lunes, 3 de junio de 2013

REFLEXIONES

El vicesecretario general de ¿Estudios y Programas? del Partido Popular, el tal Pons, ha largado ayer, sin despeinarse, que el hecho de que los jóvenes emigren a países de la E.U. tiene una lectura postiva, porque trabajar en la U.E. no significa trabajar en el extranjero, sino en casa. Tras escuchar estas declaraciones, y las de la secretaria general de Inmigración y Emigración de hace unos meses, donde achacaba al espíritu aventurero de los jóvenes su marcha de España, uno llega a algunas conclusiones:
1- El Gobierno y sus aledaños están compuestos por viejos sin ningún espíritu aventurero.
2- Los políticos españoles parece que sólo desean trabajar en una parte de su casa, más concretamente en la que responde al nombre de España. El resto del país, que diría el tal Pons, parece no interesarles demasiado. Lo que contraviene los deseos de una mayoría de españoles, que no tendríamos ningún problema con la marcha per secula secolurom de estos políticos a cualquier lugar de Europa (si es Siberia mejor, aunque no pertenezca a la U.E.)
3- El pimer ministro de Italia, Enrico Letta, es un ser torpe, torpe. Sólo a un tipo como él se le ocurre pedir perdón a sus conciudadanos por tener que emigrar para poder trabajar y comer. Evidentemente, el transalpilno no se caracteriza por comprender la realidad de una manera tan certera como nuestros clarividentes políticos.


Se estima que más de 7.000 alumnos de la universidad, sólo en Madrid, no podrán afrontar el pago de su matrícula y perderán el curso (y, por ende, un año de su vida). La política de recortes de derechos y redistribución de la riqueza (el dinero de todos acaba en manos de unos pocos, cuyo mérito ha sido  destrozar lo que han tocado) llevada a cabo por este desgobierno ha convertido en un solar nuestra eduación superior y nuestra ciencia. La toperza inmisericorde de pragmáticos de la Economía Patológica como de Guindos está contribuyendo a crear dos tipos de ciudadanos: los que emigran y los que se quedan, que ven como sus derechos y su podera adquisitivo disminuye a medida que el discurso triunfal de tipos como el citado anteriormente cobra, por segundos, tintes de surrealismo, dignos de Dalí o Buñuel.


Escucho en una emisora de radio que los fondos ICO (dinero público), destinados a empresarios, no llega a aquellos que lo demandan porque los intermediarios, la banca privada, pone excesivas trabas para su concesión. Resulta sorprende que este dinero no sirva para lo que se planificó porque unas entidades privadas no cumplen con su función. Resulta aún más sorprendete que no exista una banca pública que sea la encargada de realizar este tipo de actividades. Resulta inaceptable que parte de los 25. 000 millones de euros destinados a generar riqueza no encuentren destinatario porque unas entidades que han arruinado al país con su forma de actuar no lo consideren oportuno. Y, por último, resulta irritante que se busquen chivos espiatorios en los trabajadores públicos, en los parados, en los pensionistas, cuando lo único que no funciona en este país, y en otros muchos, es la empresa privada por antonomasia: la banca privada.


Acaba de dar comienzo la segunda semana de protestas en Turquía. Si bien las protestas comenzaron como forma de manifestar por parte de los ciudadanos el malestar causado por una decisión urbanística tomada por el Gobierno de Tayyip Erdogan, las protestas acabaron generalizándose por todo el país y exigen, entre otras cosas, una forma de gobernar diferente. Da igual que sean islamistas, neoliberales católicos, o supuestos socialdemócratas, la gran mayoría de gobiernos actúan de igual forma: primero intentan dominar las manifestaciones mediante el uso de la fuerza, acompañando tal forma de actuar con la descalificación de los ciudadanos que se oponen a los dictados del gobierno de turno y luego, cuando comprueban que las porras, pelotas de goma, mangueras de agua y disparos, no sirven para acallar a los ciudadanos empiezan a considerar que se puede hablar, e incluso negociar, sobre las reivindicaciones de las personas que se han enfrentado, a veces pagando el precio de su vida, a la arbitrariedad y caprichos de los diferentes gobiernos.


Las declaraciones de distintos miembros del Desgobierno y del Partido Popular, distorsionando, y ocultando, la realidad muestran a las claras la verdadera intención de estos tipos. No cabe duda de que la finalidad de un partido político es llegar a ocupar el poder, de manera democrática, con la finalidad, legítima, de poner en práctica sus ideas, que ellos piensan son las mejores para todos, o la gran parte de ciudadanos del país. Hasta aquí nada reseñable. Sin embargo, declaraciones tan absurdas y estúpidas como las que sufrimos en las últimas fechas en nuestro país dejan ver, a las claras, que su objetivo no consiste en llevar a la práctica unas ideas para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Su idea es aferrarse al poder, cueste lo que cueste, aunque para ello, mediante el lenguaje oral y la manipulación de los medios de comunicación, quieran hacernos creer que vivimos en un lugar distinto al que nos cobija a todos y que se llama España (la de todos, no sólo la de unos pocos).


Las autopista de pago, esa estafa, han resultado un fracaso estrepitoso, que deberemos pagar entre todos. Se ha creado una empresa pública (esos entes que tanto destestan los neoliberales) que se hará cargo tipo de vías. El hecho de que las grandes constructoras fueran las dueñas, en buena parte, de este tipo de negocios, me lleva a pensar que, de nuevo, entre todos pagamos una forma de ganar dinero basada en dar pelotazos. De hecho tras la burbuja inmobiliaria, las grandes constructoras se refugiaron en las energías renovables, especialmente en la fotovoltaica, donde aprovecharon las subvenciones para dar otro pelotazo. La cuestión parece clara: el dinero público se aprovecha para enriquecerse de manera rápida, beneficio que las empresas no comparten (incluso, si pueden, eluden pagar impuestos) y las pérdidas acaban siendo gestionadas, y asumidas, por los gobiernos, que las pagan con dinero de todos.


Escucho a Vicente del Bosque hablar sobre los recortes en dependencia (recordemos que uno de sus hijos nació con Síndrome de Down) y me encanta su discuros. En él defiende que los que realizan estos recortes son conscientes de las consecuencias, o al menos eso cree él (utiliza el verbo creer y no otro como asegurar, aseverar...), que dichos actos tienen para un colectivo necesitado de ayudas para poder desarrollar una vida lo más normal posible (sea ésto lo que sea). El discurso utiliza el verbo creer mi adecuadamente, pues no muestra la certeza de que los tipos que limitan las vidas de discapacitados, ancianos, enfermos crónicos... con sus medidas sea conscientes del dolor y el daño que generan. Yo me muestro más partidario de esta segunda opción: todos somos números para ellos, lo que les permite despersonalizarnos y de esta manera no tener remordimiento alguno por sus acciones amorales.


La corrupción organizada conocida como la trama Gurtell, los sobresueldos, la financiación del partido.. todo parece conducir a lo mismo: la política se ha convertido, para mucha gente que vive de ella o gracias a ella, en una forma de medrar. ¿Con qué autoridad moral estos mismos tipos son capaces de proponer que los ciudadanos trabajen más años, cobren menos o pierdan derechos a troche y moche? 

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