domingo, 8 de enero de 2017

TÓXICO vs HIJO DE PUTA

"La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad,
aunque se piense al revés."

Antonio Machado

Desde hace unos años la expresión gente tóxica, persona tóxica, se escucha, y lee, por doquier. Aunque creo que todo el mundo conoce su significado, siento la necesidad de aclarar que se refiere a esa gente cuyo mayor empeño es dedicarse a socavar la moral de los demás, de manera gratuita o interesada (a veces pretende obtener con esta actitud cotas de poder) y, sobre todo, intencionada. En otras palabras, hablamos de personas malas o de auténticos hijos de puta. Sin embargo, por mor de lo políticamente correcto, se utiliza la forma expresiva gente tóxica para referirse a este tipo de personas, por desgracia nada infrecuentes en nuestra vida.
Nada tengo que objetar a que ciertas personas prefieran utilizar uno u otro tipo de formas de expresarse para definir un mismo hecho. Creo que en eso consiste la libertad. Bueno, sí. Sí que tengo algo que objetar, en uso, de igual manera, de mi libertad de pensamiento y expresión. Me parece que la utilización de esta expresión refleja, bien a las claras, el tipo de sociedad en el que nos impulsan a navegar. 
Para empezar calificar a alguien como tóxico muestra que aspectos como el bien o el mal y el dolor y el sufrimiento generado por otras personas, se intenta ocultar en esta mundo de buen rollo y consumo sin freno. Las personas no portamos sustancias nocivas (tóxicas), que se expanden por el entorno y hacen infelices a los demás. Nuestros actos, conscientes o inconscientes, son los que generan esa felicidad o infelicidad en los que nos rodean. Existe una capacidad de actuación, de la que somos responsables. Por ello, definir a alguien como tóxico supone una majadería tamaña. Un ser humano actúa de una u otra forma y, sus actos, conllevan consecuencias sobre sí y sobre los demás. Entiendo que para los profetas del buen rollo y el buenismo pedir responsabilidades a otros resulte brutal. En realidad todo se trata de eludir una cuestión crucial: existen personas capaces de realizar actos malvados por el mero hecho de tener la posibilidad de hacerlos. Así de sencillo. Reconozco, y no voy a hablar en sentido figurado, que en determinadas ocasiones se trata de personas con problemas psiquiátricos que, por cuestiones que no me apetece tratar en este momento, no reciben el tratamiento necesario para que puedan llevar una vida más ajustada a la normalidad (sea eso lo que sea). Este tipo de personas no tienen porque ser personas marginales. Pueden, y tienen, pareja, hijos, un empleo, en ocasiones bueno. Por otra parte, existen otras personas que, por cuestiones diversas, muestran una tremenda capacidad para hacer sufrir a otras, por lo general de su entorno inmediato. Individuos, de ambos sexos, que buscan hacerse notar generando problemas en las vidas de otras personas, que poco o, por lo general, nada han hecho para recibir ese trato. 
Me vienen a la mente  un par de casos. Uno en concreto de una mujer que hizo llorar a un par de compañeras suyas de trabajo en determinados momentos, bastante alejados en el tiempo el uno del otro y que, poco después, contribuyó a empeorar la calidad de vida de otra compañera, sin motivo real. Esa persona, resulta evidente, no es una persona tóxica. En tal caso, puede considerarse como una malnacida, hija de puta y, sobre todo, un persona cruel e irrespetuosa, que merece que alguien le responda con su misma medicina.
El segundo caso resulta aún más divertido. Otra mujer, en este caso con un cargo directivo, que se dedicaba a hacer la vida imposible a sus subordinados, que, por otra parte, tenían muchos más conocimientos del área que ella. En esa empresa hubo cambios y la mujer "tóxica" acabó en la calle (como la pasó en su anterior trabajo), no debido a su incapacidad, sino a los problemas que generaba. Lo divertido del asunto es que, tras una repetida experiencia de comportamiento abusivo hacia sus subordinados, de ambos sexos, encontró amparo en una asociación feminista, que decidió luchar por sus derechos vulnerados. Para mear y no echar gota.
Es cierto, que el común de los mortales no desea tener más problemas de los necesarios en su vida y que este tipo de personas crueles parecen tener todo el tiempo del mundo para hurgar en los sentimientos de los demás. Pero la solución, desde mi punto de vista, no es la que dan los teóricos de la teoría del ser tóxico: tratar de evitarlos. Al menos, no resulta una solución viable si ese tipo de personas centran su maldad sobre uno. Ni tan siquiera creo que intentar comprender su actitud suponga una opción válida, porque supone entrar en un bucle oscuro y deforme que nada tiene que ver con nuestra vida, ni con nuestras ideas de como abordarla. Se trata, desde mi punto de vista, de, si el daño es grande o continuo, de plantar cara, marcar límites y, si es necesario, tomar otro tipo de medidas, que pueden llegar a la denuncia. En muchos casos, este tipo de gente campan a sus anchas porque sus actos les han salido gratis, lo que ha fomentado que sigan atropellando a tirios y a troyanos.
Intuyo que calificar a personas crueles y funestas como personas tóxicas implica algo muy típico de cierta forma de pensamiento, basado en el postureo, de nuestros días:
- No llamar a las cosas por su nombre.
- Obviar que lo negativo, la maldad, forma parte del día a día.
- Mejor huir de los problemas con los que nos toca lidiar. Resulta más fácil hablar de vaguedades y de grandes principios.
No, no existen personas tóxicas. Existen canallas, que interfieren en la vida de los demás, sin haber sido invitados a entrar en ella, e imbéciles que se niegan a reconocerlo.
Un saludo.

No hay comentarios: