domingo, 15 de junio de 2025

HABLEMOS, INCLUSO DE EDUCACIÓN (II)

En la entrada anterior comentamos la importancia del entorno para el adecuado desarrollo del alumno. Obvié hablar de aspectos como la adolescencia y, en ocasiones, sus consecuencias en la motivación del alumno hacia todo lo referido a la Educación. De igual manera, no me adentré en cuestiones como el absentismo escolar, que, por experiencia personal, sé que en determinados colectivos constituye una constante. por no alargar en demasía  la entrada. No constituyendo, hoy tampoco, el objetivo de este post.

El tema que abordaré en esta ocasión es uno que a muchos profesionales de la Educación nos preocupa: el sobrediagnóstico.

¿Qué entiendo por sobrediagnósitico? Este concepto hace  referencia al gran número de niños, alumnos, que tienen un diagnóstico,  recogido en el manual diagnóstico y estadístico DSM-5, realizado por un profesional. Hasta aquí todo normal, pues todo se rige por unos patrones iguales para todos. Pues sí, pero no. Para explicarlo voy a contar una breve historia personal.

Hace unas semanas mi padre ingresó en un hospital con una más que posible neumonía, pero, el médico me dijo que tenían que realizar un cultivo para determinar que bactería lo había provocado y asegurarse. En efecto, tras realizar un cultivo, tuvieron la certeza objetiva de que un neumococo había causado la enfermedad. ¿Y esa misma certeza objetiva no ocurre en cuando los profesionales utilizan el DSM-5?  Pues, desgraciadamente, no. Puedo contar casos de alumnos diagnosticados por distintos profesionales de manera diferente ante un mismo hecho. El de profesionales de la medicina o de la psicología cuyo índice de alumnos con TDAH diagnosticados es asombrósamente alto (recuerdo uno en un curso al que acudí que alardeaba de ser el segundo profesional de la sanidad que más casos de TDAH diagnosticaba y tras asistir a sus charlas no me extrañó). De igual manera es vox populi el elevado número de alumnos que son considerados niños con trastorno del espectro autista. Uno recuerda a Ángel Rivière, que en paz descanse, hablando del continuum que suponía el autismo, pero para algunos no se trata de un continuum, más bien lo han convertido en un totum revolutum. 

Tal vez cuando Leo Kanner, a mediados del siglo pasado, hizo referencia, por primera vez en la historia, a unas personas con unas características determinadas, autistas, apuntó a unos conceptos rígidos y a un tipo de patología severa, pero de ahí a lo de ahora hay un tramo muy extenso.

¡Ojo! No estoy diciendo que no existan personas con TDAH, TEA o cualquier otra patología, lo que defiendo es que al no existir una prueba objetiva, alguien puede diagnosticar a un niño con un TEA y otro profesional pueda decir que, por el momento, sólo puede considerar que tiene un retraso en la adquisición del habla. 

Hasta aquí la exposición de un hecho, pero no su explicación, que resulta crucial para compernder y abordar el problema. Así, a vuelapluma, se me ocurren tres causas fundamentales, que no resultan excluyentes:

- Considerar al individuo como un ente aislado.

- La necesidad de diagnóstico a toda costa por parte de algunos profesionales.

- Cuestión económica.

El primer apartado puede retrotaernos a la entrada anterior si tenemos en consideración la importancia del entorno, de la familia, en especial a tempranas edades. Para ilustrarlo voy a utilizar un ejemplo.

Imagine el lector que una persona anciana que vive en una residencia ingresa 4 o 5 veces con neumonía en un hospital en un período de tiempo breve, pongamos tres meses. Los médicos se pueden plantear que ocurre en el organismo de esa persona para infectarse continuamente y hacer un estudio  exhaustivo al paciente o también pueden considerar que en el lugar donde vive esa persona hay un problema que lleva a ese paciente a ingresar en el hospital con frecuencia. Una hipótesis no invalida a la otra; solo se trata de buscar una respuesta a un hecho. Pues bien, una parte de los profesionales que diagnostican a nuestros niños optan por la primera hipótesis: el estudio exhaustivo del paciente. Lo cual, de manera impepinable, conlleva poner una etiqueta, dar un diagnóstico. 

¿Cambia esto algo? Por lo general, no. Al contrario, pone una etiqueta al niño, que, en muchos casos, no le va a favorecer. Y, por mi experiencia, la medicación, en un número significativo de niños, pasado el momento incial, no varía la conducta de estos niños, en especial los que tienen ciertas caracaterísticas. 

 ¿Cambia el entorno del niño, que con ciera frecuencia es el generador de ese tipo de problemas o el acrecentador de los mismos? Misma respuesta: por lo general, no. Es más ese entorno ya puede tener, no digo que sea siempre, ni mucho menos, una excusa para no variar nada, porque es una cosa interna del niño.

Por supuesto, existen profesionales que, casualmente, detectan en un gran porcentaje de los niños que pasan por sus manos algún trastorno, por lo general, siempre el mismo, y que arrastran una cierta fama entre los profesionales de la  Educación de la zona. Por ejemplo uno que conocí en un curso sobre niños e hiperactividad, impartido por el mismo, que alardeaba de ser uno de los profesionales que más niños había diagnosticado de TDAH en España, se encontraba, según el, en el podio (no voy a decir en qué lugar, por no dar más pistas), ejerciendo su labor en una localidad que no se encuentra entre las 35 ciudades más pobladas de España. Podría poner algún otro ejemplo, pero este, por ilustrativo y porque sé que entre sus propios compañeros médicos, algunos con la misma especialidad, tiene una fama horrible, resulta suficiente.

Sobre el último punto: la cuestión económica reflejar que se mueve mucho dinero en este mundo. Desde laboratorios farmacéuticos, que venden mucho metilfedinato, por ejemplo, bajo ciertos nombres comerciales, hasta, por lo que yo veo en mi entorno próximo, profesionales ajenos al sistema educativo y al sistema público, que tienen ahí un nicho de trabajo, en  muchas ocasiones pagados con las becas anuales del MEC de ayuda a los niños con NEE, y que, en ocasiones, realizan una labor que poco o nada ayuda a que haya una línea única de trabajo con el niño, creando incluso tensiones con los centros educativos. Me viene una anécdota a ese respecto sobre un centro de estudios cuyo diagnósticos defienden que si en un test tiene problemas en algún aspecto, lo relaciona con un áreas cerebral y su mal funcionamiento. Así, sin TAC, resonancias ni na de na. Por mis coj... morenos. 

Uno recuerda cuando empezó a estudiar Magisterio y cuando comencé Psicopedagogía, lo diferente que veían dos profesionales un mismo problema. Cuando yo comencé a formarme como maestro existía, y existe, una cosa llamada Dificultades de Aprendizaje. En los lejanos 90 se atribuía a algo denomina disfunción cerebral mínima. ¿Qué era eso? Nadie lo sabía, pero hacía que muchos niños, en especial en EEUU, tuvieran que recibir una atención especial.

En el 2000, estudiando Psicopedagogía, ya con experiencia laboral, di con dos grandísimos profesores, Jesús Sánchez y José Orrantia. Éste último nos explicó que esas dificultades de aprendizaje producidas por una disfunción cerebral mínima, se habían convertido, sobre todo en EEUU, en un grandísimo negocio: desde editorial,  tanto de experto como de materiales específicos, como de profesionales y entidades. Lo que demuestra que no hay nada nuevo bajo el Sol.

Me gustaría concluir esta entrada, creo que habrá al menos otra, haciendo referencia a que el diagnóstico clínico no debe ser lo que debe guíar nuestra labor. Como desde principios de la década de los 80, informe Warnock, queda reflejado, lo importante son las necesidades educativas y para intentar dar respuesta a esas necesidades debemos trabajar, con el apoyo de todos los implicados en el proceso: desde la inspección a las familias, pasando por equipos directivos, orientadores, ATEs, PT, AL, tutores, especialistas. Si alguno de los pilares sobre los que se asienta ese trabajo falla, habrá un problema a medio/largo plazo.

Un saludo.


domingo, 1 de junio de 2025

HABLEMOS, INCLUSO DE EDUCACIÓN (I)

 El asunto la Educación resulta complejo, a la par que sencillo, al menos para algunos, posiblemente los que menos conocen el tema.

Comencemos por hablar sobre las reformas educativas. Las manidas reformas legislativas sólo suponen un mayor papeleo para el docente y pocos cambios reales. Tal vez, la única que cambió cosas sustanciales fue la Ley Wert, que, por desgracia, fue un intento de traspasar el sistema estadounidense a nuestro país. Digo por desgracia, porque, como se puede ver en los informes internacionales, no es uno de los mejores en sus etapas iniciales.

Para que nos hagamos una idea de la similitud de las leyes, uno de los aspectos fundamentales, el aprendizaje por competencias, no ha variado en  las últimas tres leyes, entre otras cosas porque viene impuesto desde Europa.

Otra prueba de ello, si usted no se dedica a la docencia puede comprobarlo, la actual ley son correcciones sobre la anterior. Aquí se puede consultar el enlace, publicado en el BOE, donde se puede comprobar que muchos artículos quedan igual o con leves correcciones, a veces lo que cambia es el nombre.

https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-2020-17264

Quizás conocer esto evite confusiones como la que tenía un amigo mío, de una determinada tendencia política, que un día que estábamos tomando una cerveza, y le intentaba explicar esto, me preguntó sobre lo que separara a PSOE y PP en el ámbito educativo, además del asunto de la Memoria Histórica. Debo reconocer que, tras el estupor inicial, comprendí lo que hacen los partidos políticos, mejor dicho los medios de comunicación afines, para atraer tropa a las urnas. A unos y  otros sólo les importa el tema educativo para captar votantes, tal vez por eso nunca consultan a los docentes que estamos a pie de obra. 

Una  vez aclarado este punto creo conveniente abordar otro aspecto crucial: el discurso de los ideólogos educativos, que se puede identificar con muchos pedagogos, psicólogos y demás seguidores. Personas que, en su gran mayoría, la última vez que pisaron un aula de Educación Infantil, Primaria o Secundaria fue en los gloriosos tiempos de aquel caudillo lusitano de nombre Viriato. 

La gran mayoría de ellos parten de los postulados de Rousseau, el ser humano siempre es bueno por naturaleza, siendo la sociedad la que le corrompe. Además, en determinadas etapas no se deben enseñar demasiados conocimientos, no siendo que se gripe el cerebro, mostrándose el aprendizaje por descubrimiento como el mejor medio para ir ampliando sus conocimientos. Todo muy bonito sobre el papel, pero, resulta, que como el ginebrino hizo con sus hijos, cuando se trata de llevar a cabo lo que se plantean, ellos se encuentran lejos, haciendo bueno ese refrán castellano que reza: Una cosa es predicar y otra dar trigo.

Además de este "pequeño" defectillo, estos teóricos tienen un segundo fallo, en este caso por omisión. Omiten, quién lo iba a decir, que el propio Rousseau habla de la sociedad como corruptora, esta palabra es de cosecha propia, de los niños. Es decir, el propio filósofo reconoce el papel fundamental que el entorno de los pequeños tiene para ellos y para su desarrollo. ¿Por qué estos tipos no lo suelen reconocer?  Voy a aventurar una respuesta.

Mi hipótesis gira en torno al hecho de que si se empezara a considerar que existen familias que no constituyen el entorno ideal para los niños, y no hablo sólo de lo que  eufemísticamente se denomina familias desestructuradas, parte del chollo de esa gente se iría al garete. La superioridad moral vende, y no exclusivamente para conseguir dinero, también para adquirir estatus, en especial entre una serie de personas de ideal progresista. Sin embargo, este planteamiento falsea la realidad y, sobre todo, hace flaco favor a los niños y, de paso, a los docentes. 

Considerar que lo que ocurre  dentro del aula resulta lo único que se debe valorar retrata a toda un serie de iluminados con despacho, y a sus acólitos, como personajes o bien indocumentados o bien siniestros.

El niño no se deja el cerebro, sus experiencias previas, el estilo de aprendizaje de sus padres, el interés o desinterés  de ellos por él y todo aquello bueno o malo que le afecta en sus hogares; como tampoco lo hacemos los adultos cuando tenemos problemas. Un niño que no recibe atención por parte de los padres, incluso en aspectos tan básicos como la higienes, o que recibe un nivel de exigencias excesivas o que está sobreprotegido y no le han impuesto unas mínimas normas en su casa, por mucho que se trabaje con él, por lo general va a tener problemas en el aula. Algún iluminado repondrá que ese es el trabajo del docente. Pues sí, pero, por supuesto, no. Me explico.

El trabajo del docente radica en que todos los niños aprendan por igual, pero existen variables sobre las que no tienen control, por ejemplo los padres. Y es aquí donde los teóricos de la Educación no quieren saber nada, a pesar, de que defiendan que la primera institución socializadora de la gran mayoría de nosotros es la familia. Y es también aquí donde no admiten un fenómeno que les resulta muy excitante, pero sólo si se aplica a los niños: la diversidad. La igual que existe diversidad dentro de las aulas, también existe diversidad entre las familias, constituyendo algunas de ellas un freno para el completo desarrollo de sus hijos y para llegar a esta conclusión no resulta necesario ejercer la docencia ni tener muchos años de  experiencia como enseñante. 

¿Estoy diciendo que como existen familias que  dificultan que sus hijos consigan alcanzar el máximo no se debe trabajar con esos niños? Al contrario. Lo que intento defender es que la Escuela no constituye un ente cerrado y que, al igual que hay esforzarse por enseñar a los niños, las influencias externas, que deberían apoyar en la labor de crecimiento de los niños a los docentes, a veces resulta crucial. Por ello, resulta trascendental en ciertos casos, no anecdóticos, trabajar con esos padres para incidir sobre sus hábitos negativos y mejorar lo que le ofrecen a sus hijos. Por supuesto, cuando hablo de incidir sobre la conducta de los padres no me refiero a dar una charlita, de esas que dan los gurús, si no a implicar a los Servicios Sociales externos a la Escuela, que, en casos extremos, podrían llegar a poner en conocimiento de un juez de menores la situación  de los niños, para que este adopte, si lo cree oportuno, las medidas necesarias.

Alguien podrá alegar que he ingerido algún tipo de psicotrópico. No es el caso. Pero, con más de treinta años de experiencia docente, no conozco mejor medida. Se ha demostrado que las medidas de los pedagogos no sirven, y no por incapacidad de los docentes (al menos de la gran mayoría), si no por irreales, como la gran mayoría de sus planteamientos educativos. 

No, no se puede cargar todo en el debe del docente, porque este planteamiento sólo sirve para falsear la realidad y porque denota un desconocimiento absoluto de lo que nos mueve a la mayoría de los que nos dedicamos a enseñar. Para nosotros, cuando un alumno aprende es un orgullo, en especial si vemos que al principio presentaba problemas, porque sabemos que nuestro trabajo está bien hecho. Nuestra labor se parece a la del artesano, intentándonos adaptar a las necesidades de los chavales y su éxito es nuestro éxito. Lo siento, sé que esto jode a mucha gente: pedabobos, periodistas que hablan  de Educación sin tener ni idea, personas que consideran que nuestras vacaciones son excesivas, pero sabéis, yo, que me dedico a los niños que tienen más dificultades, cuando consigo que un niño aprenda a leer o que un niño TEA tenga curiosidad por su mundo, me siento la persona más feliz del mundo.

Una parte de los referidos anteriormente, pedabobos, periodistas que van de progresistas y gente que se deja atraer por unos y otros, realizan una labor de zapa enorme contra los alumnos que presentan más problemas y contra la Educación comprensiva (la que quiere que todos los niños aprendan lo mismo, nivelando sus conocimientos y, teóricamente, sus posibilidades en el futuro). Cuando presentan datos sobre el nivel socioeconómico y su relación con el fracaso escolar, siempre culpan a la Escuela, pero nunca al entorno externo. Parece que si son pobres los niños tienen menos apoyo por parte del sistema educativo. Mentira. Más bien al contrario, suelen recibir refuerzos educativos, becas más cuantiosas... ¿Entonces? Entonces volvemos a lo anterior, la diversidad de las familias, sus expectativas, su visión de la vida y de lo prioritario en esto, su capacidad de educar a sus hijos... 

Igual que hacen cuando culpan a los docentes del fracaso escolar, analizando una sola variable del total, cuando hablan de pobreza y de fracaso escolar, optan por una sola variable para explicar todo y eso, querido lector, sólo demuestra una cosa, o dos: los que no quieren abordar el problema en toda su complejidad o bien se enmarcarían en lo que podemos entender como personas siniestras o bien son unos imbéciles o, también plausible, resulta que comparten características de ambas cosas a la vez.

Me estoy alargando en exceso. Quiero abordar otros temas como la farsa de no aprender,  la respuesta institucional al fracaso escolar, el sobrediagnóstico o la mala preparación inicial de los profesionales, pero esto será en la próxima o en las próximas entradas.

Un saludo.