sábado, 11 de abril de 2020

RELATOS DE UNA PANDEMIA

Se encontraba frente a la pantalla del ordenador intentando escribir una historia de amor. Su imaginación era un campo yermo. No encontraba palabras, vivencias ni emociones que narrar. Tras más de un hora sin concluir una frase encontró la inspiración. Se levantó de la silla, buscó su teléfono móvil, realizó una videollamada y cuando apareció sonriendo un rostro de mujer frente a él se limitó a decir. "Te amo. Estoy deseando hacer el amor contigo."



El discurrir de las semanas había supuesto una degradación en muchos sentidos. El pelo demasiado largo; una barba abundante y descuidada; ojeras debidas a la pérdida de sueño debido a la  falta de actividad física; irritabilidad y ansiedad combinada con apatía. Sin embargo, tras una larga espera, llegó el final del confinamiento en su casa. La pena de arresto domiciliario había vencido y, por fin, podría ir donde quisiera, o eso creía, hasta que el funcionario del Ministerio de Justicia le comunicó que en el día de ayer el Gobierno había declarado el Estado de Alarma y nadie podría abandonar su hogar sin un motivo justificado.




Este mes de abril no pondría cumplir con el ritual de llevar una rosa blanca a su tumba, como hacía todos los años. La situación impedía desplazarse al camposanto donde ella se encontraba, 
En un principio sintió que traicionaba un pacto no escrito con la difunta, pero después comprendió que, con total seguridad, lo que a ella le hubiese gustado era que se cuidase y que cuidase de toda aquella que, de una u otra manera, dependían de él. Y en ese instante también fue capaz de ver que debía seguir viviendo para que ella pudiese permanecer viva muchos más años, porque mientras él siguiera sobre la Tierra siempre estaría viva en su memoria.




Llegó un momento en que no podía estar atento a tantas cuestiones que no podía controlar. La situación le desbordaba y entonces tomó una decisión drástica: apagó su teléfono móvil.



Desde su cargo político estaba haciendo todo lo que podía para paliar la situación. Las ojeras marcaban su rostro desde hacía bastantes días. Los contactos con todos aquellos que tenían responsabilidades sobre esta tragedia eran continuos y la expedición de órdenes, tras escuchar los consejos de quienes decían saber sobre la problemática, también constituían una constante en aquellos momentos. En ese sentido se sentía orgulloso de su labor. Intentaba que los ciudadanos conociesen esa frenética actividad y esa sucesión de medidas que había tomado, y que seguiría tomando, en aquellos tiempos. En las ruedas de prensa hablaba de esos esfuerzos ímprobos, ocultando, cuando no mintiendo, sobre todas las carencias y los problemas que no habían sido capaces de resolver. 
Tras cada rueda de prensa consideraba lo perverso de esta forma de actuar, pero siempre mitigaba esta impresión pensando en la ingente labor que estaba desarrollando para solventar este desastre y en el costoso proceso que le había conducido hasta aquel cargo político, que no quería perder por nada del mundo.



Había elegido a una persona para pasar toda su vida junto a ella y todo se había truncado. Había elegido una profesión para salvar vidas con todas sus fuerzas y esta pandemia había trastocado ese canon. Hacía no mucho había elegido gobernar su vida y esta situación le hacía anhelar refugiarse en los brazos de su actual pareja y dejarse llevar.










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