lunes, 14 de marzo de 2016

ABORDAR EL VACÍO

 Where do I take this pain of mine?
I run but it stays right by my side
So tear me open
Pour me out
There's things inside that scream and shout
And the pain still hates me
So hold me until it sleeps.

(¿A dónde llevo este dolor mío? 
Corro, pero se queda a mi lado 
Entonces ábreme un tajo, derrámame 
Hay cosas dentro que gritan y aúllan 
Y el dolor aún me odia 
Así que abrázame, hasta que se duerma.)
Until it sleeps Metallica


Hace un par de semanas hablábamos una amiga, psicóloga para más señas, y yo sobre la necesidad que tiene mucha gente de poner remedio cuanto antes al dolor psicológico. Ambos, ella con más fundamento científico que yo, pensábamos que el dolor debido a un suceso trágico es consustancial al hecho y madurarlo, cada uno a su manera, forma parte de la vida. Entre otras cosas porque si no lo maduras nunca serás capaz de llevarlo en tu bagaje vital y de convivir con ello con total normalidad. 
De igual manera coincidíamos que este tipo de dolor, de duelo, debe durar un tiempo, depende de cada persona. A partir de un determinado momento, no explicitado en sitio alguno, en que ese sufrimiento no parece encauzarse en modo alguno, esa persona sí puede necesitar ayuda para asimilar su pérdida, que en todo caso forma parte del proceso de vivir. Perder y ganar personas, relaciones, amistades, incluso posesiones materiales, forma parte del proceso de vivir. Por tanto, superar estos problemas también debe formar parte de la existencia de todos y cada uno de nosotros.
En realidad resulta muy fácil decirlo, pero mucho más difícil vivirlo. Os voy a contar como alguien, que conoce todos esos procesos, puede vivir uno de esos hechos luctuosos, para demostraros lo distinto que resulta teorizar sobre algo y vivirlo.
En un principio, cuando la noticia llega de improviso, se agolpa en el cerebro una sensación de parálisis. Resulta imposible procesar ese suceso inesperado. Esa sensación dura poco tiempo; el justo para que tu cuerpo se vaya llenando de tristeza. Se trata de una tristeza sin destilar, en bruto. La forma de expresarlo con exactitud puede ser: sin focalizarla en el hecho en sí. Una especie de preparación a la que está por venir. 
A continuación se siente la necesidad de correr; de hacer algo; de sentirse útil, aunque la impresión de estar lacerado por el dolor subyace. 
Siempre existe un momento para detenerse en esa febril actividad y es ahí cuando se siente la necesidad de hablar con alguien ajeno a toda la tragedia que envuelve a quien la protagoniza. Alguien con la cabeza fría que sepa decir que no sabe que decir, porque la noticia le ha sorprendido tanto como a quien se la ha dado. Tal vez todo se deba a que se siente la necesidad de hacer partícipe a otras personas de ese momento, de ese drama.
Aún no han aparecido las lágrimas, pero ese instante de "relax", resulta un momento propicio para que aparezcan por primera vez. Es muy posible que aceptar lo que ha ocurrido, el hecho en sí, no las consecuencias, lleve un tiempo y se realice poco a poco, de ahí que las lágrimas no aparezcan en un primer momento. 
Tampoco hay mucho tiempo para las lágrimas, la actividad debe seguir, ya se ha realizado una pausa para bajar, por primera vez, la guardia. La actividad se acompaña de vacío que lo ocupa todo. No se trata de vacío por la pérdida. Es vacío, la nada. La tristeza se come todo, sin ofrecer opciones a cambio. No existen pensamientos ni la capacidad de procesar cuál es el estado de la persona.
Sin embargo, más tarde o más temprano, llega el momento de enfrentarse a la realidad. De abordar la cuestión por primera vez. En esta ocasión todo parece desbordarse, como si los muros de contención creados hasta ese momento se volvieran aire y dejasen fluir todo lo que se escondía tras ellos. Ahora el dolor se vuelve insufrible y el llanto se hace imprescindible. ¡Por fin la realidad se presenta descarnada! Sin artificios de la mente. 
Tras ese momento resulta gratificante, al menos hasta cierto punto, buscar consuelo en los seres queridos. Tal vez porque ellos sirvan para mostrar que todavía existe gente importante en la vida. 
Tras ese primer impacto, existen otros, en los que el dolor lacera de manera inmisericorde y las lágrimas parecen confirmarlo. Se trata de momentos puntuales, cargados de significado. 
Tras estos primeros momentos, que pueden durar varios días, llega una fase distinta; menos agresiva, pero más constante. La sensación de vacío se oculta tras los quehaceres diarios. La sensación de dolor sólo asoma en momentos determinados, de calma, de ruptura con el ritmo diario. Sin embargo, aunque el dolor no atraviese cada poro, se encuentra ahí, como un lastre que ralentiza la vida y la impregna de cierta lejanía con lo que ocurre en el entorno. Parece que muchas de las cosas que suceden alrededor discurren en lugares lejanos, que nada aportan ni interesan. Fruto de ello, en ocasiones, pequeñas actividades se convierten en trabajos hercúleos. 
Sin embargo, cuando ocurren hechos que marcan, experiencias anteriores (si existen), junto con percepción de la vida, sirven para abordar la situación. Saber que el dolor es ese compañero de viaje que empieza junto a ti y acaba haciendo una ruta que acabará por no coincidir con la tuya, al menos no de manera frecuente, ayuda a sobrellevarlo. 
Y esto es todo lo que puedo contar por hoy sobre como influyen sucesos trágicos en la vida de las personas. Imagino que el lector sabrá como continua la historia. Sí, con la parte en la que los ojos no pesan de tristeza y no cuesta en determinados momentos lo normal. Pero eso pertenece a otra entrada.

Un saludo.

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