damos el paso y vivimos plenamente nuestras historias de amor o de lo que sea? Seamos felices", argumentó.
Él se sintió como Prometeo. Tras proporcionar el fuego de la tradición a la familia de ambos, ella le arrancaba el hígado, aunque aún desconocía si lo haría un día tras otros como ocurría en el mito.
Germán, tras el shock inicial, descartó esa posibilidad. No podía plantearse siquiera la opción de hacer pública su homosexualidad. "¿Te imaginas a un alcalde, a un maestro de los de toda la vida o a un empresario procedente de una familia bien reconociendo su homosexualidad en una capital de provincias como ésta? Imposible". 
Aunque él solo hubiese presentado una posibilidad, era plenamente consciente de que la respuesta podía contener dos variables posibles: en realidad sí importaba mantener las apariencias por su posición social o, también probable, el miedo que sentía ante la posibilidad de que en su círculo de relaciones se le señalase por su homosexualidad. O, lo más probable, podía existir una mezcla de ambas, no necesariamente repartidas de manera equitativa.
Ante la falta de respuesta a este argumento los dos permanecieron en silencio durante el resto de trayecto hasta casa y durante todo lo que restó de día.
Unos días después Blanca volvió a abordar el asunto en términos similares, logrando una nueva respuesta negativa de él. Obteniendo una respuesta idéntica las otras tres veces que ella le propuso el asunto durante el siguiente mes. 
Pasaron dos meses sin que ella le volviese a proponer, "por última vez", según sus palabras, una separación amistosa. "Yo no quiero nada", dijo. Por sexta vez él se mostró contrario a ningún tipo de arreglo, que implicase la disolución de su matrimonio. 
Unos días después, tras pasar la noche en un calabozo de la comisaría de Policía, se encontraba esperando sentencia. 
Todo resultaba kafkiano. Él, homosexual,  acababa de salir de la sala del juzgado, donde el abogado de su mujer y el fiscal habían pedido una orden de alejamiento de 50 metros y seis meses, junto con un pena de tres meses de trabajos a la comunidad, por haber vejado e injuriado a su pareja. Pena que estaba seguro le iban a imponer, porque la actual pareja de ella había corroborado que durante la última semana había sido testigo de como en dos ocasiones Germán se dirigía de manera inapropiada a Blanca, Lo más terrible de todo, es que él no podría destruir sus argumentos, pues en esos dos espacios temporales él si se encontraba con Fernando, pero con su amante, en un apartamento, que había adquirido hacía unos años, en un barrio de reciente creación, en el que habitaba su pareja extraoficial, pero real. Por nada del mundo quería hacer pública su homosexualidad. Prefería sufrir las consecuencias de una ley diseñada para perseguir la violencia de los hombres sobre la mujeres a hacer públicas sus preferencias sexuales. 
Ahora sí, no pudo evitar sentirse dentro de la cabina, aunque desconocía si se debía a la argucia utilizada por su futura exmujer, que le proporcionaría un lastre social difícil del que deshacerse, o a los usos y costumbres adquiridos en su entorno, que él  había perpetuado, dejándole indefenso ante esta falsa situación. 


martes, 10 de septiembre de 2024

LO ESENCIAL

Se abstrajo de la conversación una fracción de segundo y no pudo evitar dibujar una mínima sonrisa cuando consideró que todo lo realizado desde el principio, con  la única finalidad de satisfacer esa idea que le obsesionaba, devorándole con la pasión de aquello que resulta tan esencial como el aire que se respira, una y mil veces, por costumbre y por necesidad, había servido para cumplir un fin. Su fin único y primordial. Ahora, una vez satisfecho todo lo que anhelaba, se encontraba relajado ante ese momento, trágico y triunfal al mismo tiempo, de su existencia.

Había transcurrido mucho tiempo desde ese momento inicial, en el que comenzó a imperar la necesidad de saciar el deseo, que aún  sigue inserto en él, aunque de  manera más serena y asimilable, y no podía evitar sentir que todo lo ocurrido desde aquella época tan lejana había satisfecho todas sus expectativas. Poseía esa certeza. La certeza de saber que había tenido la capacidad de alcanzar lo más importante a lo que un ser humano puede aspirar en una sola vida. 

De manera inmediata, tras esa breve reflexión, volvió a atender el discurso de Elena, esperando no haber perdido ningún detalle importante de lo ella había dicho. 

- Cuando comenzamos esta aventura sólo éramos tú y yo. Casi nadie creía en nosotros. El desastre parecía ser nuestro único destino. Sin embargo, a pesar de los malos augurios, conseguimos crecer, aumentar el número de personas que se unió a nuestra causa, llegando a conformar una familia. ¿Te acuerdas Juan? - preguntó ella con la voz apagada.

- Nunca podré olvidarlo. Siempre tendré presente el día que te conocí - respondió él.

- ¿De verdad, Juan? Para mí resulta mucho más vívido el momento en que tuve mi primera experiencia, que compartí contigo, y como tú fuiste tremendamente comprensivo con todo aquello que sucedió - expresó Elena, mirando a su interlocutor con ternura.

- No albergo ninguna duda de que ese hecho creó entre nosotros un vínculo, diría que casi indestructible,  que dura hasta hoy en día - repuso ante la afirmación anterior realizada por parte de la mujer morena que seguía con la mirada fija en él. 

- Sí. Desde ese momento siempre hemos permanecido unidos, en pos de una empresa superior, que nos ha hecho mejores a nosotros y a todos aquellos que se han acercado a nuestra realidad - aseveró con una sonrisa enmarcada en sus labios carnosos pintados con una carmín de tono rojizo, que aún los hacían destacar más sobre esa cara delgada, tal vez en exceso.

- Catorce años han transcurrido desde ese momento y no me arrepiento de nada de lo que ha sucedido en todo este tiempo - apostilló Juan.

- Lo vi todo tan claro, que tras aquello supe a que iba a consagrar todos mis esfuerzos - afirmó con rotundidad, aún siendo su voz poco más que un hilo que se posaba con firmeza sobre aquella habitación donde se encontraban.

- Te conocía y no dudé que todo iba a ocurrir así - dijo él.

- Allí, frente a mí, se encontraba ella, la Virgen, invitándome a difundir su mensaje de amor. Hermosa, joven, transmitiendo la felicidad que falta a mucha gente en este mundo porque se han olvidado de creer y de vivir - explicó Elena, mientras un gesto de placidez se enseñoreaba de su rostro.

- Ese día cambió todo para nosotros - confirmó, asintiendo con mientras se mesaba su pelo cortado al cero para intentar ocultar una incipiente calvicie.

- En un principio apenas nadie creyó  en el mensaje que la madre de nuestro Señor me transmitió, pero ambos sabíamos que nuestro camino se encontraba marcado por esa aparición y por las posteriores, en las que me detalló progresivamente lo que debía transmitir a todo aquel que quisiera escuchar la Verdad - rememoró ella con la emoción de quien ha consagrado, de manera altruista, parte de su vida a un objetivo puro.

- Por suerte ese tesón sirvió para que se incrementara significativamente el número de seguidores de la buena nueva, hasta llegar a conformar la comunidad que hoy somos - detalló con su voz grave.

- En realidad, pienso que sin la intercesión de nuestra Sagrada Madre y tu habilidad para gestionar todo lo que ha ido ocurriendo; lidiando con los medios de comunicación incrédulos, que nos tildaban de estafadores o la gestión económica que nos ha permitido comprar un lugar donde reunirnos todos aquellos que compartimos el mensaje - agradeció sinceramente.

- Mi papel ha consistido en situarme junto a ti, para facilitar que puedas transmitir a la humanidad todo aquello que sientes y percibes - contestó con modestia el aludido.

- Aunque sé que la Virgen te ha puesto a mi lado para llevar a cabo su misión, creo que debo agradecerte todo lo que has hecho. Conseguir comprar esta finca, transmitir la Palabra por toda España, consiguiendo en todos los lugares a los que íbamos hoteles de calidad para alojarnos, a la par que te encargabas de alquilar locales para transmitir todo aquello que debe ser conocido, junto con las donaciones que has conseguido para construir el pequeño santuario donde adorar a nuestra bienhechora y otras muchas cosas que serían largas de contar-  contestó ella con un tono de voz que expresaba fatiga.

- Ahora debes descansar, se te nota agotada. El médico, del que reniegas, te ha recomendado que no realices demasiados esfuerzos y creo que, al menos en este caso, deberías seguir sus indicaciones - argumentó Juan con un tono que entremezclaba firmeza y dulzura en su voz.

- Sí, me encuentro cansada. Pero quiero agradecerte especialmente que me respetases, que solo tuvieses un interés en aquello que se debe transmitir, en el mensaje de amor de nuestra Madre. Has sido capaz de hacerlo incluso en aquellos momentos en los que se me presentaba Nuestra Señora y en los días posteriores, en los que me encontraba tan débil y, en ocasiones, confusa. Es en esos momentos en los que te sentía más cerca de mí, cuando más indefensa me sentía. ¡Gracias de todo corazón!-  respondió la mujer,cuyo rostro delataba un alto nivel de cansancio.

- No debes darlas. Duerme, es lo que necesitas. Ahora te traigo la infusión que tomas todas las noches y luego intenta descansar el mayor tiempo posible- dijo mientras se levantaba de la silla en la que se encontraba sentado mientras había discurrido toda la conversación. 

Mientras atravesaba la puerta, camino de la cocina, creyó escuchar de nuevo la palabra gracias.

Una vez solo, tras introducir una taza con agua en el horno microondas, procedió a aplastar una pastilla con la parte convexa de una cuchara sopera. Una rutina más, implantada desde hace semanas, como su infusión nocturna, su compañía o, dentro de no mucho, su ausencia.

Un pequeño sonido procedente del electrodoméstico indicó que ya habían transcurrido los dos minutos que había programado para que se calentase el líquido, procediendo a abrir la puerta y posar el recipiente sobre una mesa. Introdujo una bolsita, que contenía la infusión favorita de Elena, en el hirviente fluido, junto con los restos del fármaco que había reducido casi a polvo, moviéndolo con una cucharilla de café hasta conseguir que no se apreciase resto alguno de la desmenuzada sustancia blanquecina que hasta hace poco era un comprimido redondo.

en el trayecto de vuelta a la habitación donde se encontraba ella, con la humeante taza en la mano, pensó en cuán diferentes resultan las historias según quién las cuente. Él siempre había permanecido a su lado, incluso cuando los padres de Elena le advirtieron de su enfermedad mental, que le provocaba delirios con cierta frecuencia. Visiones que, con el paso del tiempo se convirtieron en recurrentes, girando todas sobre apariciones marianas, transmitiéndole mensajes que debía difundir al resto de la humanidad. Esta ciclópea misión se había convertido en el eje de la vida de esa mujer que ahora yacía exhausta  en la cama de la habitación a la que estaba a punto de llegar. Pronto advirtió que la única posibilidad de que ambos siguiesen juntos residía en compartir esa empresa. Él la amaba como solo resulta posible amar una vez en la vida, y hubiese hecho cualquier cosa por poder compartir cada día de su vida con ella. 

No le importaba cuidarla tras los episodios psicóticos en los que creía ver a la Virgen, asegurándose de que tomase la medicación, añadida a la ya habitual, que debía ingerir tras estas crisis. En el fondo, solo se trataba de añadir más fármacos de los habituales a las infusiones.

Como había dicho Elena, siempre la había respetado, jamás había intentado traspasar la línea carnal en su relación. Con la mera presencia de esa mujer en su vida le resultaba suficiente. Poderla ver, compartir ambos su tiempo, hablar desde la mañana hasta la noche. Pero ahora todo iba a mudar a un lugar desconocido, que quería apartar de su mente. Se limitaba a dejarse llevar, haciendo. Haciendo como ahora que acababa de aplastar ese comprimido de morfina que buscaba evitar el sufrimiento de su persona amada. Resultaba paradójico que esas alucinaciones marianas, que habían contribuido a poder estar junto a ella, ahora los, de manera inapelable los iba a separar. Cuando hace unos dos meses a Elena la diagnosticaron un tumor que se había extendido por varias partes de su cuerpo, ella había rehusado cualquier tipo de tratamiento médico y había confiado su sanación a la Madre de Dios, que la había guiado durante estos últimos años. Para él no había posibilidad de revertir esta decisión. Se limitaba a suministrarle sedantes, que conseguía a través de uno de los hermanos de la congregación, para evitar el dolor, que, por el momento, no parecía manifestarse de manera significativa.

Sabía que en unos días, como mucho dos o tres semanas, se despediría para siempre de ella y de todo lo que había constituido su día a día durante los últimos años. Abandonaría la congregación, alegando vagos motivos, sin aclarar la realidad: todas las apariciones eran el fruto de una enfermedad psiquiátrica de ella. No quería mancillar el nombre de esa persona a la que amaba y seguiría amando. No le importaba todo aquel pequeño imperio que había creado para que ella pudiese ver cumplido su cometido y para que él tuviese la oportunidad disfrutar de ella cada día. 

Cuando abrió la puerta del cuarto se difuminaron todos esos pensamientos. Miró hacia Elena, que tenía los ojos cerrados, y se quedó contemplándola de esa manera que solo pueden hacer aquellos que poseen la  consciencia de haber tenido la suerte en su vida de disfrutar de lo esencial para darla sentido.