domingo, 16 de diciembre de 2018

QUE APRENDAN DE LOS NIÑOS

"En cada niño se debería
 poner un cartel que dijera:
Tratar con cuidado, 
contiene sueños".

Mirko Bardiale


Una de las cuestiones más divertidas, y preocupante cuando tienen capacidad de decisión o influencia, es escuchar hablar a personas sobre temas que desconocen. Resulta divertido porque puedes comprobar que la capacidad de encadenar disparates es casi ilimitada en ciertas personas. Resulta preocupante cuando grupos de presión con capacidad real de influir o políticos de tres al cuarto consiguen imponer sus estrafalarios pensamientos. 
Uno, que ha sufrido en sus carnes alguna de esas absurdas medidas, se preocupa aún más por lo que les espera a nuestros niños. Pero no sólo porque puedan recaer sobre ellos las consecuencias de cuatro iluminados, si no porque hay gente, adulta, por supuesto, que se empeña en no dejarlos vivir su infancia. Esto, que a alguien le puede parecer una exageración, resulta más que evidente si pensamos un poco sobre las ocurrencias de algunos de los iluminados de turno. Veamos.
Hace un tiempo, no mucho, se puso de moda que en los recreos de los colegios no se debía jugar al fútbol, porque... Porque a unos tipos que no habían pisado un colegio desde que acabaron la Educación Primaria se les puso entre las narices. Ya verás cuando se enteren estos iluminados se enteren de que en ciertos lugares los chavales juegan de manera espontánea a los toros. 
No contentos con ello, existen campañas alentando sobre la necesidad de que no haya juguetes asociados a sexos y que no se repitan los estereotipos. Lo primero, decir que en todos los centros públicos, en las clases de Educación Infantil los niños juegan indistintamente con unos u otros juegos, aunque, de manera espontánea, la mayoría de los niños acaban jugando a los juegos asociados a los niños y las niñas a los juegos asociados a las niñas. ¿Son roles aprendidos? Puede ser, pero no parece muy oportuno decirle a un niño que deje de jugar a los coches porque a alguien que no le conoce y que, posiblemente nunca le va a conocer, se le ponga en sus ideales visiones del mundo. Tengo para mí que muchos de esos niños agradecerían más que sus padres tuviesen que trabajar menos y que pasasen más tiempo con ellos.
No contentos con ello también parecen sentir especial aversión hacia los móviles, las maquinitas y demás dispositivos electrónicos, con los que los niños juegan. No puedo evitar estar de acuerdo en oponerme al uso abusivo de dichos aparatos, y soy consciente de que existen problemas de adicción, pero también sé, porque voy a los parques, que muchos niños y adolescentes tienen vida, además de los móviles y las maquinitas, se echan pareja, se corren juergas, la lían parda, que diría aquella joven que dio un aspecto insólito a una piscina. 
Alguien podrá decir: todo ello se piensa o se hace para que criar unos chavales que no tengan problemas y sean, en un futuro, ciudadanos responsables, solidarios, igualitarios, beatíficos y si a esas medidas les añadimos unas actividades extraescolares de fomento de la imaginación, o alguna otra que desarrolle la inteligencia emocional, sin olvidarnos de cualquier otro tipo de milongas sacacuartos tendentes a formar una personalidad equilibrada, obtendremos unos seres de luz  (o algo muy similar) destinados a cambiar el mundo, convirtiendo este oscuro foso de perdición y autodestrucción en algo mejor. 
Reconozco que todo este planteamiento puede parecer oportuno y molón... hasta que llega la adolescencia y a los espíritus de luz le salen granos y toneladas de rebeldía. Pero ese es otro capítulo que no corresponde a la entrada de hoy. Mejor volver a los que tanto interés muestran en decir a qué y cómo deben jugar nuestros críos.
Uno, que el lector habitual ya sabe que se dedica a lo docencia, considera que esos valores que se intentan imponer (en realidad se trata de adoctrinamiento desde un punto de vista de la instrucción) los deben inculcar los padres y ya los inculcan, desde hace mucho tiempo, la Escuela (repito que muchos de los gurús que hablan sobre la Escuela hace décadas que no pisan una). Por supuesto que limitar el juego, en especial el juego espontáneo, siempre que no existan riesgo para las personas, para los niños, que juegan supone por un lado desconocer los mínimos principios de Psicología Evolutiva y, por otra, un rasgo de autoritarismo, que raya con el fascismo. 
Resulta aborrecible que personas que piensan como adultos, o, al menos, que tienen capacidad para hacerlo, intenten imponer a los niños hasta aquello que deben hacer en sus ratos de ocio, sin ser capaces de entender que los esquemas de pensamiento de los niños son eso: esquemas de pensamiento de niños. 
Por supuesto, los evangelistas de la prohibición jamás darán la cara para que los responsables principales de la educación de los hijos, los padres, tengan mejores condiciones de vida y puedan pasar mayor tiempo con sus hijos. A estos apóstoles de la modernidad parece importarles poco, o nada, que sean los abuelos quienes críen a los niños, porque los padres trabajan como mulas. 
Uno, que cree que tener un abuelo es un lujo, no duda ni por un momento en que los abuelos deben estar con sus nietos, pero ejerciendo de abuelos: malcriándolos, siendo ese cómplice que hace piña con el nieto contra las exigencias de los padres... En otras palabras, disfrutando del nieto como no lo pudo del hijo, porque a éste debía criarle y enseñarle todas las normas de la vida.
A estos mostrencos de la prohibición, no parece importarles que el orden lógico y natural de la vida se subvierta, tal vez porque ellos viven muy bien, gracias a las prohibiciones y la moralidad inmoral que se empeñan en propagar, y que se ha convertido, para algunos, en su modus vivendi.
Deberían dejar a los niños ser niños y, si tienen valor, que se dediquen a decir a los dueños del gran capital que nos quedamos sin niños en este país, que los padres deben estar más tiempo con sus hijos, que los abuelos ya han cumplido su papel. Eso sí, que hagan todas estas reivindicaciones sin tener el dinero público, ese dinero de todos que gente como esta despilfarra en campañas, detrás. Yo quiero gente que se juegue todo a cambio de defender sus ideales. Los moralistas parapetados tras la subvención no me sirven. Y si no se atreven, aprendan de los niños, que, al menos, reconocen que han pegado o insultado a otro niño, porque empezó el otro.
Un saludo.

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