jueves, 5 de abril de 2018

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (4-4-2018)

¡Querido diario!, no sé si debe a la vuelta al trabajo tras este pequeño período de descanso, a mi edad o este inicio de primavera tan primaveral, pero ando algo desencantado con ciertas cosas. Creo que nos encontramos navegando en un mar conceptual, que sólo es eso: palabras. Pero, para salir de dudas, te voy contando lo que me preocupa y vamos viendo
En los últimos tiempos se ha puesto de moda, muy de moda, un cuento sobre un bicho multicolor que sirve para que los más pequeños tengan conciencia de como se sienten, de sus emociones. Cuando hace tiempo vi trabajar este aspecto en un aula de Educación Infantil me sorprendió. No tenía ni buena ni mala opinión. Al año siguiente asistí a como se trabajaba en otro aula y ahí no pude evitar tener la sensación, el sentimiento, de que se trataba de un artificio. Esta impresión se acentuó cuando alguien recomendó seguir trabajando este cuento para atajar una situación en el aula, que tenía bastante más que ver con modelos de conductas apropiados y autoestima que con localizar sentimientos. La necesidad real era dotar al alumno, de pocos años,de estrategias adecuadas, utilizando en un principio sus propias conductas, pero enfocadas de otra manera. Por suerte, se olvidó al bicho policromo y se tomaron decisiones más ajustadas a las necesidades particulares del alumno.
Hablé después con varias personas al respecto y las opiniones pueden definirse como variadas. Desde quien defendía su utilidad, hasta quien lo veía como algo snob. Sin duda lo que más me llamó la atención fue la respuesta de una neuróloga cuando la planteé el asunto. Más o menos su mensaje venía a decir que un bebé con dos semanas de vida es capaz de reconocer emociones en otras personas. Parece que la ciencia demuestra que eso, cuando nos va algo en ello, ya sabemos hacerlo de serie.
Esta respuesta sirvió para confirmar lo que intuía: creo que, en ocasiones, nos quedamos con lo estético y nos olvidamos de lo fundamental. Vamos a ver por qué, querido diario.
Parece obvio que identificar las emociones, aunque sólo sean seis, debe servir como trampolín para trabajar sobre el control de las mismas. Pero...¿Cuántos docentes tenemos preparación para ello? Yo no. Además, ¿no parece un poco abusivo pedir a un ser que cree que un ratón le pone regalos debajo de la almohada cuando se le cae un diente, que sea capaz de identificar sus emociones (a veces entremezcladas) para empezar a manejarlas? Los psicólogos se forran con adultos que tienen problemas para gestionarlas y ¿creemos que vamos a conseguir que pequeñajos, seguidores de Poco, sean capaces de reconocerlas en cualquier momento y controlarlas? En algún sitio se nos ha ido la pinza.
Desde mi punto de vista lo que debemos hacer es dotar de estrategias correctas a esos niños, en especial a los que tienen más problemas, para abordar las dificultades. Pautas claras, con una tutela del adulto para conseguir que el pequeño lo lleve a cabo de manera correcta, adaptadas a las necesidades de la edad y de los diferentes alumnos y casuísticas. Esto contribuirá a una mejor interacción con sus iguales, con los adultos y, sobre todo, a elevar la autoestima de los creyentes en el Ratoncito Pérez.
Lo de la Inteligencia Emocional suena muy bien, pero...
Como ves, querido diario, estoy un poco desencantado, desengañado o igual de gruñón que siempre. Vete tú a saber. De hecho, lo que te voy a contar a continuación tiene también que ver con ese escepticismo que me invade cuando escribo estas líneas.
Escucho a gente, que poco o nada tiene que ver con el día a día de la Educación, llenarse la boca con la palabra diversidad y con  la necesidad de la atención a la diversidad, como si eso no ocurriera cada jornada lectiva. La diversidad en las aulas está ahí, lo queramos o no. Y no se trata de una diversidad fundamentada en exclusiva en el color de piel, el credo o la etnia. La diversidad se basa en cuestiones que tienen que ver con el ritmo de aprendizaje, la forma de aprender, la capacidad intelectual, la implicación de la familia...Cada alumno es distinto al otro y no necesariamente un alumno de ascendencia marroquí o china tiene que tener más dificultades para adquirir los contenidos que uno de familia española de toda la vida. Es evidente que la inmigración que hubo en la época anterior a la crisis supuso un reto, en especial para los centros públicos, donde fueron escolarizados la mayoría de alumnos extranjeros, pero, eso no nos debe hacer olvidar que cada alumnos, venga de donde venga, es diferente.
Intuyo que para un número determinado de gente la atención a la diversidad se centra en lo que ellos llaman minorías, pero, en mi modesta opinión, en un centro educativo no debe haber minorías; sólo debe haber respuestas educativas a las necesidades educativas. Tal vez ese sea el mensaje que deberíamos transmitir y, también tal vez, cierta gente dejaría de meterse en lo que no debe y aprendería de los que se baten el cobre día a día con ese niño apellidado Pérez, que no aprende o con esa niña apellidada García, cuya higiene no es la más adecuada. O con esa niña llamada Fátima que su familia no quiere que siga estudiando cuando cumpla los dieciséis, porque ha pensado casarla con un familiar al que no conoce y que vive a miles de kilómetros.
Lo siento, querido diario, resulto deprimente. Lo reconozco. Pero, me gustaría acabar con algo positivo.
Creo que en esta historia de la Educación hay mucho que mejorar, entre otras cosas el reconocimiento a los que se dedican de manera profesional a enseñar, pero me siento orgulloso de que en este país el analfabetismo empiece a ser un recuerdo de una época negra y lejana. Me siento orgulloso de que todos y cada uno de los niños que viven aquí tengan el derecho, y la obligación, de recibir una Educación que, en lo fundamental, es igual para todos. Me siento orgulloso de que todos tengan, al menos sobre el papel, las mismas oportunidades para formarse. Y eso, como escribí hace tiempo, debería llenarnos de orgullo a todos.
Como ves, querido diario, al final he sido capaz de escribir algo positivo. Ni yo mismo creía que poderlo hacer cuando abordé esta reflexión. Para no estropearlo voy a finalizar aquí.

Hasta pronto.

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