miércoles, 10 de agosto de 2016

ASÍ Y AHORA

Cada vez me identificó más con las personas que despojan lo que conocen de sus atributos mágicos y, desde un punto de vista social, deseables. Demasiada gente pulula por este mundo defendiendo principios y formas de actuare idealizados. La aceptación de la imperfeción, en especial de la propia, y una visión de las personas con bastantes menos prejuicios ayudaría bastante. Me harta tanta hipocresía, de unos y otros, juzgando conductas de personas con las que, en realidad, no van a compartir ni un saludo. Deberían meterse sus clichés por donde les quepa y dedicarse a ponerse en el lugar de otro.


No recuerdo haberme preguntado jamás por qué y para qué estoy aquí. Lo máximo que me he llegado a plantear es que formo parte de un milagro de la Naturaleza llamado vida y que, como tal, cuando deje de latir mi corazón dejaré de formar parte de dicho milagro. Tal vez todo se deba a mi estulticia o a la importancia que se ha dado a lo que otras personas han pensado en sentido contrario. Lo que sí tengo claro es que esta forma de pensar mía ha servido para cimentar mi ateísmo.


En la vida existen dos tipos de unidades de medida para valorar lo que nos ha ocurrido: los que se pueden realizar de manera cuantitativa y aquellos cuya dimensión sólo se puede valorar de manera cualitativa. Creo que un ejemplo servirá para ilustrar lo que propongo. Tener trabajo se puede medir de manera cuantitativa. Tener casa se puede medir de manera cuantitativa. Tener pareja se puede medir de manera cuantitativa. La satisfacción que genera un trabajo se puede, y debe, medir de manera cualitativa (lo que para mi puede ser bueno, para otro puede ser malo, y viceversa). Una relación de pareja puede ser buena o mala, incluso no tener relación puede ser bueno o malo, pero, en ambos casos, se trata de una impresión subjetiva. Adquirir, tener, lo que se puede medir de manera cuantitativa, al menos lo fundamental, resulta básico; pero un nivel aceptable en todo aquello que se puede medir de cualitativa resulta sustancial.


En ocasiones creo fundamental no conocer del todo a las personas. No se trata de evitar implicarse en una relación de amistad o de lo que tocara. Más bien se trata de no escarbar los suficiente para llegar a conocer que se trata de personas normales y corrientes, como todo el mundo. Intento mantener un destello de magia, de misterio para que me sigan pareciendo atractivos; para que siga pensando que merece la pena todo aquello que está por descubrir.


Todos necesitamos rutinas, pero me asusta sobremanera pensar que las rutinas atan mi vida. Siempre pensé, y lo sigo manteniendo, que me horrorizaría dar clase a los hijos de antiguos alumnos. No por envejecer, que espero siga ocurriendo muchos años, sino por sentirme atado a las mismas rutinas, los mismos lugares, mientras las vida sigue fluyendo. El trasfondo del asunto se reduce a conocer nuevos lugares, nueva gente, en todos los sentidos, plantearse nuevos retos...


Cada vez me parece más aborrecible la política al uso, tanto por sus protagonistas como por sus palmeros. La Política debería estar cargada de ideología sustentada en argumentos que deberían girar en torno al bien común. La realidad es que unos espabilados, cuya única ideología es subirse a la poltrona, dicen a su público lo que quieren oír, casi siempre referido a hechos anecdóticos e intrascendentales, y ese público, palmeros, jalean sin crítica alguna lo que les digan sus líderes. La gran diferencia entre unos y otros es el nombre y una serie de medidas cosméticas, innecesarias, para contentar a los grupos de presión (colectivos) que les votan.


A pesar de ser un tipo bastante racional, para sorpresa de algunos, cada vez considero más importante los sentimientos y no ocultarlos. La idea no es llorar viendo una película de sobremesa. Tal vez la idea se aproxime más a ver la película que en cada momento es tu vida y no asustarte por reconocer lo que sientes.

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