domingo, 15 de enero de 2017

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (15-I-2017)

Alguien me hablaba, hace tiempo, sobre la finalidad del sistema educativo: formar personas críticas y preparada para incorporarse a un sistema laboral competitivo y cambiante. Dicha aseveración me pareció, me parece, un contrasentido per se. No resulta necesario posicionarse en una u otra ideología para detectar que la afirmación se basa en el supuesto de que se puede criticar todo, menos el sistema económico establecido, porque la finalidad del sistema educativo es crear personas útiles al sistema. ¡Menudo contrasentido! Se puede criticar, pero no cambiar ciertas cosas. De nuevo, se intentan aportar ideas generales, tal vez bienintencionadas, pero carentes de todo rigor. Un ciudadano crítico no sólo debe analizar el entorno en el que vive, también debe saber, y tener oportunidad, de movilizarse para intentar cambiar aquello que considera no acertado.
Desde hace tiempo me produce extrañeza que el común  de los mortales de este país no sepa distinguir entre un proyecto de ley, una proposición de ley o un real decreto, por poner un ejemplo. Creo que deberíamos empezar por ahí: por enseñar a nuestros chavales como funciona el sistema constitucional y que posibilidades de participación les da. Tal vez, sabiendo los mecanismo y, si es posible, utilizándolos es como, además de criticar, podríamos cambiar algo.
De igual manera, cuestionar el sistema económico, y por ende político, mostrando otras formas de hacer y producir, por ejemplo la economía colaborativa, serviría para que cambiar cosas, si es que ellos lo consideran necesario.
Lo que carece de pies y cabeza es hablar de formar ciudadanos críticos que, de entrada, deban ser formados para perpetuar un sistema que a muchos nos parece demencial.
Escucho y leo a cierta gente hablar de la felicidad de los niños, del magno arte de enseñar y de otras formas tópicas y típicas de abordar la cuestión educativa. A veces, cuando oigo o leo a esas personas me acuerdo de alguno de los alumnos con los que trabajo o he trabajado. Niños con problemas conductuales de una cierta entidad. Niños sin lenguaje oral funcional y que intentan relacionarse con otros niños pegando. Niños que ponen en práctica conductas disruptivas de manera ordinaria para llamar la atención del docente, debido a su falta de estrategias, o a un historial de aprendizaje donde ese tipo de conductas han surtido efecto... En ese momento, cuando pongo cara y nombre a esos niños, me pregunto qué narices harían con todos esos niños estos teóricos de lo bueno, bonito y barato. Sé lo que harían: alabar el difícil trabajo que tenemos los profesionales que nos dedicamos a esto, o el de los tutores que tienen en sus clases niños con estas características. Sentir lástima por esas pequeñas personas y "admiración" por nosotros. Eso sí, seguirían, acto seguido y bastante lejos, vendiendo sus eslóganes buenistas.
Cuando tengo noticia de estos tipos me indigno; pero luego me siento bien, muy bien. Con aciertos y errores, con momentos de lucidez y de torpeza, con tiempos de ánimo y de desánimo hago un trabajo, mejor o peor, no pensando en cambiar el mundo, ni en decir a los demás como deben ver las cosas; sólo me limito a intentar que los niños con determinados problemas con los que tengan que trabajar consigan adquirir cosas: contenidos, habilidades sociales, lenguaje... para que sean capaces de desenvolverse con autonomía en el medio en que viven y, por añadido, que sean capaces de disfrutar todo lo posible de disfrutar de lo que les rodea. Con algunos lo habré logrado en mayor medida que con  otros, tal vez por mi torpeza, tal vez por sus características, pero sé que el trabajo callado del día a día, que a veces resulta arduo y parece no servir para nada, ha conseguido que ciertos niños adquieran una serie de capacidades que me hacen sentirme muy bien conmigo mismo. Y me gusta. Me gustan los retos. Me gusta ese niño que aparece sin lenguaje o con un lenguaje escaso y poco funcional. Me gusta ese niño que aparece con ciertas conductas disruptivas, que se deben sustituir por otras más "normalizadas".
Cada vez escucho más críticas contra el mal llamado bilingüismo (el bilingüismo es la capacidad de una persona para utilizar de manera indistinta en dos lenguas, pasando de una a otra con total normalidad, pensando en ambas lenguas). Hace unos años, en este blog, una amiga, y profesora de Inglés, escribió un artículo criticando la impostura que supone esta forma de actuar. Yo no tengo ni idea de Inglés, por lo que no parezco el más adecuado para criticar, o no, el grado de adquisición del idioma inglés, pero sí me parece indigno que, en determinados centros, se impartan asignaturas en el idioma de Churchill a los que mejores notas obtienen en el resto de las áreas, privando de esa posibilidad a los que atesoran peores calificaciones. Si de verdad resulta tan necesario el idioma de los británicos, parece algo bastante inadecuado privar de él a los que van a tener menos posibilidades de alcanzar trabajos asociados a una alta cualificación, debido a sus bajas notas. El sistema parece empeñado en demostrar que la idea del bilingüismo es buena, eligiendo a aquellos alumnos que por sus capacidades y/o grado de implicación van a superar las pruebas en el idioma inglés, privando de esta posibilidad a los que más dificultades tienen. Cualquier persona que la capacidad crítica de la que se hablaba al principio de esta página, podría pensar que en el sistema educativo los alumnos más "torpes" son privado de eso que se vende desde las administraciones como una panacea.
Va a ser verdad que se deben formar alumnos críticos, peros, sobre todo, alumnos que sirvan para engrasar la maquinaria de este sistema económico, eligiendo, desde bien temprano, a los más capaces.

No hay comentarios: