martes, 10 de septiembre de 2024

LO ESENCIAL

Se abstrajo de la conversación una fracción de segundo y no pudo evitar dibujar una mínima sonrisa cuando consideró que todo lo realizado desde el principio, con  la única finalidad de satisfacer esa idea que le obsesionaba, devorándole con la pasión de aquello que resulta tan esencial como el aire que se respira, una y mil veces, por costumbre y por necesidad, había servido para cumplir un fin. Su fin único y primordial. Ahora, una vez satisfecho todo lo que anhelaba, se encontraba relajado ante ese momento, trágico y triunfal al mismo tiempo, de su existencia.

Había transcurrido mucho tiempo desde ese momento inicial, en el que comenzó a imperar la necesidad de saciar el deseo, que aún  sigue inserto en él, aunque de  manera más serena y asimilable, y no podía evitar sentir que todo lo ocurrido desde aquella época tan lejana había satisfecho todas sus expectativas. Poseía esa certeza. La certeza de saber que había tenido la capacidad de alcanzar lo más importante a lo que un ser humano puede aspirar en una sola vida. 

De manera inmediata, tras esa breve reflexión, volvió a atender el discurso de Elena, esperando no haber perdido ningún detalle importante de lo ella había dicho. 

- Cuando comenzamos esta aventura sólo éramos tú y yo. Casi nadie creía en nosotros. El desastre parecía ser nuestro único destino. Sin embargo, a pesar de los malos augurios, conseguimos crecer, aumentar el número de personas que se unió a nuestra causa, llegando a conformar una familia. ¿Te acuerdas Juan? - preguntó ella con la voz apagada.

- Nunca podré olvidarlo. Siempre tendré presente el día que te conocí - respondió él.

- ¿De verdad, Juan? Para mí resulta mucho más vívido el momento en que tuve mi primera experiencia, que compartí contigo, y como tú fuiste tremendamente comprensivo con todo aquello que sucedió - expresó Elena, mirando a su interlocutor con ternura.

- No albergo ninguna duda de que ese hecho creó entre nosotros un vínculo, diría que casi indestructible,  que dura hasta hoy en día - repuso ante la afirmación anterior realizada por parte de la mujer morena que seguía con la mirada fija en él. 

- Sí. Desde ese momento siempre hemos permanecido unidos, en pos de una empresa superior, que nos ha hecho mejores a nosotros y a todos aquellos que se han acercado a nuestra realidad - aseveró con una sonrisa enmarcada en sus labios carnosos pintados con una carmín de tono rojizo, que aún los hacían destacar más sobre esa cara delgada, tal vez en exceso.

- Catorce años han transcurrido desde ese momento y no me arrepiento de nada de lo que ha sucedido en todo este tiempo - apostilló Juan.

- Lo vi todo tan claro, que tras aquello supe a que iba a consagrar todos mis esfuerzos - afirmó con rotundidad, aún siendo su voz poco más que un hilo que se posaba con firmeza sobre aquella habitación donde se encontraban.

- Te conocía y no dudé que todo iba a ocurrir así - dijo él.

- Allí, frente a mí, se encontraba ella, la Virgen, invitándome a difundir su mensaje de amor. Hermosa, joven, transmitiendo la felicidad que falta a mucha gente en este mundo porque se han olvidado de creer y de vivir - explicó Elena, mientras un gesto de placidez se enseñoreaba de su rostro.

- Ese día cambió todo para nosotros - confirmó, asintiendo con mientras se mesaba su pelo cortado al cero para intentar ocultar una incipiente calvicie.

- En un principio apenas nadie creyó  en el mensaje que la madre de nuestro Señor me transmitió, pero ambos sabíamos que nuestro camino se encontraba marcado por esa aparición y por las posteriores, en las que me detalló progresivamente lo que debía transmitir a todo aquel que quisiera escuchar la Verdad - rememoró ella con la emoción de quien ha consagrado, de manera altruista, parte de su vida a un objetivo puro.

- Por suerte ese tesón sirvió para que se incrementara significativamente el número de seguidores de la buena nueva, hasta llegar a conformar la comunidad que hoy somos - detalló con su voz grave.

- En realidad, pienso que sin la intercesión de nuestra Sagrada Madre y tu habilidad para gestionar todo lo que ha ido ocurriendo; lidiando con los medios de comunicación incrédulos, que nos tildaban de estafadores o la gestión económica que nos ha permitido comprar un lugar donde reunirnos todos aquellos que compartimos el mensaje - agradeció sinceramente.

- Mi papel ha consistido en situarme junto a ti, para facilitar que puedas transmitir a la humanidad todo aquello que sientes y percibes - contestó con modestia el aludido.

- Aunque sé que la Virgen te ha puesto a mi lado para llevar a cabo su misión, creo que debo agradecerte todo lo que has hecho. Conseguir comprar esta finca, transmitir la Palabra por toda España, consiguiendo en todos los lugares a los que íbamos hoteles de calidad para alojarnos, a la par que te encargabas de alquilar locales para transmitir todo aquello que debe ser conocido, junto con las donaciones que has conseguido para construir el pequeño santuario donde adorar a nuestra bienhechora y otras muchas cosas que serían largas de contar-  contestó ella con un tono de voz que expresaba fatiga.

- Ahora debes descansar, se te nota agotada. El médico, del que reniegas, te ha recomendado que no realices demasiados esfuerzos y creo que, al menos en este caso, deberías seguir sus indicaciones - argumentó Juan con un tono que entremezclaba firmeza y dulzura en su voz.

- Sí, me encuentro cansada. Pero quiero agradecerte especialmente que me respetases, que solo tuvieses un interés en aquello que se debe transmitir, en el mensaje de amor de nuestra Madre. Has sido capaz de hacerlo incluso en aquellos momentos en los que se me presentaba Nuestra Señora y en los días posteriores, en los que me encontraba tan débil y, en ocasiones, confusa. Es en esos momentos en los que te sentía más cerca de mí, cuando más indefensa me sentía. ¡Gracias de todo corazón!-  respondió la mujer,cuyo rostro delataba un alto nivel de cansancio.

- No debes darlas. Duerme, es lo que necesitas. Ahora te traigo la infusión que tomas todas las noches y luego intenta descansar el mayor tiempo posible- dijo mientras se levantaba de la silla en la que se encontraba sentado mientras había discurrido toda la conversación. 

Mientras atravesaba la puerta, camino de la cocina, creyó escuchar de nuevo la palabra gracias.

Una vez solo, tras introducir una taza con agua en el horno microondas, procedió a aplastar una pastilla con la parte convexa de una cuchara sopera. Una rutina más, implantada desde hace semanas, como su infusión nocturna, su compañía o, dentro de no mucho, su ausencia.

Un pequeño sonido procedente del electrodoméstico indicó que ya habían transcurrido los dos minutos que había programado para que se calentase el líquido, procediendo a abrir la puerta y posar el recipiente sobre una mesa. Introdujo una bolsita, que contenía la infusión favorita de Elena, en el hirviente fluido, junto con los restos del fármaco que había reducido casi a polvo, moviéndolo con una cucharilla de café hasta conseguir que no se apreciase resto alguno de la desmenuzada sustancia blanquecina que hasta hace poco era un comprimido redondo.

en el trayecto de vuelta a la habitación donde se encontraba ella, con la humeante taza en la mano, pensó en cuán diferentes resultan las historias según quién las cuente. Él siempre había permanecido a su lado, incluso cuando los padres de Elena le advirtieron de su enfermedad mental, que le provocaba delirios con cierta frecuencia. Visiones que, con el paso del tiempo se convirtieron en recurrentes, girando todas sobre apariciones marianas, transmitiéndole mensajes que debía difundir al resto de la humanidad. Esta ciclópea misión se había convertido en el eje de la vida de esa mujer que ahora yacía exhausta  en la cama de la habitación a la que estaba a punto de llegar. Pronto advirtió que la única posibilidad de que ambos siguiesen juntos residía en compartir esa empresa. Él la amaba como solo resulta posible amar una vez en la vida, y hubiese hecho cualquier cosa por poder compartir cada día de su vida con ella. 

No le importaba cuidarla tras los episodios psicóticos en los que creía ver a la Virgen, asegurándose de que tomase la medicación, añadida a la ya habitual, que debía ingerir tras estas crisis. En el fondo, solo se trataba de añadir más fármacos de los habituales a las infusiones.

Como había dicho Elena, siempre la había respetado, jamás había intentado traspasar la línea carnal en su relación. Con la mera presencia de esa mujer en su vida le resultaba suficiente. Poderla ver, compartir ambos su tiempo, hablar desde la mañana hasta la noche. Pero ahora todo iba a mudar a un lugar desconocido, que quería apartar de su mente. Se limitaba a dejarse llevar, haciendo. Haciendo como ahora que acababa de aplastar ese comprimido de morfina que buscaba evitar el sufrimiento de su persona amada. Resultaba paradójico que esas alucinaciones marianas, que habían contribuido a poder estar junto a ella, ahora los, de manera inapelable los iba a separar. Cuando hace unos dos meses a Elena la diagnosticaron un tumor que se había extendido por varias partes de su cuerpo, ella había rehusado cualquier tipo de tratamiento médico y había confiado su sanación a la Madre de Dios, que la había guiado durante estos últimos años. Para él no había posibilidad de revertir esta decisión. Se limitaba a suministrarle sedantes, que conseguía a través de uno de los hermanos de la congregación, para evitar el dolor, que, por el momento, no parecía manifestarse de manera significativa.

Sabía que en unos días, como mucho dos o tres semanas, se despediría para siempre de ella y de todo lo que había constituido su día a día durante los últimos años. Abandonaría la congregación, alegando vagos motivos, sin aclarar la realidad: todas las apariciones eran el fruto de una enfermedad psiquiátrica de ella. No quería mancillar el nombre de esa persona a la que amaba y seguiría amando. No le importaba todo aquel pequeño imperio que había creado para que ella pudiese ver cumplido su cometido y para que él tuviese la oportunidad disfrutar de ella cada día. 

Cuando abrió la puerta del cuarto se difuminaron todos esos pensamientos. Miró hacia Elena, que tenía los ojos cerrados, y se quedó contemplándola de esa manera que solo pueden hacer aquellos que poseen la  consciencia de haber tenido la suerte en su vida de disfrutar de lo esencial para darla sentido. 

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