jueves, 1 de febrero de 2018

EL MÁS ACÁ

"La pobreza no está sólo para entenderla,
sino también para solucionarla"

Vicente Ferrer

La fuerza de las religiones reside en la fe, que consiste en creer en algo sin otro fundamento para ello que la necesidad del individuo en creer en una, o varias, deidad/es. Planteado así resulta sencillo e incomprensible, pero, obvio, para que la persona llegue a interiorizar ciertas creencias debe existir un aparato externo que distribuya la necesidad de esa fe. Una estructura que siempre transmite un mensaje: el creyente debe seguir esforzándose durante toda su vida. Incluso en las religiones deterministas el individuo debe seguir unos preceptos mientras esté sobre la faz de este planeta. La labor nunca concluye en vida y, si se hace todo bien, será recompensada después, y, en ocasiones, en esta misma vida. Siempre existe algo que mejorar para alcanzar la meta deseada.
Una religión, como el nacionalismo (o el imperio, o el reino, o el...), al que siempre fue unido, tiene sentido no sólo para explicar el mundo y lo que no se sabe de él; la lógica de la religión siempre funciona en contraposición a otras religiones, con las que comparte espacio y tiempo. Aunque, en muchas ocasiones, la religión más poderosa adapta las creencias de otras, para no entrar en excesivo conflicto con los nuevos conversos. A veces, la religión más fuerte culpa a otra, o a miembros de otra fe menos poderosa, de males sin cuento, no dudando en distorsionar los hechos a conveniencia y a conciencia.
Las religiones cuando triunfan lo hacen para quedarse sobre la faz de la Tierra el mayor tiempo posible y por ello deben adaptarse a las épocas que viven. En ese proceso de ajuste suelen aparecer fricciones, o visiones distintas, entre quienes optan por adaptar la sociedad a la religión en cuestión y los que buscan cambiar, o maquillar, la fe para adaptarse a los nuevos tiempos. Unos y otros lo que pretenden es seguir imponiendo, por la fuerza, o intentado convencer, en mayor o menor medida, de la necesidad de su visión mágica del mundo.
Por supuesto, no debemos olvidar que aquellos que profesan la fe con mayor convicción tienen muchas posibilidades de salvarse, en el fondo, resultan ser los elegidos y, por ello, tendrán una mejor vida. Esta mejor vida puede ser a nivel material o bien en un nivel emocional, porque, por muy mal que le vaya, su fe le hará obviar lo malo y será cuestión de tiempo, o de una vida, que todo vaya mejor. 
Esta pequeña disección del funcionamiento religioso se puede aplicar no sólo al funcionamiento de las distintas fes, también resulta ajustada para explicar el funcionamiento de ciertas creencias supersticiosas que nos intentan imponer como verdades absolutas.
Una de ellas es... Bueno, mejor vamos a hacer una cosa, que considero más divertida: voy a dar una serie de pistas, intentándola encajar en lo que he expuesto en los párrafos superiores y el avispado lector deberá adivinar de que creencia, cuasi religiosa, se trata. ¡Vamos a ello!
Según sus defensores se trata del mejor sistema posible, que lleva al bienestar común y, en muchas ocasiones, al éxito individual.
Todas aquellas creencias, en especial una que coincidió en el tiempo y que todavía profesan nostálgicos, se han mostrado peores que la fe que nos ocupa. Sólo han creado destrucción y miedo. Por contra, esta nueva ha expandido la libertad y el respeto.
Siguiente pista: si se siguen los preceptos con rigor y constancia los sueños se harán realidad aquí, en esta vida, sin esperar al Más Allá.
Los profetas de esta religión han pasado de hablar de un ente invisible, que regulaba todo,  a la lógica en la toma de decisiones. Uno de sus últimos popes hablaba del orden espontáneo regulador de todas las cosas (parece que se olvida de la ambición desmedida y de la capacidad de cierta parte de la población para abusar del poder acumulado), para bien. El sufrimiento humano sólo es un efecto colateral de este orden espontáneo. Otro de sus iluminados hablaba de los beatíficos efectos universales y atemporales de esta creencia.
Se trata de una idea en la que todo el mundo puede y, según ellos, debe participar y que brinda igualdad de oportunidad a todos. Aunque se olvida decir que existen creyentes situados muy altos en la cúpula de poder cuyos descendientes tendrán más posibilidades de alcanzar el paraíso que los que no empiezan tan arriba en el la escala.
Vamos a por otro indicio. Cada vez que se observa que este credo no funciona se culpa a que no determinados aspectos, que, en muchas, nadie había planteado con anterioridad, no se habían puesto en practica. Estos aspectos siempre resultan insuficientes y se deben plantear nuevos aspectos, cada vez más centrados en la doctrina y menos en la realidad de las personas bajo su manto.
No dudan en falsificar la realidad, si alguien intenta oponerse a sus ideas, aunque sea de manera mínima (este enlace sólo se debe pinchar si ya se ha adivinado de lo que hablo o al final).
Por otra parte, aunque los sacerdotes de esta religión se equivoquen una y otra vez, a veces con consecuencias fatales, nunca asumen las consecuencias, porque forman una casta hermética, que viven de maravilla a base de diseminar la idea de su religión.
Por último, no dudan en utilizar la fuerza cuando resulta necesario (para ello en muchos países, como en el nuestro, se promulgan leyes cada vez más represoras) y utilizan sus púlpitos (los mass media) para difundir su mensaje, con la finalidad de que sea el único. No dudando sus voceros en ridiculizar a todo aquello que se desvía de la ortodoxia neoliberal.
En efecto, querido lector, se trataba del neoliberalismo. El culto al dios dinero. El culto al más fuerte en lo económico. La intención de asociar el mercado al concepto de libertad (Hayek). La admiración hacia los elegidos, los triunfadores, que han sabido perseverar en sus sueños.
Uno, que quiere saber poco de religiones y verdades incuestionables, mira con preocupación esta sociedad en la que triunfan los chivatos, dedicados a asuntos absurdos, en las redes sociales. Una sociedad en la que ver una parodia de los Morancos o de José Mota, sobre los abusos que sufrimos por parte de los poderes económicos y políticos, o chuparnos un programa de Jordi Évole (donde, por lo general, se mide mucho, muchísimo, a quién se le pisa el callo)  resulta antídoto suficiente para acallar todas nuestras penurias.
Tal vez lo más preocupante del asunto sea que los neoliberales, liberales en los económico, conservadores en lo demás, hayan conseguido que una buen parte de la izquierda o progresía también empiecen a practicar esta forma de entender la sociedad, pues son conservadores en lo moral (chivatos infames, que se pasan el día acusando a los que no piensan como ellos, tildándoles de tal o cual cosa, para eso están las leyes) y liberales (con matices para ocultarlo) en lo económico. ¿Recuerda el lector cuando escribía más arriba que las religiones poderosas ceden en la forma ante las religiones que se quieren asimilar, para, al final imponerse a ella, respetando las formas? Pues aquí podemos encontrar un claro ejemplo.
Lo más curioso del asunto de los neoliberales, tan necesarios para quien tiene cada vez más, es que cuando yerran, lo hacen de manera continua, no siguen los dictados de la religión que defienden y se van a su puta casa. Tal vez sólo con este hecho bastaría para saber que estamos ante una cuestión de creencias y no de realidades. Creencias que aportan a sus sacerdotes un bienestar en esta vida que, por méritos, no conseguirían jamás.
Iba a hablar de ciertas teorías absurdas de Hayek, pero no quiero hacer perder más tiempo al lector y aún menos con un tipo que tuvo a bien visitar dos veces el Chile de Pinochet, para admirar su milagro económico, obviando la muerte y la represión del régimen dictatorial.
Un saludo.

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