jueves, 11 de julio de 2024

EL CAMINO DE LOS LABIOS

Existen mujeres que no se dejan besar. Mujeres, que a pesar de encontrarse desnudas a tu lado, rechazan el contacto lento y exploratorio de los labios. Y eso acaba siendo, en cierta medida, perturbador. 

Este hecho puede definirse como una cuestión fallida de principios. O como la ausencia de interés por  descubrir las posibilidades de placer en cada fragmento del cuerpo propio. Quizá también constituya un reflejo de la imposibilidad de detenerse el tiempo necesario en el inicio del camino, antes de dejarse atrapar en la vorágine del deseo puro. Aunque también se podría deber al más puro desconocimiento de las posibilidades que los labios, la lengua o un pequeño y retenido mordisco puede generar como camino iniciático para alcanzar algo más simple y complejo, donde se contiene la mera supervivencia y uno de los actos de comunicación más complejo que se puede llegar a producir.

De igual manera, existen mujeres que desconocen cuándo contemplar la Luna Llena o la importancia de un atardecer para crear estructuras casi inquebrantables en la telaraña ligera y firme de la complicidad. También deben existir hombres con semejantes características, pero ese dato resulta inútil para completar este relato y debe ser cada cual quién juzgue aquello que encuentra frente a sí mismo y la necesidad de sumergirse de pleno en ello o huir como alma que lleva el Diablo. 

Puede que la clave de aquello que buscaba se encuentre en esos besos virginales permitidos, tan desconocidos como imprescindibles según la ley que había creado en su código legal, tan personal como necesario. Sabía que una mujer que se permitiese, y le permitiese, el tiempo necesario para besarla, tendría ganado algo más que todo la experiencia amatoria que poseía. 

Pero, tal vez, en este momento no se trata de alcanzar nuevos lugares en los que depositar esos besos que anuncian en la piel lo que acontecerá. No se trata de ello porque el lugar más importante en esa escala de prioridades reside en unos labios carnosos conocidos y deseados que, de manera muy probable, él alejo de manera equivocada de su lado. Llevaba un tiempo pergeñando como recomponer ese estúpido error, doloroso para ambos. Él había fallado y sólo él  debía intentar recomponer ese despropósito.  

Marcó su número y toda la angustia del universo se refugió en su abdomen, contraído por el peso de las palabras que habían de seguir a su petición. Sintió como la esperanza y el miedo al fracaso formaban un todo, que lo empujaban y lo retenían de manera simultánea, mientras su boca reseca y sus sentidos se concentraban en los tres tonos de llamada que fueron interrumpidos por la voz de ella. Entonces, antes de responder, lo supo: su camino acababa en aquellos labios.


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