jueves, 10 de enero de 2019

SOBRE LA REVOLUCIÓN

"El primer deber de un hombre es pensar por sí mismo".

José Martí


En los últimos tiempos se utiliza, con demasiada frecuencia e inexactitud, la palabra revolución a cuestiones peregrinas o a movimientos sociales difusos y sin un contenido ideológico definido. Lo que supone, dicho sea de paso, una excusa perfecta para maquillar muchas cosas y no cambiar lo fundamental, objetivo último y primordial de cualquier revolución.
Tal vez, antes de continuar, conviene definir, en la medida de lo posible, el término revolución. Aunque no existe un consenso absoluto sobre el significado del término, podemos utilizar ésta: Cambio o transformación radical respecto al pasado inmediato, que se suele producir de manera simultánea en varios ámbitos (social, económico, cultural, religioso...). Los cambios producidos por una revolución tienen consecuencias trascendentales y suelen ser percibidos como súbitos y violentos, ya que se trata de una ruptura del orden establecido...".
Como se puede observar, las revoluciones se caracterizan por no ser procesos largos y por suponer un cambio abrupto en las relaciones del poder político y, por ende, del poder económico. Tal vez, el ejemplo paradigmático pueda ser la Revolución de 1917.
Según los autores, y la corriente ideológica de los mismos, existen diversos tipos de revoluciones: política, social, económica..., utilizándose a veces uno u otro concepto para definir a un mismo hecho revolucionario, por lo que no vamos a profundizar en dicho aspecto, que poco o nada aporta a esta entrada.
Una vez realizada estas acotaciones, vamos a retomar el asunto central de esta entrada: el uso bastardo del término revolución para justificar la inexistencia de respuestas viables a un sistema político y económico neoliberal que ha borrado casi cualquier atisbo de resistencia a sus excesos. Uso abusivo y bastardo realizado por aquellos que provienen de aquellos partidos, sindicatos o movimientos sociales que, en su momento, más cerca estuvieron de la revolución o, al menos, de intentar cambiar las estructuras sociales en busca de un sistema más justo. En el fondo, la estrategia es sencilla, difuminar toda resistencia en pequeñas luchas fraccionadas y deformadas hasta el paroxismo, para intentar ocultar que lo sustancial, la desigualdad entre los más poderosos y la gran mayoría de los ciudadanos, se está agrandando día a día, porque no se modifican las estructuras esenciales.
Me gustaría poner un ejemplo que ilustra lo que estoy planteando, para facilitar la comprensión de lo expuesto.
Imagino que al lector, en un principio, lo que va a leer le va a chocar, pero le pido que llegue hasta el final de la exposición y comprenderá lo que quiero decir.
A nadie se le escapa que la introducción de tecnología en el mundo laboral ha supuesto en determinados ámbitos: agricultura, industria, incluso en el comercio con la llegada de Internet, una necesidad de menos mano de obra para realizar un trabajo. Sin embargo, esta verdadera revolución tecnológica se ha topado con la "necesidad", al menos en Occidente, de incorporar al mayor número de personas en edad de trabajar al mundo laboral. Imagino que el lector se acordará que no sólo se aportan cifras de parados por parte de las administraciones y organismos económicos, también se habla de tasa de ocupación o, por ejemplo, de la Encuesta de Población Activa, que nos habla de las personas que trabajan o están en disposición de trabajar en la franja que va desde los 16 años hasta la edad de jubilación.
No resulta muy difícil pensar que si los puestos de trabajo han disminuido, o no han aumentado lo suficiente, tras la incorporación de ciertos sectores con menor porcentaje de ocupación en nuestros país: mujeres o inmigrantes, la demanda de empleo se ha disparado y la oferta no. La conclusión para obvia: en un supuesto sistema de libre mercado, el trabajador ha perdido todo tipo de derechos, incluido salario.
La incorporación de la mujer al mercado laboral se puede considerar una revolución, tengo muchas dudas al respecto, pues en lugares como Sevilla, en pleno siglo XVII y XVIII llegaban a trabajar varios miles de mujeres en la Real Fábrica de Tabaco, por ejemplo, o en la antigua URSS resultaba algo normal, sin olvidar que antes del franquismo en España muchas mujeres trabajaban. Sea como fuere, la incorporación masiva de diferentes colectivos, junto con la automatización de los procesos, ha supuesto que, con las mismas estructuras de funcionamiento, la abundancia de mano de obra, haya abaratado los costes laborales y enterrado derechos laborales adquiridos a través de la lucha obrera. Como resulta obvio, no ha existido un ajuste "revolucionario" ante tal hecho. Simplemente se ha construido sobre lo existente.
Ajustes revolucionarios podían ser desde aplicar las ideas marxistas sobre la organización social y económica, hasta, dentro del capitalismo, disminuir las horas de trabajo, sin que eso repercutiese en el salario y, de esa manera poder contratar a más personas. Por poner un ejemplo. Sin embargo, nadie de los que defienden la bondad de esta incorporación masiva al mundo laboral postula la necesidad de repartir beneficios entre el empresario y el trabajador, para conseguir unas condiciones dignas de trabajo (basta recordar que los sectores afines a los poderes económicos han puesto el grito en el cielo por subir un mísero salario mínimo interprofesional ciento y y pico euros al mes, lo que intuyo que unos trescientos euros al mes tras impuestos al empresario).
Parece obvio que construir sobre lo existente pretendidas revoluciones sólo lleva a ahondar en las desigualdades. Nada es revolucionario si no aspira a buscar la mejora en las condiciones de vida de la gran mayoría de la población.
Existen expertos en confundirnos y transmitir la idea de revolución, que tantas conciencias limpian a aquellos que no necesitan en realidad muchos cambios, pero que se sienten unos tipos enrollados. Deberíamos pararnos a pensar y considerar hacia dónde vamos y en manos de quiénes ponemos nuestras expectativas de cambio y, de paso, saber cuáles son esas expectativas de cambio. Tal vez, los que tanto hablan de revoluciones, en plural, sólo hayan sembrado la semilla de la involución.
Un saludo.

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