jueves, 2 de febrero de 2017

DIARIO DE UN MAESTRO GRUÑÓN (2-2-2017)

Hace unos días vi en un tablón de anuncios las normas que debían seguir los niños que acudían a una actividad. Se trata de algo que no tiene que ver con la escuela, aunque sí afecta a los niños en edad escolar, en especial a los de 8, 9 y 10 años. Varias de las normas, las primeras, comenzaban con el adverbio no:  No se puede... No se debe... No se hace... Un par de días después asistí, de manera involuntaria, yo iba a dar mi clase, a la conversación entre un maestro, el tutor, y un alumno. Tras afear, con razón, el comportamiento del niño, el docente se aprestó a contar al chaval lo que debía acer si volvía a suceder el hecho que había desencadenado el comportamiento no deseable del pequeño. La forma de actuar de mi compañero me parece el modelo a seguir y así se lo hice saber al pequeño que había escuchado todo con cara compungida. Creo que mi hijo entendió como debía actuar la siguiente vez.
Sólo puedo decir que la forma de abordar el asunto hizo que aún confiase más en él, pues actuó de la forma que yo considero correcta. No resulta suficiente con hacer ver al alumno que ha actuado mal, en muchos casos, más tarde o más temprano, él solo es consciente de lo que ha hecho. Se necesita, acto seguido, hacerle ver como esperamos que se comporte en determinadas circunstancias. Sé que a veces no sirve, pero, en muchas ocasiones, tras una regañina, o castigo, proporcionado, no se suelen repetir las conductas. No debemos olvidar que la labor docente es la de educar, y en ese educar se encuentra educar para la vida. Educar para convivir.
Soy consciente de que he utilizado la palabra castigo y que, en determinados ámbitos, dicha vocablo genera un descomunal rechazo. Creo que algún iluminado asoció castigo a tortura medieval y a sufrimiento desmedido, generador de traumas infantiles sin cuento, que atormentarían a los niños aún en época adulta. Nada más absurdo.
Para empezar, por un hecho puntual, y proporcionado (para que el castigo sea efectivo debe serlo) no debe suponer traumCa alguno. Al contrario. Ser consciente de que los actos tienen consecuencias, y a veces no buenas, y discernir que en la sociedad existen unos límites que no se deben traspasar, evitarán tener que vivir esa situación de mayor (esos niños consentidos, conocidos por los maestros y protegidos por sus padres, con los que acaban comportándose como unos tiranos). No se trata de torturarlos, sino de hacer comprender a esos niños que están aprendiendo a vivir en sociedad que existen unos limites, aplicables a todos y cada uno de nosotros. Y, a veces, ese aprendizaje no es agradable porque las normas de convivencia chocan con los intereses personales y, tal vez, encontrar ese equilibrio, entre lo uno y lo otro, sea uno de los mayores aprendizajes, a veces incompleto, que todos hemos tenido que hacer y que los alumnos deben hacer.
Leía un tuit que postulaba que la competencia entre centros educativos fomentaría la mejora del sistema educativo. Aparte de parecer no conocer el sistema estadounidense, no mejor que el nuestro, basado en pruebas para "comparar" el desempeño de los centros y que vive para superar esas pruebas, se olvida de otros componentes, como la colaboración familia/escuela (me sorprendió su talante, cuando ante mi respuesta: "¿Los padres también deben competir entre ellos?, respondió con un me gusta), la formación inicial del profesorado o del hecho de que la Educación es un banderín de enganche de los políticos para sus fieles; acompañando la palabra Educación de palabras, sobre todo calificativos, huecos.
Creo, con sinceridad, que la competencia no es la respuesta. Diría más, aprender del compañero, del centro de al lado o del de la otra provincia, supone una mejora para todos. La cooperación para mejorar, el intercambio de experiencias, reales, supone una mejora del profesional y, por ende, del sistema. Es más, esa idea de la colaboración, del conocimiento socialmente compartido, hará que nuestros alumnos sean mucho más capaces a la hora de buscar y, cuando sea necesario, compartir información, mejorando así sus capacidades y sus posibilidades de abordar la vida de una manera efectiva.
Tal vez todo sea una visión mía muy idílica de la sociedad, pero, por ejemplo, esta forma de afrontar los problemas a mí me llevo a construir el temario de oposición con el que aprobé mi oposición. Cambiaba temas que yo consideraba incompletos en mi temario, por temas que necesitaban otros opositores y que ellos consideraba incompletos. Compartir conocimiento, incluso en situaciones de competencia nos da más oportunidades a todos.

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