jueves, 7 de febrero de 2019

ESENCIAL

Una muesca más en su historial. Su vida se dividía entre las muescas que anotaba cada vez que se acostaba con una mujer y las muescas que se incrustaban en él cada vez que fracasaba en una relación que le interesaba. 
La muesca en esta ocasión era doble, aunque hacía tiempo que llevaba insertado el fracaso de esa experiencia, por mucho que quisiera alargarla para evitar esa sensación de soledad, o para mentirse sobre la sensación de sentirse acompañado. Desde hacía meses sabía que el camino elegido no era el adecuado, pero por comodidad, dejadez o miedo al futuro, decidió seguir durante un tiempo transitando por él. Cuando tomó la decisión de alejarla de su vida le dolió, pero sabía que había llegado el momento de hacerlo. Resultaba imprescindible reiniciar todo. Hacía tiempo que no le veía ningún aliciente a esa relación, que sabía compartida en todo momento.
De nuevo debía navegar al albur, buscando más muescas y, en medio, disfrutando de su gente; de los de siempre. Sin embargo, pocos días después de su fracaso, comprendió que el miedo a ese mismo fracaso, que le había atenazado en otras ocasiones, había caído. No existía explicación a ese fenómeno. Había ocurrido sin otra explicación.
Tal vez eso fue lo que le llevó, unos días más tarde a, venciendo esa timidez en la que nadie creía, a ponerse en contacto con aquellas mujeres que, en un determinado momento, significaron algo para él y decírselo. Desconocía por qué lo hacía, pero sentía una necesidad imperiosa de actuar así. Quizás, todo se debía a ese afán por desterrar el miedo al fracaso, que le había impedido contar antes eso que ahora se atrevía a decir.
Sentía que algo rígido, oscuro y castrante se  había quebrado en su interior, con un crujido estrepitoso. Sentía, por suerte, que un acompañante ingrato había optado por abandonarle (o, tal vez, había sido él quien había echado de su lado a ese guardián de todo lo innecesario). Sentía el calor de la primavera que hace germinar las semillas y crecer las hojas olvidadas del invierno.
Tal vez por ello, a pesar del reciente fracaso, no le embargaba la sensación de parálisis que, en otras ocasiones, iba aparejada a este tipo de experiencias. Sólo tenía necesidad de vivir. Lo más probable que eso fue lo que le ayudó a embarcarse en ese tipo de viaje, que siempre había rehuido, que le llevo a todo lo que después ocurrió. Y, lo más probable también, fuera que esa misma necesidad y ese estruendo ocurrido días antes en su interior, le llevase a escribir aquel mensaje a aquella casi desconocida, de la que había tenido noticia por primera vez unas horas antes.
A partir de ahí, tras la respuesta, ni afirmativa ni negativa, a su petición, se establecía un cálculo de probabilidades y de la estrategia, que no le resultaban nuevos. Decidió tener paciencia, aunque el tiempo en este caso no resultaba el mejor aliado. Y acertó... a medias. No albergaba ninguna duda sobre el desenlace de todo aquello, aunque un detalle, una confesión, encauzó todo hacia un lugar inesperado. Hacia un lugar que llevaba buscando desde hacía bastante tiempo y no lograba encontrar de ninguna manera.
En lo esencial todo discurrió de la manera prevista, pero la sinceridad, revestida de aquello que nos hace humano, construyó una madeja de sentimientos que los desarboló y lo empujó hacia ella de otra manera. De una manera que empezaba a dudar que existiera.
Todo ello lo comprendió unas semanas después, cuando ya sabía que los besos que creaban tenían cada uno de ellos una necesidad distinta al anterior y al siguiente. Supo entonces, que aquello que le dibujo una sonrisa externa e interna, fue mostrarse como un ser humano, como sus dudas, sus miedos y, también, su afán por superarlos. También supo, semanas después, que él también le había confesado a ella sus miedos, sus fracasos de manera natural y casi inmediata.
Cuando ató cabos, comprendió que ambos deseaban arrojar al exterior de esa relación todos aquellos lastres que podían hundirla en lo más hondo de los fracasos ya sentidos con anterioridad. Comprendió también, que todo ello era necesario para que pudiesen seguir navegando a toda vela en aquella relación, construida de deseo, escucha y abrazos que se dan y reciben en una mirada o en una llamada de teléfono. Comprendió que ambos tenían la necesidad de tejer una tela de araña en la que vivir juntos este mundo.
Sonaba de fondo Alone I Break mientras cambiaba las sábanas de la cama, que en unas horas iba a  sustentar el amor que habían conocido y creado, y pensó en los distintos matices que una misma canción puede adquirir en función de los estados de ánimo. Y pensó que la voz dura de Jonhatan Davis se había erigido en compañera de viaje, con la única finalidad de recorrer el camino desconocido que condujo a la aparición de ella. Y pensó en ese camino tortuoso, abrupto y áspero. Y se le olvidó, porque sólo deseaba sentir, una vez más, el amor dentro de su cuerpo. Y sólo se arrepentía de una cosa: no haber sabido antes de su existencia.

No hay comentarios: