martes, 12 de junio de 2018

PEQUEÑA DESAÑORANZA

Existe un tiempo de nostalgia, a veces, de manera curiosa, activado por una canción nueva de un grupo de "aquellas" épocas. Nostalgia que tengo el convencimiento sólo supone la evidencia del paso de los años y la resistencia que genera este hecho, que, de alguna manera, nos sentimos atrapados en una línea temporal finita. Tal vez, todo gire en torno a esa constancia de la limitación de este argumento, aún incompleto, que es nuestro paso consciente por este planeta. Puede que no echemos de menos los viejos tiempos. Puede que la añoranza se deba a la imposibilidad de tener tanto tiempo por delante como teníamos hace veinte, treinta, o cuarenta años. O, también cabe la posibilidad, de que tenemos tiempo presente vacío y hemos decidido llenarlo, pergeñando un pasado donde lo agradable se sucedía sin tregua posible. 
Porque tengo la firme convicción de que aquello que ocurrió no fue ni mejor ni peor, sólo fue aquello que era pertinente en ese preciso instante. Tocaba construirlo y vivirlo; como ahora toca construir y vivir, con los mismos pros y las mismas contrariedades. Sin embargo, nuestra memoria, muy cuca ella, se esforzó en reconstruir unas vivencias aceptables y hasta, en algún caso, magníficas. Pero, todos sabemos que en esa visión existe una mentira, que sólo conocemos los dueños de esos recuerdos.
Desconozco si el lector ha intentado traer el pasado al presente. Yo lo he hecho hace no mucho y llegué a la firme conclusión de que la distancia resulta la mejor forma de preservar lo bueno que hubo, o que la memoria se empeña en guardar. Huir del presente, rescatando los recuerdos, supone desandar un trayecto complejo, buscando un atajo, que sólo existe en el imaginario de cada cual. Puede que resulte un entretenimiento momentáneo, pero justo ahí, en lo perecedero de la situación, empieza y acaba todo. Desarreglar el presente, pintándolo de ayeres inexistentes, no resulta ni bueno ni malo, sólo un paréntesis en una realidad enraizada en el interior de cada cual. 


La añoranza de tiempos distorsionados puede contribuir, en ocasiones, a bloquear circunstancias presentes. Miedos, expectativas excesivas o irreales, hastío, incluso, en el otro extremo, necesidad de compañía a toda costa, porque nunca se vivió en soledad, contribuyen a no percibir ese pequeño racimo de sucesos pequeños e interesantes de los que está salpicada la vida de cada uno. La vida privada, personal y reconstruida mil veces de cada persona.
Tras leer todo lo que he escrito he llegado a la conclusión de que yo sólo añoro un castillo de antes de ayer, envuelto por la niebla imposible del final de primavera. Tal vez no tenga capacidad para añorar más allá de hace dos días. Tal vez no me interese añorar ninguna otra cosa en este momento. Imagino que mi necesidad vital en este momento se detiene ahí, en un pequeño lugar entre muros y la humedad de quién necesita acogerte en lo más hondo de sí.
Al final, puede que lo que añore sea los planes que quedan por realizar, los lugares que quedan por atrapar en la retina y las formas diferentes de vivir, soñar, querer y amar que se encuentran en los sillares de los lugares construidos entre los fluidos de la saliva que habla, gime y se queja de la lejanía.

No hay comentarios: