lunes, 4 de junio de 2018

TIEMPO DE RECUERDO

Por motivos personales he vuelto a pasar al lado del instituto donde curso la Educación Secundaria, BUP y COU. Lo reconozco estoy en esa edad en la que se puede decir, sin miedo a equivocarse, que soy viejuno. 
Hecho este inciso conviene aclarar que hacía  muchos años, más de veinte, que no pasaba por allí a pie. 
Como ocurre en estos casos todo me parecía mucho más pequeño de lo que mi memoria había tenido a bien recordar. Cuando vi la tapia que delimitaba el recinto me vino a la memoria un test de resistencia que hacíamos en Educación Física, consistente en dar varias vueltas, por fuera, al perímetro del centro educativo. Lo que con catorce años me parecía una proeza y generaba un cansancio indescriptible, hoy apenas constituiría el inicio de una sesión de carrera continua de, al menos, cuarenta y cinco nutos. Sin embargo, en aquella época todo era hercúleo: aprobar, tener novia, los rechazos amorosos...
El edificio, construido sobre un diseño estándar, que igual servía para hacer un centro en Castilla que en Almería, se conservaba con dignidad y con una presencia aceptable. Los años habían pasado por él, como por mí, pero los arreglos que había sufrido le habían mantenido bien parecido.
De repente tuve una idea que me descolocó un poco: si quisiera volver a vivir y trabajar en mi ciudad de origen existía la posibilidad de que hiciera esto último en el mismo instituto donde desempeñé la profesión de alumno.
La perspectiva me descolocó un poco. Volver a mi ciudad de origen ni me agradaba ni me desagradaba. Lo veía como una opción remota, improbable, pero no imposible. Tenía claro que, de retornar a mi lugar de nacimiento, ejercer en ese centro no sería una prioridad, sólo una circunstancia posible. Y cuando analicé esa circunstancia posible pensé sobre el presente de esos profesores, que a mi me parecían tan mayores en aquel entonces, y que, con la visión de hoy, sé que, salvo alguna excepción, no lo eran. Intuyo que los que no estén jubilados estarán en un tris de hacerlo. Imagino que alguno habrá fallecido y que del conjunto de profesores que conformaban el claustro cuando yo estudiaba allí ninguno de ellos seguiría ejerciendo allí y ninguno de ellos sería mi compañero si obtuviese plaza en el centro.
Sin embargo, si volviese, quedaría el gusto por la Historia que Ana, la profe de Historia, me inculcó. Quedaría la necesidad de demostrar a ese profesor de Filosofía democratacristiano que no existen malas personas y, si existieran, no parece muy oportuno decírselo aprovechándose de que se está en un plano de superioridad (por cierto, no copié en ese examen que aprobé, en el que me bajaste nota de manera injusta, porque te caía mal y pensabas que era mala persona).
Sí, si volviese quedaría algo de esos profesores: lo que me enseñaron a ser y a no ser.
De los compañeros sólo queda un lejano y difuso recuerdo. De algunos lo único que tengo son noticias puntuales de su vida: una profesión, un encuentro con algún amigo común. De otros no tengo más que un nombre y un rostro adolescente en el recuerdo. De la gran mayoría no conservo nada de nada. Ni las conversaciones que me parecieron trascendentes en su momento. Ni tan siquiera un sentimiento de indiferencia. Sin embargo, en alguna ocasión me vino al presente Montse, una chica rubia de piel pálida y ojos azules. Me gustó. creo que mucho, a pesar de saber que no tenía ninguna oportunidad con ella. Tenía la impresión de que vivíamos en mundos paralelos y de que su mundo era mucho mejor que el mío. Errores de ese momento de la vida en la que empezamos a ser adultos sin dejar de ejercer de niños.
Mientras escribía esto sopesaba si merecía la pena saber de ella en estos momentos y, de manera automática, aparecía en mí un fuerte rechazo a la idea de ver como he envejecido a través de su rostro. Prefiero recordar ese rostro hermoso e inalcanzable tal como lo conocí.
No pude evitar fijarme en que seguían abiertos los dos bares, uno al lado del otro, donde realizábamos horas extras jugando al mus. Acabo de rememorar que aprendí a jugar al mus en el instituto. Nosotros solíamos ir al Francis, pero, de vez en cuando, frecuentábamos el Zeppelin. Bares de barrio, adaptados a los alumnos o alumnos adaptados a bares de barrio, que se contentaban con el escaso consumo que realizaban unos chavales que llenaban sus mesas, con todo un futuro por delante y que en ese momento lo apostaban todo a que les saliese un par de marranos en el próximo descarte.
Ahí sigue todo: el edificio, los bares, los amores, los libros, los aprobados, los suspensos... Sólo han cambiado los protagonistas y las circunstancias superficiales, pero las historias, con pequeños matices. Seguirán existiendo Montses de las que enamorarse, profesores que motivan, profesores que yerran, alumnos que aprenden a base de fracasos, vidas que están por construir... Y también existirán personas que, muchos años después, traen al presente todo eso y sienten respeto por Ana, la profesora de Historia, recuerdan con cierta nostalgia a Montse y piensan que esa etapa, con sus aciertos y sus fracasos, les ha ayudado a ser quienes son.
Un saludo.

No hay comentarios: