lunes, 16 de septiembre de 2013

PRIMUM VIVERE...

Terminó la conferencia, que él denominaba La Conferencia, pues desde hacía unos años se había convertido en su compañera inseparable, y única, en todo tipo de foros. Como en más de un centenar de ocasiones anteriores llegaba el momento de departir con perfectos desconocidos, que realizarían las mismas preguntas que ya había escuchado decenas de veces. Un trámite más para que en su cuenta corriente alguien ingresara una sustanciosa cantidad de euros que le permitiría mantener su modus vivendi, innegociable para él; impensable para muchos de sus seguidores. Todo transcurría siguiendo la rutina prevista, con la única variación del escenario, que constituía la variable que no podía, ni quería, controlar. Él siempre acudía allí donde el parné le reclamaba.
Las personas que habían asistido a su disertación sobre "La honra en el Siglo de Oro a través de la literatura" se habían agrupado en pequeños corros, manteniendo animadas charlas, en las que la ausencia del humo de cigarillos, puros y pipas les restaba ese aire de densidad onírica, que asociaba de manera indefectible a las conversaciones de intelectuales, bien fueran de provincias o capitalinos. Se sabía el eje sobre el que escribía aquella pequeña obra de teatro que tan bien conocía. Los más atrevidos se acercarían para felicitarle, estrechar su mano y, en el caso de los más osados, para mostrar su disconformidad con alguno de los argumentos o reflexiones que había expresado hacía unos minutos. Otro importante número de asistentes, los más timoratos, se contentarían con mirarle, lanzando una sonrisa hacia él, a modo de saludo y despedida. 
En estas andaban sus cavilaciones cuando detrás suyo una voz grave, desconocida, le felicitó por aquella "charla" tan bien trabajada y fundamentada. 
Giró la cabeza de manera instintiva y su mirada se topó con una cara agraciada de un tipo de unos cuarenta años, con un pelo donde las canas hacía tiempo que habían ganado el terreno al negro, que en algún momento debió ser el único color que imperaba en aquel territorio. Aunque no se sentía capaz de calcular su altura con exactitud, la primera impresión, certera, le indicaba que se trataba de un tipo más bien bajo y con algún kilo innecesario en su cuerpo. 
Un tipo tímido, pensó, cuando vio que no se atrevía a mantener la mirada. Una pena, porque esos ojos verdes y esa voz en su momento podrían haber sido un buen banderín de enganche en noches de fiesta y desenfreno. Pero, de nuevo, la voz del extraño le acercó al lugar y al instante que vivía.
- Resulta interesante contemplar como se puede vestir una idea casi ancestral con ropajes de modernidad, consiguiendo de esta manera un amplio número de seguidores dispuestos a repetir, cual mantra, los mensajes escuchados y, en ocasiones, exprimidos hasta el hastío - dijo el desconocido.
En sus sesenta y algún años se había encontrado en pocas ocasiones con personas que de manera tan directa le tildasen de oportunista y aprovechado. Volvió a mirar al que se convertiría en breve en su interlocutor y no encontró en él ningún gesto de crispación o reproche. Al contrario, todo lo dicho parecía fluir con naturalidad y sin un ápice de crítica.
- Nadie me puede acusar de defender mis ideas, las mías, en cualquier foro que se me ofrezca- se defendió el orador, con un tono que dejaba entrever la necesidad de zanjar esa conversación lo antes posible.
- Resulta una forma interesante de presentar la realidad, o una parte de la realidad. No hace falta ser muy inteligente para comprender que esgrimir ciertas ideas puede convertirse en una forma ideal de completar, de manera lícita, los de ya por sí elevados ingresos de ciertos autores patrios- repuso el hombre de peno cano al conferenciante.
- Como todo en esta vida, la cuestión depende de como se mire- zanjó el aludido con educación.
- Hablar del honor, y de su ausencia, resulta muy atractivo para muchas personas y más si dicho honor se asocia a los desfavorecidos y se desliga de los que siempre han estado arriba- arguyó el tipo de voz grave.
- Creo que esta conversación vira hacia lugares peligrosos, en los que el final no puede ser el deseado para alguno de nosotros- explicó el célebre ponente.
- El honor, la honra que tanto gustaba a esos personajes sobre los que escribe y que también inventa en sus libros, de siglos pretéritos o la deshonra de los personajes que nos crucifican en los tiempos presentes, constituyen un buen argumento literario y económico. Sin embargo, el honor, que no es otra cosa que mirarse todos los días al espejo por las mañanas sin tener ganas de vomitar al procesar la imagen que nos devuelve, se puede anestesiar, y hasta sodomizar, cuando la tarjeta de crédito nunca deja de funcionar por falta de fondos- explicó el tipo que rondaba los cuarenta.
- No sé donde quiere llegar a parar- argumentó el aludido, con un nada disimulado gesto de desagrado. Gesto dirigido a aquel tipo que parecía lanzar sobre él sus argumentos, sin importarle un comino la impresión que pudiera causarle su discurso.
- Siempre pensé que todo aquel que construye su divisa sobre los cimientos del honor y la honra lo menos que podían poseer en cualquier tipo de situación eran esos atributos. Atributos que, además, deben usarse de manera especial en las relaciones con los que se encuentran por debajo en la escala social, que en el caso que nos ocupa son la mayoría de personas. Nadie ni nada puede considerarse ejemplar si no predican con el  citado ejemplo con las personas que les admiran y pretenden emularles.
- Parece obvio- interrumpió el afamado orador, que de manera inmediata se aprestó a seguir la segunda parte del discurso que aquel perfecto desconocido le dedicaba.
- Decía que el ejemplo resulta crucial. De nada sirve pontificar sobre honores pretéritos y presentes cuando la vida propia se nutre de pequeños trapicheos, a veces no tan pequeños, que permiten incrementar la fama y la haciendo. Recuerdo a una persona que ha llenado miles de páginas sobre el tema del honor, la camaradería y zarandajas por el estilo, que, sin embargo, no dudaba en hurtar ideas, o pequeños textos, para cumplir con sus obligaciones de escritor semanal- remató con un tono de voz pefectamente neutro.
- Hay gente para todo- contestó el sexagenario de forma parca.
- Resulta extraño que un tipo que habla de camaradería entre los marginados o del honor de los más desfavorecidos utilice a heavys ajenos que cantan en élfico o relatos prestados de Caperucitas de este siglo para cumplir con sus obligaciones, sin ni tan siquiera molestarse en dar las gracias. El honor y la honra ceden bajo el peso del dinero seguro- dijo aquel pequeño tipo.
- La verdad es que este tipo de personas no merecen la consideración del público- alegó el hombre de mayor edad.
- Nadie puede considerarse una persona íntegra en su totalidad, como bien explica que nuestra persona se nutra de diversas facetas, sin embargo apelar a sentimientos prístinos y puros para obrar a escondidas de forma totalmente contraria a lo defendido, resulta detestable- concluyó.
- Sí- obtuvo por respuesta.
- Su caso resulta totalmente distinto. Ha construido, gracias a un único discurso, propio, eso sí, un mundo de viajes pagados y dinero fácil. Al menos no engaña a nadie. Las personas que le contratan saben lo que hay y nadie se lleva a engaño. Usted no da para más, o no le apetece hacer más, pero no miente sobre ello- dijo el hombre de ojos verdes.
- La última me debería haber resultado ofensiva, pero en el fondo sé que dice la verdad. No espere que se lo agradezca, hace tiempo que soy consciente de ello, pero a nadie le apetece escuchar en boca de otra persona sus miserias- respondió con aparente tranquilidad.
- No se preocupe, yo también escondo a mis conocidos aquellas cuestiones de las que no me siento orgulloso. Tal vez, como en el caso del autor que no duda en tomar prestado aquello que cree conveniente, el quid de la cuestión reside en que las diferentes facetas de nuestra persona no colisionen en exceso entre ellas, impidiendo que seamos felices- arguyó.
- Cierto- replicó.
- Seguramente si esta conversación se publicase en algún lugar tipos sesudos crearían interpretaciones basadas en un discurso profundo, sólo al alcance de unos pocos. Nada más lejos de la realidad. Sólo he pretendido expresar una preocupación que hace años ocupa mi mente: la forma en que el ser humano es capaz de conciliar su vida real y las teorías morales de la sociedad en la que vive inmerso el individuo. Le he utilizado a usted para reflexionar en alto sobre el asunto, pues sabía que me escucharía, debe justificar la cuantía del cheque que recibirá antes de abandonar este edificio y no se puede permitir desairar a uno de los asistentes a su sempiterna charla. Siento haberle utilizado- Se disculpó. Y diciendo: "buenas noches" dio por zanjada la conversación.

Dedicado a todos aquello que hacen profesión de fe y acaban convirtiéndose en la misma morralla que tanto y tan fácilmente critican.

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