domingo, 29 de enero de 2017

SABINISTAS, POR NO DECIR CLASISTAS

"...Voy a desligar las tibias de este diábolo sombrío
que hay veces que no se acuerda 
de que sigo siendo un niño,
y se que no habrá sedales cuando te hiera mi ausencia,
ojalá me quieras libre, ojalá me quieras,
yo te querré deshecho, te querré en la roca viva,
te querré en todos los versos
que no quieran tus pupilas
yo te querré en la acequia, te querré en la cumbre fría
te querré cuando el fantasma de tu voz venga a por mí."

"Ojalá me quieras libre", Kutxi Romero


El que suscribe creció en un barrio de una ciudad de mediano tamaño. En un barrio obrero, de los que se perpetraron a toda prisa como consecuencia de la mecanización del campo y la emigración a las ciudades que conllevó dicho proceso. A los catorce años mis padres cambiaron de casa y nos fuimos a vivir a unos diez minutos, andando, de distancia. Al otro lado del río. En esos barrios, como en el colegio, convivían una variopinta representación de las clases bajas: trabajadores sin cualificación, trabajadores con una especialización adquirida a través de la experiencia, gitanos con oficio, gitanos sin beneficio, mecheros... 
De esa zona, en realidad eran varios barrios los que frecuentaba, todos cortados por un patrón similar, han salido gente con profesiones y expectativas varias: un futbolista de renombre, que llegó a jugar algún tiempo en el Barcelona de Cruyff, un jugador de balonmano, internacional absoluto durante bastantes años, ingenieros, maestros, maderos, picoletos, soldadores, parados, peluqueros, camareros, conductores de autobús, trabajadores en cadenas de montaje de grandes empresas... prostitutas, como la hermana de "uno" que vivía "a la vuelta", a la que le caía bien y se preocupaba por mí (cuando hace años, un día que decidir correr por una zona por donde no solía ir, la vi en una carretera donde buscan negocio las prostitutas, me quedé bastante impactado), y que acabó enganchada al caballo. Yonquis, como la chica de la que hablé antes y otros cuantos. Un alcohólico con dieciocho años (como ése que dejo de ir con nosotros a beber, porque en el barrio bebía dos o tres litros de vino por menos dinero). Delincuentes como la familia de gitanos que tenía al hijo mayor en la cárcel y estaba esperando a salir para ajustar cuentas con el que mató a su padre. O su hermano, que en espera de juicio, sacó el valdeo a paseo y rajó a seis personas distintas, en un recorrido por la ciudad como no se recordaba. Se me olvidaba, esa familia vivía en una calle de mi barrio, una de cuyas dos salidas iba a dar a la calle donde estaba mi casa. O ese otro caso de un joven payo que rajó con un cuchillo a uno, asunto que nos perdimos por dos minutos, que es el tiempo de antelación con el que nos habíamos levantado y pirado del lugar mis amigos y yo, aún sin saber que el agresor llevaba un cuchillo, pues conocíamos de que pie cojeaba el fulano. O ese otro gitano, de sobrenombre El loco, que intentaba aligerarnos los bolsillos cuando íbamos al instituto, situado en un barrio famoso por realizarse en él todos los años la Cabalgata sin camellos y que hace un tiempo salió a la luz pública en todo el país, por un ajuste de cuentas entre clanes gitanos. Por cierto, un día el tal loco dejó de aparecer. Uno de los compañeros de insti contó que el colega se pasó con alguien y ese alguien habló con otro gitano del barrio donde me crié. Ese convecino, hijo de un predicador, parece que se molestó en hacer entrar en razón al moderno bandolero. No hay nada para comulgar con las ideas de uno como unas cuantas hostias a tiempo. Por supuesto había camellos, como esos dos compañeros de clase que con quince o dieciséis años ya tenían su lugar de trabajo al lado de su casa. Negocio que debían gestionar muy bien, pues allí estuvieron muchos años, permitiéndoles costearse la mierda que les estaba destrozando. Un ejemplo de gestión empresarial.
En un barrio obrero no solía abundar el dinero, aunque unos vivían mejor que otros. Yo sé lo que es vivir con lo justo y esperar que tu padre cobre la extra para poder comprar un pantalón o un jersey nuevo, que "el otro ya tiene muchos cosidos". Imagino que en ese sentido eramos unos cuantos los que conocimos ese modus vivendi. Por fortuna, eso sólo ocurrió durantes determinados períodos y ahora me puedo permitir cenar, de vez en cuando, en un buen restaurante, o irme de vacaciones con mi hijo a un buen hotel.
Con el paso del tiempo estudié para eso de ser maestro y, por mi especialidad, he trabajado con todo tipo de personas, de ésas a los que los medios dedican un día al año para hablar de su capacidad de superación y también de esas otras que salen en los medios cuando son detenidas: personas con discapacidad intelectual, con discapacidad física, con ambas juntas, con un trastorno del espectro autista, niños con escaso grado de conciencia, debido a su patología, con gitanos (la primera persona a la que enseñé a leer fue una gitana), con mercheros, con marroquíes, con marroquíes que además del hándicap del idioma tenían una discapacidad intelectual, con adolescentes que trapicheaban para pagarse su vicio...
No soy un ejemplo para nadie, ni nada por el estilo. Me gano la vida con esta historia, como podía hacerlo en una cadena de montaje de automóviles o soldando estructuras. Lo mío es tan digno como lo de los demás y lo de los demás tan digno como lo mío. Cuando hago mi trabajo intento hacerlo lo mejor que puedo y eso es todo.
El amable y sufrido lector podrá preguntarse a ton de qué viene esta biografía comprimida que acabo de marcarme. Sencillo, a que voy a empezar a cagarme en mucha gente y, si bien, mi trayectoria vital no me da inmunidad para decir lo que me plazca, sí me da una visión diferente a la que tiene otra mucha gente, que conocen ciertos conceptos gracias a... gracias a... No los conocen de nada y, encima, intentan dar lecciones, intentando limpiar sus conciencias y/o llenado sus bolsillos.
Gente como esa locutora de radio, muy moderna ella, que se llevaba las manos a la cabeza cuando un banco avaló la fianza de Rato, afeando la conducta. Parece que la cosa no debió sentar muy bien en el susodicho banco, ni en la emisora que trabajaba, pero a ella tampoco le debió suponer un plato de gusto enterarse que ese banco al que criticaba, es el mismo que le había pagado un dinero, hacía bien poco, por hacer unas entrevistas en blanco y negro.






Es lo que tiene ir de enrollada. Pongo el ejemplo de esta locutora, niña de cole de monjas, con falda de tabla y jersey de pico, porque tras escuchar la entrevista que le hizo a un hombre que se encargaba de trabajar con familias paupérrimas, me dio la impresión de que no ha conocido en su vida lo que es tener necesidad (de lo que me alegro) ni a nadie que la haya tenido. Veamos por qué digo esto. Al inicio de la entrevista el hombre intentaba hablar sobre las causas de la pobreza: falta de empleo durante largos períodos de tiempo, sobre todo. La colega, que debía considerar que no era suficiente la cuestión y preguntó, por dos veces, sobre la importancia de la violencia de género en este tipo familias con problemas, algunas desestructuradas. El entrevistado, de manera muy amable, repusó que esa no era la causa prinicipal del problema. Ante la insistencia de la gallega, terminó  diciendo que algún caso había, pero que ese no era la causa principal de la pobreza y de la desigualdad social Resultó desgarrador contemplar como la locutora no tenía interés ninguno en intentar comprender la realidad del asunto. Y más desgarrador aún la imagen que transmitió, de manera inconsciente, sobre la gente pobre. Parecía que todos eran unos gañanes, crueles y ellas unas pobrecitas sufridoras, a las que no les queda más remedio que juntarse con unos bestias. Algo parecido a una subespecie humana donde no es posible el amor por la pareja y los hijos. Donde el respeto resulta algo desconocido. A eso sólo tienen derecho los entrevistados para el banco. Julia Otero es lo que yo denomino una sabinista.
¿Qué es un sabinista? Sencillo.
Uno tiene unos cuantos años, pero desde muy joven pensó, y sigue pensando, que había un tipo de gente, los del Sabina, que hacen esfuerzos ímprobos para parecen a su émulo. Su ejemplo, que no duda en reconocer que se ha gastado 6.000 boniatos en una semana con su amigo, para facilitar el proceso de creación del anterior disco. Eso en mi pueblo se llama vicio, aunque disfrazarlo de creatividad mola mucho. Es lo que tiene los lameculos reales, se les permite todo. Basta que abran la puerta de su casa a una futura reina, cuando esta tenga el capricho de ver una actuación suya en petit comité, aunque el jienense lo quiera disfrazar como le venga en gana. Eso es el sabinismo: ir de enrollado y ser un clasista, incoherente, que pretende vender humo.
Por si no ha quedado claro voy a comenzar con un asunto que servirá para aclarar al lector lo que defiendo.
Imagino que el lector habrá tenido ocasión de contemplar a esa gente que le da dinero a una persona alcohólica o a adicta a la droga y, a la par que afloja la mosca, dice al destinatario de su limosna que no debe gastársela en vicio. ¡Pedazo de gilipollas! Si le das el dinero a una persona adicta, enferma, que debe pedir por las calles para satisfacer su necesidad, ¿en qué piensas que se lo va a gastar? ¿En un sandwich de Rodilla? Son personas con una patología que, por hache o por be, o no pueden o no tienen necesidad de rehabilitarse. Si les das algo sabes a lo que va destinado, que, realmente, es lo que más necesitan en ese momento. Dan una parte ínfima de su dinero y, encima, se creen con la autoridad moral para dar lecciones. Yo doy de vez en cuando dinero a alguien. Antes lo hacía a personas que pensaba se lo iban a gastar en comida y esas cosas tan molonas. Ahora, cuando lo hago, no hago distingos. Un cartón de vino puede ser lo que no necesita en ese momento un alcohólico y yo, al menos lo reconozco, no voy a ayudar a esa persona a que se rehabilite, porque no sé y porque no me une a él nada tan fuerte como para intentar cambiar la vida de un desconocido, que probablemente ni me escuche tras darle la pasta.
Sabinismo en estado puro también se encuentra en el trato que se da, por parte de mucha gente, a las personas con discapaciad. Recuerdo que hace un tiempo leí que Kutxi Romero, vocalista y compositor de Marea, se había implicado en un proyecto musical con jóvenes con síndrome de Down, que tienen una banda musical llamada Mochila XXI. Pare empezar, me parece genial que un músico profesional ayude a otros con menos medios y, de igual manera, me parece genial que unos tíos a los que le gusta la música se dediquen a ello. Pero lo que no me parece tan bien es que el navarro hable de la experiencia como algo maravilloso, por el hecho de que las personas con síndrome de Down te aportan mucho y bla, bla, bla. Vamos a ver, esa monserga lo único que denota es que se acercó a ellos con un montón de prejuicios, como otra mucha gente (la respuesta de Pedro Sánchez, durante una campaña electoral, a una pregunta de una persona joven con síndrome de Down, invitando al público a aplaudir tras la pregunta, y antes de contestarla, es digna de la mediocridad, llena de prejuicios, del personaje y refleja el sentir de muchos de esos sabinianos). Como he dicho me parece genial que se haya acercado a ellos, pero no desde su atalaya de la normalidad. Lo que en realidad le ha enriquecido es comprobar que no muerden, ni chillan sin motivo, ni se bajan los pantalones en mitad de la calle... Lo que en realidad le ha enriquecido es que ellos son personas, como nosotros, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Lo que en realidad le ha enriquecido es saber que los prejuicios cierran puertas y he impiden conocer la realidad. Sin embargo, a pesar de la crítica, me quedo con Kutxi Romero, que supo acercarse a otras personas y, a pesar de intentar ocultarlo con palabras bonitas, enterró sus prejuicios. Acercarse a los demás para conocer, esa es la clave.
Por cierto, he llegado a escuchar que tener un hijo con discapacidad intelectual constituye un regalo, a veces hasta del Señor. Nada más lejano de la realidad. Confesaré que una de las cosas que más congoja me crea es ver a personas ancianas, por lo general bastante deterioradas, paseando con un hijo adulto con discapacidad intelectual. Me genera congoja porque pienso que ese hombre o mujer ha debido renunciar a su vida para criar a su vástago, cosa que es de derecho. Me produce congoja porque sé, lo he visto en mi trabajo, que, a partir de una edad, los padres sólo piensan en dejar lo mejor posible a sus hijos con discapacidad cuando ellos mueran. Me produce congoja porque intuyo que el último pensamiento antes de morir de ese padre va a ser: Y ahora, ¿qué va a ser de mi hijo?
No. No constituye ningún regalo alterar, en cierta forma, el ciclo de la vida. Al menos nos queda el consuelo de que en nuestra sociedad existen recursos para cubrir las necesidades, mediante la serie de apoyos adecuados, de las personas que por su grado de discapacidad no pueden desarrollar una vida plena de manera autónoma. Tener una sociedad que, aunque con grandes posibilidades de mejorar, pueda prestar atención a las personas que lo necesiten por lo que hemos expuesto con anterioridad, eso sí es una suerte.
Vamos a cambiar de tema y aprovechando que he sacado con anterioridad el tema del alcoholismo me gustaría decir algo que va a escandalizar al personal, pero es lo que hay. Hace tiempo, tuve ocasión de conocer a una mujer a la que, en tiempos remotos (franquismo), su marido, ya fallecido por aquellos entonces, la pegaba. El trágico proceso seguí siempre un macabro ritual: trabajo en el campo, bar del pueblo, ingesta masiva de alcohol, paliza a la mujer a llegar a casa. Suena duro, pero es una descripción somera y efectiva de lo que, por desgracia, ocurría Estos hechos, que en una época donde el trabajo a destajo y el bar eran la parte fundamental de la vida de muchos hombres durante el franquismo, eran caldo de cultivo, junto con la permisividad intencionada del sistema, de un altísimo grado de violencia, del que creo que poco se ha hablado. Por desgracia, este casuística sigue existiendo a fecha de hoy, siendo víctimas de ella, hoy como ayer, los niños, aunque poco se habla de ello.
Me gustaría seguir, antes de abordar el tema de la violencia contra mujeres, niños, y contra hombres (que también la hay, aunque se oculte) con una conversación que tuvo hace no mucho con un amigo, que me narraba un caso del que tenía lejanas referencias, pero que él conocía bastante. Esta triste historia, real, está protagonizado por un fulano, que puesto hasta arriba de coca, golpeó de manera brutal a su mujer. La historia la conocía, pero no sabía que la farlopa tenía algo que ver, ni que el mal bicho en cuestión era un tipo peligroso, sin importarle el sexo para enzarzarse con quien fuera menester. De hecho, parece que era una costumbre entre mucha gente no tener más relación con el tipejo en cuestión que la necesaria, para evitar males mayores.



Al final piensas y compruebas que en eso que se ha dado en llamar violencia de género, los más modernos lo llaman machista, hay una mezcla de situaciones: en algunos casos adicciones, violencia como forma de abordar la vida en otros casos, machismo en otros casos, enfermedades psiquiátricas, como el batería de famoso grupo español que mató a su pareja (los medios lo vendieron como violencia machista) o la de esa mujer que intentó matar a la mujer de un conocido periodista deportivo, incluso hay casos, hace un par de semanas hubo uno, de ancianos que matan a su mujer enferma, en una fase avanzada de Alzheimer, por imposibilidad de atenderla, por no soportar ver su destrucción (recuerdo que hace dos años hubo otro similar)... Sin embargo, nadie intenta poner coto de verdad al problema, separar el grano de la paja. Todo es violencia de genero o machista. Cuando en realidad lo que hay es mujeres y niños a los que hay que salvaguardar y analizar, caso por caso, el origen de las agresiones, siendo el tratamiento distinto en función de la etiología. Pero eso no importa, hay mucha gente viviendo del asunto, y los que sufren no suelen tener ni voz ni voto. Por si acaso alguien interpreta que estoy defendiendo que las parejas se deben volver a unir, me gustaría aclarar que lo que se trata es que el fulano que causa el maltrato sea, si es posible, tratado de su adicción, si ese es el origen de su violencia, de su enfermedad mental, ayudado si no puede cuidar de su mujer enferma o, en el caso de que se trate de un hijo de puta violento, que se coma trullo a saco y que las administraciones procuren, todo el tiempo que sea necesario, unas medidas que garanticen a la mujer y a los hijos poder llevar una vida normal.
Pero claro, no interesa vender la imagen de que la gente puede rehabilitarse. Mola más hacer calendarios y calendarias, hablar de micromachismos y llevarse cientos de millones de euros de subvenciones para que, por ejemplo, un sindicato patrocine la actuación de piano de una sobrina de uno de los sindicalistas, con motivo del Día contra la violencia de género. Acto al que yo he asistido. No me lo ha contado nadie. Algún se hablará de la pasta que este tipo de publicidad supone para los medios, interesados por ello en desvirtuar un problema real, buscando sacar tajada de ello.
Voy a contar como funciona el negocio para mucha gente que vive muy bien a costa de esto: unos fulanos consiguen una subvención, un cargo político o docente y tienen que justificar la talegada que han sacado lo hacen de dos formas: investigan, creando en muchas casos nuevas necesidades y conceptos para justificar su trabajo y dos, recurren a lo más sórdido: cada vez que hay un asesinato de un hombre a una mujer lo llaman asesinato machista (la cadena SER es experta en ello), sin que haya una sentencia judicial del asunto. Ellos ya han decidido que todos y cada uno de los cincuenta y pico asesinatos que se producen en ese ámbito cada año se deben al machismo. Luego aparecen sentencias como ésta y, por supuesto, callan como perros.

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/05/03/madrid/1462283396_556445.html

Por eso, es mejor investigar, antes de acusar y sobre todo de juntar churras con merinas. Por cierto, las mujeres también asesinan a sus parejas (en un relación uno a tres), pero eso no aparece en ningún lugar en las estadísticas en España, porque ese aspecto fue suprimido de las estadísticas tras la aprobación de la Ley Integral de Violencia de Género. En Alemania, por ejemplo, ese tipo de asesinatos si se recogen en la estadística.
Siempre he pensado que todos esos feministos y feministas deberían señalar y sitiar, si fuera menester, los prostíbulos, donde se tiene secuestradas a mujeres contra su voluntad. Seguro que ellos, con sus contactos y sapiencia podrían saber cuales son. Pero no, allí no se les verá, porque igual debían de dar la cara y jugársela.
Salgamos del pantanoso terreno en el que hemos entrado y vayamos a por otro tipo de sabinismo: la tontería animalista urbanita que se impone por doquier. En esta sociedad en que los niños se traumatizan si les riñes, en que el fin último de la vida es la felicidad (yo pensaba que era saberla vivir), en que ir al campo es irse de finde a una casa rural e ir con el coche de un pueblo pintoresco a otro no tanto, haciendo un alto en medio para sacarse una foto al lado de unos árboles, justo antes de ir a comer al restaurante petado de turno, se ha puesto de moda el animalismo. Un animalismo urbanita, impulsado por aquellos que, además del finde de casa rural, todo el contacto que tienen con el campo es el documental de la 2, el de después de Saber y Ganar, que viene muy bien para echarse la siesta. Yo lo reconozco, he vivido en un pueblo mediano, ahora vivo en uno grande, me gusta salir a patear por el campo, pero me sigo considerando un urbanita. Sin embargo, he podido comprobar como la gente de los pueblos, esos cazadores malévolos para los urbanistas, a las seis de la mañana de un sábado o un domingo, están levantados para ir a patear el campo e intentar cazar una liebre, un codorniz o lo que se tercie en la zona. Esa gente, que si no caza nada un día no se lían a tiros con el personal (como me decía con resignación un cazador cuando ya estaba a punto de cerrarse la veda: "no hay manera de cazar nada, los animales que quedan ya se las saben todas. Por eso siguen vivas".), patea el campo, y son los primeros interesados en hacer bien las cosas. Esas personas respetan el terreno que pisan y que, en la mayoría de los casos, han pateado desde pequeños, formando parte de su experiencia vital. Esas personas, que luego se reúnen en los bares tras la jornada a contar sus triunfos, sus miserias o a inventarse lances, suelen tener todo el respeto del mundo a su medio. Sin embargo, esos fulanos, urbanistas iletrados y aburridos, que cargan, como he podido comprobar, contra un tipo que tiene ponys para pasear a niños en ferias de esas tipo medieval, que tanto se llevan, alegando que es maltrato animal, merecen todo mi desprecio. Sería mejor, que se fueran, por ejemplo, a los gallineros, donde los animales viven en unas condiciones diseñadas para aprovechar hasta el últimos segundo. Alguien me contó hace no mucho algo sobre los mataderos. No lo reproduzco porque no he podido confirmar lo que escuché,  aunque la fuente me merece bastante confianza, pero el argumento que me dieron me pareció aberrante. Un tiempo después vi y leí esto y me acordé de aquella conversación. Pero tranquilos, que los de los ponys, los que persiguen los toros, pero no los correbous, los que nunca han ido al campo, pero critican a los que viven en él y lo patean, no osaran cuestionarse como se produce o se mata su comida. ¡Cómo van a renunciar a un chuletón de buey (que,por lo general, será de vaca vieja) cuando van al restaurante que les recomendaron en la casa rural!
La entrada me está quedando larga y creo llegado el momento de cortar por lo sano. Me he quedado con ganas de atizar a más gente (por ejemplo, a los que aman a las "minorías", sólo por el hecho de ser distintos y exóticos, a Boris Izaguirre, ¿a nadie le llama la atención que un tipo que lucha por los derechos LGTB ponga tanto interés en transmitir esa imagen prototípica del homosexual asociado a ser una loca? y a...), pero creo que lo dejaré para otra ocasión. Sólo me queda decir que yo soy de Kutxi Romero, porque escribe mejor, porque tiene deseos de conocer y de cambiar sus prejuicios y porque no me gustan los lameculos.
Un saludo.

2 comentarios:

isabel lagar dijo...

Muy bueno el artículo. Al leer lo de los animalistas me he acordado de los pixa pins ( dícese de los domingueros que van al campo alguna vez y mean en el tronco de un árbol para que nadie les vea y el resultado es que acaban salpicados de meao) cuya moderna versión es de los que corren a hacerse un selfie y colgarlo en las redes sociales. En fin, mucho postureo. Me encanta lo de sabinista.

PACO dijo...

Hola. Isa. Además de postureo, en esta historia hay mucho negocio, como bien sabes. Imagino que algo de lo que cuento ha cobrado un nuevo sentido en los últimos tiempos.
Me alegra mucho saber que te ha gustado la entrada. Como ves, cada vez más radical, o más realista.