miércoles, 22 de marzo de 2017

A TOMAR POR...

"Si yo tuviera un corazón, 
escribiría mi odio sobre el hielo,
y esperaría a que saliera el Sol"

Gabriel García Márquez

Imagino que el lector habrá tenido, en determinadas ocasiones, la sensación de ser un rompeolas, donde chocan toda la incapacidad intelectual y la bajeza moral del pequeño mundo que nos rodea. Esas pequeñas fases de la vida, recurrentes, que nos ayudan a apreciar todo aquello que poseemos y que, por otra parte, nos facilita afianzarnos en la convicción de aquello que nos resulta detestable. 
Desconozco si al lector le ha ocurrido, pero al que suscribe, en ciertas ocasiones, en que el estado de ánimo no anda muy allá, le parece percibir que los sonidos ajenos se vuelven densos y el tiempo discurre con una extraña lentitud y viscosidad. Intuyo que se trata de majadería de uno, que en, poco o nada, ayudan a quien lea esto.
De igual manera, no creo contribuir en nada exponiendo que sentirse como un rompeolas se debe, por lo general, en mayor medida a la situación anímica de uno, que al hecho de que se agolpen una infinidad de malos acontecimientos en un muy breve espacio de tiempo (aunque pueda ocurrir). Dicho algo tan obvio,  me gustaría centrarme en aquello que constituye las costuras de nuestra persona y de nuestra forma de entender el mundo, que se afianza ante la estulticia esgrimida por una parte del personal circundante.
Con el paso de los años las certezas resultan ser menos, pero más firmes (puede que por haber eliminado mucha morralla que, siendo superficie, creíamos esencia). Una de esas certezas es la necesidad de alejarse de aquellas personas más preocupadas de uno mismo que de ellas. Con excepción de la familia más cercana y, si lo hubiese, una persona que te ame, aborrezco el mero contacto con aquella gente interesada por aquellas cuestiones de uno que les pudiesen chocar o chirriar. Este sentimiento de hastío llega a su extremo cuando el entrometimiento llega, sin previo aviso, ni autorización por mi parte, a comentar aspectos, reales o imaginarios, de mi persona y de mi vida, que parecen no agradar al interlocutor de turno. En realidad no me causa hastío. En realidad odio esa actitud o esa ineptitud social. Esa carencia de empatía, tan frecuente y tan admitida.
Podría poner varios ejemplos que me vienen a la cabeza, pero creo que un par de ellos bastarán para ilustrar lo que digo.
Desconozco si el lector ha tenido alguna pérdida de un familiar cercano, espero que no, pero, si ha vivido esa luctuosa experiencia se habrá encontrado con gente que, tras dar el pésame, lo siguiente que preguntan es sobre la causa del fallecimiento. Debo formar parte de un colectivo de bichos raros, pero me resulta chocante que no pregunten por tu estado de ánimo o por las necesidades, de hablar o de lo que fuere, que puedes tener. El fulano que pregunta parece priorizar el conocimiento de los detalles morbosos, que en nada cambian lo sucedido, sobre las posibles necesidades de su interlocutor, que, es posible, no desee revivir, en esos momentos, una experiencia traumática. Pero...
El segundo ejemplo tiene que ver con una experiencia personal, que me reafirmó en mis convicciones.
Sin entrar en muchos detalles, diré que en una ocasión había terminado de compartir una experiencia bastante placentera con otra persona. Sé, no pregunten por qué, que lo experimentado había sido mutuo. Pongamos que con esa persona, hasta ese momento, y después también, había, y he, tenido un trato esporádico y superficial y, pongamos también, que tras aquello que nos había resultado agradable, se permitió hacer observaciones sobre ciertos aspectos de mí, en nada relacionados con lo sucedido con anterioridad, que me descolocaron y, por qué no decirlo, me molestaron. No entiendo la necesidad de buscar aquello que separa, pudiendo permitirnos el pequeño, y gran placer, de compartir lo que nos acerca. Me causan cierta repulsión, bastante, las personas que persiguen crear asperezas en la convivencia. La vida no resulta perfecta, ni un camino de rosas, pero tampoco puede definirse como un camino de espinas absoluto y, llegado este momento, prefiero compartir mi vida con aquellas personas que ponen un mayor énfasis en los pétalos, que en las espinas. No, no se trata de falsear la realidad; sino de buscar caminos conjuntos por los que transitar y, si es posible, por los que disfrutar.
Lo siento, me sobran las personas adictas al conflicto, a buscar el lado lúgubre de la persona que tiene frente a ella. Prefiero aquellas personas que saben escuchar, sonreír, preguntar cuando y como se debe y que tienen deseos de vivir, de compartir la necesidad de vivir.
Puede sonar a utopía o a aspiración vacía, porque todos tenemos pétalos y espinas, pero, puedo asegurar, que existen personas empeñadas en dar más importancia a los pétalos que a las espinas, que, además, quieren compartir el color y la suavidad de los mismos. Los que presentan las espinas como seña de identidad pueden irse a tomar por...
Un saludo.

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