jueves, 24 de enero de 2019

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (23-1-2019)

Querido diario, hacía tiempo que no te dedicaba tiempo. Lo siento, entre unas cosas y otras, y algo de pereza, te he tenido abandonado; pero, como reza el dicho: Nunca es tarde, si la dicha es buena.
No te voy a mentir, lo que me ha llevado a escribir es una noticia que aparecía en un diario nacional, en la cual se decía que un científico español tuvo problemas durante su periodo de escolarización obligatoria. Parece que algunos profesionales de la docencia no daban una higa por él. La noticia, una más de este cariz, parece querer apuntar a un sistema deficiente (seguro que tiene muchas que mejorar), que no sabe distinguir a la gente brillante que transita por él. Puede ser, pero en este caso, a primera vista, parece que no fue eso lo que ocurrió. De otra manera no hubiese llegado a finalizar una carrera universitaria, que le ha permitido ser uno de los mejores en su especialidad, con premio en reconocimiento a su labor incluido. 
Por supuesto no aparece la versión de los docentes a los que se alude, que tal vez se equivocaron, pero eso no lo sabemos, porque sólo aparece el punto de vista del exitoso investigador. 
Existe una costumbre, profundamente arraigada en ciertos sectores, tanto entre noeliberales como entre progres, que consiste en desacreditar el sistema educativo, en muchos casos basándose en hechos puntuales (que a veces son percepciones individuales) o, otros casos, en una supuesta incapacidad para generar profesionales cualificados. 
Desde un punto de vista rigurosos ambas cuestiones no pasan de ocurrencia absurda y, en algún caso, de majadería malintencionada, dependiendo del quién emita el mensaje. 
Lo de que el sistema educativo no atiende como debiera a todos los alumnos es ciertos, fue cierto y será cierto. Cualquier organización donde hay implicadas millones de personas tiene errores, nos guste o no, entre otras cosas porque todo depende de seres humanos, con sus virtudes y sus defectos. Lo que se ha de perseguir es minimizar errores, hasta acercarlos a cero. 
Puede, querido diario, que esto escandalice a cierta gente, que seguro nunca ha cometido fallos en su vida ni en su trabajo, y que han cometido un error no dedicándose a la Educación, porque ve en la Educación algo muy importante. Y lo es. Por eso es importante que un niño "pase" por las manos de docentes variados y, si como en el caso del premiado, alguien se equivoca, otros profesionales puedan subsanar los errores.
Por otra parte, la gente que critica el sistema educativo por ineficaz en lo referido a la cualificación laboral es casi seguro que se olvida de que exportamos ingenieros, médicos, enfermeros... a países con un PIB bastante más alto que el nuestro y con un sistema educativo universal implantado unas cuantas décadas antes que el nuestro. Algo se estará haciendo bien.
Por otra parte, resulta curioso que hablan mal sobre lo que se hace en Educación tipos que han triunfado en sus campos. Tan mal no habrá ido la cosa. Tal vez, sólo tal vez, tendría más lógica que se quejasen aquellos que, teniendo potencial, han visto cercenada su carrera académica por una serie de malos docentes.
La conclusión de todo esto parece clara:

  • Los errores existen, somos humanos y no tienen porque marcar a los alumnos. En un sistema donde trabajan y conviven tantas personas, por estadística, se deben producir errores. El objetivo es minimizarlos, pero parece claro que resulta imposible que desaparezcan.
  • Parece que cualquier excusa es buena para atizar al sistema educativo que, siendo mejorable, proporciona un alto número de personas cualificadas que, por desgracia, no encuentran acomodo en nuestro país y son acogidos y reclamados en otros países de nuestro entorno.
  • No conviene hacer juicios de valor por la experiencia, objetiva o no, de una o de unas pocas personas. Es más, conviene escuchar a la otra parte, cuestión que creo se enseña en las Facultades de Periodismo, pero que, en muchas ocasiones, no ponen en práctica los allí formados.
Todo lo anterior, querido diario, me lleva a pensar que mucha gente tiene soluciones mágicas, en muchos casos bien distintas, y que, por desgracia, nadie es capaz de llevar esas ideas tan fantásticas y maravillosas a la práctica, ni tan siquiera quienes las proponen.
A pesar de todo este pesimismo que rezuma el párrafo anterior considero, querido diario, que esta profesión, la de docente, tiene cosas bonitas, no sé si muchas o pocas, pero las tiene. Hace un par de días reflexionaba sobre el trabajo realizado con un alumno y los logros conseguidos en lo referente a la conciencia fonológica y me sentí orgulloso de lo que conseguido a través de ese trabajo silencioso, diario, del que ningún medio hablará, y que había conducido a que un niño que hace cinco años no hablaba sea capaz de leer y comprender palabras de tres sílabas. De ese trabajo que, de una u otra forma, la gran mayoría de nosotros realizamos, porque es nuestra obligación y porque nos motiva para seguir en este asunto de la docencia, no se habla. Resulta más chulo hablar de gurús, de fracasos y de otras cuestiones impactantes y anecdóticas que desenfocan la realidad.
Por todo ello, querido diario, a pesar de los fallos que he cometido, y que presumíblemente seguiré cometiendo, me siento orgulloso de lo que hago, porque sé que he contribuido a mejorar la vida de ciertas personas. Escribiendo esto pienso que sería bueno que, de una u otra forma, docentes y padres, fuésemos capaces de transmitir a los pequeños que los errores existen y se comenten, sin que ello signifique que seamos mejores y peores. Lo que nos hace mejores o peores es reconocer o no que los hemos cometidos y aprender, o no, de ellos.
No tengo mucho más que decir, querido diario, por lo que no voy a llenar más líneas. Prometo volver a visitarte pronto y contarte mis penas y alegrías como docente.

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